“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

martes, 23 de diciembre de 2008

Addio viaggiatore

A menudo un viajero se enamora de la ciudad que visita, pero ¿cuántas veces se enamora una ciudad de su viajero?


Siempre a esta hora te asomas para deleitarte con el gran festín del horizonte, devorar al sol y como si de un ritual se tratara, posas tu mirada en cada farola, las velas que acompañarán tan suculento banquete. Las altas farolas…buen lugar sobre el que reflejar mis ojos y así poder observarte, igual que cada noche, detrás de tu ventana. Pero tú nunca me ves, lo sé, porque siempre fluctúo de una luz a otra, cuando te fijas en una yo ya me he escondido en la siguiente. Si me descubrieses, ¿cómo podría explicarte los motivos por los que tu propia ciudad te espía cuando cae la noche?

Hoy pareces inquieto, algo te come por dentro y no sé lo que es. Normalmente permites al humo que sale de tus pulmones llevar consigo información sobre las cosas que te preocupan, tus ideas, pensamientos…recoger ese humo, junto con tus conversaciones con el mar, han sido siempre la manera más eficaz que he tenido para poder saber qué te pasaba y tratar así, mi querido viajero, de hacer cuanto estuviese en manos de esta vieja ciudad para que te sintieses mejor. Pero no, hoy no me has dado ni una sola pista de tus dudas.

Ya ha muerto el día, ni siquiera le has prestado atención a uno de tus espectáculos favoritos, y has dejado que se consuma gran parte del cigarro que has apoyado sobre el alféizar, sin apenas haberlo probado. Miras el reloj, parece que ya es la hora, pero ¿la hora de qué? Te giras y desapareces de la ventana, veo cómo la luz de la habitación se apaga. ¿Será que te fuiste a dormir? Si es así, sabes que acomodaré la noche para que nadie perturbe tus sueños. No estoy segura de dónde estás y lo reconozco, eso me inquieta.

No han pasado ni cinco minutos, que una figura sale de tu portal cargado con varios bultos a su espalda; el hecho de que no le pueda ver la cara por la oscuridad y que esté pendiente de si vuelves o no a la habitación, consiguen que realmente no preste demasiada atención a esa persona. Pero la luna, dichosa luna, siempre tan amiga y sincera, alumbra su cara… y un rostro conocido aparece…¿tú?...sí, tú intentando arreglártelas como puedes para cargar con una mochila y una maleta llena de objetos. Una vez que has conseguido colocar el equipaje de forma que lo puedas llevar relativamente cómodo comienzas a caminar con decisión, echando una mirada rápida primero a tu ventana y después a la luna.

Esto me ha pillado tan de sorpresa que para cuando he podido reaccionar ya te habías alejado varios metros. Me muevo de farola en farola lo más veloz posible, intentando atajar por algún camino, pero sin conseguir adelantarme a tus movimientos. Te detienes delante de la estación de trenes…me quedo expectante, pensando…tomarás el tren al centro de la ciudad, ¿cómo no se me pasó antes por la cabeza? Tendría que haberlo sabido, es uno de los mejores métodos para salir de aquí.

Me desvanezco de la farola para reflejarme sobre el cristal del tren, quiero comprobar que has subido a él, aunque eso conlleve el riesgo de que me veas. Vuelvo a desaparecer del vagón una vez que ha comenzado a andar. Sé que no tengo mucho tiempo, quizá una hora escasa para poder detenerte; me odiarás por esto, lo sé y lo siento, pero viajero, no te puedo dejar marchar. Siento cómo lo raíles vibran sobre mi suelo, oigo el ruido, noto la velocidad…¿cómo pararte sin hacerte daño? El viento, sí, al menos tengo que intentarlo. Es un gran amigo, me ayudará si se lo pido. Comienzan a crearse pequeños remolinos en las calles y en menos de un minuto las ráfagas son espeluznantes, pero nadie sabe que justo en el túnel que ahora mismo engulle a tu vagón el viento es aún más fuerte, es casi como un titán con las manos apoyadas en la parte frontal del tren, intentando que frene.

Maldita sea, no ha conseguido más que retrasarte unos minutos, lo suficiente para que pierdas tu próximo transporte, pero algo me dice que ni eso te retendrá esta noche, estás decidido a llegar a tu destino, sea cual sea. Rápidamente sales de la estación, intentando aún mantener en equilibrio todo tu equipaje. Es mi última oportunidad, después de esto no sé ni cómo podré volver a mirarte a los ojos, pero el miedo de no volver a verlos es mucho más fuerte. Afilo mis uñas, invisibles para ti y el resto de mis habitantes, y las clavo en una comisura de tu mochila para que cuando sigas caminando ésta se rasgue. No te das cuenta de que la tela se ha roto hasta que la colisión de un par de objetos contra el suelo te ha alertado. Los recoges mientras compruebas que no están rotos y, visiblemente malhumorado, comienzas a hacer malabares con la mochila y la maleta para poder continuar tu camino sin más incidentes.

Estás furioso, ¿conmigo quizá? No estoy segura. Pero aún así sigues caminando. Dios, ¿por qué? ¿Qué demonios es eso tan importante que te aguarda? Tanta decisión sólo puede significar una cosa, que pase lo que pasa, da igual lo que se me ocurra hacer, tú seguirás andando. Resulta desesperante, ¿qué hacer? Si ni siquiera sé por que o quién me abandonas; si no me puedo hacer a la idea de que otra ciudad te acoja, te cuide y se refleje en tus ojos cuando llegan tus momentos más felices. Supongo que lloraría si mis ojos reales, pero no lo son; soy sólo un mar con su paseo, unas calles mal asfaltadas, que la mayoría del tiempo acaban empapadas por culpa del temporal. ¿Cómo vas a preferir tú, mi estimado viajero, a esta ciudad antes que a cualquier otra en la que luzca el sol siempre en lo alto?

Parece que las nubes han visto mi llanto invisible y han decidido llorar por mí. Poco a poco finas gotas de agua comienzan a calar el asfalto, mis habitantes y a ti. Echas a correr como puedes, supongo que con la esperanza de que no resbalar y terminar con todo el equipaje por el suelo. Ya no sé si he dejado de observarte y sólo pienso o si he dejado de pensar y sólo te observo, pero a medida que te alejas por la calle principal recuerdo tantas cosas que a partir de mañana ya no pasarán.

Yo te he obsequiado cada día con los mejores bancos de todo el paseo para que pasaras allí las tardes con tu viejo cuaderno de notas, varios cigarrillos y poco más. Cuántas horas has invertido observando al mar, permitiendo que la sal y el humo invadiesen tus pulmones y así poder captar imágenes y sonidos que diesen forma a las frases que escribías sobre papel. Pero de lo que nunca te diste cuenta es que cada vez que agachabas la mirada para posarla sobre el cuaderno, yo me valía del mar para reflejar mis ojos y observarte, mi querido viajero.

Ya no disfrutaré de tu compañía cada noche cuando salías a correr de madrugada y me inquietaré al no saber si tu nueva ciudad también hace brillar las farolas para que, cada vez que atajes por el bosque, sepas siempre dónde está la carretera principal que te llevará de vuelta a casa.

Te detienes, exhausto y completamente empapado, frente a la gran estación de autobuses que permitirán que te alejes de mí para siempre. Pese a la hora que es hay bastante gente, personas que se van y familiares que los despiden. Y a ti viajero ¿quién te despide? La pequeña gran ciudad que ha intentado cuidarte todo este tiempo y ni siquiera lo sabes. Buscas entre todos los autobuses el que te llevará a tu destino, hasta que finalmente lo encuentras allí agazapado en una esquina, con el maletero abierto invitándote generosamente a que por fin tus hombros dejen todo el peso que llevan y descansen.

Subes al autobús, sigues el pasillo hasta encontrar un asiento que sea más o menos de tu agrado hacia el final del vehículo y te acomodas en el asiento del lado de la ventanilla, mirando a través de ésta. No estoy muy segura de si me miras a mí en forma de despedida o si simplemente tienes la mirada perdida y la mente puesta ya fuera de aquí. Y lo único que me queda claro es que cuando la última de esas lágrimas se haya evaporado, ya no quedarán restos de mi alma en ti.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Duerme ciudad, duerme




Duerme ciudad, duerme,
tú que ayer viste mis primeros pasos,
hoy soy yo quien te arropa.

El autobús no espera a nadie,
ya lo sabes bien,
y mientras avanza chirrían
las ruedas de goma gastada.

Tantas veces ha hecho el viaje…
y la primera vez que lo hago yo.

El miedo galopa hasta mí,
pero yo no quiero hacerle caso
y llegan a mí los recuerdos,
las imágenes de cómo tú,
en tus tierras cultivaste
mis dos primeras sonrisas:
una por escuchar las caricias
entre tierra, mar y puerto
y otra al saber que,
fuese donde fuese,
cuidarías de mí a través del viento.

Hoy duerme ciudad, duerme
que mis sueños descansarán
sobre tus farolas mientras
no termine esta noche.

Sal al ancho mar, ese que
te arropa cada día, pues
las olas te esperan ya
para cuidar de tus marineros.

Y una vez allí, no mandes
gaviotas a buscarme
porque allá donde voy,
sus voces no llegan
y no podrán encontrarme.

Siempre sabré que has sido
la más bella ciudad
que nadie pueda conocer,
la única a quien perteneceré
y a quien dejo esparcida
la ilusión que nace al crecer
para que la custodies
y nunca pueda morir.

Pero si algún día Saturno
te traiciona y arrebata
esa hermosa silueta
de mar, puertos y montañas,
no desesperes que yo
la retendré en mi mente
sin importar donde vaya.

Durante esta apacible noche,
duerme ciudad, duerme
que mañana cuando amanezca
te oraré con otro nombre.





domingo, 26 de octubre de 2008

Los muertos no tiemblan en días fríos

Hoy quiero inaugurar una pequeña sección que titularé “Teorías”. Éste escrito que os presento realmente no es el primero que debería aparecer en este apartado, pero es el último que he escrito y por ello lo expongo aquí. Lo cierto es que hasta ahora había suprimido este tipo de textos por ser muy diferentes a la temática central de este blog, pero he pensado que esto también es parte de mí, por lo que perfectamente puedo incluirlo en mi pequeño espacio virtual. Sólo decir que es una sección que encontraréis mucho más caótica y menos elaborada que el resto de escritos, pero eso sólo es porque, en este caso, le doy más importancia a las propias ideas que a la manera de contarlas.


Ayer rescaté varios cuadernos antiguos, entre ellos uno que me servía de diario en esos tiempos en que los problemas no eran problemas y yo no era más que una pequeña inocente, ingenua y feliz.

Recuerdo que cada vez que de pequeña leía una historia me imaginaba que yo era la narradora de una historia que se iba haciendo realidad en algún mundo desconocido a medida que las frases del libro tomaban forma frente a mis ojos.

A veces incluso llevaba esa fantasía un poco más allá e imaginaba que la vida de cada uno era la trama de un cuento leído por un niño; y nosotros y las personas que nos rodean, los protagonistas. Ninguno de los dos mundos se mezclaba, la única conexión que había entre ambos era esa voz interior que cada uno de cada cual escucha cuando leemos para nosotros mismos, sólo que esta vez era la de ese niño desconocido que se hallaba en algún rincón en el que jamás sería encontrado en este mundo.

A lo que iba, que me desvío del tema. Comencé a ojear esa especie de diario, reconozco que al principio sin demasiado interés, sólo una pequeña curiosidad de a ver qué tipo que chorradas me daba por escribir hace años. Y lo cierto es que sí, la mayoría de las cosas (por no decir todas) eran temas sin ningún tipo de importancia, pero el caso es que mientras las leía veía nombres, nombres de gente de la que ya ni siquiera me acordaba es más, algunos me costó un gran trabajo traerlos de vuelta a mi memoria aunque fuese sólo por unos minutos. Había de todo, personas que se cambiaron de colegio y de la que no volví a saber más; gente que a día de hoy aún son buenos amigos; otros que por aquel entonces no lo eran pero que ahora sí; incluso gente que hizo su gran viaje demasiado pronto.

Por un instante hasta me pareció que era otra vez esa niña pequeña que creía que las cosas que leía estaban sucediendo en algún otro lugar. Y llegué a algo así como la versión ampliada de lo anterior: ésta vez cuando yo leía en el presente el diario, a cada frase se estaba creando el pasado en otro mundo; y mi presente era el pasado leído en un tiempo futuro.

Entonces es cuando se me ocurrió el poder que podría tener una simple goma de borrar; lo que podría llegar suponer eliminar incluso la más insignificante de las frases o el punto peor puesto. En ese momento muchas de las cosas que siguiese a esa pequeña oración desaparecerían ante mis propios ojos. Incluso podría llegar más lejos aún y no conformarme sólo con haberla borrado, sino coger un lápiz y reinventar la frase y ver así cómo los próximos sucesos cambian sin necesidad de que yo los escriba.

¿Pero qué es lo que nos diferencia a nosotros, los de este presente que leemos cosas pasadas; de nosotros, ese pasado leído en un presente que aún es futuro? ¿O qué me diferencia a mí de todos esos fantasmas que aparecen en las frases escritas a lápiz, fantasmas que aparecen y desaparecen a su antojo a lo largo de capítulos enteros?

Lo cierto es que hasta esta mañana no he encontrado una respuesta viable a todo eso. Al parecer la temporada de heladas que comienza estos días no sirve sólo para hacer tiritar hasta el último músculo de mi cuerpo, sino también para activar mi cerebro y hacer que piense más y más deprisa, aunque sea en teorías absurdas de estas.

Pero incluso después de haber tenido la oportunidad de reflexionar tanto, creo que el hecho de haberme pasado un buen rato mirando por la ventana cuando ni siquiera había amanecido aún, es lo que más ha aportado para que piense que probablemente, la única diferencia que haya entre ellos y nosotros, es que los muertos no tiemblan en días fríos.

domingo, 5 de octubre de 2008

El mundo a través de una canica


Recién llegado el otoño, resulta una maravilla poder contemplar desde un banco de madera cómo comienza el sol a dorar las finas hojas de los árboles. Poco falta para que el transcurso de los días vaya consumiendo más y más al astro rey hasta que llegue un momento en el que apenas quiera salir a visitarnos.

Al parecer, los dos pequeños muchachos de apenas seis años de edad que juegan en medio del parque se han percatado de que pronto perderán a ese amigo brillante que tanto les ha acompañado durante el verano, y por ello, intentan aprovechar al máximo el tiempo que les queda a su lado, divirtiéndose con pequeñas y relucientes canicas que el sol hace resplandecer aún más. Desde mi banco puedo ver sus caras inocentes llenas de emoción cada vez que una de las canicas golpea suavemente a otra y sigue girando en una nueva dirección.

Una de esas pequeñas esferas de cristal rueda sin detenerse hasta chocar con mi zapato. Sin saber muy bien por qué, atrae mi atención más de lo que cabría esperar y, al observarla, su brillo atrapa mi mirada, invitándome así a cogerla suavemente entre mis dedos. Es extremadamente ligera y su tacto agradable se acentúa cada vez que la deslizo de manera casi imperceptible por las yemas.

Su sutil calidez logra que mis curiosos ojos se cierren con el único fin de que mi tacto se agudice lo suficiente para deleitarme aún más con el extraño objeto. Pero al volver a abrirlos ya nada es igual.

Toda la explanada que se extiende ante mí comienza a derretirse hasta formar un fluido de tono turbio y verdoso a causa de la mezcla de tierra y vegetación. A medida que se liquida, su espesor se diluye y adquiere un intenso matiz azul. Justo en el lugar en el que se encuentran los jóvenes muchachos se perfora el recién formado océano con un remolino descomunal cuyo fondo parece ser un abismo infinito. Ambos niños intentan de forma enérgica nadar a contracorriente para que el vacío que hay tras ellos no consiga devorarlos, pero uno de ellos, el más rezagado pierde sus fuerzas y se ve arrastrado al interior del desagüe oceánico. El pánico es fácilmente perceptible en la cara de su compañero que aún lucha con todas las fuerzas que le quedan contra el mar, aunque no son suficientes. Poco a poco siente como el vacío comienza a extenderse bajo sus pies; pronto todo su cuerpo se precipitará.

En ese instante en que lo cree todo perdido algo lo aferra de la muñeca; algo casi como una mano, pero más fría, más áspera y más firme. En un acto reflejo, el muchacho se apresura a sacar la otra mano del agua para sujetarse mejor a esa rama que lo acaba de atrapar como si no fuese más que un pececillo indefenso. Ésta lo impulsa fuera del agua con tal vigor que la propia velocidad del aire consigue que las ropas del chico estén completamente secas antes de aterrizar en la copa de un árbol. El robusto tronco es la única tierra firme que se consigue atisbar en el ancho océano, aunque parece completamente imposible que sus raíces estén unidas a algo.

El aire se agita cada vez con más intensidad hasta llegar a convertirse en viento y es entonces cuando el joven decide que ya es hora de abandonar su improvisado islote. Se aproxima lo máximo posible a la punta de una rama donde aún las ráfagas no han conseguido arrancar todas las hojas y se monta con mucho cuidado en una de ellas, dejando que la ventisca haga el resto. Por fin su plataforma verde se desprende del árbol para comenzar a planear hacia el horizonte, donde las aguas han recuperado su tranquilidad.

Mientras viaja hacia ninguna parte, no puede evitar mirar atrás para fijarse en la boca del océano que prácticamente lo devora y que ahora se rellena de agua desde su interior. Pero no es únicamente agua lo que regurgita el océano; del centro del agujero casi cerrado emerge una figura que se mantiene firme sobre su extraño soporte. Desde su hoja el joven muchacho no puede contener una sonrisa de asombro y felicidad al comprobar que no es otro que su compañero a lomos de una balsa gigante de tortugas. Pronto el capitán del navío acorta distancias hasta alcanzar a su amigo y ambos continúan el viaje dirigido por el viento.


No pasa demasiado tiempo hasta que en el horizonte aparece una pequeña mota que va aumentando de tamaño conforme se acercan a ella. Una playa de la más fina arena les da la bienvenida a la isla llena de exuberante vegetación que impide ver lo que hay más allá de los primeros árboles. Allí, al comienzo del bosque, les esperan un par de aves de picos dorados; éstas se inclinan ligeramente con gesto elegante, invitando a los dos aventureros a subirse a su espalda. Una vez arriba, cada muchacho se aferra firmemente a las plumas del cuello de sus improvisados medios de transporte y antes de poder mirarse si quiera una vez, ambos pájaros echan a volar de forma vertiginosa a través del bosque. El paisaje se convierte en poco más que un borrón debido a la creciente velocidad hasta que de repente y sin previo aviso se paran en seco en una explanada justo en el corazón de la espesura.

En el medio del insignificante claro se apilan unos cuantos pedruscos grises, dando forma a una pequeña y fría morada. No tiene puerta, sólo una manta colgada que evita que se vea el interior. Uno de los jóvenes la desplaza con cuidado para poder entrar seguido por su compañero.

En una esquina crepita suavemente un fuego azul y cálido que se encarga de iluminar la estancia; a su lado, una figura lo alimenta con pequeñas ramas secas, pero se gira hacia la entrada al oír a sus inesperados invitados. Las tres figuras se aproximan y dos de ellas extienden las manos; una para dar algo, y la otra para recibir ese objeto, pero en ese momento en el que la pequeña pieza se suelta de su amo el fuego centellea con más energía y el objeto, aún en el aire, expulsa todo el brillo reflejado de las llamas, consiguiendo cegar por unos instantes a todos los presentes.

Pestañeo un par de veces y me sorprende darme cuenta de que tengo a uno de los niños justo delante de mí, a menos de dos metros, sonriéndome pero a la vez con una mirada un tanto perpleja al no entender por qué tardo tanto en devolverle su preciado tesoro.
La diminuta esfera continúa brillando con la misma intensidad que antes, quizá esperando a una nueva persona a la que poder abrirle las puertas de la fantasía.

Cierro los ojos un instante y al abrirlos me quedo observando cómo el joven muchacho vuelve alegremente al encuentro de su compañero de juego para poder vivir mil nuevas aventuras más.

Sonrío permitiendo a los escasos rayos de hoy que bañen mi cara y dejo que mi mente siga volando hacia algún lugar desconocido. Al fin y al cabo, puede que el mundo que realmente esté del derecho sea ese que vemos a través de una pequeña canica.

sábado, 27 de septiembre de 2008

Otoño


Supongo que cada año siempre hay una época que nos hace reflexionar más y zambullirnos en nuestros propios recuerdos. Al parecer la llegada del otoño es un momento más que perfecto para ese fin, así pues de mi propia inmersión pude rescatar esto, escrito hace poco más de un año.



Un año más el otoño llega con sus humildes marejadas
para empezar a deleitarnos una vez más con su canción.
Se le unen mil vientos y lluvias
para entonar flamantes melodías que sólo escucharán lo sabios

Un año más un hombre se sienta en el columpio del parque
donde hacía unas horas reían niños.
Mira al cielo de frente porque ya no le tiene miedo.

Y el otoño descarga toda su belleza
con gotas de lluvia cristalina
que mojan suelos, hojas y nuestras vidas.

Su alma quebrada en dos, uno lo que ha sido siempre,
y otro lo que nunca volverá a ser.
La lluvia cae sobre él,
llevándose consigo todo lo que ya fue
y empapa el suelo de recuerdos
que ni el otoño le hará olvidar.

Pero poco le importa porque
todo tiene principio y final;
ahora busca algo nuevo que consiga hacerle vibrar.

Ya no le queda nada que hacer en ese lugar.
Todo terminó y ahora debe volver a empezar.
Se levanta para iniciar de cero una vida ya comenzada.

Y el otoño descarga toda su belleza
con gotas de lluvia cristalina
que mojan suelos, hojas y nuestras vidas.

sábado, 9 de agosto de 2008

Varios inconvenientes

Buenas tardes,

Sé que últimamente apenas estoy escribiendo nada, es porque tengo muchos problemas con la conexión y tampoco ando muy servida de ideas que digamos. Reconozco que he dejado el blog un poco descuidado, ruego me disculpéis, sé que no es forma de llevar una web. Espero que pronto pueda poner en orden y por escrito el torbellino de ideas que tengo en la cabeza y espero también que los problemas de conexión se solucionen lo más rápido posible, aunque algo me dice que tardaré un tiempo en poder volver a postear con asiduidad.

Muchas gracias por vuestra paciencia, sobre todo a aquellos que siguen esta aventura desde sus comienzos.

Clair de Lune

martes, 5 de agosto de 2008

Camino hacia el túnel


Escrito durante el curso 2003-2004. Posteriormente hice la versión en euskera de este texto que, a mi juicio, quedó mejor, pero creo que no hay mucha gente leyendo este blog que entienda el idioma.


¡Bum!

Me encuentro tirado en el suelo. Estoy en el frío y duro asfalto de la calle, según me indica el escalofrío que recorre todo mi cuerpo. No sé cómo ni por qué he llegado hasta aquí. No recuerdo nada. Percibo una abundante cantidad de ruidos. Son todos diferentes, pero reconozco la gran mayoría. Los motores en marcha de lo que probablemente sean coches y motos, me resultan más fáciles de oír que los demás, aunque estén bastante lejos. Lo más cercano que tengo son las numerosas voces y murmullos que se van apilando junto a mí construyendo así una especie de manto que me aísla de lo que haya detrás de él.

De pronto una luz muy brillante surca el cielo obligándonos a todos los presentes a cerrar un instante los ojos, pero yo ya no los abro. Estoy demasiado cansado para hacerlo. Un momento después de ver la cegadora luz. Un ruido ensordecedor taladra mi mente, aunque estoy casi seguro de que no ha sonado sólo en mi cabeza, sino también en el cielo.

Unas gotas de agua comienzan a caer lentamente sobre mi cara. Pero en un segundo el agua empieza a abundar y choca con el suelo. Nunca antes había oído la lluvia caer sen tener otras ocupaciones, así que esta vez me limito a escuchar. El sonido que provocan las gotas de agua el estamparse contra el duro asfalto se asemeja bastante al de un alfiler al caer. Así que, en cierto modo estoy percibiendo una lluvia de pequeños alfileres tintineantes. Y su tacto es extraño respecto al sonido, ya que a pesar de frías, son como los pétalos de una rosa, suaves y delicados.

De pronto el ruido de una sirena me saca de mis pensamientos. El círculo que me rodeaba se abre y deja pasar a tres personas con unos maletines. Uno de ellos toca mi cuello con sus largos y fríos dedos y le dice algo a sus compañeros, algo que no llego a entender. Pero de repente noto que mi corazón se para en seco y mi cabeza comienza a crean un sinfín de imágenes, algunas más borrosas que otras. Una de ellas es la de un muchacho pequeño que está soplando las velas de una tarta. Soy yo en mi séptimo cumpleaños. En otra hay una familia al lado de un lago pescando, sonriendo y pasándoselo en grande: mi mujer, mi hijo Alex, mi hija Sonia y yo intentando pescar un gran pez para la cena. La imagen cambia dejando observar dos chicos de unos veinte años de edad jugando al fútbol en un patio. El de la derecha es mi amigo Tom y el otro soy yo, que acabábamos de entran en la universidad. Otra serie de imágenes aparecen ante mí como si de una película se tratara. Es algo que ha sucedido recientemente porque voy vestido con traje y corbata. Estoy pasando por un cruce y de pronto unos faros encendidos, que esconden un gran coche, se abalanzan sobre mí y caigo al suelo. No recuerdo que nada de eso haya ocurrido, pero me pongo a pensar: estoy tirado en el asfalto sin saber por qué. Sólo puede haber una explicación: ese accidente es el motivo por el que estoy aquí.

Siento que colocan en mi pecho dos tipos de planchas y de ellas surge una fuerza que sacude todo mi cuerpo. Mientras vuelvo a percibir ese impulso al menos tres veces más, mi vista se va nublando y se empieza a convertir todo en negro. Hasta que al final no veo nada y mi cuerpo ha dejado de sacudirse. Tampoco siento nada. Simplemente estoy yo y el vacío. Comienzo a andar. Tal vez sea verdad que hay una luz al final del túnel.

domingo, 20 de julio de 2008

Cazador de Sueños


“Los indios americanos utilizaban los cazadores de sueños como trampa para las pesadillas, que quedaban atrapadas en él y no podían afectar a los que dormían.”

Demasiado calor para poder dormir, siempre pasa lo mismo en verano. Aunque la persiana esté bajada, a los pequeños rayos de luna aún se les permite la entrada a esta habitación, ya que siempre son los causantes de todas las siluetas que se perfilan sobre la blanca pintura de la pared. Ésta vez, sobre ella se dibuja una sombra que gira despacio, como si bailase una danza de cortejo para alguien.

Busco al culpable de esa figura y pronto lo encuentro colgado de la lámpara del techo por una fina cuerda y oscilando levemente a causa del aire que se cuela por las persianas. El aro grueso delimita una red creada a partir de un hilo muy fino, como una tela de araña. Es un cazador de sueños, yo misma lo até ahí en un intento de que desaparecieran mis pesadillas; desde entonces ni siquiera he vuelto a soñar.

Me gusta observar el movimiento de tan curioso objeto, resulta algo relajante ir perfilando con la mirada cada hilo que se entrecruza, pero que aún así, dejan un pequeño agujero justo en el centro de la red por el que se alejan las pesadillas de la persona que duerme.

Creo que hay algo enganchado en uno de los hilos más centrales; es pequeño, alargado y parece que intenta aletear para poder liberarse de su trampa. Me acerco más y sujeto el cazador de forma suave con las yemas para así dirigirlo a algún haz de luz que entre por la ventana.

Tiene la misma forma que una… boca. Sí, estoy segura, son unos finos labios que han quedado atrapados en la red por accidente. Pero tienen algo extraño que aún no logro identificar, diría que son las comisuras, son diferentes a las que he visto hasta ahora, están curvadas hacia arriba creando así una expresión de alegría.

¿Sonrisa? Sí, puede ser, sonrisa creo que así lo llaman…Vaya, hacía tanto que no veía una. No sé qué hace esta pequeña aquí, desde luego no es su lugar, pero ¿significa que he soñado con ella? No lo recuerdo. Hace mucho que mis sueños no dejan imágenes, sonidos ni sensaciones en mi memoria, quizá así sea mejor, pero algo tendré que hacer con mi inesperada visita de hoy.

Al acomodar entre mis dedos a los pequeños labios, éstos comienzan a batir sus comisuras de forma enérgica. Me recuerdan a una mariposa justo antes de echar a volar, sólo que aún no dejo que se eleve. En vez de soltar a la delicada sonrisa para que pueda revolotear libremente por mi habitación, me acerco a la ventana, subo la persiana y dejo que se pose de forma suave sobre el alféizar.

Los cálidos labios se han quedado inmóviles, parece como si ya no quisieran alzar su vuelo. Los observo nuevamente y por un momento me horrorizo. Dudo que sea mi imaginación. Las comisuras ya no están tan curvadas como antes, por lo que su expresión de alegría ha comenzado a remitir. Siento que necesito ayudarla a volver a ser como antes, así que de manera casi instintiva soplo débilmente a la cada vez menos feliz boca, a lo que ésta responde con un ligero temblor. Comienza a resbalarse del alféizar, está a punto de caer, pero antes de que yo la sujete, curva repentinamente sus comisuras y las agita con toda su energía hasta que logra elevarse por fin.

Veo como se aleja feliz sin ningún rumbo concreto. No intento retenerla, prefiero dejar que se marche en la oscuridad hasta que encuentre a otra persona que la sueñe. Me pregunto si volverá a quedarse atrapada en un cazador de sueños de alguien que luego no recordará ni haber soñado con ella, pero que en el fondo sabrá que lo ha hecho. Pese a que hace unos segundos que ya ha desaparecido por completo de mi campo de visión, me quedo un rato más mirando por la ventana y al final…¿sonrío? Sí, y al final sonrío.

lunes, 14 de julio de 2008

Cada Puñalada

Día soleado de verano, perfecto para salir a dar una vuelta y dejar que mi alegría vuele junto a esa dulce brisa de la costa. Parece que todo el paseo huele a felicidad, o quizá sea la sal que despierta en mí unas ganas repentinas de dedicar a todo el mundo una sonrisa, tanto si los conozco como si no. Pese a que hace un buen rato que pasaron de ser las ocho de la tarde, el sol continúa allí arriba, con esa fuerza infinita que consigue no cansarle nunca de alumbrarnos. Por un momento se torna tan brillante que me veo forzada a entrecerrar los ojos, de tal manera que no puedo distinguir los rostros de todas aquellas personas que pasan por mi lado. Alguien de los que acaban de pasar agarra mi muñeca de manera suave pero al mismo tiempo contundente, lo que hace que mi cuerpo rote levemente sobré sí para averiguar de quién se trata.

Saludas con simpatía, sonríes y rápidamente te quitas las gafas de sol para que pueda apreciar tus ojos. Intento decir hola, hasta muevo los labios, pero ni siquiera yo lo he llegado a oír. Sigues hablando, pero yo ya no escucho. ¿Quién eres? Me recuerdas tanto a alguien, pero no puede ser….¿o quizá sí? Tienes sus mismos ojos, el mismo timbre de voz y unos labios iguales a los que recuerdo. Hacía demasiado que no sabía de ti, y sin embargo ahora te tengo delante, sonriendo, hablando, como si el tiempo hubiese retrocedido varios años.

Poco a poco, el sol comienza a esconderse y permite que mis ojos permanezcan abiertos. No hago más que observarte, parece que el tiempo no ha hecho mella en ti o eso parece al menos. Vuelvo al hilo de tu discurso sin que te hayas dado cuenta si quiera de que estaba totalmente ausente, e intento escuchar tus palabras, pero es que éstas ya no saben a nada.

Te delatas.

No eres más que una simple imitación de aquel a quien amé de una forma tan incondicional, de alguien a quien le entregué todo mi ser sin importarme lo que pudiera pasar. Tendrás sus ojos, sí, pero ya no miran con esa dulzura que conseguía traer la mayor tranquilidad a mi mente. También te has hecho con su voz, aunque está claro que no la sabes utilizar igual que él, ya que tu tono suena frío y distante, y él jamás habló así. Y qué decir de tus labios, esos que intentan en vano crear una sonrisa cómplice, ahora se congelan en una pequeña mueca que te delata como traidor.


Sé que aquella persona a la que tanto amé murió hace años, ya no existe más que en mi memoria, pero no por ello dejaré de quererla de la misma manera que cuando estaba a mi lado. Seguiré recordándole con toda la dulzura que le caracterizaba, con aquella paciencia infinita que siempre tenía conmigo y cada vez que vuelva a aparecer en mi mente podré sonreír, porque sé que conocí a una persona maravillosa que por un tiempo hizo que me sintiera completamente feliz y sé que soy afortunada por ello. Y ahora te observo a ti, que no sé quién eres, nada más que un desconocido cualquiera que pretende ser quien ya no puede y que nunca se dio cuenta que todas las puñaladas que me clavabas a mí, te mataron a ti.

domingo, 25 de mayo de 2008

Cosa de exámenes

Puede que alguien a estas alturas ya se haya dado cuenta de que últimamente apenas posteo nada y de hacerlo es muy de vez en cuando. No estoy pensando en dejar el blog ni nada por el estilo, así que nadie se asuste, es sólo que tengo los exámenes a la vuelta de la esquina y quiero que vayan bien. Quizá de vez en cuando en algún descanso me de tiempo a escribir algo por eso no he puesto nada diciendo que hasta tal fecha no volveré, aunque en caso de que no tenga oportunidad de escribir hasta que se acaben los exámenes…para final del mes que viene ya estaré por aquí.

Hasta pronto

sábado, 17 de mayo de 2008

Lluvia

Acabo de despertar en medio de un hermoso prado rebosante de hierba y pequeñas flores que parecen correr tan lejos como pueden para llegar a alcanzar el horizonte. Miro a mi alrededor y veo que todo el manto verde se extiende incluso por encima de las lejanas montañas, acariciándolas con la suavidad del roce de cada hebra verde que intenta desesperadamente alzarse para observar el sol. Es una vista magnífica en la únicamente se puede respirar tranquilidad. Me descalzo y comienzo a andar, quiero disfrutar lo máximo posible de la textura de la hierba que se escurre entre mis dedos y trata de hacerme cosquillas.

Por mucho que avance es como si siempre estuviese en el mismo sitio, tan verde, tan perfecto; aunque las montañas que difumina el cielo son las únicas que cambian de posición de forma casi imperceptible. Una ligera brisa empieza a pasear a sus anchas por todo prado, no sé bien de dónde bien, pero parece que tiene ganas de jugar conmigo, con las flores, incluso con las nubes, ya que ha ido a buscarlas muy lejos para traerlas hasta aquí.

Pronto el cielo se llena de nubes que van juntándose y obteniendo un tono cada vez más oscuro. Miro en todas direcciones intentando encontrar algún sitio donde resguardarme de la inminente lluvia, pero no sólo no encuentro cobijo, si no que lo que hallo me deja completamente de piedra. Justo detrás de mí descubro un camino creado por hierba quemada que, al aproximarme un poco, compruebo que son mis propias huellas las que han abrasado un paisaje tan perfecto. Levanto ligeramente mis pies y veo horrorizada que están quemando toda la hierba que hay debajo de ellos. Pienso en echar a correr muy lejos para no seguir dañando tan hermosa vista, pero rápidamente cambio de opinión, ya que un solo movimiento seguirá destruyéndolo todo.

Pequeñas gotas de lluvia caen desde el cielo y consiguen que me estremezca bajo su frialdad. Me alegro de que llueva porque pienso que así ayudará a que el prado se mantenga en todo su esplendor, pero no tardo en descubrir que me equivoco. Cada gota que cae sobre alguna planta la agujerea de inmediato como si de ácido se tratara, aunque sobre mi piel no tiene efecto; parece que ya no pueden corroerme más.

En pocos minutos soy testigo de la devastación de todo ese prado que al principio me había cogido con tanta paz. Veo como todas las plantas sin excepción van incinerándose lentamente sin que pueda hacer nada por evitarlo. No encuentro ningún lugar en el que quede algo de vida por más que mire a mi alrededor; todo ha quedado completamente destruido. Ya no importa que me mueva, no queda nada por quemar, así que camino hasta unas rocas que hay cerca para poder sentarme. Apenas puedo creer nada de lo que ha pasado, de un segundo a otro se ha desvanecido toda la hermosura del paisaje para dar paso a un desierto habitado únicamente por la muerte.

Dejo que mi mirada se pierda entre los resquicios que dejar las rocas hasta que, para mi sorpresa, atisbo una pequeña flor escondida allí intentando sobrevivir. La quiero ayudar, sé que mi presencia ha hecho mucho mal a este prado y no quiero que quede totalmente destruido, por eso la protejo bajo mi cuerpo, para que la lluvia no llegue a alcanzarla y acabe teniendo el mismo final que el resto del manto verde. Espero mientras todas las gotas ácidas caen sobre mi espalda sin hacerme una sola abrasión y me quedo allí intentando acoger a esa pequeña durante horas, hasta que finalmente la lluvia cesa por completo.

Ahí está esa insignificante flor que ha sobrevivido al desastre; me quedo contemplándola con una mezcla de admiración y pena al mismo tiempo, ya que ahora tendrá que quedarse completamente sola hasta que el tiempo repare todos los daños, pero mientras me gustaría poder cuidarla. La acaricio despacio intentando darle ánimos para que siga creciendo, pero en cuanto mis dedos entran en contacto con sus pétalos, el delgado tallo se estremece y los pétalos se vuelven negros hasta deshacerse en mi mano. Acabo de causar la muerte de lo único que quedaba de aquel frondoso prado, ha sido mi culpa y ahora ya sólo podrá existir en el recuerdo. ¿Pero quién creerá que no lo hice a propósito? ¿Quién?

viernes, 9 de mayo de 2008

Reflejos

“Lo más probable es que la culpa de este texto a tenga el señor Gray”

No ha habido un solo minuto en lo que lleva de noche en el que haya conseguido que el sueño me visite, por eso hace un rato que me he levantado para dar vueltas por la casa he terminado llegando a la cocina. Abro la nevera, pero me doy cuenta de que la luz no se ha encendido. Miro a mi alrededor y compruebo que la pequeña bombilla roja del televisor también está apagada. Ha debido de saltarse la luz. Intento encontrar una linterna en uno de los cajones de la cocina, pero sólo doy con una antigua vela y, por suerte, con una caja de cerillas con la que poder prenderla.

La llama pronto comienza a brillar y en un principio tengo que cerrar los ojos hasta acostumbrarme a su intensidad.

Me parece oír unos ruidos que provienen del final del pasillo e intento encontrar algún aparato que haga un sonido parecido, pero no se me ocurre ninguno. Cruzo el pasillo aún con la vela en la mano, de forma que creo una burbuja de luz que recorre las paredes.

Finalmente llego hasta la puerta que vigila la habitación más lejana, y me decido a abrirla despacio, como si no quisiera despertar a la casa. Entro y encuentro frente a mí un espejo que decora ambas puertas del armario. No reparo demasiado en él ya que está al fondo de la habitación y prefiero buscar la fuente de esos ruidos que he escuchado antes. Bajo la vela hasta la altura de mi cintura para así poder observar bien el suelo; no encuentro nada.

No me había percatado, pero al parecer hace unos segundos que ya no se oye nada. Serían imaginaciones mías. Doy media vuelta dispuesta a marcharme y volver a intentar conciliar el sueño, pero justo cuando alcanzo el pomo de la puerta, unos ruidos extraños se empiezan a oír tras de mí. Me giro de inmediato, pero una vez más sólo alcanzo a ver el espejo del armario en el que apenas se refleja siquiera la luz de la vela.

Por alguna extraña razón, siento que esa imagen me está invitando a acercarme, y yo acepto. A medida que avanzo veo como una pequeña sombra también se acerca a mí en el espejo, pero a mi reflejo aún no le llega luz suficiente como para que pueda ser algo más que una simple sombra. Cada paso que doy recibe como respuesta un paso del reflejo. No puedo dejar de avanzar, hay algo que me lo impide, una extraña curiosidad quizá. Cuando faltan poco más de diez pasos para que pueda i ncluso tocar el espejo, los ruidos se aceleran; me recuerdan a una respiración lenta pero intranquila al mismo tiempo.

Me detengo en seco. No es posible que a la distancia en la que estoy aún no pueda ver más que mi emborronada silueta sujetando una débil luz. Entorno ligeramente los ojos para ver si puedo distinguir mejor la imagen que tengo delante de mí, pero justo entonces mi vela se apaga dejando todo sumergido en la oscuridad. O casi todo. Mi vela se ha apagado, sí, pero la del espejo continúa prendida, como si no hubiese pasado nada. Vuelvo a emprender mi camino hacia el espejo, y compruebo extrañada que sigue haciendo los mismos movimientos que yo, con la pequeña diferencia de que yo sigo en la penumbra y en el reflejo esa vela encendida sigue alumbrando débilmente su entorno.

Cuanto más me acerco más se acelera esa misteriosa respiración. Llego hasta el espejo, lo tengo justo a un palmo y aún soy incapaz de ver gran cosa. Ambas velas están a la altura de mi cintura, lo que consigue que pueda ver con mayor nitidez el cuerpo de mi reflejo, aunque el rostro continúa muy borroso, como si hubiese una gran cantidad de vaho.

De pronto me acuerdo de que el espejo sigue haciendo los mismos movimientos que yo. Alzo la vela muy despacio mientras noto que una respiración se acelera de forma incontrolada, pero no sé si es la mía o la suya. Poco a poco la luz de la vela comienza a reptar por su cuerpo, haciendo que todo se vuelva más nítido. Falta poco para que el rostro quede alumbrado y ambas nos acercamos aún más.

El rostro termina de iluminarse, pero lejos de reflejar mi cara de pánico, me recibe con una mueca que consigue petrificarme casi por completo. Tengo ante mí un rostro que no había visto nunca, con las cuencas de los ojos completamente negras, arrastrándome al vacío; y una piel aún más blanca que la propia vela Aunque jamás haya visto a alguien así, sus facciones me resultan extraordinariamente familiares. Algo me impulsa a intentar tocar ese reflejo; adelanto la mano mientras ella se queda expectante de mis movimientos. En cuanto mis dedos entran en contacto con el frío espejo, sus ojos chispean durante un brevísimo instante y su expresión se torna aún más despiadada. La mano que contactaba con la mía me agarra de la muñeca para que no pueda escapar, mientras que la otra acaba directamente dentro de mi pecho, rodeando el corazón con sus helados dedos. Tira de mí, consiguiendo que me aproxime más a ella. Durante un segundo la escena se congela, pero su recién formada risa me dice exactamente lo que pasará a continuación. Sus dedos comienzan a cerrarse sin pausa mientras que noto cómo mi alma va pasando a través de su brazo al espejo.

Me suelta sin previo aviso y caigo al suelo con un ruido sordo. Desde el suelo puedo ver un perfecto reflejo de mí cogiendo la vela aún prendida del suelo y alejándose hasta perderse en la penumbra del espejo.

domingo, 27 de abril de 2008

Velas hacia el Olvido

Durante toda la noche la Luna estuvo acariciando suavemente los pequeños granos de arena que completaban esa playa, pero ya no era la única que los abrazaba. Unos pálidos pies acababan de saltar el muro que separaba la playa del paseo, y avanzaban descalzos por toda la arena sin tener ninguna prisa. Al poco rato se detuvieron para que su dueña pudiese posar su cuerpo tranquilamente no muy lejos de la orilla.

Levaba consigo una caja de cartón en la que no había demasiadas cosas, pero aún así parecía que le costaba cargar con ella, el pasado siempre pesa mucho. Una vez en el suelo sacó de ella de uno en uno todos los objetos que llevaba. Lo primero fue una pequeña pieza cuadrada de mimbre hecha por ella misma, con los bordes ligeramente levantados como si fuese un plato. Justo en el medio colocó una larga y delgada vela blanca, que consiguió dejar en equilibrio gracias a que la cera de ésta se había quedado ligeramente adherida al mimbre. Siguió buscando en aquella caja de cartón hasta que se topó con un libro por el que sobresalía una antigua foto que mostraba de frente a dos personas abrazadas que sonreían a la cámara. Durante unos momentos se quedó mirando esos ojos que le devolvían la mirada desde la imagen y recordó que hacía mucho que ya no la miraban acompañados de esa alegre sonrisa. Situó aquella foto cerca de la vela para que ésta pudiese sujetarla.

Volvió a fijarse en el libro del que había sacado la foto. Estaba en el suelo, abierto por la misma página que ella lo había dejado y con un poco de arena sobre ella, aunque también encontró dentro una pequeña margarita ya seca, que casi ni se acordaba que estuviese allí. Seguía teniendo el mismo tacto suave del día en que se la regaló. Fue el primer día que se habían conocido, él la había cogido para dársela junto con un una sonrisa radiante para hacerla sonreír a ella también, aunque nunca le confesó que había guardado aquella planta de la que ahora intentaba encontrar en vano el olor de su piel. También la colocó junto a la vela para que ésta la cuidase con su suavidad, aunque tuvo que esperar unos instantes a que le dejaran de temblar tanto las manos.

Miró sus temblorosas palmas y no pudo evitar fijarse en el único adorno que tenían sus dedos, un pequeño anillo de plata que, pese a tener ya unos años, aún conservaba su brillo. Se lo quitó para poder examinarlo mejor. En la parte interior se seguían viendo unas finas letras, al parecer el tiempo no había querido borrarlas. Las veces que había mirado esa inscripción siempre había sentido lo mismo, no entendía por qué se regalaban cosas así, no comprendía por qué se regalaban mentiras ni por qué todo el mundo se empeñaba en poner frases que sonasen bien, de esas que en dos días dejaban de ser verdad. Hacía tiempo que su mente cambió esas palabras y ahora sólo leía la realidad. “Cuando repares en esta inscripción será porque ya no te quiero”, pero aquella era una frase demasiado larga, así que quien le regaló la sortija lo acortó el un simple “Te quiero”. Dejó el anillo junto al resto de objetos de la pequeña balsa de mimbre y rebuscó en sus bolsillos hasta encontrar un mechero casi gastado. Prendió con mucho cuidado la vela blanca, ayudándose de su otra mano para que el prácticamente imperceptible viento no la pudiese apagar. La llama fue creciendo hasta conseguir bañar con su luz tanto los objetos como los ojos de la chica, que cada vez brillaban más.

Con suma delicadeza para que nada se pudiese caer, tomó la balsa en sus manos y se acercó al mar y así poder obsequiarle con ella. Se adentró hasta que las aguas acariciaron sus rodillas y, con el mismo pesar de quien comprende que un ser querido tiene que marchar, le entregó la pequeña embarcación llena del pasado. Las olas comenzaron a llevarse todos aquellos recuerdos, pero la vela seguía encendida, quizá como un faro para que ella los pudiese ir a recuperar si quería, aunque pronto pensó que no era así, sino que era su forma de poder guiar su pasado hacia lo más lejano del mar, y poder quedarse sólo con los buenos momentos, con los que merecía la pena recordar con una pequeña sonrisa por el simple hecho de que ocurrieron, mientras que los malos se quedarían allí, entre el horizonte y el Olvido.

domingo, 20 de abril de 2008

A mi querida amiga

Ayer volvió a quedarse en casa a dormir, lleva ya un tiempo haciéndolo. Hace bastante que nos conocimos y, pese a que ella es mucho mayor, no tardamos en caernos bien. Desde entonces se queda en mi casa casi siempre

Por las noches prefiere dormir conmigo, a mi lado y me rodea con sus brazos hasta que amanece. Ella dice que me abraza para protegerme, para que nadie pueda pensar siquiera en hacerme daño. Y por las mañanas siempre está ahí con los ojos ya abiertos, no sé si se despierta antes que yo o si es que no duerme. Pero yo me levanto antes que ella para preparar el desayuno, siempre para dos porque sé que ella llegará de un momento a otro para compartirlo conmigo, igual que compartimos todo.

Desde que la conozco es la única que nunca se ha separado de mí. Estamos juntas en todas partes desde que me levanto hasta que vuelvo a dormir, cada día y sin excepción. No está mal tener siempre a alguien cerca a quien poder contarle lo que me pasa, que me escucha en silencio y espera a que termine antes de dar alguna opinión. Opiniones que siempre son sinceras y objetivas, además con ellas consigue desempañar todos los cristales en los que siempre veo buenos reflejos, ella se encarga de que vea todo tal y como es en realidad y sin ningún tipo de adorno o mentira. Es ella la que, cuando estoy de espaldas, bebe de mi vaso para que al darme la vuelta lo vea medio vacío.

No se puede negar que es demasiado buena conmigo, es difícil encontrar a alguien así. A veces se ausenta unos minutos, puede que incluso días, pero ambas sabemos que acabará volviendo, siempre lo hace. Dice que me quiere demasiado como para abandonarme y yo sé que eso es cierto porque no hace más que demostrármelo día tras día.

Esta noche saldremos seguramente. Habrá dos asientos ocupados en el tren, uno por mí y otro por ella. En cualquier bar habrá que pedir dos copas, una para mí, otra para ella. Y al ir a cenar habrá que reservar una mesa para dos, una en la que quepamos mi soledad y yo.

miércoles, 16 de abril de 2008

El círculo de fuego

Resulta extraño, no recuerdo que hiciese tanto calor al acostarme ni que mi cama fuese tan dura. Aún no he abierto los ojos y mi cabeza ya ha comenzado a dar vueltas, aunque no recuerdo que los somníferos tuviesen este efecto secundario. Dudo que si trato de incorporarme sea capaz de mantener el equilibrio, así que prefiero observar primero lo que hay a mi alrededor. Como si me acabasen de tirar un cubo de agua helada, mi mente parece que se despeja al menos durante unos breves segundos; algo no va bien. A escasos pasos de mí puedo ver la fuente de calor, unas llamas han brotado desde el mismísimo suelo y se elevan hasta una altura de más de dos metros. Sigo el recorrido del fuego con los ojos para intentar saber de dónde viene y cuánto alcanza, pero pronto me doy cuenta que mi mirada acaba de dar una vuelta de 360º y que las llamas no han desaparecido en ningún momento; dibujan un círculo y justo yo soy el centro.

Es hora de levantarse, pero acabo de comprobar que no estoy sobre ninguna cama, es el duro suelo quien me deja reposar el cuerpo. Intento encontrar algo a mi al rededor; nada, no hay absolutamente nada a parte de la bien pulida superficie que me devuelve una imagen borrosa que asemeja a su débil intento por reflejar mi figura. Tampoco consigo ver nada más allá de las llamas, todo es completamente negro a excepción de ese círculo naranja que arde cada vez con mayor intensidad.

Aún puedo percibir los efectos de los somníferos, por eso creo ver doble a veces y soy incapaz de levantarme del todo, así que me siento sobre mis rodillas a esperar que mi cabeza vaya recuperando. El suelo no hace más que centellear a causa de las brillantes llamas, que son las mismas que dan a mi piel un color tostado y que se clavan en mis ojos, obligándome a cerrarlos cada vez que intento visualizar si hay algo tras el círculo.

Una ligera humareda comienza a reptar desde el fondo de las llamas hasta el aire y poco a poco, veo cómo se va condensando de manera atípica. Todo el humo se ha arrejuntado frente a mí creando una especie de capullo que lentamente se va moldeando hasta convertirse en una figura blanca, casi transparente, de rostro difuminado. Pese a estar bastante desdibujada, su cara me resulta vagamente familiar, aunque no sé por qué dentro de mí acaba de crearse una pequeña chispa de ilusión. Una vez formada esta figura, se han formado más capullos que han ido cogiendo diferentes formas, creo que también los conozco.

Siento la necesidad de acercarme a ellos, es como si supiera que me van a proteger y que me darán las esperanzas que me faltan. Doy pequeños pasos, no quiero ahuyentarlos. Extiendo el brazo para poder alcanzar con los dedos la mano de la primera figura, que sigue siendo la más cercana a mí, pero apenas he rozado el humo y todas las siluetas se han desvanecido de inmediato y han traspasado las llamas para volver a formarse en el otro lado. ¿Por qué os vais? ¿Por qué me abandonáis aquí si llevo esperando vuestra llegada tanto tiempo? Echo a correr hasta tener justo en frente la pared de fuego, pero en ese momento las llamas crecen aún más, dejando claro que no me dejarán pasar. Las figuras siguen allí, esperándome pacientes detrás de esta cortina de luz ardiente que me impide llegar hasta ellas. Busco algo cerca para poder apagar el fuego, pero al igual que en el anterior intento, no encuentro absolutamente nada. Pero sigue ahí, a dos pasos de mí, quieren que vaya con ellos, ¿por qué no puedo?

Me retiro ligeramente del círculo casi arrastrando los pies. Necesito encontrarme con ellos. No pienso más, cierro los ojos y echo a correr completamente a ciegas hacia delante, confiando que habrá alguna señal que me indique cuándo he de parar. No tarda en llegar. Mi cuerpo rompe de lleno en la muralla de llamas. Parece una eternidad en la que miles de garras afiladas e incandescentes se incrustan en mi piel destrozándola por completo. Caigo al suelo por culpa del dolor y de haber estado con los ojos cerrados; antes de abrirlos noto que he arrastrado conmigo varias llamas sobre mi espalda que, antes de apagarse, se encargan de abrasar mi piel. Sin levantarme siquiera del suelo, abro los ojos y trato de distinguir cualquier cosa aunque vea todo un poco borroso. Las figuras de humo se ven aún más difuminadas que antes, como si hubiese un velo entre nosotras que evita que las observe con total claridad. Puedo ver frente a mí el pie de la primera silueta y levanto la cabeza para verle el rostro mejor, pero antes de que mi mirada pueda rozarle se desvanece junto con todas las demás. La pequeña chispa de ilusión que creía haber percibido antes se ha diluido por completo dentro de mí. ¿Por qué os vais de nuevo? ¿Por qué no os quedáis conmigo? ¿Por qué me abandonáis? ¿Por qué?

jueves, 10 de abril de 2008

Insonorizado

Tardaron unos segundos en encenderse todas las lámparas fluorescentes del techo una vez pulsado el interruptor. Tras parpadear un momento, todas ellas consiguieron iluminar aquella habitación, permitiendo así poder contemplar su extrañeza, puesto que parecía estar fuera de lugar en la casa. Las paredes, completamente forradas con espejos, creaban resonancias en sus reflejos cada vez que un visitante intentaba mirar a más de un espejo. Tres lámparas dominaban aquel techo lechoso y, aunque ellas mismas brillaban con fuerza, todos sus destellos rebotaban en las paredes de modo que les permitía crear una sensación de mayor luminosidad. El suelo estaba entarimado con madera de ébano lo que conseguía un contraste curioso pero a la vez agradable con el techo. A cualquiera que se encontrase allí dentro sin conocer de antes el lugar le hubiese resultado difícil hallar el modo de salir ya que la puerta estaba camuflada a modo de espejo y solamente un pequeño pomo de bronce podía indicar que estaba allí.

Hacía tiempo que la habitación se había construido para un fin concreto, el de hacer música, puesto que era un lugar completamente insonorizado, lo que resultaba muy útil incluso cuando se quería tocar a las tantas de la madrugada. Pese a todo, hacía ya un par de años que nadie la utilizaba, nadie excepto aquellas manos pálidas y temblorosas que acababan de pulsar el interruptor para poder ver algo allí dentro. Ella no entraba allí a crear ni tocar nada, le había dado otro fin a aquel cuarto, uno que, para ella, en ese momento era mucho más útil. Se quedaba allí todos los días en lo que necesitaba esconderse del mundo y perderse por completo, y al final terminaba encontrándose y enfrentándose a sí misma.

Justo en el medio de la habitación había una silla de madera vieja que ella misma había traído consigo en su anterior visita y que dejó allí olvidada. Tras cerrar la puerta con cuidado e ir casi arrastrando los pies, tomó asiento y cerró los ojos, como si tanta luz le quemara los ojos. Apoyada en el respaldo, echaba la cabeza hacia atrás una y otra vez para encontrar una postura cómoda, pero ninguna de ellas le resultaba lo bastante confortable, por lo que, finalmente, echó todo su cuerpo hacia delante para posarlo sobre sus piernas y se quedó allí boca abajo durante un buen rato, abrazándose la cabeza y tratando de ocultarse en ella. Aunque le fue imposible ocultar esas pequeñas y cristalinas lágrimas que poco a poco caían sobre el ébano.

Una gran punzada en la espalda la avisó de que llevaba demasiado tiempo en aquella postura y que debía cambiarla antes de que el dolor aumentase. Primero levantó la cabeza que ahora, por culpa de haber estado tanto tiempo mirando al suelo, estaba casi totalmente cubierta de mechones oscuros, aunque éstos eran incapaces de crear una cortina lo suficientemente espesa como para no dejar ver sus ojos húmedos y enrojecidos. No necesitó más. En cuanto levantó la cabeza se dio de bruces contra su propio reflejo, lo que consiguió que hundiese todo su cuerpo en la silla y comenzasen a resbalar aún más gotas saladas sobre su rostro.

Ahora sólo quería escapar de allí. Se alzó de su silla tan rápido que tropezó con ésta y cayó al suelo al instante. Incluso desde el suelo y agarrándose el pie dolorido que había chocado contra la silla, miraba de forma desesperada a un lado y a otro en busca del pomo que le indicaba la salida. Pero no lo encontró, sólo veía su reflejo en cada rincón en el que posaba la mirada, nada más, sólo ella por todos lados. Aquello era demasiado, ni siquiera conocía a esa extraña que le devolvía la mirada, ¿o quizá es que la conocía demasiado bien? Quería huir de esa figura que alzaba los ojos para toparse con los suyos al mismo tiempo que ella quería observar si el reflejo seguía allí.
Por fin sacó fuerzas para levantarse del suelo y echó a correr por toda la habitación, pero aquella desconocía no hacía más que interponerse entre la puerta y ella. Paró por un instante y retrocedió para poder pensar en algo. No fueron más que dos o tres segundos de silencio y seguido arremetió contra la figura de los espejos, la golpeó todo cuanto pudo con las manos, pero lo único que notaba era el frío del espejo y el temblor que causaba golpear esas láminas que forraban la habitación. Ya no sabía que hacer. Siguió golpeando durante un buen rato mientras chillaba todo lo alto que podía para que la dejase pasar, aunque su reflejo no estaba dispuesto a ceder.

Estaba tan cansada que los puñetazos fueron perdiendo intensidad y al final dejó que todo su cuerpo se apoyase en la pared y resbalase hasta quedar sentada en el suelo. Esta vez rompió a llorar con muchas más ganas, pero su cuerpo estaba cansado incluso para eso. Tenía frente a ella su reflejo que la miraba con cara triste, aunque a ella le parecía ver odio en aquel monstruo. Quería rendirse pero no sabía si decírselo o no. ¿Iba dejar que esa figura horrible que decía ser ella la ganase? Fue arrastrándose hasta el centro de la habitación hasta llegar donde estaba la silla en la que antes se había sentado.

Reptando lentamente por el respaldo consiguió ponerse de pie ante su reflejo. Inhaló en un solo momento toda la rabia contenida que había en la estancia y la lanzó a gritos, aún más altos que los de antes. “¡Todo es culpa tuya!” La figura no contestó. “¿Por qué no hablas, eh? Defiéndete al menos, joder, es todo tu culpa, siempre lo es, no das más que problemas engendro asqueroso” Pero seguía sin obtener respuesta. Se quedó mirando fijamente aquel rostro, lo analizó por completo, ojos, cejas, nariz…todo, hasta que llegó a los labios. Los estaba observando cuando vio que se torcían formando una especie de sonrisa. Se estaba burlando de ella en su propia cara y eso la hizo enfurecer aún más. Agarró firmemente la silla que tenía al lado y la estrelló contra la pared, dando de lleno a su reflejo. “¡Ríete ahora si puedes!” Varios fragmentos quedaron colgando del espero, pero la mayoría habían saltado a causa del impacto y ahora se hallaban en el suelo. La lámina de espejo se había roto y dejaba ver el color blanco de la pared original, por lo que su reflejo había desaparecido.

Comenzó a acercarse lentamente hasta poder tocar la fría pared, lo que hizo que se sintiera un poco animada, pero poco duró. Pronto llegaron a sus oídos el ruido de cristales rotos bajo sus pies y de forma inconsciente bajó la mirada. Soltó un grito intentando expulsar todas las sensaciones que acababan de volver a ella porque allí estaba de nuevo. Lejos de desaparecer, aquel reflejo monstruoso se había multiplicado por culpa de todos miles de fragmentos que había en el suelo y la miraba con una mezcla de triunfo y odio. La angustia se apoderó de ella y se desplomó sobre el suelo. Notaba pinchazos de los fragmentos a través del pantalón, al ir a coger uno de ellos se cortó en los dedos lo que hizo que soltase de inmediato aquel cristal y se fijase en la sangre que empezaba a brotar de las yemas. Pero su interés pasó al fragmento que se le acababa de caer, en el que aquella extraña figura aún la seguía mirando. ¿Por qué no darle la victoria que se merecía? Al fin y al cabo había ganado y allí tirada, rodeada de cristales, resultaba bastante fácil y razonable concederle esa victoria.

domingo, 6 de abril de 2008

Iraganaren Ibaia

Igual que cada vez que me da por escribir algo parecido a un poema, os dejo debajo la traducción.



Mundua izozten saiatu zinen
beren joatea ez ikustearren,
baina jarraitzen du zure ibaiak
haien odolez betetzen.

Ikusi nahi dituzu berriz,
behin ondoan eduki zenituenak
oin soilik trostan dihoaz
ahantziaren oroimenera.

Hondoetatik altxatu ta
hatzapar zorrotzak sartu
dizkizute bizkarrean
iraganera bultzatuz.

Lehengo pentsamenduak gogoan,
hasi dira larrua erretzen.
Behin hain ziren atseginak!
Zure ibaian zaude itotzen.

Zuk hainbeste erregutzen zeniola
beraien itzulera gauari
garrasi eta negarrez,
hemen daude zu eramateko.
Oin ezingo duzu egin ihes.




Río del Pasado


Intentaste congelar el mundo
por no ver su partida,
pero tu río sigue
llenándose con su sangre.

Quieres volver a verlos,
los que un día tuviste a tu lado
ya sólo cabalgan hacia
el recuerdo del Olvido

Se levantan de las profundidades y
clavan sus afiladas uñas
en tu espalda
empujándote al pasado

Con los pensamientos de antes en la memoria,
han empezado a quemar tu piel.
¡Qué agradables fueron una vez!
Te estás hundiendo en tu propio río.

Tú que tanto suplicabas
a la noche su regreso
entre gritos y lágrimas,
aquí están para llevarte.
Ahora no podrás escapar.

lunes, 31 de marzo de 2008

Sobre comedias románticas

Esto es lo que pasa cuando se me deja pensar demasiado de forma muy pesimista (¿o quizá debería decir realista?)…

El otro día vi una comedia romántica de esas que dos horas después ya no se acuerda una ni del título pero que el argumento siempre se reduce a lo mismo: chico conoce a chica, ambos se idiotizan, luego se mete alguien en medio para darle un poco de emoción a la película y finalmente acaban juntos. Y ya está, esa es la trama de toda comedia romántica. Lo curioso es que si nos fijamos bien, en ninguna de ella veremos que la historia narre algo más después de que los dos protagonistas acaben juntos, en alguna como mucho aparece la boda justo al final con un “y vivieron felices y comieron perdices” y listo, nada más. ¿Alguien se ha preguntado alguna vez cómo siguen todas esas historias? ¿Alguien se atreve a narrarlas? ¿No? Bueno, pues ya lo hago yo.

Partimos justo después de la boda, cuando toda película se acaba mostrándonos qué feliz está todo el mundo. Pues bien, unos seis meses después del acontecimiento, justo cuando ya empiezan a notar lo difícil que será terminar de pagar esa boda, ella se queda embarazada. Entonces él tiene que meter ni sé cuántas horas extras para poder afrontar todo lo que supondrá eso y tras nueve meses, llega el niño. En este momento todavía tiene la estúpida idea de que son o seguirán siendo felices. Pero son casi unos recién casados y el bebé no les ayuda precisamente a su relación de pareja, así que poco a poco se van distanciando y empiezan a aparecer las primeras brechas en esa relación. Pasan los años y ellos siguen hasta el cuello intentando poder pagar todo lo que el niño necesita. Cada vez se hacen más brechas y aumentan las discusiones en la familia porque hay demasiada tensión. En dos tres años les llega el siguiente bombazo: ella se ha quedado de nuevo embarazada. Tienen muchos problemas entre ellos y su economía no está precisamente para tirar cuetes, pero aún así deciden tenerlo, pensando que ese nuevo hijo les ayudará a unirse un poco. Ilusos. ¿Qué pasa después? Pues que unos pocos años más tarde se dan cuenta que todo eso no aguanta en pie ni un minuto más y deciden separarse, así que mandan a ambos niños al psicólogo para intentar que el trauma sea lo más pequeño posible, pero no lo consiguen, se quedan traumatizados para siempre y con unas carencias afectivas bastante importantes. Sigue habiendo más discusiones entre la pareja que se separó porque los dos quieren quedarse con la mayor cantidad de cosas posibles y después de conseguir repartirse todos los bienes que tenían, se acuerdan de que tienen hijos y empieza la disputa por ellos. Da igual quién gane, los hijos aún se traumatizan más, se empiezan a meter en mil problemas diferentes, pero los padres siguen intentando utilizarlos para molestar más al otro. Continua pasando el tiempo y por fin cuando los hijos están más cerca de los treinta que de los veinte, consiguen marcharse de casa y conocen a alguien que ellos denominan como “especial”, se vuelven a idiotizar y juran que no les pasará lo mismo que a sus padres. Pero ellos también son unos ilusos. Claro que volverá todo a ser igual, es una historia que no hace más que repetirse. Y si alguien no me cree, por favor que intente buscar a una pareja que lleven más de diez años casados, con hijos y que encima sean realmente felices. ¿Conocéis a alguien así? Yo no, porque no se acaban las películas como todo el mundo dice, sino con un “y vivieron amargados para siempre y se atragantaron con las perdices”.

jueves, 27 de marzo de 2008

Bajo un cielo estrellado

Hoy pretendía tomarme el día libre para poder comer mi tarta bien a gusto, pero luego se me ocurrió postear este texto como un pequeño regalito para vosotros. La imagen del final es de la película Ghost.


El pasillo estaba oscuro por lo que no pudo evitar alegrarse al llegar a la cocina y ver que estaba ligeramente iluminada gracias a la luz de las farolas que entraban por el cristal. Tampoco necesitaba la luz para guiarse en aquella casa en la que pasaba tantas y tantas horas; abrió la nevera para poder sacar un cartón de leche y calentar un vaso en el microondas. Al de un rato se dio cuenta que lo había dejado calentar demasiado, así que rodeó el recipiente con sus manos para que éstas se templasen mientras ella esperaba. Ojeó su alrededor de forma distraída hasta que sus ojos se toparon con la figura que estaba apoyada en la barandilla del balcón observando el cielo de aquella noche. Se acercó sigilosamente a la puerta del balcón y dio unos pequeños golpes, como quien llama a la puerta de una habitación pidiendo permiso para entrar.

-¿Se puede?
-Ey, hola, claro, pasa. Espero no haberte despertado al levantarme.
-No, es que no podía dormir.

Dejó el vaso de leche en la encimera y salió al balcón para ser gratamente recibida por la cálida brisa de verano de aquella noche. Se acercó a él despacio, a su espalda y le fue imposible evitar rodear su cuerpo con los brazos, de forma que sus mejillas quedaron perfectamente acopladas bajo los hombros de él.

-¿Estás bien?
-Sí, no te preocupes. Tenía ganas de abrazarte.- cerró los ojos por unos instantes, con el único propósito de poder sentir cómo respiraba.

Una sonrisa de cariño afloró en el rostro de él y a modo de respuesta, tomó sus manos con firmeza pero con una gran suavidad para poder dedicarse a acariciarlas. Era algo que siempre le había encantado hacer porque cada vez encontraba esas delicadas manos aún más sutiles y acogedoras. Segundos después se valió de sus propias manos para separar muy despacio los brazos que le rodeaban y conseguir que la dueña de aquellas palmas se deslizase hacia delante y, tras colocarla de espaldas frente a él, la envolvió entre sus brazos con seguridad, como si estuviese decidido a no dejar ni una sola posibilidad de que ella se cayese. La besó despacio en la mejilla, luego se retiró ligeramente para poder estar más cerca de su oído, lo que le invitaba a susurrarle cuanto dijese y así ser capaz de crear entre ellos una atmósfera de más ternura aún. Sin apenas soltarla, señaló hacia arriba:

-¿Mira, ves cuántas estrellas hay hoy en el cielo? Se dice que hay noches en las que la Luna desaparece del cielo para ir en busca de su amado Sol y que, mientras, las estrellas se ocupan de cuidarnos hasta que su pequeña amiga plateada regrese.
-¿Esa historia la inventaste tú?
-Son historias antiguas, algunas de cuando nació la Tierra.
-¿Y te sabes más? Me gustaría mucho poder escucharlas.
-Me sé varias más, pero creo que es mejor que cuando regrese, le pidas a la Luna que nos las cuente, ella las narra mucho mejor que yo.

Ambos se quedaron observando el cielo durante unos instantes y después ella giró suavemente sobre sí misma intentando seguir envuelta en él, pero pudiendo así verle la cara directamente. Desde que había aparecido en el balcón se notaba que estaba realmente alegre y eso era algo que no había pasado desapercibido para él.

-¿A qué se debe que estés tan sonriente hoy?- preguntó él con un tono divertido y amable.
-Será que consigues que sea feliz.- había una gran sonrisa llena de amor sobre sus labios al soltar esas palabras que, junto con lo que había dicho, consiguieron que él se sintiese aún más querido en aquel momento.

La estrechó todavía más entre sus brazos, vio que ella le miraba con esos ojos brillantes llenos de pureza e inocencia que parecía que a cada segundo se iluminaban un poco más, como si fuese su forma de decirle que le quería. Bajó sus labios hasta poder rozar los de ella, ni siquiera lo pensó, no tuvo que hacerlo, sólo quería dejarse llevar por todas aquellas sensaciones y sentimientos que surgían cada vez que estaban juntos. Y allí se quedaron, mientras todo el mundo dormía, bajo un marco de luces celestes, arropados por ese delicado manto de sentimientos que tanto les gustaba tejer.

martes, 25 de marzo de 2008

Llantos de Vela

Confieso que este texto es realmente raro...
Esta noche la Luna se vuelve de barro, sola, frágil y olvidada, llora sardinas de latón que se disuelven en la fuente ya seca que un día fue anfitriona de tan dulces ríos de vino tinto, pero que hoy no conserva ni una fugaz chispa etílica.

Desde la ventana, un búho encadenado me vigila y me reprocha, picotea mis palabras envueltas en un susurro como si fuesen margaritas que deshoja a su paso. Dice que no las despelleja deprisa por temor a que me rompa, después funde las bombillas para que la oscuridad me alumbre y al final me acaba matando tan despacio.

Pintaste las paredes de mentiras y para ocultarlas quisiste empapelarlas con periódico y mortajas, pero el Tiempo a llorado demasiado y ahora se manchan de tinta china, empapándolas de secretos olvidados como fragmentos de cuchillas que se clavan bajo las uñas. Los espejos de la habitación reflejan lo invisible para que el eco de los nocturnos escorpiones de plata haga su aparición entre ambos porque las paredes que un día pintaste de gris ahora el hielo las tiñe de negro.

Los gritos del silencio devoran la noche advirtiéndome que estas ásperas caricias sólo significan que estoy en una ilusión tatuada en el aire por el cálido humo de esa vela encendida que llora lágrimas de cera al darse cuenta que se consume por intentar avivar un fuego que nunca llegará a encender tu corazón.

domingo, 16 de marzo de 2008

Devorar

Llevaba horas leyendo aquel libro, aunque pronto se dio cuenta que había llegado al final de esa última página sin prestar atención a ni una sola de las palabras que estaba leyendo. Volvió al inicio de la página intentando obligarse a sí misma a concentrarse en lo que decía cada frase, pero cada dos por tres sus ojos se distraían y su atención se disipaba por la habitación. Lo notaba, estaba nerviosa y mucho además. Una de sus piernas comenzó a temblar levemente, como si toda su ansiedad se hubiera concentrado en un solo punto del cuerpo, aunque la agitación no tardó en extenderse a la otra pierna, a las manos hasta conquistar todo su cuerpo e intensificarse se manera alarmante. Necesitaba calmarse, tanto su cuerpo como su mente se lo pedían a gritos y sólo sabía una forma de tal ansiedad se esfumase.

Soltó el libro de repente sin molestarse si quiera en marcar la página en la que iba y saltó rápidamente de la cama para dirigirse de forma apresurada a la cocina. Una vez dentro fue directamente al armario donde guardaban todos aquellos alimentos que no necesitaban mantenerse en la nevera. Se sentó en el suelo, abrió las puertas y sin pensarlo comenzó a sacar toda la comida que encontraba allí dentro. No se molestó en llevarla a la mesa para poder comer cuanto sacaba, no, no quería esperar tanto, no podía esperar tanto, abrió un paquete de galletas y empezó a engullirlas de dos en dos, tragándoselas sin apenas masticar. Aquel primer mordisco hizo que todo su cuerpo se relajase de golpe para disfrutar del sabor que acababa de introducir en su cuerpo, pero la calma no duró mucho, sus manos comenzaron a convulsionar nuevamente, por lo que tuvo que coger más alimentos que llevarse a la boca. Galletas, patatas fritas, chocolate, algún que otro dulce que había para los postres…no podía dejar de ingerirlas a toda prisa. Apenas había empezado a comer una cosa, que ya estaba abriendo el paquete que separaba su calma de su boca.

Pasó cerca de veinte minutos devorando todo cuanto encontró en aquel armario, hasta que finalmente consiguió dejar de temblar. Miró a su alrededor, tanto el suelo como su camiseta estaban llenas de paquetes de plástico y migas que no se había ni molestado en retirar mientras comía. Se levantó despacio sacudiendo sus prendas y pronto se topó con su propio rostro reflejado en el cristal de la puerta del balcón. Aunque se veía algo borroso no pudo soportarlo y tuvo que echar a correr hacia el baño.

Cerró la puerta de madera tras de sí, mientras se apoyaba en ella y dejaba que su espalda se resbalase hacia el suelo por culpa del barniz. En ese momento se dio cuenta que tenía las manos manchadas por la comida, lo que provocó que las convulsiones y el descontrol volvieran a apoderarse de ella. Quería pararlo, dejar de sentirse así, hasta agarró su cabeza para que sus brazos quedasen aprisionados entre ésta y sus piernas para intentar que parasen los temblores, pero aquello era más fuerte que ella. En un último intento de pararlo se levantó, abrió el grifo y metió la cabeza en él como pudo y al parecer el agua fría y todas sus lágrimas decidieron otorgarle una tregua a su malestar.

Secó su cara con la toalla más cercana que encontró. Lentamente alzó su rostro hasta poder contemplarlo en el espejo; ahí seguía, el mismo reflejo que le había devuelto la mirada en el cristal de la puerta del balcón. Le pareció frío, horrible, incluso repugnante. Vio cómo su reflejo movía los labios y la gritaba con odio “¡Das asco!”. No podía más, no lo aguantó, giró sobre sí misma para así poder subir la tapa del retrete y esperó a que las nauseas que le producían su propia imagen le ahorrasen trabajo, pero no fue así. No esperó más, introdujo sus delgados dedos temblorosos por la boca hasta lo más hondo que le fue posible. Al principio no pasó nada, sólo conseguía que toda la saliva que no estaba tragando cayese al agua, pero pronto su garganta y su estómago reaccionaron, de manera que todo lo que había comido antes se dio de bruces con el mismo destino que había tenido su saliva. Aunque expulsó todo lo que había ingerido, no paró ahí, volvió a meter sus dedos, esta vez con más decisión, dispuesta a arrojar incluso sus tripas si hacía falta.

Tras un rato volvió a sentarse en el suelo, con la espalda apoyada en la bañera, estaba demasiado cansada como para moverse de allí. Miró su mano derecha y pudo comprobar que se habían abierto de nuevo las heridas que siempre se hacía al raspar sus dientes con el dorso de la mano, justo a la altura de los nudillos. Le dolía la garganta al tragar y estaba a todo sudar del esfuerzo que había hecho, pero le daba igual, ahora se sentía mucho mejor. Ya estaba tranquila, calmada, al menos hasta que la ansiedad volviera a apoderarse por completo de ella para hacer que perdiese el control.

sábado, 8 de marzo de 2008

Desconocidos

Cada día nos topamos en nuestro camino con cientos de desconocidos en los que nunca reparamos lo más mínimo. En el tren, en la calle, en la tienda donde vamos a comprar a diario, pero ¿y si alguien se diera cuenta al fin de que muchas veces vemos a los mismos desconocidos en diferentes lugares? Esta historia comienza justo ahí…

Jueves 7:30 de la mañana, algunos rezagados se aferraban a sus sueños como podían mientras que otros ya hacía un par de horas que habían amanecido y se dirigían al metro para así dar comienzo a su larga jornada. Como cada mañana sobre esa hora, el andén estaba completamente abarrotado de gente de todo tipo: varios con maletines, otros con mochilas y apuntes en las manos, unos pocos con bolsas de plástico y el pan recién horneado…Todos esperando al siempre puntual metro que ya se oía a lo lejos cómo iba llegando. Al de pocos segundos se abrieron las puertas permitiendo el paso de la muchedumbre que, poco a poco, iban llenando los asientos.

Comenzó a sonar un pitido intermitente indicando el inminente cierre de las puertas. Justo en ese momento aparecía un joven bajando a toda prisa las escaleras que desembocaban en el andén. Con un ágil movimiento consiguió entrar en el vagón y buscar algo a lo que aferrarse para no perder el equilibrio en el poco espacio que le dejaban los demás.

Al igual que hacía en todos sus viajes, sacó de su mochila los auriculares que conectaban con el reproductor de música que aún seguía en el interior, e intentó que su mente se alejase un poco más de la realidad, al menos en lo que duraba el trayecto.

No tardó mucho en desconectar de las voces que le rodeaban, ni siquiera se inmutaba cada vez que, en una nueva parada, las puertas del vagón se abrían permitiendo el intercambio tanto de personas como de la fría corriente típica de la época. Pero en la siguiente parada algo llamó su atención. Junto con todos los desconocidos entró una chica que le resultaba familiar, aunque realmente no recordaba dónde la había visto. Ella se sentó en un asiento al lado de la puerta que acababa de quedar libre y él aprovechó para poder observarla en silencio sin que ella se percatara lo más mínimo.

No era mucho más joven que él, quizá un año, poco más. Iba lo suficientemente abrigada con un jersey marrón y una falda larga como para no pasar frío incluso con el día de invierno que hacía. Llevaba varias hojas perfectamente resguardadas en lo que seguro era su cuaderno de apuntes. Nada más sentarse sus ojos se perdieron a través del cristal, sin ningún interés en reparar en el resto del vagón.

De pronto le vino el recuerdo a la cabeza, ya sabía dónde la había visto. La recordaba con atuendos diferentes, pero con los mismos ojos grises tan llamativos. Se habían cruzado en el autobús más de una vez, incluso creía habérsela encontrado en la cafetería junto con alguna amiga el día anterior. Y ahora que realmente se fijaba en ella, le parecía que siempre coincidían en el metro, sólo que ella entraba tres paradas después que él.

Le entró la curiosidad de descubrir si ella también se había dado cuenta de esas coincidencias y se dispuso a averiguarlo. Así pues soltó la barra metálica a la que iba sujeto desde hacía unos minutos, dejó que los auriculares colgaran de su mochila y se aproximó a ella.

-Disculpe señorita, ¿me está usted siguiendo?- acompañó la extraña pregunta con una divertida sonrisa, intentando que ella no fuese a tomarle de buenas a primeras por un loco, pero al menos consiguió sacarla de su ensimismamiento y que posara sus bellos ojos en los de él. Al ver que no estaba muy segura de lo que debía responder, él prosiguió- Lo digo porque llevo días encontrándome contigo, primero en el autobús…luego en la cafetería…hoy en el metro…

-Entonces quizá yo también podría preguntarte lo mismo.- su voz sonó jocosa, nada cortante, dando a entender que sentía una gran curiosidad por saber cómo continuaría esa conversación.

-Yo soy Alex.- le tendió la mano.

-Clara- le resultaba divertido que alguien se presentara dándole la mano en vez de los dos besos típicos en las mejillas a modo de saludo. Junto con una discreta sonrisa cerró el apretón de manos y ambos llegaron a comprobar la calidez de la piel del otro.

-¿Y qué es lo que atrae a Clara hasta las profundidades de la Tierra a coger el metro?- se apoyó en el cristal de la puesta dispuesto a no dejar la conversación en un simple saludo.

-Pues obligación y gusto al mismo tiempo. Obligación porque hay días en los que ni me molestaría en levantarme con el día que hace, y gusto porque soy una apasionada de las ciencias y es justo lo que estudio. ¿Y al chico que utiliza la música para alejarse de todo?- él no pudo ocultar un gesto de asombro ante tal comentario, por lo que ella señaló los auriculares que seguían colgando de la mochila y explicó- Quizá no seas el único que se dedica a observar a los demás sin que se enteren.

Soltó esta última frase sin darle ningún tipo de importancia, como quien comenta el tiempo que hace, aunque sabía que tendría reacción en su oyente. Él se asombró aún más y sonrió con admiración, igual que un niño que acaba de entender que su abuelo le ha vuelto a ganar jugando al ajedrez. Sólo pudo musitar un “Vaya, impresionante” y aceptar esa primera derrota. Aunque lejos de avergonzarse porque ella le hubiese descubierto mirándola, se divirtió aún más y quiso seguir con esa especie de juego que había comenzado él, pero en el que claramente ahora jugaban los dos.

- A mí es que me gusta pasarme el día viajando en el metro para encontrar por casualidad a chicas de ojos grises que al parecer me persiguen a todas partes.- ambos intercambiaron una sonrisa de complicidad.- Así que ciencias, ¿eh? Entonces, ¿eres el tipo de persona que busca una explicación para absolutamente todo o eso es sólo un tópico?

-Más o menos.- esta vez fue ella quien se sorprendió de la pregunta.

-¿Crees en la magia?- él se apresuró a seguir preguntando al creer que había creado un cierta molestia en ella. Mientras, sacó una baraja de la mochila.

-¿No sólo te dedicas a viajar en metro sin ninguna razón, si no que también eres mago?- cada vez le resultaba más cómico e interesante aquel tipo con el que hablaba.

-Sólo en mis ratos libres.- comenzó a barajar las cartas de forma muy hábil- Piensa en una carta, da igual cual, la primera que te venga a la mente. ¿Ya?- tras unos instantes ella asintió- Veamos…no, esa carta no me gusta, mejor piensa en otra.- ella soltó una gran carcajada y volvió a asentir una vez elegida su nueva carta.- Bueno…vale…esa ya me gusta un poco más.

Terminó de barajar y con un gesto le indicó que pusiera el cuaderno que aún llevaba en las manos sobre sus piernas para poder utilizarlo como soporte. Acto seguido eligió tres cartas al azar y las colocó boca abajo sobre la mesa recién improvisada.

-Levanta las cartas una a una lo suficiente como para que puedas ver cual es, pero sigue dejándolas boca abajo.

Ella obedeció, lentamente fue mirando las cartas que él había dejado sobre su cuaderno…el siete de copas…el rey de espadas…la sota de oros, y al final, con aire triunfal dijo:

-Vaya…me parece que tendrás que practicar más. No es ninguna de ellas.

-¿Qué? No es posible.- agachó ligeramente la cabeza, decepcionado consigo mismo- ¿Cuál pensaste?

-El As de picas.

-Claro, ¿así como voy a acertar? Yo con una baraja española y tú pensando en una carta francesa…La próxima vez tendré que especificar de qué baraja hay que elegir la carta…- miró un instante por el cristal- Esta es mi parada.

En unos segundos todos los que iban a bajarse en aquella estación se levantaron, preparándose para salir en cuanto se abrieran las puertas.

-Quédate con las tres cartas, así la próxima vez que nos encontremos por casualidad me las podrás devolver.- las puertas del metro se abrieron- Creo que la del medio te interesará más que las otras.

El comentario le sonó muy extraño por lo que cogió rápidamente y miró la carta del medio que aún seguía boca abajo. Le invadieron de pronto sensaciones de emoción, admiración y asombro al ver ante ella ese As de picas en el que había pensado. Aunque tampoco pudo disimular su sorpresa al encontrarse bajo ese As un número de 9 cifras escrito con rotulador negro. Giró la carta para que él pudiese verla, como diciendo “¿Anda, y esto?”. Las puertas estaban a punto de cerrarse, él esbozó una sonrisa y finalmente dijo:

-Por si se dejan de dar estas casualidades.- y con un gesto de mano en forma de despedida salió del vagón para diluirse entre la gente.

Ella permaneció sentada aún con la boca abierta sin saber cómo pudo haber cambiado la carta sin que ella se diera cuenta. Miró sonriente el número de teléfono que seguía en su mano y deseó no tener que utilizarlo porque esas casualidades comenzaban a gustarle y mucho.

domingo, 2 de marzo de 2008

Por si volvieras

Qué mejor que una canción para poder expresar lo que no sé poner en palabras. Es un tema de Pastora Soler que últimamente escucho mucho en la radio, os dejo en enlace abajo, espero que os guste.
Cada noche hay una rosa en la cama, por si volvieras…
No he cambiado ni una cosa de lugar, por si volvieras.
Le he pedido a Dios, que no sufra de amargura,
Que esa aventura que él empezó, no se le haga tan dura,
Como mis besos que aún lo desean, y me arañan la boca por ser tan idiota de quererlo aún más.


Por si volvieras aún me queda en una esquina,
La esperanza que retrasa mi condena,
Por si volvieras aún me queda ese silencio,
Y esas manos que una vez fueron las mías.
Por si volvieras, por si quieres enredarte una vez más entre mi cuerpo,
Hay tantos besos y promesas, presumiendo de grandeza,
Que hoy mendigan sin rumbo por las calles desiertas.


Y te inventaré despierta cada día, por si volvieras,
Hoy no quemaré tus fotos en la hoguera, por si volvieras,
Que no me cansaría de esperarte, aunque muera cada día,
Que lenta agonía si no estás aquí qué me importa la vida,
Y qué me importa ahora enfrentarme a tener que perderte entre rejas y olvidos, por amarte aún más…


Por si volvieras aún me queda en una esquina,
La esperanza que retrasa mi condena,
Por si volvieras aún me queda ese silencio,
Y esas manos que una vez fueron las mías.
Por si volvieras, por si quieres enredarte una vez más entre mi cuerpo,
Hay tantos besos y promesas, presumiendo de grandeza,
Que hoy mendigan sin rumbo por calles desiertas…

Por si volvieras, por si quieres enredarte una vez más entre mi cuerpo,
Hay tantos besos y promesas, presumiendo de grandeza,
Que hoy mendigan sin rumbo por calles desiertas…

Por si volvieras…

miércoles, 27 de febrero de 2008

Vientos del Norte

Hacía poco que los rayos del Sol habían asomado por el horizonte inundando así de luz toda la playa. Gracias a esa calidez algún que otro pájaro madrugador ya se posaba sobre la orilla esperando a que las aguas humedeciesen la arena. No eran los únicos que estaban allí tan temprano. Una joven muchacha de ojos tristes entraba justo en ese momento a la playa con un vestido blanco muy fino, no demasiado adecuado para las fechas que eran y con los zapatos en la mano para poder mantener el equilibrio sobre los montículos de diminutas partículas.

Al poco de su llegada una ligera brisa la envolvió, acariciando así todo su cuerpo y rozando de forma jocosa su delicado rostro, y pudo escuchar una leve voz susurrándole al oído, “¿Bailas?” “¿Qué? No, no sé bailar” “No te creo. Vamos, es muy fácil, incluso divertido. Dame la mano y déjate llevar.” Pasó por debajo de su mano, acariciándola y consiguiendo que ésta se alzase ligeramente, como si realmente alguien la estuviese sujetando. Ella no hacía más que mirar a un lado y al otro para comprobar que nadie más los observaba, no estaba demasiado segura, pero al ver el entusiasmo de su extraño compañero de baile comenzó a mover los pies tímidamente. A penas removía la arena con sus pasos y seguía manteniendo los brazos muy pegados al cuerpo como si eso fuese a hacer que se la viera menos. El viento no pudo evitar soltar una carcajada al darse cuenta de la vergüenza que habitaba en su nueva amiga; la soltó de modo que ella pensara que se había dado por vencido en su intento de hacerla bailar, pero seguido cogió impulso y se deslizó con decisión rodeando su cintura para hacerla girar sobre sí misma. Esto hizo que ella perdiese el equilibrio, por lo que cayó sobre la fina arena, aunque no le produjo ningún tipo de daño, si no todo lo contrario, por alguna extraña razón comenzó a reírse sin poder parar hasta que tuvo que detenerse para coger aire.

Se levantó hábilmente aún con la inmensa sonrisa dibujada en la cara; su mirada buscó rápidamente al viento que seguía danzando por toda la playa. Éste lo entendió a la perfección, esta vez realmente quería bailar, así que no se hizo de rogar. Volvió hasta ella y empezaron a moverse de forma muy alegre. Ella giraba sobre sí misma sin parar, con los brazos extendidos y el rostro orientado hacia el cielo mientras que el viento volaba casi al ras del suelo consiguiendo crear pequeños remolinos de arena. De vez en cuando volvía a cogerla de la mano para que bailasen juntos y otras se movía cerca de ella consiguiendo que su fino vestido blanco cogiese algo de vuelo.

Después se le ocurrió, ¿por qué iban a ser felices sólo ellos dos? ¿por qué no hacer bailar a alguien más? Dejó que ella siguiese bailando y mientras corrió hasta la orilla del mar para hacer que todas las aves se moviesen. Lo consiguió de casi de inmediato; pronto hubo una gran bandada de pájaros revoloteando por toda la extensión de la playa cantando alegremente para animar la fiesta improvisada que se le había antojado al viento.

El mar quiso sumarse a la velada aportando su agua por lo que permitió que el aire llevase un gran número de gotas y las arrojase sobre la pequeña bailarina, de forma que pareciesen diminutos cristales brillando sin cesar e iluminando la figura de la chica, aunque no consiguieron iluminar más que su mirada. Ella se sentía cada vez más feliz, más de lo que se había sentido en muchísimo tiempo. Le parecía que en cualquier momento podría unirse a todas las aves del cielo y volar junto a ellas creando hermosas figuras sobre el fondo azul. Ya le daban igual sus miedos, sus vergüenzas y todo ese tipo de cosas que sólo conseguían que estuviese triste, era tiempo de reír hasta que se le saltaran las lágrimas y parar únicamente para poder respirar. Había llegado el momento de disfrutar de las cosas que hacía, de que no le importase lo que pensaran los demás ni lo que pudiesen decir sobre ella. En ese instante el mundo la había invitado a bailar y ella quería aceptar.

Gente que paseaba cerca de la playa se había parado al ver a esa alocada muchacha que bailaba y reía sola sobre la arena. Pronto ella se dio cuenta de la presencia de los nuevos espectadores, incluso de sus miradas atónitas y alteradas, a las que respondió con una sonrisa aún mayor, una carcajada que sólo podía denotar una infinita felicidad y un aumento de sus movimientos. El viento seguía tan alborotado que no se había percatado que los contemplaban, por eso decidió comunicárselo. “Viento, mira, nos observan.” “Qué más da. Mira a tu alrededor, las aves se divierten bailando a tu ritmo, el mar ha querido que brilles aún más y el Sol está dirigiendo todos sus rayos dorados hacía ti para enfocarte. Hoy la protagonista eres tú y lo que opinen los demás no importa.”