“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

martes, 25 de diciembre de 2007

Componiendo la melodía perfecta

Escrito en compás de dulzura por exquisitez, siete emociones diferentes cabalgando por líneas invisibles de la piel. Se agrupan, se separan, danzan y cantan a ritmos vivos, consiguiendo que cada sensación y sentimiento conocido y por conocer quede plasmado en sus elegantes melodías.

Comienzan a crear océanos; océanos llenos de sonoridad que invitan a los sentidos a bucear en la profundidad de sus aguas, vibrando con cada movimiento del oleaje por leve que sea. Desde lo más hondo de la inmensidad del mar, un alma, miles de palpitaciones canalizando un pequeño soplo de aire hasta los labios. Los acaricia al ser expulsado con tanto sentimiento provocando susurros dulcemente melodiosos. Un soplo que se convierte en viento y se desliza de forma suave haciendo que las siete emociones se agiten aún con más pasión contagiando así de su alegría al fuego que ha comenzado a avivarse. Una combinación de muy diversos colores, cada cual más brillante que el anterior, deciden aportar su propio sonido a los que ya se estaban creando desde un principio. Las llamas juegan y se entretienen, invitando de vez en cuando al viento a unirse a ellas, consiguiendo que las sombras reflejadas en la pared brinquen llenas de júbilo.

Y de repente silencios, todo calla y empiezan a cantar tus ojos. Miradas llenas de melodías imperceptibles para los oídos, pero claramente advertidas por la piel. Vuelven las emociones, aún más sonoras que antes, cogen de la mano las miradas, fundiéndose en perfectas espirales de sonidos y silencios que sobrevuelan las cinco líneas invisibles casi sin rozarlas.

Se detienen momentáneamente en cadencias, luego siguen su camino. A veces desaparecen las miradas, pero pronto vuelves a abrir los ojos colgando inquietantes silencios entre tan intensos sonidos. Otras veces son las emociones las que parece que se van apagando lentamente; en seguida resurgen saltando desde dentro de las llamas, como si sólo estuviesen jugando al escondite. Pero tanto miradas como emociones siempre terminan juntándose de nuevo volviendo a cabalgar conjuntamente.

Así continúan todo su viaje, necesitan divertirse, aunque saben que llega el desenlace. Ven que no muy lejos terminan las líneas donde dejar sus sonidos, por eso deciden agruparse aún más. Olas, llamas, viento, emociones y miradas juntas una última vez, volando aún más al ras de la piel para que ésta les responda con su deliciosa voz. Cogen velocidad, saben que está ahí la pared que indica su final, pero no les importa. Chocan lo más fuerte posible contra esa pared provocando una explosión magnifica de sonidos y palpitaciones. Y al final todo queda en silencio, aunque las vibraciones siguen perdurando, muestra de una composición perfecta.

domingo, 23 de diciembre de 2007

Despedida sobre la arena

Disculpad la tardanza, les había dado a mis musas unos días libres para que celebrasen las fiestas y al parecer con tanto champagne se les olvidó el camino de regreso a mi cabeza.



Hoy estoy aquí de nuevo en esta playa en la que siempre veníamos juntos. Hacía tanto que no pasaba por aquí que ya hasta se me había olvidado la belleza de este lugar, aunque por suerte la suavidad de la arena, el olor a sal que se cuela por las fosas nasales y el sonido de las olas que rompen en las rocas de allá a lo lejos me han recibido con los brazos abiertos una vez más, no se habían olvidado de mí. El leve viento que siempre guardaba el secreto de nuestras escapadas ha sido quien me ha saludado justo después. Se ha extrañado de verme aquí, aunque creo que se ha sorprendido más de que haya venido sin ti, aún así no ha preguntado nada, ya sabes cómo es, siempre igual de discreto.

Entonces miles de recuerdos han comenzado a salir del mar queriendo darme la bienvenida, venían tan alegres a saludarme…y sin embargo yo ahí de pie, sin poder ocultar mi tristeza…se han dado cuenta y han pasado de largo, aunque al llevar tal velocidad he caído al suelo cuando han rozado mi espalda. Mis manos se han hundido en la arena; al sacarlas he visto que habían dejado huella en ella, pero que poco a poco los pequeños hoyos que acababa de hacer desaparecían al ser rellenados por el resto del terreno. Es entonces cuando mis palmas han alisado los montículos que hay delante de mí y sin saber realmente por qué, mis dedos han comenzado a dibujar lo que parecían letras, hasta llegar a formar las líneas que ves ahora.

Creo que esto es una despedida, o al menos se le parece mucho. He venido aquí para echar al mar el resto de recuerdos, de imágenes, de sensaciones y que el viento se lleve mis sentimientos de la forma menos dolorosa que pueda. ¿Pero por qué escribir sobre arena? Porque me da miedo que esto permanezca aquí por siempre y arrepentirme de haber escrito estas frases. Mientras venía me he dado cuenta de que algunas de mis huellas se iban borrando lentamente, pero otras permanecían ahí, testigos del camino que he recorrido.

No sé lo que pasará con estas líneas. Puede que el mar se compadezca de mí y mande a sus olas para borrar este mensaje y así, si alguna vez vuelves a esta playa, no puedas ver que hoy me quiero despedir de ti, pero que me cuesta tanto hacerlo. Quizá en ese preciso instante en el que te encuentres aquí plantado con la mirada perdida eches de menos los momentos que vivimos y decidas llamarme, aunque sólo sea para preguntar “¿Cómo estás? Hacía mucho que no hablábamos, echaba de menos oír tu voz”. Aunque también es posible que estas aguas se den cuenta de mi malestar, de todas las lágrimas que terminan disolviendo aún más la sal que contienen y crean necesario que este mensaje perdure, por mucho que vaya a doler no verte más.

Pero sé que al final soy yo quien decide, por mucho que las olas y el viento opinen y quieran ayudarme, por mucho que crean saber qué es lo mejor para mí, al final soy yo quien deja este mensaje y quien puede volver a escribirlo aunque se haya borrado, da igual que las palabras vayan a ser diferentes, de mil formas se puede decir adiós. Claro que también es posible que en cuanto haya dado un par de pasos para alejarme de aquí vuelva corriendo y patee la arena haciendo que todo cuanto he escrito desaparezca en un instante. Todo puede ser, pero por de pronto tengo el suficiente valor como para exponer esto, un torbellino de ideas, un millón de sentimientos y sensaciones, pero una única palabra, un simple y sincero adiós.

domingo, 9 de diciembre de 2007

Aire

Hoy me he convertido en aire, por unos momentos, por un pequeño instante me he entrelazado con los brazos del viento. Estaba tumbada, a punto de quedarme dormida cuando me he separado de mi cuerpo y le he permitido que siguiese yaciendo allí lo que queda de noche. Yo he traspasado el cristal de la ventana, sin chocar, sin que fuese una barrera para seguir adelante. Nunca antes me había sentido tan ligera, tan volátil. Desde aquí se puede ver toda la calle, algún coche solitario sin rumbo fijo, varios adolescentes sentados en el portal de la esquina y muchas farolas alumbrando la nada.

Unas débiles ráfagas que pasan por aquí me cogen suavemente de las muñecas y me piden que las acompañe. Les digo que sí, por supuesto, estoy deseando ver la noche desde esta nueva perspectiva. Consiguen moverme con delicados tirones que me impulsan sin descanso hacia delante. Pasamos por las casas que estaban a los lejos, llenas de diminutos puntitos de luz por la gente que aún estará despierta, después vemos las inmensas campas verdes, ésas que a la mañana brillaban por culpa de las gotas de lluvia. Cuando pasamos por encima de la carretera ambas ráfagas me miran sonrientes con aire divertido, intercambian entre ellas un par de miradas misteriosas y acto seguido incrementan la velocidad de nuestro extraño viaje de una forma extraordinaria. A cada segundo que pasa aceleran un poco más hasta que el paisaje que tenía debajo se torna completamente borroso y las luces de los coches se convierten de repente en gusanos luminosos, algunos rojos y otros blancos.

No sé a dónde me llevan, las miro en busca de respuestas, pero sólo sonríen. No puedo concretar cuánto tiempo llevamos viajando, quizá horas, quizá segundos; el viento acariciando mi rostro incorpóreo, invitándome a seguir en esta travesía, a descubrir el final. Sin previo aviso nos paramos en seco unos metros por encima de una casa en la que una de sus ventanas desprende tenues rayos de luz. Mis compañeras de viaje me animan a acercarme mediante un dulce gesto y yo, haciéndolas caso, me aproximo a la ventana. Está entreabierta, con las cortinas retiradas hacia los lados. Hay alguien dentro de la habitación, quien al parecer no tiene demasiado sueño y sigue despierto a estas horas de la noche. Se da la vuelta, veo su rostro, sé quién es. Sentimientos de alegría, incertidumbre y sorpresa se mezclan en mí; miro atrás buscando a las culpables de que yo esté aquí, pero ya no están, se han marchado, quizá para no interrumpir, quizá para que no les pueda preguntar el camino de vuelta. Sigues ahí dentro sentado frente a una pantalla, con los ojos perdidos en mares de letras, ignorando que alguien te está viendo desde la ventana.

Me decido a entrar de forma suave y silenciosa para no importunar. Por un momento creo que me has visto o al menos has sentido mi entrada, te levantas a cerrar la ventana, quizá sólo sentiste un poco de frío. Te vuelves a sentar en la silla, se te ve cansado con los ojos algo enrojecidos y no tardas en apagar la pantalla. Te vas de la habitación, incluso apagas la luz, al parecer no tienes pensado regresar. Has dejado la puerta abierta y pese a que no sabes que estoy aquí, lo tomo como una invitación para seguir buscándote en la oscuridad del resto de la casa.

No he tardado mucho en encontrarte tumbado en la cama de un cuarto en el que la poca luz que hay proviene de las rendijas de una persiana casi completamente cerrada. Parece que estás dormido o demasiado cansado para tener los ojos abiertos, no lo sé muy bien. Se te ve tan tranquilo que intento no moverme por si cualquiera de mis movimientos pudiese hacer ruido y despertarte. Dan ganas de abrazarte, pero sé que seguramente el frío te despertaría, al fin y al cabo sólo soy aire. No puedo evitarlo, lo siento si te despierto, prometo que sólo será una caricia, simplemente rozar tus mejillas durante un segundo. Me acerco y extiendo lo que hasta hace bien poco había sido mi mano. Unos centímetros me alejan de ti, estiro la mano para lograr mi propósito, estoy a escasos milímetros de tu rostro. En este momento siento frío, ¿por qué? Han vuelto, están ahí tras de mí las mismas ráfagas de viento que me han traído hasta ti. Siguen igual de sonrientes y juguetonas que cuando me han dejado. Me miran. ¡Oh no! Sé lo que pretenden, esperad un poco más por favor, sólo unos milímetros. Se miran. Antes de que pueda acercarme un poco más a ti me agarran firmemente de ambos tobillos y tiran de mí hacia atrás.

Como si de una película a cámara lenta se tratase veo como me alejan de ti, con la mano aún extendida queriendo llegar a tus mejillas sólo por un instante aunque sea, pero no me dejan. A toda velocidad salimos del cuarto, regresamos a la habitación por la que he entrado antes y la atravesamos lo más rápido posible. Volvemos a acelerar una vez nos hemos alejado un poco de tu ventana. Creo que repetimos el mismo camino de antes, pero esta vez muchísimo más veloces, así que no lo puedo asegurar. Traspaso un cristal y súbitamente abro los ojos, estoy en mi habitación de nuevo.

Compruebo que estoy en mi cuerpo porque no estoy segura de que haya sido un sueño. Me levanto y me acerco a la ventana. Se puede ver toda la calle desde aquí, pero me fijo en las luces que hay a lo lejos y después en el reflejo de mi rostro en la ventana. Pienso que quizá alguno de esos puntitos luminosos de allá a lo lejos esté más cerca de ti de lo que estoy yo. Acerco mi mano al cristal como si de repente fuese a aparecer tu figura en él, no puedo evitar sonreír. No sé si ha sido un sueño, pero sé que de alguna forma he estado allí y casi consigo rozarte. Quizá en la próxima visita lo consiga de verdad…quizá en el próximo sueño…quizá.

sábado, 8 de diciembre de 2007

Historia de una gota de agua


Hola, soy sólo una simple y pequeña gota de las miles y miles que hay en el cielo. Dicen que nací de fragmentos de otras como yo, de esas otras que bajaron, pero no regresaron jamás. Aunque son muchas las leyendas que circulan sobre ese infierno, realmente nadie de aquí sabe mucho sobre lo que se puede encontrar allá. La mayoría de la información que tengo yo de ese sitio me la relataron mis padres, de ellos aprendí mucho, pero les llegó la hora de precipitarse como a otros tantos, dejando solos y desamparados a sus familiares. Nadie sabe realmente cuando les tocará la hora de caer, no hay unas pautas marcadas, no son ni siempre los más viejos ni los más jóvenes, simplemente un día te llega el momento y hasta entonces te pasas las horas temiendo que llegue ese día.

Muchos de los ancianos que aún quedan aquí nos cuentan historias casi a diario sobre lo que hay ahí abajo. Algunos dicen que es un paraíso lleno de zonas verdes y que debería ser un completo honor para todos nosotros regar toda esa vegetación y ayudar a que crezca con más brillo. A los que piensan así los llaman locos, no en voz alta por supuesto, pero los miran de mala manera, como esperando ver una sombra de su locura en su rostro.

En el resto de leyendas no surgen tan hermosas imágenes. Dicen que es un paraje frío y desértico, lleno de piedras grises y que en cuanto llegas a él caes en una espiral de desesperanza y desilusión, como si toda esa visión fuese capaz de robar la alegría de una forma tajante y despiadada. Los más optimistas creen que después de haber caído en las fauces de ese mundo algunas gotas logran las suficientes fuerzas como para volver aquí arriba, pero eso son sólo travesías que se cuentan de aquellos que fueron valientes, nunca nadie los ha visto volver de verdad.

Acaba de sonar la alarma. Una fuerte explosión en el cielo hace que empiece a cundir el pánico. Saben lo que se avecina, se ve en sus caras la preocupación y todos corren en busca de sus conocidos. La nube comienza a tornarse más compacta y gris. Alguien grita no muy lejos de aquí y todos se vuelven a ver qué ocurre. Una de las gotas se está hundiendo en la superficie, dentro de poco desaparecerá y caerá al vacío. Ahora sí se puede ver el terror en las caras de cada uno, todo es un caos, corren sin rumbo fijo, atropellándose unos a otros.

Más gotas comienzan a resbalarse por la nube, parecen elegidas al azar, lo mismo una de las que acaban de llegar que algunos de los ancianos que nos cuentan las leyendas. Caen y sus gritos se van perdiendo a medida que descienden. De repente el suelo comienza a tirar de mis pies, como si estuviese entre arenas movedizas. No, no puede ser, ¿por qué yo? Poco a poco la nube gris me engulle para después soltarme bruscamente y dejar que me precipite hacia un lugar del que no sé nada realmente cierto.

Las alarmas siguen sonando, pero estoy demasiado lejos ya y casi no puedo oírlas, pero lo que sí puedo escuchar bien claro son los gritos de mis compañeras, algunas están por debajo de mí, otras cayeron más tarde. A medida que descendemos se va acercando a nosotras ese mundo del que tanto habíamos especulado. Increíble, al parecer todos los ancianos tenían razón. Puedo ver zonas verdes, no muchas, pero sí algunas llenas de exuberante vegetación, aunque también hay muchas piedras grises que absorben la alegría de cualquiera. Creo que no dan a elegir dónde caerá cada una de nosotras, me gustaría poder opinar y ya que es inevitable que caiga, al menos me gustaría poder ser parte del rocío de todas esas plantas. Veo como algunas de mis compañeras van a parar justo ahí, pero al parecer yo no, acaba de tropezarse con muchas de nosotras un viento vigoroso que nos hace cambiar el rumbo. Muchas de las que habían caído antes que yo se estrellan contra ventanales enormes y fríos, es una imagen espantosa, yo no quiero terminar así. Sigo cayendo, no sé dónde acabaré. Finalmente mi cuerpo golpea sobre el duro asfalto, estoy aún aquí, puedo sentir y oír aunque tampoco creo que por mucho tiempo.

Empiezo a resbalar hasta juntarme con las aguas de un charco. Sus gotas vienen hasta mí, pero no son como las que yo conozco, son más oscuras y parece que menos amistosas. Para mi sorpresa me llevan hasta un lugar por debajo de ese asfalto y comienzan a cuidarme. Dicen que en unos meses me habré repuesto del todo y que siguiendo el camino de estas corrientes subterráneas llegaré hasta algo que ello han llamado “mar”. No sé lo que es, pero no parece un futuro tan malo. Creo que después de acabar allí habrá una posibilidad de regresar a mi hogar. Puede que algunas de las leyendas que contaban tuviesen su parte de verdad y que las historias de las gotas que regresan no sean sólo simples relatos.