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Debe de ser aún pronto porque no hay mucha luz entrando por las rendijas de la persiana. Me doy la vuelta intentando encontrarte, pero sólo me tropiezo con un hueco vacío en la cama. Paso mi mano por ese gran hueco que ha dejado tu ausencia, pero sólo me sirve para confirmar lo que ya sabía. No estás, hace mucho tiempo que no vienes a arroparme, ni a darme un beso de buenas noches, ni siquiera a permitirme quedarme dormida entre tus brazos. Ahora hasta las sábanas más suaves arañan mi piel porque tú no estás, porque no pueden aprender de tu dulzura, porque te has ido.
Recuerdo las primeras noches así, en las que en plena madrugada, hallaba el hueco que habías dejado en mi cama, en mi vida, pero sobre todo en mi alma. Aquellas noches en las que rompía a llorar durante horas hasta quedarme dormida de puro cansancio y encontrar la almohada aún húmeda a la mañana siguiente. No ha cambiado mucho todo eso. Ya no me saltan las lágrimas tan a menudo, pero las grandes sensaciones de vacío y soledad se siguen apoderando de mí a altas horas de la noche, cuando todo el mundo duerme y yo solamente puedo pensar en que no estás a mi lado, ni hoy, ni ayer, ni hace tantos y tantos meses. Ya no puedo girarme en plena oscuridad y sentir que estás ahí, aunque sea dormido y descansar sobre tu pecho mientras te oigo respirar con la mayor tranquilidad del mundo.
Me he levantado con desgana. Vaya, el camisón está incluso más arrugado que las sábanas, todo por culpa de estar horas dando vueltas en la cama recordando, recordándote. Subo la persiana y unos nubarrones grises me saludan desde lo lejos; es más de día de lo que había pensado en un principio. Cruzo la habitación, pero muy a mi pesar me encuentro de frente con el espejo que hay en el rincón. Es de los grandes, de esos que muestran toda tu figura y te apuñalan con la más cruel realidad. Entiendo por qué te fuiste de mi lado, no tengo más que mirarme a través del espejo y devolverle la mirada a esa figura que hay dentro de él, esa sombra que dicen que soy yo, sin nada por lo que poder ser querida y llena de mil y un defectos, todos ellos desquiciantes. Te entiendo y no te culpo, me culpo a mí. Esa imagen me da tanta rabia…¿de verdad soy yo? No lo soporto, no me soporto.
Sin pensarlo siquiera cojo el teléfono que hay en la mesita y se lo lanzo con la mayor fuerza que puedo. La misma imagen me sigue devolviendo la mirada, sólo que esta vez en trozos quebrados, algunos aún en pie, otros muchos en el suelo. Me adelanto para arrancar todos los pedazos que quedan colgando del marco del espejo. La planta de mis pies pisa sin darse cuenta los fragmentos afilados del suelo, pronto empiezan a formarse charcos de sangre, pero no me aparto, sigo quitando hasta el último de los trozos para así evitar ver esa figura de ahí dentro.
Tras asegurarme de que no queda ninguno más en pie salgo lentamente de la habitación, posando los pies con cuidado sobre la alfombra, intentando que los fragmentos de espejo no se me incrusten más. Voy hasta el baño y justo antes de cerrar la puerta me fijo en que mis huellas han quedado impresas en el suelo, simulando un camino. “Un camino hacia mí” pienso. Un camino hecho de dolor, de sufrimiento, pero no por el espejo, sino por ti, por tu ausencia, por tu partida, por mi soledad. Quizá si algún día vuelvas y veas esas pisadas, son la senda que te trae de vuelta a mí.
Recuerdo las primeras noches así, en las que en plena madrugada, hallaba el hueco que habías dejado en mi cama, en mi vida, pero sobre todo en mi alma. Aquellas noches en las que rompía a llorar durante horas hasta quedarme dormida de puro cansancio y encontrar la almohada aún húmeda a la mañana siguiente. No ha cambiado mucho todo eso. Ya no me saltan las lágrimas tan a menudo, pero las grandes sensaciones de vacío y soledad se siguen apoderando de mí a altas horas de la noche, cuando todo el mundo duerme y yo solamente puedo pensar en que no estás a mi lado, ni hoy, ni ayer, ni hace tantos y tantos meses. Ya no puedo girarme en plena oscuridad y sentir que estás ahí, aunque sea dormido y descansar sobre tu pecho mientras te oigo respirar con la mayor tranquilidad del mundo.
Me he levantado con desgana. Vaya, el camisón está incluso más arrugado que las sábanas, todo por culpa de estar horas dando vueltas en la cama recordando, recordándote. Subo la persiana y unos nubarrones grises me saludan desde lo lejos; es más de día de lo que había pensado en un principio. Cruzo la habitación, pero muy a mi pesar me encuentro de frente con el espejo que hay en el rincón. Es de los grandes, de esos que muestran toda tu figura y te apuñalan con la más cruel realidad. Entiendo por qué te fuiste de mi lado, no tengo más que mirarme a través del espejo y devolverle la mirada a esa figura que hay dentro de él, esa sombra que dicen que soy yo, sin nada por lo que poder ser querida y llena de mil y un defectos, todos ellos desquiciantes. Te entiendo y no te culpo, me culpo a mí. Esa imagen me da tanta rabia…¿de verdad soy yo? No lo soporto, no me soporto.
Sin pensarlo siquiera cojo el teléfono que hay en la mesita y se lo lanzo con la mayor fuerza que puedo. La misma imagen me sigue devolviendo la mirada, sólo que esta vez en trozos quebrados, algunos aún en pie, otros muchos en el suelo. Me adelanto para arrancar todos los pedazos que quedan colgando del marco del espejo. La planta de mis pies pisa sin darse cuenta los fragmentos afilados del suelo, pronto empiezan a formarse charcos de sangre, pero no me aparto, sigo quitando hasta el último de los trozos para así evitar ver esa figura de ahí dentro.
Tras asegurarme de que no queda ninguno más en pie salgo lentamente de la habitación, posando los pies con cuidado sobre la alfombra, intentando que los fragmentos de espejo no se me incrusten más. Voy hasta el baño y justo antes de cerrar la puerta me fijo en que mis huellas han quedado impresas en el suelo, simulando un camino. “Un camino hacia mí” pienso. Un camino hecho de dolor, de sufrimiento, pero no por el espejo, sino por ti, por tu ausencia, por tu partida, por mi soledad. Quizá si algún día vuelvas y veas esas pisadas, son la senda que te trae de vuelta a mí.