“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

viernes, 27 de marzo de 2009

La vida sigue igual


Todos los años, al llegar el 27 de marzo, mi contador vital garabatea una nueva cifra sobre la anterior, pero esta vez es diferente ya que varían ambos números.

Podría comenzar a enumerar la cantidad de cosas que han cambiado hasta ahora y no acabaría nunca, aunque si echo otro vistazo hacia atrás, resulta que en realidad, a rasgos generales todo permanece en el mismo lugar. ¿Cambiar para seguir igual? No sé, es sólo que no lo entiendo.

El mundo no se parará hoy por mucho que para mí sea un día especial (¿realmente lo es?), pero eso ya lo sabía, al fin y al cabo, la vida sigue igual.

viernes, 13 de marzo de 2009

Alas de libertad

“Algunas cárceles tienen paredes de papel pintado.”


Era como si la presión dentro de la casa se hiciese cada vez más y más grande. El fondo del pasillo comenzó a distorsionarse hasta el punto de parecer un enorme agujero negro. Aquella boca estaba decidida a engullir todo el pasillo para llegar hasta ella. Las paredes más próximas a ella comenzaron a temblar, cada vez de forma más compulsiva y la alfombra que cubría toda la madera del pasillo se levantó para dar inicio a un terrorífico baile que la hacía parecer la hambrienta lengua de aquel agujero distorsionado. Aquella serpiente de movimientos iba acercándose a ella sin remedio.

Tardó varios segundos en asimilar y reaccionar. Consiguió que sus pies la obedecieran a tiempo para no ser ella misma el postre de aquel festín. Recorrió lo poco que quedaba de pasillo, entró en la cocina y cerró la puerta de un golpe. Esperaba que eso bastara para cesar el hambre de la casa, pero no fue así, pronto la puerta y los azulejos de alrededor formaron parte de la boca engullidora.

Caminaba hacia atrás, sin poder dejar de mirar el agujero negro que iba creciendo. Notó algo sólido y frío tras de sí. La manilla del balcón. La agarró con fuerza y en un rápido movimiento tiró de ella para abrirla y se encerró en el balcón Tras respirar varias veces con fuerza, abrió los ojos.

Mirando a través del cristal todo estaba tranquilo en el interior de la casa. O había nada que se estuviese moviendo o desapareciendo, la puerta permanecía perfectamente cerrada, tal y como ella la había dejado y ningún ruido daba a entender que la casa fuese a ser engullida.

Siempre le pasaba. El aire fresco la hacía volver en sí, al mundo real, conseguía que la fuerza negativa producida por esas cuatro paredes no le afectase. Se sentó en el suelo, arrimando la cara lo máximo posible a las rejas, para poder ver mejor el paisaje. Todo verde, absolutamente todo. Algún que otro color de las flores se infiltraba de vez en cuando entre la hierba, pero por lo demás era un mar verde. A lo lejos, se conseguía divisar un muro que limitaba la llanura; estaba allí desde que era capaz de recordar, al igual que el pequeño boquete que tenía en el medio. Nunca había sabido si aquel agujero era realmente pequeño o si era la visión que obtenía de él desde su balcón, aunque no le importaba gran cosa, pues tanto si era grande como pequeño, a ella siempre le servía de puerta hacia el mundo de la irrealidad.

Era increíblemente fácil respirar sueños desde allí, cerrar los ojos y al volver a abrirlos toparse con la hermosura del aire contoneándose frente a ella, invitándola a volar. Cuántas veces había imaginado que, justo en el mismo instante en el que el viento le tendía la mano, en su espalda crecían delicadas alas que la hacían levitar hasta llegar a la altura de la barandilla y posarse suavemente sobre ésta. Después, como si no pesase ni un solo gramo, se dejaba caer, pero no existía la velocidad, sino en contoneo de una pluma; y antes de llegar al suelo, abría por completo sus alas para cambiar de dirección y dirigirse a aquella hermosa campa que la llamaba sin cesar.

Bailar con los pájaros sin apenas posarse sobre una brizna de hierba resultaba tan relajante; al igual que saludar al sol y que éste le devolviera el saludo acariciándola con sus cálidos rayos. Tras pasar un rato recorriendo el campo, al final la encontraba, allí cada vez más próxima a ella, la única brecha que existía en su prisión, el único punto por el que su cárcel se hacía vulnerable. Y lo atravesaba. Tan pronto como pasaba al otro lado, el aire volvía a cambiar de aroma hasta que todo su ser saboreaba la libertad, el ancho mundo por descubrir, la inmensidad.

Arrugó la nariz, la brisa ya no era fresca, sino que se había tornado turbia y pesante. Le resultó imposible mantenerse en su fantasía y finalmente tuvo que abrir los ojos, para contemplar muy a su pesar, que su cuerpo no se había movido ni un ápice, seguía sentada en su balcón, observando desde los barrotes cómo la llamaba la libertar. ¿Pero por qué tenía que quedarse allí en el suelo como había hecho siempre?

Miró atrás, al interior de la casa que parecía amenazarla con cada azulejo, puerta y armario; seguido se giró hacia el ancho mar verde que la esperaba. No había nada más que pensar. Con menos gracia que la que le daban sus sueños se subió al balcón e hizo lo que siempre soñaba hacer, dejarse caer, sólo que en aquella ocasión, sus alas no se abrieron.

jueves, 5 de marzo de 2009

La noche que la Luna salió tarde

El título se debe a la canción que escuchaba mientras el texto surgió en mi mente.


La medida del tiempo siempre se diluía con la corriente del riachuelo, sólo para ellos, cada vez que pasaban en aquel claro varias horas. Allí, con un majestuoso roble ofreciéndoles su tronco y sus raíces como hamaca, les resultaba imposible saber si estaba a punto de amanecer o si, por el contrario, hacía poco que la luna visitaba el cielo.

La noche transcurría entre sonrisas y miradas que permitían que la eternidad ocupara cada segundo y la conversación había rozado tantos y tantos temas que apenas podían recordarlos. En una pequeña pausa en la que las sonrisas se instalaron en el instante, ella aprovechó para preguntar:

- ¿Me quieres?

Él, con su rostro más cálido y perfecto, clavó sus ojos en los de ella, sonrió y volvió a dirigir su mirada hacía el oscuro cielo.

- ¿Alguna vez has escuchado cómo el mar canta a la Luna? ¿O cómo el viento acaricia la tierra?- la rodeó entre sus brazos esperando una respuesta que ya conocía.

- No.- agudizó sus oídos; sabía perfectamente que de aquellas preguntas acabaría aprendiendo algo interesante.

Se giró hacia ella, colocó con suavidad los dedos sobre su frente y los deslizó con cuidado hasta cerrarle los párpados.

- Cierra los ojos y escucha.

Se zambulló en el silencio y la paz que le proporcionaba la oscuridad; comenzó a escuchar. Pronto el silencio dio paso a numerosos sonidos que necesitó desmenuzar para llegar a discernirlos en su totalidad.

Lo primero que llegó a sus oídos fue el murmullo fresco y alegre del riachuelo al golpear con suavidad las piedras que encontraba a su camino. El silbido de la brisa no era lo suficientemente fuerte como para eclipsar el susurro que creaban los grillos al rozar sus patas. Hubo un instante en el que incluso le pareció percibir el crujido de la hierba que crecía poco a poco o incluso el rumor de los insectos el deslizarse por la tierra. Pero ante todo, le escuchaba a él, su respiración pausada y no tardo en reparar en sus latidos; sístole y diástole, casi tan precisos como un reloj. Sus propias palpitaciones también se unieron a esa melodía nocturna tan especial que había logrado advertir.

Pero en aquel momento todos los demás sonidos se convirtieron en poco más que sombras, frente al claro golpeteo de su corazón y por primera vez aquella noche sus latidos formularon la misma pregunta que ella minutos atrás, “¿Me quieres?”, a lo que el corazón de su compañero respondió “Te quiero”.