“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

domingo, 11 de octubre de 2009

Singing in the rain

“Cobarde” fue lo que me gritó la primera gota que impactó con fuerza contra el parabrisas. Lo hizo tan alto que me asusté por si también tú lo habías oído, pero supongo que la voz de Ismael y la tuya a dúo, no dejó que la acusación llegase a tus oídos. El ataque de gotas de agua incrementó según avanzábamos por la carretera. “Por cobarde” repitió una, “por no haberte atrevido a abrazarle durante toda la película aún teniéndolo al lado” me culpó otra. “Por haber sido incapaz de besarle cuando le tenías a menos de diez centímetros de distancia cuando estabais mirando por la ventana” me recriminó una que había chocado de manera muy violenta contra el cristal, “por no haber conseguido el valor para pedirle el teléfono y solicitar a su interlocutor que lo llamara más tarde, que ahora tenías que dejar de ser cobarde” sentenció la última.

Todas tenían razón. Al parecer mi valor se fue en el tranvía que pasó poco antes de que llegaras. Por un momento pensé que lo echarían por no haber pagado el billete y que así volvería a mí, pero mientras se alejaba el vagón vi cómo sonreía, muestra de que no tenía intención de regresar.

Si ya me llevaba sintiendo cobarde toda la tarde y parte de la noche, la sensación incrementó tras escucharte al teléfono. No pretendía ser cotilla, ni siquiera tenía intención de atender porque siempre me ha parecido una falta de respeto enterarme de conversaciones ajenas, pero es que los oídos no son como los ojos. Puedo cerrar los párpados y dejar de ver, pero no puedo cerrar los oídos, así que por más que intentase no atender, tu voz me llegaba de forma muy nítida. En cierto modo me alegro de que fuese así, me hizo abrir un poco los ojos.

Finalmente ocho horas después del comienzo lo conseguí. Besarte sin permiso fue lo más valiente que he hecho en toda mi vida. No me preguntes de dónde saqué las agallas porque ni siquiera yo lo entiendo aún, sólo me alegro de que apareciesen en mi rescate en el último momento porque nunca me habría perdonado el perder esa última oportunidad que me brindaba el tiempo. Me hubiese encantado poder quedarme dentro del coche un rato más, pero supongo que la carretera decidió por nosotros que a cada cosa hay que otorgarle su momento y duración.

Tuve todo el viaje a casa para asimilar lo que acababa de pasar. Llovía ¿y qué? Me estaba congelando de frío ¿qué más daba? Me estaba entrando agua hasta el interior de los huesos ¿importaba acaso? Me había llegado la felicidad como caída del cielo junto con las gotas de lluvia y todo lo demás me daba igual. Por un rato me sentí como Gene Kelly, a diferencia de que yo no me puse a cantar, pero mi mente sí que lo hizo.

No dormí absolutamente nada, no sé si porque no podía a causa de la emoción o si no quería porque necesitaba revivir cada instante en mi cabeza, en especial el último. Me pasé toda la noche pensando, preguntándome si estarías ya dormido o no, y si, en el caso de que aún estuvieses despierto, estarías pensando en mí.

Hay dos grandes conclusiones a las que llegué esta noche: las ocho horas de ayer fueron las más felices de toda mi vida; y, que si pensaba que era imposible engancharse aún más a ti, estaba completamente equivocada.