“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

jueves, 4 de marzo de 2010

El sótano de la entelequia (Parte final)

Aquel sótano estaba lleno de polvo por todos lados, paredes de piedra fría y un par de ventanas pequeñas que permitían alumbrar un poco el lugar. A un lado había varios grifos alineados, que por su aspecto viejo y oxidado cualquiera diría que no se habían abierto desde hacía bastante. Uno de ellos tenía algo brillante en la boca, ella se acercó, era una minúscula gota de agua que luchaba por no precipitarse, pero no lo consiguió; un casi inaudible “plop” fueron sus últimos gritos.

Parece que ese rasgar de silencio atrajo a los demás sonidos que habían permanecido escondidos, a la espera. Se movieron con agilidad por los tubos de la pared que conducían a los grifos y allí, en su boca se concentraron. No se lo pensó mucho, tenía demasiada curiosidad, le costó hacer girar la llave oxidada que daba paso al agua, pero al final lo consiguió, sólo que no salía agua, o no lo parecía al menos. Al principio con timidez, luego llegó la fuerza del chorro, comenzó a salir un líquido (que si no hubiese metido el dedo jamás hubiese pensado que lo era) tan brillante que recordaba a las lámparas fluorescentes. Tenía un tono anaranjado precioso, casi hipnotizante, y en cuanto se fijó un poco los vio allí dentro del agua, dos figuras entrelazadas por las manos, una de ellas con un vestido de vuelo precioso, la otra con traje, no se les apreciaban las caras pero sin ninguna duda eran dos personitas bailando un vals. Entonces volvió a escuchar aquellos sonidos, los zapatos, claro ¿cómo no?, el ruido de sus zapatos al moverse eran los culpables del ritmo que había estado persiguiendo.

Miró los demás grifos, también tenía curiosidad por saber qué ocurriría con ellos, algo la empujaba hacia ellos. Giró las llaves, esta vez le costó menos que la primera, o quizá es que ya se había concienciado de lo oxidadas que estaban y de que tenía que hacer más fuerza. Se maravilló antes incluso de terminar de girarlas todas. Igual que en el primero, de estos grifos chorreó líquido, pero no era anaranjado, de cada uno salía agua de colores distintos, todos increíblemente vivos y alegres, los había verdes, azules, amarillos, rosados; y en todos ellos unas figuras bailando. Unos danzaban con la pasión de un tango, los de al lado permanecían sumidos en los pasos del merengue envueltos en agua verde; todos se sabían sus movimientos, los ritmos diferentes llevaban el sótano sin ningún tipo de timidez.

Poco a poco la rejilla que impedía que se encharcase el suelo se fue llenando, así que todos los colores se fusionaron en el suelo y a medida que el agua invadía territorio, la pista de baile se ensanchaba. Podía ver a todas las parejas de baile ocupando el mayor espacio posible sin que ninguna chocara. Quizá fue que las paredes sintieron envidia o que de lo viejas que eran absorbían la humedad con demasiada facilidad, pero los colores comenzaron también a trepar por ellas, los bailes se multiplicaron, hasta que terminaron conquistando hasta el mismo techo. Ella ya no sabía a dónde mirar, tenía los ojos en mil sitios, tan pronto estaba siguiendo el tango como se le cruzaba por medio el vals, y el vuelo de aquel vestido que la dejaba boquiabierta la llevó a fijar la vista en el techo.

Pestañeó un momento, un segundo nada más y antes de darse cuenta toda el agua que había absorbido la estancia se le cayó encima para envolverla. Pero no se ahogaba, sólo flotaba junto a los bailarines, los veía tan de cerca que casi los podía tocar. Entonces una pareja de baile se deshizo, el hombre de traje le tendió la mano invitándola a ser su pareja durante un rato y la mujer del vestido con vuelo le sonrió para darle ánimos. Los momentos siguientes le parecieron simplemente perfectos, ella no sabía bailar, nunca había aprendido, pero allí envuelta por el agua se movía con agilidad; tenían al resto de parejas danzando a su alrededor y, de no ser porque ella iba en camisón, no desentonaba mucho.

No estaba segura de cuánto tiempo llevaba moviéndose cuando su acompañante paró y con una sonrisa le indicó que era el momento de irse. Intentó protestar, pero no se oía su voz en aquella piscina flotante, aunque tampoco creía que la hubiesen hecho mucho caso. Todos seguían ahí sólo que ya no ocupaban el mayor espacio posible, se iban acercando a los grifos, cada cual se metía por el que había salido, hasta que al final únicamente quedó la pareja del vals. Pararon un solo momento para despedirse con la mano, una sonrisa y una mirada divertida, y finalmente desaparecieron.

Nada más irse comenzó a sentir que ya no flotaba tanto, es más, empezaba incluso a ahogarse. Pero no duró demasiado, tan rápido como había llegado al techo, el agua se escapó por la rejilla; era como si hasta ese momento algo la hubiese estado taponando.

Faltaban poco más de media hora para que despertase el sol, así que aprovechó para permanecer allí otro rato más, bailando un vals de forma torpe con una vieja fregona que había tirada en un rincón, pero imaginándose la estancia como una pista de baile enorme en la que sus pasos eran perfectos, tal y como lo habían sido antes.