“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

martes, 25 de diciembre de 2007

Componiendo la melodía perfecta

Escrito en compás de dulzura por exquisitez, siete emociones diferentes cabalgando por líneas invisibles de la piel. Se agrupan, se separan, danzan y cantan a ritmos vivos, consiguiendo que cada sensación y sentimiento conocido y por conocer quede plasmado en sus elegantes melodías.

Comienzan a crear océanos; océanos llenos de sonoridad que invitan a los sentidos a bucear en la profundidad de sus aguas, vibrando con cada movimiento del oleaje por leve que sea. Desde lo más hondo de la inmensidad del mar, un alma, miles de palpitaciones canalizando un pequeño soplo de aire hasta los labios. Los acaricia al ser expulsado con tanto sentimiento provocando susurros dulcemente melodiosos. Un soplo que se convierte en viento y se desliza de forma suave haciendo que las siete emociones se agiten aún con más pasión contagiando así de su alegría al fuego que ha comenzado a avivarse. Una combinación de muy diversos colores, cada cual más brillante que el anterior, deciden aportar su propio sonido a los que ya se estaban creando desde un principio. Las llamas juegan y se entretienen, invitando de vez en cuando al viento a unirse a ellas, consiguiendo que las sombras reflejadas en la pared brinquen llenas de júbilo.

Y de repente silencios, todo calla y empiezan a cantar tus ojos. Miradas llenas de melodías imperceptibles para los oídos, pero claramente advertidas por la piel. Vuelven las emociones, aún más sonoras que antes, cogen de la mano las miradas, fundiéndose en perfectas espirales de sonidos y silencios que sobrevuelan las cinco líneas invisibles casi sin rozarlas.

Se detienen momentáneamente en cadencias, luego siguen su camino. A veces desaparecen las miradas, pero pronto vuelves a abrir los ojos colgando inquietantes silencios entre tan intensos sonidos. Otras veces son las emociones las que parece que se van apagando lentamente; en seguida resurgen saltando desde dentro de las llamas, como si sólo estuviesen jugando al escondite. Pero tanto miradas como emociones siempre terminan juntándose de nuevo volviendo a cabalgar conjuntamente.

Así continúan todo su viaje, necesitan divertirse, aunque saben que llega el desenlace. Ven que no muy lejos terminan las líneas donde dejar sus sonidos, por eso deciden agruparse aún más. Olas, llamas, viento, emociones y miradas juntas una última vez, volando aún más al ras de la piel para que ésta les responda con su deliciosa voz. Cogen velocidad, saben que está ahí la pared que indica su final, pero no les importa. Chocan lo más fuerte posible contra esa pared provocando una explosión magnifica de sonidos y palpitaciones. Y al final todo queda en silencio, aunque las vibraciones siguen perdurando, muestra de una composición perfecta.

domingo, 23 de diciembre de 2007

Despedida sobre la arena

Disculpad la tardanza, les había dado a mis musas unos días libres para que celebrasen las fiestas y al parecer con tanto champagne se les olvidó el camino de regreso a mi cabeza.



Hoy estoy aquí de nuevo en esta playa en la que siempre veníamos juntos. Hacía tanto que no pasaba por aquí que ya hasta se me había olvidado la belleza de este lugar, aunque por suerte la suavidad de la arena, el olor a sal que se cuela por las fosas nasales y el sonido de las olas que rompen en las rocas de allá a lo lejos me han recibido con los brazos abiertos una vez más, no se habían olvidado de mí. El leve viento que siempre guardaba el secreto de nuestras escapadas ha sido quien me ha saludado justo después. Se ha extrañado de verme aquí, aunque creo que se ha sorprendido más de que haya venido sin ti, aún así no ha preguntado nada, ya sabes cómo es, siempre igual de discreto.

Entonces miles de recuerdos han comenzado a salir del mar queriendo darme la bienvenida, venían tan alegres a saludarme…y sin embargo yo ahí de pie, sin poder ocultar mi tristeza…se han dado cuenta y han pasado de largo, aunque al llevar tal velocidad he caído al suelo cuando han rozado mi espalda. Mis manos se han hundido en la arena; al sacarlas he visto que habían dejado huella en ella, pero que poco a poco los pequeños hoyos que acababa de hacer desaparecían al ser rellenados por el resto del terreno. Es entonces cuando mis palmas han alisado los montículos que hay delante de mí y sin saber realmente por qué, mis dedos han comenzado a dibujar lo que parecían letras, hasta llegar a formar las líneas que ves ahora.

Creo que esto es una despedida, o al menos se le parece mucho. He venido aquí para echar al mar el resto de recuerdos, de imágenes, de sensaciones y que el viento se lleve mis sentimientos de la forma menos dolorosa que pueda. ¿Pero por qué escribir sobre arena? Porque me da miedo que esto permanezca aquí por siempre y arrepentirme de haber escrito estas frases. Mientras venía me he dado cuenta de que algunas de mis huellas se iban borrando lentamente, pero otras permanecían ahí, testigos del camino que he recorrido.

No sé lo que pasará con estas líneas. Puede que el mar se compadezca de mí y mande a sus olas para borrar este mensaje y así, si alguna vez vuelves a esta playa, no puedas ver que hoy me quiero despedir de ti, pero que me cuesta tanto hacerlo. Quizá en ese preciso instante en el que te encuentres aquí plantado con la mirada perdida eches de menos los momentos que vivimos y decidas llamarme, aunque sólo sea para preguntar “¿Cómo estás? Hacía mucho que no hablábamos, echaba de menos oír tu voz”. Aunque también es posible que estas aguas se den cuenta de mi malestar, de todas las lágrimas que terminan disolviendo aún más la sal que contienen y crean necesario que este mensaje perdure, por mucho que vaya a doler no verte más.

Pero sé que al final soy yo quien decide, por mucho que las olas y el viento opinen y quieran ayudarme, por mucho que crean saber qué es lo mejor para mí, al final soy yo quien deja este mensaje y quien puede volver a escribirlo aunque se haya borrado, da igual que las palabras vayan a ser diferentes, de mil formas se puede decir adiós. Claro que también es posible que en cuanto haya dado un par de pasos para alejarme de aquí vuelva corriendo y patee la arena haciendo que todo cuanto he escrito desaparezca en un instante. Todo puede ser, pero por de pronto tengo el suficiente valor como para exponer esto, un torbellino de ideas, un millón de sentimientos y sensaciones, pero una única palabra, un simple y sincero adiós.

domingo, 9 de diciembre de 2007

Aire

Hoy me he convertido en aire, por unos momentos, por un pequeño instante me he entrelazado con los brazos del viento. Estaba tumbada, a punto de quedarme dormida cuando me he separado de mi cuerpo y le he permitido que siguiese yaciendo allí lo que queda de noche. Yo he traspasado el cristal de la ventana, sin chocar, sin que fuese una barrera para seguir adelante. Nunca antes me había sentido tan ligera, tan volátil. Desde aquí se puede ver toda la calle, algún coche solitario sin rumbo fijo, varios adolescentes sentados en el portal de la esquina y muchas farolas alumbrando la nada.

Unas débiles ráfagas que pasan por aquí me cogen suavemente de las muñecas y me piden que las acompañe. Les digo que sí, por supuesto, estoy deseando ver la noche desde esta nueva perspectiva. Consiguen moverme con delicados tirones que me impulsan sin descanso hacia delante. Pasamos por las casas que estaban a los lejos, llenas de diminutos puntitos de luz por la gente que aún estará despierta, después vemos las inmensas campas verdes, ésas que a la mañana brillaban por culpa de las gotas de lluvia. Cuando pasamos por encima de la carretera ambas ráfagas me miran sonrientes con aire divertido, intercambian entre ellas un par de miradas misteriosas y acto seguido incrementan la velocidad de nuestro extraño viaje de una forma extraordinaria. A cada segundo que pasa aceleran un poco más hasta que el paisaje que tenía debajo se torna completamente borroso y las luces de los coches se convierten de repente en gusanos luminosos, algunos rojos y otros blancos.

No sé a dónde me llevan, las miro en busca de respuestas, pero sólo sonríen. No puedo concretar cuánto tiempo llevamos viajando, quizá horas, quizá segundos; el viento acariciando mi rostro incorpóreo, invitándome a seguir en esta travesía, a descubrir el final. Sin previo aviso nos paramos en seco unos metros por encima de una casa en la que una de sus ventanas desprende tenues rayos de luz. Mis compañeras de viaje me animan a acercarme mediante un dulce gesto y yo, haciéndolas caso, me aproximo a la ventana. Está entreabierta, con las cortinas retiradas hacia los lados. Hay alguien dentro de la habitación, quien al parecer no tiene demasiado sueño y sigue despierto a estas horas de la noche. Se da la vuelta, veo su rostro, sé quién es. Sentimientos de alegría, incertidumbre y sorpresa se mezclan en mí; miro atrás buscando a las culpables de que yo esté aquí, pero ya no están, se han marchado, quizá para no interrumpir, quizá para que no les pueda preguntar el camino de vuelta. Sigues ahí dentro sentado frente a una pantalla, con los ojos perdidos en mares de letras, ignorando que alguien te está viendo desde la ventana.

Me decido a entrar de forma suave y silenciosa para no importunar. Por un momento creo que me has visto o al menos has sentido mi entrada, te levantas a cerrar la ventana, quizá sólo sentiste un poco de frío. Te vuelves a sentar en la silla, se te ve cansado con los ojos algo enrojecidos y no tardas en apagar la pantalla. Te vas de la habitación, incluso apagas la luz, al parecer no tienes pensado regresar. Has dejado la puerta abierta y pese a que no sabes que estoy aquí, lo tomo como una invitación para seguir buscándote en la oscuridad del resto de la casa.

No he tardado mucho en encontrarte tumbado en la cama de un cuarto en el que la poca luz que hay proviene de las rendijas de una persiana casi completamente cerrada. Parece que estás dormido o demasiado cansado para tener los ojos abiertos, no lo sé muy bien. Se te ve tan tranquilo que intento no moverme por si cualquiera de mis movimientos pudiese hacer ruido y despertarte. Dan ganas de abrazarte, pero sé que seguramente el frío te despertaría, al fin y al cabo sólo soy aire. No puedo evitarlo, lo siento si te despierto, prometo que sólo será una caricia, simplemente rozar tus mejillas durante un segundo. Me acerco y extiendo lo que hasta hace bien poco había sido mi mano. Unos centímetros me alejan de ti, estiro la mano para lograr mi propósito, estoy a escasos milímetros de tu rostro. En este momento siento frío, ¿por qué? Han vuelto, están ahí tras de mí las mismas ráfagas de viento que me han traído hasta ti. Siguen igual de sonrientes y juguetonas que cuando me han dejado. Me miran. ¡Oh no! Sé lo que pretenden, esperad un poco más por favor, sólo unos milímetros. Se miran. Antes de que pueda acercarme un poco más a ti me agarran firmemente de ambos tobillos y tiran de mí hacia atrás.

Como si de una película a cámara lenta se tratase veo como me alejan de ti, con la mano aún extendida queriendo llegar a tus mejillas sólo por un instante aunque sea, pero no me dejan. A toda velocidad salimos del cuarto, regresamos a la habitación por la que he entrado antes y la atravesamos lo más rápido posible. Volvemos a acelerar una vez nos hemos alejado un poco de tu ventana. Creo que repetimos el mismo camino de antes, pero esta vez muchísimo más veloces, así que no lo puedo asegurar. Traspaso un cristal y súbitamente abro los ojos, estoy en mi habitación de nuevo.

Compruebo que estoy en mi cuerpo porque no estoy segura de que haya sido un sueño. Me levanto y me acerco a la ventana. Se puede ver toda la calle desde aquí, pero me fijo en las luces que hay a lo lejos y después en el reflejo de mi rostro en la ventana. Pienso que quizá alguno de esos puntitos luminosos de allá a lo lejos esté más cerca de ti de lo que estoy yo. Acerco mi mano al cristal como si de repente fuese a aparecer tu figura en él, no puedo evitar sonreír. No sé si ha sido un sueño, pero sé que de alguna forma he estado allí y casi consigo rozarte. Quizá en la próxima visita lo consiga de verdad…quizá en el próximo sueño…quizá.

sábado, 8 de diciembre de 2007

Historia de una gota de agua


Hola, soy sólo una simple y pequeña gota de las miles y miles que hay en el cielo. Dicen que nací de fragmentos de otras como yo, de esas otras que bajaron, pero no regresaron jamás. Aunque son muchas las leyendas que circulan sobre ese infierno, realmente nadie de aquí sabe mucho sobre lo que se puede encontrar allá. La mayoría de la información que tengo yo de ese sitio me la relataron mis padres, de ellos aprendí mucho, pero les llegó la hora de precipitarse como a otros tantos, dejando solos y desamparados a sus familiares. Nadie sabe realmente cuando les tocará la hora de caer, no hay unas pautas marcadas, no son ni siempre los más viejos ni los más jóvenes, simplemente un día te llega el momento y hasta entonces te pasas las horas temiendo que llegue ese día.

Muchos de los ancianos que aún quedan aquí nos cuentan historias casi a diario sobre lo que hay ahí abajo. Algunos dicen que es un paraíso lleno de zonas verdes y que debería ser un completo honor para todos nosotros regar toda esa vegetación y ayudar a que crezca con más brillo. A los que piensan así los llaman locos, no en voz alta por supuesto, pero los miran de mala manera, como esperando ver una sombra de su locura en su rostro.

En el resto de leyendas no surgen tan hermosas imágenes. Dicen que es un paraje frío y desértico, lleno de piedras grises y que en cuanto llegas a él caes en una espiral de desesperanza y desilusión, como si toda esa visión fuese capaz de robar la alegría de una forma tajante y despiadada. Los más optimistas creen que después de haber caído en las fauces de ese mundo algunas gotas logran las suficientes fuerzas como para volver aquí arriba, pero eso son sólo travesías que se cuentan de aquellos que fueron valientes, nunca nadie los ha visto volver de verdad.

Acaba de sonar la alarma. Una fuerte explosión en el cielo hace que empiece a cundir el pánico. Saben lo que se avecina, se ve en sus caras la preocupación y todos corren en busca de sus conocidos. La nube comienza a tornarse más compacta y gris. Alguien grita no muy lejos de aquí y todos se vuelven a ver qué ocurre. Una de las gotas se está hundiendo en la superficie, dentro de poco desaparecerá y caerá al vacío. Ahora sí se puede ver el terror en las caras de cada uno, todo es un caos, corren sin rumbo fijo, atropellándose unos a otros.

Más gotas comienzan a resbalarse por la nube, parecen elegidas al azar, lo mismo una de las que acaban de llegar que algunos de los ancianos que nos cuentan las leyendas. Caen y sus gritos se van perdiendo a medida que descienden. De repente el suelo comienza a tirar de mis pies, como si estuviese entre arenas movedizas. No, no puede ser, ¿por qué yo? Poco a poco la nube gris me engulle para después soltarme bruscamente y dejar que me precipite hacia un lugar del que no sé nada realmente cierto.

Las alarmas siguen sonando, pero estoy demasiado lejos ya y casi no puedo oírlas, pero lo que sí puedo escuchar bien claro son los gritos de mis compañeras, algunas están por debajo de mí, otras cayeron más tarde. A medida que descendemos se va acercando a nosotras ese mundo del que tanto habíamos especulado. Increíble, al parecer todos los ancianos tenían razón. Puedo ver zonas verdes, no muchas, pero sí algunas llenas de exuberante vegetación, aunque también hay muchas piedras grises que absorben la alegría de cualquiera. Creo que no dan a elegir dónde caerá cada una de nosotras, me gustaría poder opinar y ya que es inevitable que caiga, al menos me gustaría poder ser parte del rocío de todas esas plantas. Veo como algunas de mis compañeras van a parar justo ahí, pero al parecer yo no, acaba de tropezarse con muchas de nosotras un viento vigoroso que nos hace cambiar el rumbo. Muchas de las que habían caído antes que yo se estrellan contra ventanales enormes y fríos, es una imagen espantosa, yo no quiero terminar así. Sigo cayendo, no sé dónde acabaré. Finalmente mi cuerpo golpea sobre el duro asfalto, estoy aún aquí, puedo sentir y oír aunque tampoco creo que por mucho tiempo.

Empiezo a resbalar hasta juntarme con las aguas de un charco. Sus gotas vienen hasta mí, pero no son como las que yo conozco, son más oscuras y parece que menos amistosas. Para mi sorpresa me llevan hasta un lugar por debajo de ese asfalto y comienzan a cuidarme. Dicen que en unos meses me habré repuesto del todo y que siguiendo el camino de estas corrientes subterráneas llegaré hasta algo que ello han llamado “mar”. No sé lo que es, pero no parece un futuro tan malo. Creo que después de acabar allí habrá una posibilidad de regresar a mi hogar. Puede que algunas de las leyendas que contaban tuviesen su parte de verdad y que las historias de las gotas que regresan no sean sólo simples relatos.

jueves, 29 de noviembre de 2007

Camino de Vuelta


Debe de ser aún pronto porque no hay mucha luz entrando por las rendijas de la persiana. Me doy la vuelta intentando encontrarte, pero sólo me tropiezo con un hueco vacío en la cama. Paso mi mano por ese gran hueco que ha dejado tu ausencia, pero sólo me sirve para confirmar lo que ya sabía. No estás, hace mucho tiempo que no vienes a arroparme, ni a darme un beso de buenas noches, ni siquiera a permitirme quedarme dormida entre tus brazos. Ahora hasta las sábanas más suaves arañan mi piel porque tú no estás, porque no pueden aprender de tu dulzura, porque te has ido.

Recuerdo las primeras noches así, en las que en plena madrugada, hallaba el hueco que habías dejado en mi cama, en mi vida, pero sobre todo en mi alma. Aquellas noches en las que rompía a llorar durante horas hasta quedarme dormida de puro cansancio y encontrar la almohada aún húmeda a la mañana siguiente. No ha cambiado mucho todo eso. Ya no me saltan las lágrimas tan a menudo, pero las grandes sensaciones de vacío y soledad se siguen apoderando de mí a altas horas de la noche, cuando todo el mundo duerme y yo solamente puedo pensar en que no estás a mi lado, ni hoy, ni ayer, ni hace tantos y tantos meses. Ya no puedo girarme en plena oscuridad y sentir que estás ahí, aunque sea dormido y descansar sobre tu pecho mientras te oigo respirar con la mayor tranquilidad del mundo.

Me he levantado con desgana. Vaya, el camisón está incluso más arrugado que las sábanas, todo por culpa de estar horas dando vueltas en la cama recordando, recordándote. Subo la persiana y unos nubarrones grises me saludan desde lo lejos; es más de día de lo que había pensado en un principio. Cruzo la habitación, pero muy a mi pesar me encuentro de frente con el espejo que hay en el rincón. Es de los grandes, de esos que muestran toda tu figura y te apuñalan con la más cruel realidad. Entiendo por qué te fuiste de mi lado, no tengo más que mirarme a través del espejo y devolverle la mirada a esa figura que hay dentro de él, esa sombra que dicen que soy yo, sin nada por lo que poder ser querida y llena de mil y un defectos, todos ellos desquiciantes. Te entiendo y no te culpo, me culpo a mí. Esa imagen me da tanta rabia…¿de verdad soy yo? No lo soporto, no me soporto.

Sin pensarlo siquiera cojo el teléfono que hay en la mesita y se lo lanzo con la mayor fuerza que puedo. La misma imagen me sigue devolviendo la mirada, sólo que esta vez en trozos quebrados, algunos aún en pie, otros muchos en el suelo. Me adelanto para arrancar todos los pedazos que quedan colgando del marco del espejo. La planta de mis pies pisa sin darse cuenta los fragmentos afilados del suelo, pronto empiezan a formarse charcos de sangre, pero no me aparto, sigo quitando hasta el último de los trozos para así evitar ver esa figura de ahí dentro.

Tras asegurarme de que no queda ninguno más en pie salgo lentamente de la habitación, posando los pies con cuidado sobre la alfombra, intentando que los fragmentos de espejo no se me incrusten más. Voy hasta el baño y justo antes de cerrar la puerta me fijo en que mis huellas han quedado impresas en el suelo, simulando un camino. “Un camino hacia mí” pienso. Un camino hecho de dolor, de sufrimiento, pero no por el espejo, sino por ti, por tu ausencia, por tu partida, por mi soledad. Quizá si algún día vuelvas y veas esas pisadas, son la senda que te trae de vuelta a mí.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Voces de Depresión

Era uno de los más antiguos de la casa o el que menos se habían molestado en repararlo al menos. Hacía varios años que no servía para nada que no fuese amontonar trastos viejos y polvo en cualquiera de sus rincones, sólo que aquel día ella estaba allí, sentada en el suelo, sujetando las rodillas contra el pecho, intentando refugiarse del resto del mundo, queriendo quedarse en la tranquilidad que le proporcionaba la soledad. Únicamente la pequeña bombilla que colgaba del techo era la encargada de proporcionar un poco de luz a aquella estancia, bombilla sin ningún tipo de tulipa, pues nadie se molestó en poner una nueva cuando ésa se rompió. A ella no le importaba que no hubiese demasiada luz, es más, lo prefería así, necesitaba perderse en sus pensamientos y de haber colores muy intensos perdería su ensimismamiento. La pequeña fuente de luz comenzó a oscilar muy levemente a causa de un viento sin procedencia concreta. Tras varios parpadeos se apagó, bañando toda la estancia de una oscuridad casi total. Fue entonces cuando ella sintió algo, algo que no debía estar allí y levantó la mirada en su busca, pero sólo se tropezó son sombras que danzaban con ritmos diferentes. Intentando escuchar algún tipo de ruido agudizó el oído hasta conseguir captar varios susurros dirigidos a ella.

-Hacía mucho que no hablábamos.

-¿Dónde estás? ¿Quién eres? Nunca he hablado contigo, ni siquiera sé quién eres.

-Claro que lo sabes niña. Escucha atentamente mi voz, ya la conoces, la habías oído antes. Soy la que siempre viene a decirte la verdad.

-¿Y para qué has venido hoy aquí?

-Te he visto muy sola, aquí arriba tan triste. ¿Por qué no vas con el resto?

-Hoy no quiero estar con ellos, me apetece estar sola un buen rato, necesito tranquilidad.

-¿Estás segura de que eso es cierto? Porque yo creo que lo que dices y la realidad no coinciden en absoluto. Me parece más bien que son todos ellos los que no quieren estar contigo, los que quieren que les dejes solos y en la tranquilidad que da el hecho de no estar contigo.

-No sabes lo que dices.

-Claro que lo sé. Estás fuera de sus vidas, no te quieren en ellas, te han dejado completamente sola, no formas parte de nadie y sabes tú mejor que cualquiera que no les importas a ninguno de los que hay ahí afuera.

-Eso no es verdad…Quizá no haya muchos, pero está mi familia que intenta apoyarme siempre que puede, mis amigos que me animan en los malos momentos y casi nunca me fallan, y…

-Y…¿él? Veamos…tu familia…no haces más que causarles problemas y sumergirles en disgustos uno tras otro. No, no te hagas ilusiones en vano, lo único que consigues cada día es que se angustien por lo desastre que eres, seguro que se sentirían más aliviados si tú dejases de meter la pata cada dos por tres, si dejases de molestarlos con todas tus ocurrencias absurdas…Tus amigos…¿realmente existen? Vamos, niña, ya sabes la respuesta. Quizá como mucho puedas llamarles conocidos, pero ¿amigos? Tú no sabes lo que es eso, siempre te alejas de ellos, manteniendo las distancias. Con esa conducta fría nadie va a confiar en ti y sabes que es así, no te engañes. No se quejan de ti a la cara, por supuesto que no, pero cuanto menos tiempo estén contigo mejor para ellos….Y él…por favor, ¿qué puedo decir? Tanto que te importa y te da terror llamarle por teléfono, pero no es por no molestarle ¿a que no? Por mucho que intentes autoconvencerte ambas sabemos que la mayor de las razones es por que sabes que pensará algo así como “¿Para qué demonios me llama?”, pero también sabes que por mucho que lo piense no te lo dirá, pero simplemente por pura educación, nada más.

-¡No, mientes, basta ya! Nada de lo que has dicho es cierto, ¡no pienso escucharte más!

-No necesito que me escuches, dentro de ti sabes que todo lo que estoy diciendo es verdad, es más, es lo que en el fondo piensas, pero nunca te atreverás a admitirlo en voz alta, siempre has preferido dejar ese pequeño margen de duda para sentirte a salvo, para no tener que enfrentarte con toda esa realidad. Por mucho que intentes negarlo siempre pensaste así e incluso hoy sabes que todo esto es cierto. ¿Niña, de qué te sirve negarlo? El simple hecho de estar aquí sentada medio sollozando me da la razón. Absolutamente nadie te ha incluido dentro de su vida, estás sola, sin nadie que suba a hacerte compañía…¿realmente crees que alguien se dará cuenta de que falta ahí abajo? ¿Y aunque se den cuenta…crees que les importará? Mientras estés aquí no puedes hacer daño a nadie, no puedes molestarles, ni amargarles, ni nada de nada. Estarán más contentos mientras tú sigas aquí arriba.

-No sigas, yo ya sé lo que pienso, sé lo que tengo en la cabeza….y hay muchas cosas en las que creo que tienes razón. ¿Pero y si no es así? ¿Y si eres tú quien me está bloqueando, quien me impide pensar con total claridad?

-No te engañes, no vale de nada. Es mejor que lo aceptes cuanto antes. Ya te he demostrado que no sirves para nada, yo te estoy siendo completamente sincera, pues no tengo motivos para mentirte, sólo quiero ayudarte a que comprendas que tu sitio está aquí arriba completamente sola y no ahí abajo, déjales ser felices. Lo que te digo no es para hacerte daño, es para que veas la realidad, pero no te preocupes, yo te haré compañía, puedes quedarte aquí llorando, no molestarás a nadie, nadie se acordará de ti.

Tras unos instantes de silencio la bombilla que colgaba del techo parpadeó hasta volver a encenderse y ella siguió allí acurrucada, perdida en sí misma y con la cabeza ladeada, como si la estuviese apoyando sobre el hombro de alguien.

domingo, 25 de noviembre de 2007

¿Qué es la amistad?

Este texto fue creado el dos de marzo del 2007 pocos días después de mi vuelta al mundo literario tras una pausa de varios años. Hoy, cuando mi vida está llena de traición, comparto estas líneas con vosotros para recordarme a mí misma lo que pensaba hace no muchos meses e intentar que estos temas no me hagan perder la sonrisa. Espero tener fuerzas y argumentos suficientes para poder seguir defendiendo esta opinión.


¿Qué es la amistad? Por muy sencilla que parezca la respuesta quizá tengáis problemas para definir esta palabra. He conocido a varias personas que han intentado dar su versión acerca de la amistad y lo cierto es que podría dividirlas principalmente en dos grupos. En el primero está todo aquel que opina que sólo se tienen amigos para poder pedirles favores, por lo que creen que no es más que un contrato en el que, mientras las dos partes cumplan con lo suyo, esa “amistad” seguirá en pie, pero que en cuanto deje de darse alguna de las cláusulas convenidas, todo se habrá acabado. En el segundo grupo se encuentran los que por culpa de los anteriores han acabado pensando así. Me explico: unos tienen amistades únicamente para poder sacar algún beneficio y los otros creen que no existe más gente que piense de otro modo, es por ello que están sumergidos en el pesimismo, creyendo así que no hay nadie que no vea a los amigos como simples partes de un contrato.

Yo, a mis casi dieciocho años, estoy en disposición de poder anunciar a los dos grupos ya mencionados que ambos se equivocan. Puede que sea parte de una minoría o incluso que sólo yo piense así, quizá por ser demasiado ingenua e inocente y pensar que siempre queda algo bueno en las personas que merezca la pena ser salvado. En mi opinión (que no es más que eso, sólo una opinión entre miles y miles distintas que pueda haber) si se tiene un amigo no es para sacar todo el beneficio posible, no es para poder pedirle cien favores y que esté “obligado” a cumplirlos en nombre de esa amistad. Esas personas son especiales, tienen algo que únicamente ves tú y que por eso decides que valen mil sacrificios intentar pelear por ellos. No hay que esperar a “deberles” un favor para ayudarles o portarse bien con ellos, simplemente es algo que sale de dentro. Les das todo lo que puedes porque te importan, porque es gente que se lo merece (las cosas buenas, por supuesto) y saber que algo les va mal te parte el alma. Por ello aviso a mis amigos que si hace falta les ofrezco hasta mi voz cuando necesiten gritar y no puedan. También les digo que quizá no consiga darles todo lo que necesiten (cosa que no será por no haberlo intentado), pero que todo lo que les de será cuanto tenga. Porque para mí la amistad no es dar esperando recibir, es dar sin esperar nada a cambio, pero que como la otra persona piensa parecido al final ambos salen ganando. Hay que saber que lo importante no es lo que les puedas pedir y que encima al darles todo obtendrás algo que no querrás cambiarlo por nada: la sonrisa que te dedican por haber intentado al menos ayudarles (aunque después no saliese bien) y la alegría que les produce saber que tienen a alguien que intenta cuidarles.


Después de todo este rollo que os he metido, creo que sólo me queda concluir diciendo que si alguien es lo suficientemente especial como para poder considerarlo tu amigo, se merece todo el cariño que puedas darle. Y recordad que el mayor regalo que te pueda hacer un amigo es justo eso, que sea tu amigo.

Cuidad de cada amigo como si fuese el único en el mundo que te comprende, anima y alegra.

martes, 20 de noviembre de 2007

Aunque la eternidad dure un segundo


He abierto los ojos, estoy entre tus brazos y tú observándome con la mirada más dulce que haya visto nunca. Luego sonríes y surgen de tus labios las primeras palabras del día que oigo, un te quiero en un susurro seguido de un cálido beso en la frente. Suena tan bien que cierro los ojos durante unos momentos para que tus palabras rocen mi piel, acaricien mis labios y así poder saborearlas mejor.

Sé que podría pasarme cada día que me queda aquí, abrazada a ti, alumbrada por el increíble brillo de tus ojos, tranquila gracias a la suavidad de tu sonrisa y alimentándome únicamente de tus besos. Mis pensamientos hacen que me ruborice ligeramente, sé que te has dado cuenta, pero finjo que ha sido a causa de los acogedores rayos del sol que nos dan los buenos días a ambos. Respondo con una tímida sonrisa al comprobar que no tienes la más mínima intención de apartar tus ojos de mí durante bastante tiempo. Sabes de sobra que me pone nerviosa que te quedes observándome tan fijamente, pero eso mismo es lo que te divierte. Tras un rato son mis ojos los que quieren encontrarse con los tuyos, ambos sonreímos y terminamos en un baile de miradas, en el que al final se unen las caricias.

Acercas tus labios a mi oído, rozando en el camino mis mejillas y de una forma aún más suave que antes vuelves a susurrarme un dulce te quiero. Esto produce en mí una inimaginable sensación de felicidad, como si esas palabras creasen un escudo protector que me impiden seguir teniendo cualquier tipo de preocupación posible. Te abrazo más fuerte que antes, apoyando mi cabeza sobre tu hombro, pero intentando que mis oídos queden lo más cerca posible de tu boca para así no perder ni una sola de tus palabras.

Tú acaricias mi espalda muy lentamente, lo que me provoca un leve cosquilleo que se extiende por toda mi columna. Me siento como si estuviese acostada sobre capas y capas de algodón con suaves sábanas de seda cubriendo todo mi cuerpo. Sigues dándome pequeños besos en la frente susurrando de vez en cuando alguna que otra frase, haciéndome sentir todavía mejor. Si sigues así conseguirás que me quede dormida por la inmensa tranquilidad que me proporcionas. Pero ahora sólo quiero volver a escuchar esas dos palabras tan exquisitas. Dime que me quieres. Dime que me querrás para siempre, aunque la eternidad dure un segundo y al minuto siguiente te hayas olvidado hasta de mi nombre.

lunes, 19 de noviembre de 2007

A fuego lento

Yo sólo pongo las palabras, cada cual que cree las imágenes en su mente.

Era una noche en pleno invierno, la nieve ocultaba todos los caminos e incluso el solitario coche que permanecía estacionado cerca de la cabaña. Dentro la chimenea estaba encendida y ellos dos tumbados desde hacía rato en el sofá. Todo el mundo daba por deshabitado aquel lugar, nadie hubiese imaginado que ellos estaban allí, por esa razón habían elegido tal sitio. Hacía un par de horas que una manta gris era lo único que protegía sus cuerpos. Él estaba tumbado sobre ella, con la cabeza apoyada en sus senos mientras con las yemas de los dedos los acariciaba lentamente. Ella sostenía en una mano un cigarro a medio terminar, depositando la ceniza en el recipiente que había dejado en el suelo para intentar manchar lo menos posible aquel sitio en el que se suponía que no estaban; con la otra rozaba el fino cabello de su pareja indicándole su aprobación ante aquellas caricias clandestinas.

Entre calada y calada él pasaba su lengua por el labio inferior de ella de la manera más suave que le era posible, hasta que el cigarro se consumió por completo. El pequeño roce con la lengua dio paso a un beso interminable en que apenas se podía apreciar dónde terminaban los labios de uno y comenzaban los de la otra. Tras unos minutos él desvió su boca hacia el cuello y empezó a deslizarla por aquel cuerpo que tenía debajo. Cruzó por sus hombros, bajó hacia sus pechos donde se entretuvo largo rato y continuó dejando un rastro de saliva por todo su vientre hasta llegar ligeramente más abajo del ombligo. Se detuvo y pasó su dedo índice creando una línea horizontal justo a la altura dónde, varias horas antes, había estado el elástico de su ropa interior. Dibujó la misma línea una segunda vez, esta vez con la lengua y mucho más despacio; mientras tanto, levantó la vista para clavarla en los ojos de ella y comprobar que seguramente sólo podría estar pasando una palabra por su mente: deseo. Sabía perfectamente dónde quería ella que acabase su boca, incluso hizo un amago de continuar su ruta, pero su boca saltó directamente hasta los muslos y comenzó a besarlos. Quería provocarla, hacer que lo deseara aún más y desde luego que lo estaba consiguiendo. No la hizo esperar más y volvió a la ruta que había dejado sin terminar, a modo de respuesta recibió un ligero estremecimiento seguido de un gemido que denotaba placer. Mientras se limitaba a sentir, ella cogió la mano de él que seguía cerca de sus muslos y la acompañó hasta sus senos, que hacía varios minutos que se encontraban algo abandonados.

Tras unos intensos minutos, ella se incorporó y volvió juntar una vez más sus labios con los de él, claramente más cálidos. Él adelantó su cuerpo en señal de que quería recostarse sobre ella y seguir besándola, pero ella tenía otros planes. Una vez tumbados ella lo apartó a un lado y después se recostó sobre él, ahora era ella quien quería hacer algo. Al igual que antes, comenzó a trazar una ruta por su pecho, pero ahora con los dedos mientras la boca los seguía varios centímetros por detrás. A mitad de camino sus labios se detuvieron, pero su mano no, ésta llegó a su destino, provocando una sensación de placer que iba incrementando según transcurrían los minutos. Mientras tanto su boca retrocedió en aquel recorrido, volviendo al cuello, al lóbulo de la oreja, incluso a sus labios. Entre algunos besos aprovechaba para mordisquear ligeramente con sus dientes el labio inferior y después pasaba la lengua creando en él un cosquilleo que le encantaba. Luego se deslizó sobre su pecho rozándolo intencionadamente con los suyos y finalmente su boca fue a acompañar a su mano para hacerle sentir más detenidamente el contacto tanto de sus labios como de su lengua. La respiración de él iba aumentando poco a poco gracias a las caricias que le proporcionaba su compañera.

Tiempo después él la atrajo hacia sí, dándole a entender que quería tenerla encima. Ella se sentó sobre él y pronto comenzaron los movimientos incesantes y los jadeos. Ni los besos ni las caricias cesaron en toda la noche mientras ellos ardían en la pasión, más intensamente incluso que aquel fuego encendido que perduraba en la chimenea.



sábado, 17 de noviembre de 2007

Réquiem


Él estaba frente al espejo terminando de arreglarse los cuellos de la camisa que se habían descolocado ligeramente al ponerse la chaqueta. Ya estaba listo, completamente impecable, con los puños bien abrochados y la camisa sin una sola arruga. Se deseó suerte a sí mismo y cruzó todo el pasillo barnizado hasta llegar a unas inmensas puertas de roble con un pomo antiguo de color bronce. Se detuvo un momento ante ellas, respiró hondo y las abrió con decisión.

Estaba en lo alto de las gradas; a sus pies más de cien filas con asientos aterciopelados de color granate esperando a ser ocupados por las miles y miles de personas amantes de aquellos eventos. No era muy habitual que el propio artista entrase por aquellas puertas, pero a él le encantaba ver las caras de su público antes de cada actuación, sentir su calor y su cercanía. Aquella noche aún no había nadie sentado en las numerosas butacas aunque eso a él le daba igual, en su cabeza imaginaba aquel auditorio abarrotado de gente, todos expectantes de su entrada, aplaudiendo mientras bajaba las escaleras hasta llegar al pie del escenario. Nunca cesaba la inmensa ovación hasta que él no ocupaba su sitio en el piano de cola que estaba justo en medio del escenario. Estaba todo preparado, el piano, brillante como de costumbre, ya abierto, invitaba a sus dedos expertos a que lo acariciaran con suavidad, pero al mismo tiempo con firmeza. Las partituras se posaban sobre el instrumento, desplegadas seguramente desde la noche anterior. No pasaba nada si alguien decidía cogerlas porque hacía años que él ya no las necesitaba. Había interpretado aquella obra tantas veces que sus dedos se movías solos por el teclado, no era necesario ver las notas escritas, las tenía en su cabeza.

Todos los aplausos imaginarios cesaron en cuanto el pianista ocupó el taburete preparado para su altura. Silencio, durante unos segundos interminables no se oyó más que silencio. Un gesto pausado sobre el piano dio inicio a la interpretación. Durante los próximos minutos el auditorio se lleno de una explosión de sonidos enlazados entre sí de manera soberbia que hubiesen creado mil sensaciones distintas a cualquier oyente. La impecable matización podía provocar un cambio desde la más absoluta tensión hasta la calma más tranquilizadora en cuestión de segundos y todo eso gracias a los fortes interpretados con energía, pero sin dureza y a los pianissimos dulces y delicados, pero de sonido brillante.

Él seguía absorto en su obra, consiguiendo que sus dedos casi volaran sobre aquella alineación de teclas blancas y negras, y apenas se dio cuenta que alguien había subido al escenario y estaba frente a él desde el otro lado del piano. Minutos después ya sabía que aquel extraño estaba allí, pero no levantó la vista ni detuvo su interpretación; bajo ningún concepto debía dejar una obra sin terminar, eran sus principios como pianista. Además ya sabía para qué había ido aquel hombre allí, sabía lo que iba a hacer y por supuesto, sabía que nada podría evitar que pasase. Había entablado una cierta relación de amistad con la gente equivocada, sobre todo porque no podía devolver los favores que aquellos nuevos “amigos” le habían hecho. El otro hombre extendió el brazo empuñando un revólver antiguo, pero no disparó. Quizá por respeto o consideración decidió esperar a que terminase aquella interpretación, la última de todas. Segundos después de dar la última nota estalló en la mente del pianista una inmensa ovación del público que no tenía, mayor incluso que la primera de cuando había aparecido a lo alto de las gradas. Junto con todos aquellos aplausos se mezcló el inconfundible sonido de un disparo que hizo que el cuerpo del intérprete se desplomase sobre el instrumento que había dominado durante tantísimos años.

No tardaron en llegar los encargados del auditorio y ver manchado de sangre el teclado que aquella noche debía ser protagonista, pues el concierto comenzaba en unos quince minutos. No había cuerpo ni explicación posible al ruido que habían escuchado muchos de los que se encontraban en el edificio. Minutos más tarde las butacas comenzaron a llenarse de gente bien vestida para la ocasión. El piano parecía impoluto, como si lo acabasen de construir y pulir. Comenzó el evento y uno de los pianistas que debía aparecer aquella noche no hizo acto de presencia, pero no importó, el espectáculo debía continuar.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Pesadilla de la madrugada del 3 de noviembre

La poca luz de las farolas que entraba en la habitación engañaba a mi vista haciéndome creer que las paredes eran de un gris azulado oscuro en vez de blancas. Comenzó a oírse un fuerte pitido que provenía al parecer de las baldas de al lado de mi cama. Maldito despertador, seguro que se olvidó apagarlo. A tientas busqué el reloj creyendo que sería fácil apagarlo, pero por más que presionara el botón para que cesase la alarma, ésta no dejaba de sonar. Decidí entonces incorporarme, cogí el despertador y para mi sorpresa, descubrí que no era eso lo que sonaba, aunque en ese momento el pitido paró tan repentinamente como había empezado. Supongo que estaba demasiado agotada como para darme cuenta que lo más probable era que procediese de la habitación de los vecinos que estaba justo en frente de la mía.

Me quedé unos minutos mirando la hora sin saber muy bien en qué pensaba, como ensimismada. Las cuatro de la mañana, demasiado tarde para algunos, muy pronto para otros, y yo ahí, intentando una vez más conseguir dormir antes de que saliera el sol. Seguramente el resto de la casa llevaría durmiendo varias horas, pero pronto pude apartar esta teoría de mi cabeza. La cama contigua a la mía estaba vacía, ni siquiera la habían descubierto. Agudicé el oído para intentar percibir algún ruido que me permitiese saber si había alguien en casa, pero no escuché nada. Aquello resultaba bastante raro ya que normalmente cuando me despertaba de madrugada podía oír la respiración del resto de las personas que había bajo mi mismo techo. Intenté encender la luz de la mesilla sólo para comprobar si mi visión volvía a gastarme otra de sus bromas a las que ya me tenía bastante acostumbrada, pero no ocurrió nada. Quizá estaba suelta la bombilla. ¡Argg! Suelta no, estaba rota, como si hubiese estallado y los fragmentos que aún quedaban en pie se me clavaron en los dedos consiguiendo que soltase un quejido. Pese que no entraba demasiada luz pude ver que mis dedos comenzaban a gotear sangre. Intenté que las sábanas no se mancharan, aunque pronto todo eso dio igual.

Empecé a oír un pequeño crujido que provenía del techo; algo estaba empujando la lámpara haciéndose un hueco para salir de ahí arriba. Un líquido marrón salía a borbotones desde allí, pero no caía al suelo, sino que se extendía desde el centro del techo hasta las esquinas. Marrón….no estaba segura de que ése fuese realmente su color. Entonces con el pulgar palpé mis otros dedos heridos y me fijé en su color. También parecía marrón, del mismo tono de aquel líquido que se propagaba por todo el techo. Un olor a cobre inundó la habitación y todas las dudas se disiparon de mi cabeza, pese a que no tenía forma real de comprobarlo. La sangre se extendía lentamente hacia las esquinas, pero antes de llegar a su destino unas cascadas del mismo líquido comenzaron a precipitarse por las paredes.

Miraba a todos sitios sin saber qué hacer, sin poder moverme siquiera. En una de las paredes aún se podía ver el dibujo que las cortinas creaban sobre su pintura blanca, pero había algo debajo de aquella imagen. En vez de a la pared dirigí mi vista hasta la ventana, no había duda, tras las cortinas se podía ver algo emborronado. Me acerqué despacio porque todos los miedos que estaban creciendo en mí me paralizaban poco a poco. Al apartar la cortina quise gritar, pero también tenía miedo de salir, por lo que al final quedó en un grito ahogado. Unos centímetros por encima de mi cabeza había escrito un mensaje, un mensaje dirigido a mí. Letras marrones aunque yo sabía que realmente eran rojas, escritas sin ninguna prisa, queriendo provocar en mí un sentimiento de terror inconfundible. “I’m gonna kill you…” rezaban aquellas sangrientas letras. Las sensaciones de angustia, desesperación y terror se habían adueñado de mi cuerpo, no me podía mover y aún así era incapaz de apartar la vista de aquellas palabras. En ese momento el último punto comenzó a alargarse. Al igual que si alguien hubiese caminado mientras apoyaba una pinturilla, ese punto se extendió poco a poco, pasando del cristal a la pared y de la pared a fuera de la habitación. Por primera vez aquella noche yo no quería salir corriendo, no quería ir fuera y ver dónde terminaba ese nuevo rastro, pero ya no controlaba mi cuerpo; mis ojos seguían la línea marrón mientras que mis pies daban pasos para no perder el dibujo horizontal. Estaba tan absorta en ello que incluso seguía el rastro con mis dedos heridos, haciendo que la sangre se renovara. Salí de la habitación. La línea continuaba por todo el pasillo hasta llegar al pomo de la próxima habitación y allí terminaba.

Mi cabeza ya sabía lo que iba ver tras aquella puerta o se lo imaginaba al menos, pero no quería comprobarlo, aunque mi mano se adelantó. Giró la manilla y algo chirrió; desgraciadamente pronto me di cuenta que ese sonido no provenía por haber abierto la puerta. Dentro de la habitación como dos fantasmas flotando, se podían distinguir dos cuerpos, pero éstos no flotaban. El chirriar que había oído al entrar era el de las dos cuerdas atadas a las vigas del techo que oscilaban lentamente como si de péndulos se tratara. Un par de metros por debajo de ellos estaba la cama totalmente descubierta y empapada con la sangre que caía desde el abdomen de ambos muertos. No les quería mirar, pero algo me impedía apartar la vista; quizá el querer saber si los conocía, pero tras un par de minutos observándolos en silencio me di cuenta de que no, no los había visto en mi vida. Por inoportuno que parezca, este hecho me proporcionó una pequeña dosis de alivio que pronto desapareció. Una vez más me fijé en la ventana de la habitación, había otro mensaje para mí o la continuación del anterior mejor dicho “…as I killed them”. Algo se movió a mi derecha. Había un cuerpo más apoyado en la esquina, al parecer estaba a punto de caerse. Sí era un cuerpo, pero éste no estaba muerto. Algo brilló cerca de su mano, algo parecido al metal, algo como una hoja.

En aquel momento se despertaron de golpe todos mis sentidos y eché a correr lo más deprisa que podía, primero saliendo de la habitación y después a lo largo del pasillo. Pero tropecé y me di de bruces contra el suelo. El pasillo era demasiado oscuro como para poder ver con exactitud aquello que me había llevado a caer, por eso me acerqué. Era otro cuerpo, el tercer muerto de la noche, pero éste tenía los ojos hundidos como si se los hubiesen metido hacia dentro con los pulgares. Seguía en el suelo y todas las fuerzas que había recuperado hacía un momento ya no estaban, se habían esfumado por completo. Oí unos pasos que se acercaban por el pasillo y de vez en cuando se podía ver el destello que generaba la poca luz al chocar contra el cuchillo. Al cabo de unos segundos aquella figura estaba a mi lado hundiendo su hoja en mí, y yo completamente petrificada, gritando eso sí, pero sin poder defenderme para escapar.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Anoche soñé que no te había olvidado

Anoche soñé que no te había olvidado,
que quería estar contigo,
que te seguía amando.
Pensé que aún vivías en mi corazón
y yo sufría por amor,
amor que no me habías dado.
Anoche desperté de tu sueño,
pero esta vez sin lágrimas,
sin razón para más llantos.
Recordé lo que era quererte,
lo que era sufrir sin motivos
y decidí llamar al Olvido
para que viniera a buscarte.
Anoche soñé que no te había olvidado,
recordé entonces algo aprendido
y es que sueños que se cumplen
realmente no hay ninguno.
Pero al igual que antes
cuando soñaba que me querías,
comprendí que el no olvidarte
ya no existía
porque el Olvido te llevó
hace tiempo de mi lado,
incluso de mis fantasías.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Llamas de recuerdos

Empezaba a caer la tarde y la luz del sol daba a los antiguos vagones de tren un brillo dorado. Hacía mucho que estaban allí aparcados sobre vías por las que en su día habían pasado trenes que se dirigían a la gran ciudad transportando importantes mercancías. Ahora sólo servían como cobijo de algún vagabundo o escondite de parejas jóvenes que buscaban apartarse de la multitud por unas horas.

Aquella tarde tuvieron una visita inesperada aquellos vagones casi oxidados. Una muchacha paseaba sin ningún rumbo exacto siguiendo la línea que las vías dibujaban en el suelo con pasos tímidos y lentos haciendo crujir bajo su calzado la poca hierba que crecía en esa zona. No hacía caso de nada de lo que tenía a su alrededor sólo caminaba, unos tramos intentando mantener el equilibrio sobre el camino de hierro y otros andando a un lado de éste. Tras un rato se detuvo frente a un vagón de mercancías que estaba abierto y apoyando un pie en las ruedas consiguió empujar su cuerpo hacia el interior. Allí se sentó durante un buen rato sin hacer otra cosa que mirar cómo el sol bañaba todo el paisaje con sus rayos.

Tardó un tiempo en salir de su ensimismamiento y finalmente se fijó en una carpeta que llevaba consigo. La miraba con aire dudoso, no estaba segura de si se atrevería a abrirla y repasar una vez más todo lo que había en su interior. Aún teniendo tantas y tantas inseguridades decidió volver a echar un vistazo. Allí encontró antiguas fotos en las que había quedado atrapada la esencia del momento en el que se hicieron, también había cartas escritas a mano con letra cuidada y perfectamente legible. Un par de lágrimas comenzaron a asomar por sus ojos y por mucho que trató de contenerlas, acabaron rodando por sus mejillas hasta caer en una de las fotos que estaba mirando. Pasó el pulgar por encima para quitar la gota, pero su dedo se paseó por el rostro que había en aquella fotografía incluso después de haberla secado. Había pasado varios meses de su vida acariciando esa piel tan suave que ahora sólo podía recordar a través de imágenes. Sé fijo en los ojos tan intensos y expresivos incluso en esos labios sonrientes que tantas veces la habían besado; un torbellino de recuerdos le bloquearon a garganta e hicieron que su labio inferior comenzase a temblar, siendo éste uno de los primeros indicios de que sus sentimiento de tristeza no tardarían en adueñarse de ella.

Había demasiados recuerdos en aquella carpeta y no quería que gobernasen sobre ella. Sacó un mechero del bolsillo del pantalón y prendió una llama, acercándola a esa foto que tantos recuerdos felices guardaba, pero que al mismo tiempo traía sentimientos muy melancólicos y grises. Pronto comenzó a arder desde la esquina propagándose por toda el área. Dejó aquella imagen en el suelo para que terminase de arder y fue añadiendo más fotografías que sacaba de su carpeta. Antes de arrojarlas al fuego se detenía frente a ellas, recordando esos momentos, haciendo un esfuerzo por no estallar en lágrimas. Veía como las llamas iban consumiendo un sentimiento de felicidad que hacía mucho que se había esfumado. Llegó la hora de las cartas. Las releía antes de deshacerse de ellas, algunas frases incluso varias veces. Todas acababan con las mismas dos palabras que tan hermosas habían sido en una época, pero que en aquel momento sólo abrían más heridas de dolor y tristeza. Las echó todas sobre el fuego haciendo que el humo esparciese cada uno de esos “te quiero” por el aire y la abrazasen una última vez antes de desaparecer por completo. Varios minutos más tarde sólo quedaba un montón de cenizas a su lado y ella contemplaba como moría el sol a manos del horizonte, pensando que de igual modo murió tanto amor, sólo que éste último no renacería a la mañana siguiente.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Sueños Rotos

Las pequeñas gotas de agua que se posaban en las hojas de los árboles empezaban a resbalarse hacia suelo ya húmedo por culpa de la tormenta de la mañana. Varias de esas frías gotas caían sobre mis pies mientras andaba sin ninguna prisa por ese sendero decorado a los lados por los robustos y frondosos árboles. Cada paso que daban mis pies descalzos sobre la hierba resonaba a lo largo de todo el camino y de cuando en cuando mis dedos se topaban con ramas muy finas y, al parecer, inofensivas que no me daba tiempo a esquivar por lo que tenía que acabar pisándolas. Creía que me estaban lacerando las plantas de los pies todas esas pequeñas maderas, aunque no me preocupaba mucho. Me desvié del sendero y me vi obligada a aferrarme a los troncos de los árboles para no perder el equilibrio. Sabía donde iba, había estado tantas veces que podría repetir el camino incluso con los ojos cerrados. Unos pocos metros me separaban de mi destino, ése que me provocaba una sensación de entusiasmo que se incrementaba a cada paso que daba para acercarme.

Aparté unas hojas que estaban a la altura de mis ojos para poder ver lo que había más allá. Ahí estaba. Una visión preciosa, realmente difícil de describir en todo su esplendor. La fina hierba daba paso al pie de una cascada de agua totalmente cristalina. Incluso el sonido el agua al caer conseguía crear un ambiente en el que parecía que se respiraba toda la paz y la ilusión del mundo. No pude contenerme y me adentré dentro de las aguas que descendían desde tan alto que se podía pensar que caían directamente del cielo. Su frescura me acogió los brazos abiertos. Tal era la tranquilidad que me invadió en aquel momento que mis ideas, pensamientos y sueños se mezclaron con las aguas dulces, recorriendo toda su extensión e incluso subieron hasta lo más alto para divertirse dejándose caer por la corriente hasta volver donde yo estaba. Pero no todo lo que había salido de mi cabeza había vuelto a mí aún. Los sueños se habían quedado petrificados, indecisos, allá arriba de la cascada. Al cabo de un rato ellos también saltaron, pero la diversión había terminado. Cada sueño caía abrazado a varias gotas de agua, pero en algún punto entre lo alto de aquella cascada y yo esas gotas se estrellaron contra la realidad, rompiéndose en pequeños fragmentos tan afilados como cristales. Para cuando me di cuenta ya era tarde para poder apartarme. Todos aquellos sueños rotos se me echaron encima rasgando mi piel, mis sentidos, devolviéndome a la más dura de las realidades. Las pequeñas pero numerosas heridas comenzaron a sangrar tintando el agua de un rojo intenso. Mi gran cascada de sueños e ilusiones se había convertido en cuestión de segundos en un enorme charco de sangre y yo, al saber que nunca podría volver a ver esas aguas cristalinas llenas de tranquilidad, de vida y de fantasía, me quedé allí, debajo de las gotas rotas y afiladas que seguían hiriéndome, abrazada al recuerdo de lo que había sido la más hermosa visión que había pasado por mis ojos, pero que nunca podría volver a salir mente.

sábado, 27 de octubre de 2007

Fin del tiempo en escala de gris y negro

Salgo a la calle y todo está desierto, sin ruido, ni color, ni vida. A donde voy es un misterio incluso para mí, sólo vago por estas aceras que no sé dónde acaban, aunque tampoco dónde empiezan. Tras un tiempo andando todo se vuelve aún más gris y comienzan a aparecer ríos de gente de detrás de cada rincón. Caminan erguidos y sin apartar la vista del frente, como si lo que hubiese a los lados no existiera. Todos están vestidos de color oscuro, nadie destaca, son sombras con forma humana. Llegan hasta mí, pero nadie se detiene, cada cual sigue un rumbo al parecer ya marcado. Veo sus ojos, diferentes a los que había conocido hasta ahora, sin ningún tipo de brillo, ojos de ciegos. Por eso no me ven, pero tampoco sienten mi presencia, yo no existo para ellos, en realidad, nada de lo que haya más allá de cada uno de ellos existe para el resto, pero ellos no parecen notarlo. Están ahí, a unos pocos metros de mí, creando una especie de burbuja en cuyo centro estoy yo en un completo aislamiento.

Comienza a llover, pero no es agua transparente lo que cae, sino gotas negras y espesas que se estrellan con fuerza contra el suelo. Ninguna de las múltiples figuras mira siquiera al cielo, sólo abren los paraguas que llevaban consigo, todos a la vez, como si alguien les estuviese dirigiendo desde detrás de alguna esquina. Ahora los ríos de sombras negras son mares inmensos en los que no se puede distinguir nada.

Se empiezan a apoderar de mí varios sentimientos de desesperación y angustia. Van subiendo por mi espalda, haciéndose con todo mi cuerpo hasta llegar al mismísimo cerebro. En ese momento siento como si mil clavos se hubiesen incrustado en mi cabeza. Grito. Es lo único de lo que soy capaz ahora mismo, pero mi voz queda ahogada por un trueno. Vuelvo a notar el mismo pinchazo, que una vez más me hace desgarrar mi garganta con horribles alaridos, pero nuevamente un ensordecedor trueno impide que incluso yo pueda oír mi propia voz. Nadie se detiene a ver qué me ocurre, las masas negras siguen su camino sin mirar hacia donde yo estoy.

Un fuerte golpe en la parte trasera de las rodillas hace que caiga sobre éstas. Siento la presencia de algo, puede que de alguien. Lo que me ha tirado al suelo está ahí en algún lugar cerca de mí, pero no puedo verlo, aunque sí sentirlo. Me susurra palabras incomprensibles al oído. Es una voz extraña, muy aguda, pero me resulta extremadamente familiar. No está sola, la acompañan tres voces más que también dicen cosas que no entiendo. “¿No nos reconoces?” Es lo único que llego a comprender. Ya sé quienes son, las conozco desde hace tanto que apenas recordaba cómo sonaban. Intento levantarme, pero la Agonía vuelve a golpearme las rodillas, consiguiendo que caiga nuevamente mientras que la Desesperación y la Angustia, siempre juntas, encadenan mis brazos con los suyos para que no pueda escapar de ellas y para que la Soledad, maldita Soledad, rasgue toda mi espalda con sus garras, haciendo que grite, a pesar de que nadie puede oírme. Noto como empieza a brotar sangre de los desgarros de mi piel. Es cálida, puedo ver pequeños hilos cayendo al suelo, pero no es roja, sino negra y viscosa, al igual que la lluvia. Ambos líquidos se juntan en el asfalto y lo recorren hasta desembocar en alguna alcantarilla que encuentran en medio de su camino. Mi espalda comienza a arder y por lo que puedo observar, en el suelo mojado hierven la lluvia y mi sangre. Está llegando. Ellas lo saben y me apresan más fuerte, yo lo noto y me estremezco sin saber qué pasa realmente, y las masas negras siguen sin percibir absolutamente nada de lo que está ocurriendo.

Está aquí, frente a mí. Su sola presencia impresiona de forma indescriptible. Su mano empieza a jugar alrededor de mi cuello hasta que lo agarra con fuerza, haciéndome sentir como si el más frío de los vientos me hubiese cortado la respiración. Me está arrebatando todo segundo a segundo, las ilusiones, la esperanza, incluso la vida. “Se terminó tu tiempo” es lo único que oigo de él. Su mano acaba de soltarme, pero me quedan tan pocas fuerzas que no puedo aguantar siquiera sobre mis rodillas y mi cuerpo cae estrepitosamente contra el duro suelo. Aún sigo con vida, aunque no durará mucho. Tiene razón, ya no me queda más tiempo pues él me lo ha robado todo, al igual que me lo dio en un principio y está claro que el Tiempo siempre gana.

martes, 23 de octubre de 2007

Refugio de Melodías

La luna llena cumplía su cometido de vigilar la pequeña ciudad dormida. Todo era tranquilidad y salvo algún que otro gato travieso nada se movía. La brillante esfera reparó entonces en un edificio no muy alto de unas cinco plantas a lo sumo. No había luz en ninguna ventana, ni se oían ruidos, pero le pareció ver algo en la azotea. Una débil sombra se iba acercando cada vez más al borde del edificio, y la luna curiosa dirigió uno de sus rayos plateados hacia allí, para poder averiguar qué era aquello que, a diferencia del resto de la ciudad, no dormía. Se sorprendió al ver una muchacha joven con un maletín no demasiado grande entre sus manos. Ella, a pesar de haberla visto, trataba de ignorar a aquella luna que la miraba de forma amable, casi incluso maternal. Llegó hasta el borde de la azotea y se maravilló una vez más ante el espectáculo de luces y silencio que ofrecía la ciudad a aquellas altas horas de la madrugada. A pesar de que casi cada noche terminaba allí arriba el cuadro que veía siempre era diferente en una forma u otra.

No pudo evitar que un par de lágrimas resbalaran por sus mejillas al recordar por qué siempre acababa en lo alto de aquel edificio. Era el único sitio que tenía para esconderse del mundo, donde nadie la trataba mal y podía despejar su mente con total tranquilidad. Era su refugio, el lugar en el que se sentía a salvo de los demás. Siempre subía allí durante la noche para buscar esa paz que no encontraba de ningún otro modo. Pasaba las horas pensando en mil y una ideas diferentes y perdiendo su mirada en aquella oscuridad del cielo. Muchas veces incluso se acercaba al borde todo lo que podía y miraba hacia abajo, soñando cómo sería pedirle al Tiempo que la arrojase desde allí, imaginando lo que sería aquella caída hacia la nada, intentando saborear lo que sería dejar de sufrir para siempre. Pero por más que le rogaba a aquel dios que acortara su tiempo, él nunca aparecía y ella seguía en la azotea mirando al infinito, esperando que algunas manos la empujasen y la ayudasen a precipitarse al suelo.

Tras pasar numerosas noches esperando que algo así sucediera, aquella madrugada cambió su forma de rogar. Abrió el pequeño maletín que había subido consigo y sacó de él un violín de madera, algo viejo, pero que casi sonaba mejor que las primeras veces que alguien tocó con él. Se sentó tranquilamente en el bordillo de la azotea, fijó el instrumento en su hombro izquierdo y por último, posó el arco sobre las cuatro cuerdas recién afinadas. El sonido que vibró de aquel violín fue casi indescriptible. De cada movimiento del arco no manaban sólo notas, si no unos sentimientos desgarradores que hacían comprender a la perfección todo lo que pasaba por la mente de la intérprete. Sólo ella podía saber si esa magnífica melodía era para llamar la atención del Tiempo o si lo único que quería conseguir aquella tranquila noche era conmover a la luna.

domingo, 21 de octubre de 2007

Imperios de Hielo

Es extraño darse cuenta de cómo las malas sensaciones y sentimientos parece que retornan con más frecuencia que las buenas.

Creo que, poco a poco, he ido abandonando a todo el mundo que me rodeaba al ver que nos separaban enormes abismos. Ellos ahí y yo aquí, incapaz de dar siquiera un paso al frente para buscarlos porque sé que caeré hacia lo más profundo antes incluso de haberlos encontrado. Una vez más, y como ya es costumbre últimamente, he vuelto a mi castillo de hielo en el que soy la única persona que se pueda encontrar en él. Completamente aislada, sé que debe de haber alguien fuera de este frío, pero nadie se atreve a entrar para decirme que no hace falta que me quede dentro, que existen más cosas más allá de cuatro paredes completamente congeladas. Y los que entran no lo hacen para decir nada agradable, nada sincero al menos. De vez en cuando llegan pequeños halagos de no se sabe muy bien dónde, de gente que realmente no me conoce, que no sabe lo que hay dentro de la chica que apenas habla. Varios dicen que puedo conseguir muchas cosas, todas las que me proponga, dicen que soy tal cosa o tal otra. Todo el mundo cree conocerme, saber quien soy y como pienso, pero lo cierto es que a la gran mayoría ni siquiera les he permitido cruzar las puertas de mi castillo de hielo. Y aquí sigo yo, dentro de un bloque helado en el que no hay nada ni nadie más, en el que no dejo que la falsedad o la hipocresía traspasen esas puertas y no permito que nadie me mire a los ojos si sé que va a mentir. Me quedé sin bengalas y ahora sólo quiero que entre gente lo suficientemente hábil como para encender una pequeña fogata que derrita todo este infierno helado o que me diga que puedo salir de aquí sin que pase nada malo. Pero eso no pasa porque todos me han ido abandonando igual que yo, un día, abandonaré a todos.

sábado, 20 de octubre de 2007

Mensajes al trasluz

Te parecerá extraño despertar y ver en la pared las sombras de algo escrito en el cristal de tu ventana, lo cierto es que busqué, pero no encontré sitio mejor en el que dejar constancia de mi despedida. Seguramente al leer estas líneas mirarás hacía atrás buscándome y encontrarás al sol dando los buenos días, pero yo ya no estaré. Sólo espero que en ese instante tus ojos no pierdan su alegre brillo, que tu dulce sonrisa no se apague y que por el contrario sonrías al darte cuenta de que pasé la noche entera cuidando de ti al igual que lo haré siempre esté donde esté.

Debí haberte dicho esto antes de partir, lo siento, no puedo. Ambos sabíamos que tendría que irme pronto, pero te veo tan hermosa mientras duermes que no soy capaz de despertarte, por eso tengo que dejar este mensaje escrito en la ventana y al terminar, podré quedarme a observar cómo respiras. Esta noche haré todo lo posible porque duermas bien, no te preocupes, yo conseguiré que ninguna pesadilla se cuele en tus sueños y que puedas descansar para afrontar esta larga espera que ambos tendremos que soportar. Pero tranquila porque aunque no me veas podrás sentirme en todos los abrazos que te den las sábanas y cada vez que mires por la ventana y veas un par de estrellas brillando allá arriba serán mis ojos que observan lo bella que estás a la luz de la luna.

No olvides recoger el beso que mis labios dejaron para ti en los pétalos de la flor de la mesilla. A su lado encontrarás una cajita, en ella deposité mi corazón para que lo puedas cuidar. Prometo volver a buscarlo y no irme más, pero si de aquí a ese día dejas de oír sus latidos será que he muerto por no estar contigo.

Ahora me despido, no sin antes decirte que hace mucho que conseguiste ser todo mi mundo y que siempre lo seguirás siendo. Eres la pequeña dama que habita en mi corazón, que lo cuida y que cada día se preocupa de que esté sano y feliz.

Nunca dudes que volveremos a vernos, te quiero.

martes, 16 de octubre de 2007

La amante del mar

El invierno amenazaba con verter toda su furia sobre aquella estrecha carretera que conducía a las afueras del pueblo. El viento que comenzaba a levantarse desnudaba a los pocos árboles que aún les quedaba alguna hoja y la lluvia, fina pero incesante, otorgaba al camino un matiz peligroso. Apenas había luces que iluminaran aquella escena, únicamente el inquietante brillo de la luna llena y los focos de un antiguo coche que salía del pueblo por la carretera rumbo al faro.

Poco se sabía del conductor del vehículo. Sólo que cada año en esa fecha pasaba casi sin detenerse por el pueblo y continuaba su camino por aquella carretera llena de piedras y mal asfaltada. El conductor redujo la velocidad justo en aquel punto, quizá para contemplar el mismo paisaje de cada año o puede que porque sabía del peligro incrementado por el mal tiempo.

Los árboles que adornaban ambos lados del camino dejaron ver por fin el acantilado sobre el que se encontraba el viejo faro y tras él, la inmensidad del mar revuelto de aquella noche. El hombre detuvo el coche en el arcén varios metros delante de la torre de luz. Abrió la puerta, bajo del automóvil y se dedicó a esperar con el codo derecho apoyado sobre el techo. En ese momento comenzó a llover aún más fuerte y se podían oír truenos cada vez más altos, pero él no se movió. Simplemente contemplaba el faro que, pese a su antigüedad, seguía guiando a los barcos en sus travesías. Cuando ya creía haberse perdido en sus pensamientos un luminoso rayo le hizo volver a la realidad. Y precisamente esa luz que lo había sacado de su ensimismamiento fue la misma que dejó entrever aquello que estaba esperando, o mejor dicho, aquella a quien estaba esperando.

No pudo evitar acercarse un poco más, incluso se le olvidó cerrar la puerta del coche, pero en ese instante todo aquello daba igual, cualquier cosa que no fuese ella no importaba en absoluto. Allí estaba ella, saliendo de detrás del faro de forma pausada con su vestido de hilo fino y un par de flores en las manos. Hasta el viento se había fijado en ella y acariciaba sus pálidos brazos con suma suavidad mientras la lluvia le daba a su agitada melena un brillo digno del mismísimo sol. Él observó las manos de la chica primero, que seguían igual de jóvenes que hacía 23 años, y después las suyas, en las que el paso del tiempo había dejado huella. Aunque sólo la veía una vez al año se dio cuenta de que seguía tan hermosa como siempre. Ella había sido la única que consiguió detener su corazón por unos instantes, después ninguna había tenido un sabor tan increíblemente dulce. Pero ella era libre, así se lo dijo el primer día que se vieron hacía ya tantos años. Era un espíritu libre que no se detenía por nada, mucho menos por nadie y como era de esperar, el mar también la quería. Él no podría igualar nunca la oferta que el mar había puesto sobre la mesa, libertad eterna y poder conocer hasta el último rincón del planeta en el que vagaban sus aguas. Algo irresistible para alguien que llevaba soñando toda su vida con aquello. Sólo había una condición, que para ser tan libre como sus aguas debía despojarse de lo único que la encarcelaba, su cuerpo. Pero a ella no le importó tal precio. Se abrazó al mar desde aquel mismo acantilado hacía ya 23 años y desde entonces él había ido a visitarla porque siempre aparecía de nuevo. Aquel año no era distinto. Ella también le vio, incluso sonrió al reconocerle, pero una vez más, la oferta del mar era demasiado tentadora. Dejó que las flores que llevaba en la mano cayeran al suelo para que el viento pudiera cuidarlas, y adelantó varios pasos para poder volver junto al mar.

Cada año que iba observaba la misma escena. Llevaba 23 años perdiéndola del mismo modo, viendo como su amada le dejaba por aquellas aguas que le ofrecían completa libertad y ni siquiera podía saber si era real todo lo que veía. Lo único cierto era que cada año aquella fecha era la única en la que la podía ver con la nitidez que durante sus sueños no encontraba. Al próximo año volvería otra vez, necesitaba tanto verla, aunque ello significase observar cómo ella se echaba a los brazos del mar, fundiéndose en un eterno abrazo del que no saldría jamás.

viernes, 12 de octubre de 2007

Lágrimas de Luna

Ríos salados que nacen de verdes torbellinos,
se desplazan por rosadas montañas
y desembocan en la suavidad de una almohada.

Recuerdos que se diluyen en el café de la mañana
y para endulzarlos se añade azúcar.
Recuerdos, café y azúcar
en el mismo vaso se juntan,
pero son imposibles de mezclar.
Será por eso que nunca tomé café.

Pasa el día sin ríos,
se han vuelto invisibles
o es que nadie los quiere ver.
Remolinos sin agua
hasta que llega la próxima madrugada.

Un rayo surca el cielo,
una imagen sacude mi mente.
Fuera llueve y huele a mar.
Dentro todo es tranquilidad.
Pero la noche vuelve.

Lágrima sobre lágrima
hasta que terminó la madrugada.
Lágrima sobre lágrima
que sólo la Luna verá

Hementxe zaude

Medikuek esan zuten
jadanik ez zeundela gure artean,
baina nik somatzen zaitut
atarian,
itsasoan,
haizean.
Gauero jaitsi zara niri muxu ematera
eta hemen geratu zara loa hartu arte.
Maindireen besarkada gozoak
eta airearen laztan leunak...
badakit hortxe zaudela ezin ikusi arren.
Izarrek kontatu didate
mesedez eskatu diozula ilargiari ni zaintzeko
eta horrexegatik dagoela
han goian beti niri so.
Sartu nire ametsetan,
zaindu nazazu,
begira nazazu eta
igaro dezagun gau osoa hizketan.

miércoles, 10 de octubre de 2007

Carta a la señorita Soledad

Querida Soledad:

Hace ya varios años que te presentaste en mi puerta y sin ni siquiera haberte invitado decidiste pasar y acomodarte aquí. Ha pasado mucho tiempo desde entonces, pero aún sigues viviendo conmigo, apoderándote de mis días, de mis noches, de mi vida. Una vez más, ayer, apareciste por la noche, te quedaste hasta la madrugada e incluso te adueñaste de mi cama desde la que me mirabas con tu jocosa sonrisa. Conseguiste que confundiera con un susurro el leve viento que soplaba allá fuera, pero no, no había nadie, eras sólo tú. Llegó mi desesperación, te burlabas de mí pues ya sé que estoy perdido.

Nunca pensé que le pediría esto a nadie, pero márchate, abandóname a mi suerte sea cual sea. No puedo vivir viendo cada mañana tu figura tras de mí al limpiar el vaho del espejo. Siempre estás ahí, expectante, como si fueses una sombra y tu único cometido observarme. Cada mirada amenazante, recordándome que pasaré el resto de mis días encadenado con unos grilletes que ni siquiera tienen cerradura y haciéndome entender que jamás me libraré de ti. Y da igual que te suplique incluso de rodillas que me dejes, no importa si lo grito hasta que me tomen por loco, tú no contestas, ni pestañeas siquiera, ni un pequeño amago de mover los labios, nada.

Pero lo peor es que me has alejado de todo y todos, cada persona que conocía, cada actividad que me divertía los has reducido a la nada únicamente para encerrarme en mí mismo y así, apoderarte de mí. Sabía lo que pretendías desde el día que llamaste a mi puerta, pero poco a poco fui dejando que entraras en mí. No pretendía llegar a este punto, simplemente quería tu compañía, no la del resto y no me importaban las consecuencias. Sé que estoy pagando por ello y que me queda toda la vida para pagar mi error. Lo único que te pido es que no me acompañes a estar solo.

A partir de ahora intentaré comenzar un nuevo camino sin ti, con todos. Te abandono por siempre. Espero sinceramente que no encuentres nuevas víctimas a las que acompañar.
Saludos y hasta nunca.

domingo, 7 de octubre de 2007

Cárcel de Sal

Todos los personajes y hechos de esta historia son puramente ficticios, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia......¿o no?

Tú, que desgarraste mi corazón de arriba abajo con una daga y vertiste la sangre en una copa de cristal, alzaste esa copa hacia el cielo para brindar, convirtiéndote en mi dueño y señor. Los restos de mi corazón quedaron abandonados en el frío suelo, pero no contento con eso, lo recogiste y lo encerraste en un tarro de sal para que fuese imposible que las heridas cicatrizasen. Así pues, pasaron cien días con sus cien noches mientras mi pequeño corazón seguía preso en tu cárcel de sal, lo que significaba que yo misma estaba también atada a ti. Pero un día, harta del dolor y del sufrimiento que me causaba esa situación opté por secuestrar a mi propio corazón de tus garras para poder cuidarlo y sanar sus heridas. Para ello tuve que entrar a tu castillo de oscuridad y esquivar a todas las ideas diabólicas que hacían de centinela. Y al final, allí estaba, en carne viva, en medio de una sala enorme y sin apenas poder latir, pensando que todas sus fuerzas lo habían abandonado y que lo único que le quedaba esperar era una muerte lenta al igual que dolorosa. Pero yo rompí el tarro, llena de ira, odio y lágrimas al ver mi corazón en ese estado. Lo envolví en las mantas de mi cariño y dejé que descansara en una cajita de cerámica durante varios siglos. Cada noche podía oír a mi corazón profiriendo gritos de dolor y sufrimiento por todas las cosas que había pasado. Resultó que mi pequeño corazón lloro durante mil inviernos sin parar, pero esas lágrimas no fueron en vano. Cada una de ellas desgastaba el nombre que tenía grabado a fuego desde hacía tanto, tu nombre, hasta que al final, no quedó rastro de él sobre mi piel, lo que indicaba que todos y cada uno de los grilletes que me encadenaban ya no existían. En ese momento juré que no volverían a existir jamás. Así que pasados los inviernos sólo podían venir las nuevas primaveras que alegrarían a un pequeño corazón malherido como el mío, que ahora vuelve con suficientes fuerzas como para querer seguir navegando por el ancho océano, guiado por las ganas de encontrar un norte nunca antes hallado.

Arden los molinos de la locura

En principio este título iba a dar lugar a un poema, pero me acordé que escribir poesía no es lo mío y que se me da mejor la prosa. Puede que en varias ocasiones parezca un texto demasiado lento y descriptivo, estoy de acuerdo, pero todo tiene su porqué. Así pues, aquí está el relato que nació con la idea de ser un poema, pero que al final no lo fue.


Una noche helada y oscura, el cielo amenazaba con verter toda el agua de los océanos sobre la tierra, una figura se acercaba desde la lejanía. Nuestro viajero llevaba recorrido un largo camino, paso tras paso, sin un solo descanso y tampoco se iba a detener ahora que había entrado por fin en La Mancha. Encorvado y con una tela que cubría todo su rostro y gran parte de su cuerpo, llevaba en una mano lo que al parecer era una antorcha improvisada. Era la única fuente de calor que había en varios kilómetros. En la otra, aferraba con todas sus fuerzas un viejo libro de hojas amarillentas y cuya cubierta se desmenuzaba fácilmente. Al cabo de unos instantes aparecieron a su lado otras cuatro figuras de idénticas características, portando también una llama sobre sus antorchas. Siguieron caminando sin hablar una sola palabra entre ellos. Todos tenían el mismo propósito, un mismo destino que conseguirían al fin llevar a cabo aquella noche. Llegaron a un pequeño pueblo en el que incluso las piedras dormían. Los cinco encapuchados atravesaron el pueblo en sumo silencio, andando tan sigilosamente que cualquier persona que hubiese estado despierta a aquellas horas de la madrugada hubiese jurado ver a cinco figuras flotando por las calles. El lugar al que iban quedaba algo más lejos de aquella pequeña aldea, por eso continuaron caminando hasta dejarla atrás. Por fin divisaron su objetivo. Allá a lo lejos podían ver los inmensos molinos de piedra que habían venido a buscar. Hacía ya muchos años que nadie entraba en ellos, cuando los dejaron abandonados solían entrar chavales a jugar, pero algunos mayores del pueblo lo consideraban demasiado peligroso dado el estado de los molinos y por eso decidieron tapiar la puerta. Pero a la llegada de nuestros viajeros, aquellas maderas que impedían el paso al interior se encontraban en el suelo. Pronto se dieron cuenta de que no estaban solos en aquel lugar. Sin previo aviso comenzaron a aparecer miles de sombras que se acercaban a las cinco figuras. Cada una de ellas bailaba una danza lenta a causa de las antorchas que llevaban en la mano. Fueron acercándose más y más hasta que las sombras dieron paso a figuras, éstas también encapuchadas. Parecía una reunión de antiguos compañeros, sólo que nadie allí se conocían, eran todos como hermanos a los que había que tratar con respeto, pero nadie mandaba sobre los demás. Flotando suavemente sobre la hierba rodearon los tres molinos de piedra. Visto desde el cielo se podría apreciar un círculo de fuego enorme con tres torreones en su interior. De ese mismo cielo comenzaron a caer algunas gotas de lluvia y a sonar en la lejanía algunos truenos débiles que poco a poco se iban acercando. El sonido de las gotas se asemejaba al de miles y miles de agujas golpeándose una contra la otra que intentaban por todos los medios posibles apagar las llamas de las antorchas. Pero no lo conseguían. Cada vez que una pequeña gota de agua golpeaba el fuego, éste se tornaba azul por unos instantes. Los numerosos componentes del círculo ni se inmutaron ante semejante fenómeno, siguieron en pie, expectantes, sin importarles el tiempo que llevaban allí, ni la lluvia que cada vez era más copiosa. De repente una de las figuras abrió el libro que llevaba en la mano y, como si les hubiesen dado una señal, comenzaron todos a entonar unos fragmentos de aquel antiguo libro. Sus voces fueron incrementando en volumen, tanto que llegaron a oírse en el pueblo que habían dejado atrás, tanto que quebró el sueño de muchos de los vecinos y empezaron a verse varias luces prendidas en sus casas. Pero para cuando los vecinos se percataron de lo que pasaba en los molinos ya era demasiado tarde, no llegarían a tiempo de impedirlo. La lluvia llegó a ser tan abundante que el círculo de fuego no recuperó su color rojizo y cuando la última de las llamas se tornó azul, surcó el cielo una luz cegadora seguida por un estruendo que acalló las voces de las figuras. Había llegado el momento. Alzaron sus antorchas y las lanzaron por las ventanas y las puertas al interior de los molinos. Sorprendentemente, los tres molinos comenzaron a arder muy rápido desde dentro. Ya no había vuelta atrás. Pese a que muchos de los vecinos habían salido de sus casas y se habían acercado hasta la procedencia de aquel misterioso canto, no podrían detener lo que ya había comenzado. La mayoría eran ancianos que llevaban viviendo allí desde mucho antes de que se cerraras aquellos torreones, por eso ellos eran los que reflejaban pánico en sus caras, profundo terror a lo que vendría después de este inesperado acontecimiento. Eran los mismos ancianos que habían dado orden de sellar los tres antiguos molinos, los únicos que sabían sus secretos. Pero ya era hora de liberarlos y que el mundo los absorbiese. Los molinos seguían ardiendo y ni la torrencial lluvia era capaz de apagarlos. Una columna de humo negro se aproximaba cada vez más al cielo, hasta que cambió bruscamente de dirección. Comenzó a expandirse hacia el pueblo. Entraba por todas las puertas, ventanas y resquicios que hubiese, sin ser siquiera invitado. Cada uno de lo habitantes inhaló parte de aquel humo sin darse cuenta, tanto niños como ancianos, no podría librarse nadie. La nube de humo siguió su camino y pronto llegó a todos los rincones del planeta. El mundo ya estaba infectado. Poco a poco el círculo y sus componentes se fueron desvaneciendo, ya había cumplido su cometido, nada les retenía allí. Habían sido lo guardianes de la caja de Pandora durante mucho tiempo, demasiado quizá y ahora, al igual que su primera guardiana, habían decidido abrirla al mundo y expandir todo su mal, toda su locura.

Cuaderno de Bitácoras

Soy el capitán de una pequeña embarcación de madera que navega sin rumbo por el mar del olvido. La brújula dejó de señalar el norte, el camino correcto…pero a fin de cuentas, ¿qué es lo correcto? Hace varios años que es sol ya no sale, quiere impedir que sea capaz de encontrar mi ubicación y que pueda divisar algún continente, viejo o nuevo ¿qué más da?, en el que poder labrar algo que algún día llamaré presente. Pero ahora aquí estoy recostado en mi bote con un cuaderno al que, en principio, debería de contarle todos los movimientos de mi travesía, pero que como ni siquiera sé dónde estoy, a dónde llegaré o qué rumbo tomar, prefiero contarle mis horas muertas en las que nunca es de día ni de noche porque no hay ni sol ni luna, sólo oscuridad. Sé que al terminar cada página la arrojaré al mar para que su tinta se pierda en las profundidades y forme parte del pasado.

Las aguas han empezado a agitarse. Algo, seguramente alguien, tendrá la culpa de desatar tal tormenta. Se oyen truenos y noto lo que podría ser lluvia, aunque no estoy seguro de si son gotas de lluvia o si el mar entero está cayendo sobre mí. Las olas son cada vez más grandes, ya no se conforman sólo con conseguir que mi embarcación esté más perdida de lo que ya estaba, no, ahora prefieren golpearla violentamente. Tanto es así, que el bote de madera acaba volcando y yo comienzo mi propio viaje hacia el fondo del mar.

No puedo respirar, pero siento que tampoco me estoy ahogando. Simplemente mi cuerpo se va alejando de la superficie y yo casi ni soy consciente de ello. Ahí está mi cuaderno, metros más arriba que yo. Baja despacio y sin ninguna prisa mientras cada palabra que en él había escrita va desapareciendo. La tinta ni siquiera ha dejado una pequeña huella en el mar, nada, es como si las palabras nunca hubiesen sido escritas y por lo tanto, no podrán ser recordadas. Y yo aquí sigo hundiéndome en aguas llenas de imágenes antiguas y sonidos confusos, sabiendo que me espera el mismo destino que a mi compañero de papel.

Quizá hubiese preferido vivir estos últimos tiempos en el continente, aunque sé que los que mueren allí, en el presente, no lo hacen sobre un lecho de rosas tal y como lo solemos imaginar, sino que esas rosas cuenta a su vez con millones de espinas. Y cuando llega tu hora te ves allí tumbado sobre rosas rojas mientras que sus espinas te rasgan la piel con cada pequeño movimiento que hagas. Así, gracias a esa sangre, las rosas ganan brillo y tú pierdes la vida. No los envidio, no es una muerte dulce morir en ese continente. El mar es más suave, te arrastra con más tacto hacia las profundidades del olvido. Ves imágenes y sonidos que incluso tú no recordabas y te das cuenta que acabarás igual, que a medida y bajas el recuerdo que había sobre tu persona en otros va disminuyendo, hasta que alcanzas el fondo y desapareces por completo del presente.

Yo sigo cayendo, aunque ahora tengo compañía. Antiguos fantasmas que pasaron por mi vida, ahora están aquí a mi lado en forma de sombras. Quieren que vaya con ellos, que siga el camino hacia el fondo, que no pueda regresar nunca a mi embarcación. Me han cogido del brazo, de las piernas y me arrastran con ellos. No opongo resistencia, al fin y al cabo, esto es mi muerte, acabar en el olvido.

As de Picas

Los lectores de este texto han de saber que cuatro son las damas que custodian la baraja francesa: la del Amor, la de la Suerte, la del Dinero y La dama de la Muerte.


Viernes de madrugada, un bar cualquiera y él próximo a la barra apurando su copa. Nadie reparaba en él en aquel lugar, era un tipo normal, uno más de los que acababa allí metido cada noche. “Póngame algo fuerte” habían sido sus únicas palabras dirigidas al camarero con voz grave y fría. Llevaba en el local cerca de hora y media con una sola consumición y sin hacer demasiado caso a todas las conversaciones que se podían oír a su alrededor. No le interesaban en absoluto. En realidad, nada de lo que pudiese ocurrir allí le importaba lo más mínimo. El vaso continuaba en su mano pese a que hacía rato que estaba vacío. Lo posó cuidadosamente sobre la madera barnizada de la barra, sacó un billete que dejó con desgana al lado del vaso de cristal y sin esperar el cambio salió de aquel antro con su gabardina marrón y su sombrero. Empezó a caminar por las calles desiertas de la ciudad. Todo estaba en silencio, todo era tranquilidad. Las farolas apenas iluminaban la calle, aunque tampoco había mucho que ver. Al de cierto rato se le acercó una señorita, de ésas que ofrecen su compañía a cambio de una cartera llena. Posiblemente cualquier otra noche hubiese gastado sus billetes en ella, pero aquella noche no. Aquella noche sólo tendría la compañía de una dama, no tenía prisa por llegar a su encuentro, pero tampoco se podía demorar mucho, a fin de cuentas no está bien visto hacer esperar a una dama. Continuó andando hacía su destino, pero se dio cuenta de que aún le faltaba un buen trecho para llegar, por eso palpó sus bolsillos. Intentaba encontrar un paquete de cigarrillos para poder llevarse uno a la boca, pero no estaba allí el paquete. Pensó que lo más probable es que se lo hubiese olvidado en el bar. Pero halló otra cosa, algo más...interesante: una baraja francesa, de haber jugado un par de partidas al póquer la noche anterior. Comenzó a pasar las cartas, cada vez con más ansia, hasta que allí la encontró. La única carta que le interesaba. El As de Picas: su dama. Dejó caer el resto de la baraja sin hacer mucho caso de dónde caía cada una de las cartas que la componían. Pero el As permaneció en su mano, más imponente que nunca. Guardó la carta en el bolsillo de la camisa y se apresuró para llegar por fin a tan esperado encuentro. Sus últimos pasos fueron casi corriendo, hasta que se paró en seco y sonrió. Tenía ante él un puente que pasaba por el río más largo de la ciudad. Reposó los antebrazos en la baranda mirando primero al agua y después al cielo. Estaba allí por una razón: encontrarse con lo único que le ayudaría a vencer en su guerra. Sacó la carta del bolsillo, subió a la baranda y extendió los brazos intentando mantener el equilibrio. En ese momento sintió la presencia de su dama, su espera había acabado. Cerró los ojos, sonrió al cielo con aire triunfal y dio un paso al frente. Su cuerpo se precipitó hacia el agua y durante la caída su sombrero se desprendió de su cabeza. Pero no le importó porque su enemigo era el Tiempo y su aliada la Muerte.

Carta de presentación

Mediante esta primera entrada quisiera darle la bienvenida a cualquiera que haya comenzado a leer este blog, bien sea de manera premeditada o accidental. Puede que esta presentación vaya a ser un tanto atípica, puesto que dudo que en algún momento escriba datos sobre mí. No creo que eso ayude a nadie a saber de mí, pero sí lo harán cada escrito, frase incluso palabra que aquí exponga, ya que salen de mí misma. En este blog podréis leer principalmente prosa, aunque quizá de vez en cuando os topéis con algo parecido a un poema. Respecto al idioma, he de decir que por lo general será el castellano y en menor medida el euskera, pero que nadie se alarme si un día encuentra algo también en inglés. Por último les invito a que dejen sus críticas tanto constructivas como destructivas, todas ellas serán bienvenidas. Espero que disfruten leyendo este blog tanto como yo escribiéndolo.