“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

sábado, 27 de octubre de 2007

Fin del tiempo en escala de gris y negro

Salgo a la calle y todo está desierto, sin ruido, ni color, ni vida. A donde voy es un misterio incluso para mí, sólo vago por estas aceras que no sé dónde acaban, aunque tampoco dónde empiezan. Tras un tiempo andando todo se vuelve aún más gris y comienzan a aparecer ríos de gente de detrás de cada rincón. Caminan erguidos y sin apartar la vista del frente, como si lo que hubiese a los lados no existiera. Todos están vestidos de color oscuro, nadie destaca, son sombras con forma humana. Llegan hasta mí, pero nadie se detiene, cada cual sigue un rumbo al parecer ya marcado. Veo sus ojos, diferentes a los que había conocido hasta ahora, sin ningún tipo de brillo, ojos de ciegos. Por eso no me ven, pero tampoco sienten mi presencia, yo no existo para ellos, en realidad, nada de lo que haya más allá de cada uno de ellos existe para el resto, pero ellos no parecen notarlo. Están ahí, a unos pocos metros de mí, creando una especie de burbuja en cuyo centro estoy yo en un completo aislamiento.

Comienza a llover, pero no es agua transparente lo que cae, sino gotas negras y espesas que se estrellan con fuerza contra el suelo. Ninguna de las múltiples figuras mira siquiera al cielo, sólo abren los paraguas que llevaban consigo, todos a la vez, como si alguien les estuviese dirigiendo desde detrás de alguna esquina. Ahora los ríos de sombras negras son mares inmensos en los que no se puede distinguir nada.

Se empiezan a apoderar de mí varios sentimientos de desesperación y angustia. Van subiendo por mi espalda, haciéndose con todo mi cuerpo hasta llegar al mismísimo cerebro. En ese momento siento como si mil clavos se hubiesen incrustado en mi cabeza. Grito. Es lo único de lo que soy capaz ahora mismo, pero mi voz queda ahogada por un trueno. Vuelvo a notar el mismo pinchazo, que una vez más me hace desgarrar mi garganta con horribles alaridos, pero nuevamente un ensordecedor trueno impide que incluso yo pueda oír mi propia voz. Nadie se detiene a ver qué me ocurre, las masas negras siguen su camino sin mirar hacia donde yo estoy.

Un fuerte golpe en la parte trasera de las rodillas hace que caiga sobre éstas. Siento la presencia de algo, puede que de alguien. Lo que me ha tirado al suelo está ahí en algún lugar cerca de mí, pero no puedo verlo, aunque sí sentirlo. Me susurra palabras incomprensibles al oído. Es una voz extraña, muy aguda, pero me resulta extremadamente familiar. No está sola, la acompañan tres voces más que también dicen cosas que no entiendo. “¿No nos reconoces?” Es lo único que llego a comprender. Ya sé quienes son, las conozco desde hace tanto que apenas recordaba cómo sonaban. Intento levantarme, pero la Agonía vuelve a golpearme las rodillas, consiguiendo que caiga nuevamente mientras que la Desesperación y la Angustia, siempre juntas, encadenan mis brazos con los suyos para que no pueda escapar de ellas y para que la Soledad, maldita Soledad, rasgue toda mi espalda con sus garras, haciendo que grite, a pesar de que nadie puede oírme. Noto como empieza a brotar sangre de los desgarros de mi piel. Es cálida, puedo ver pequeños hilos cayendo al suelo, pero no es roja, sino negra y viscosa, al igual que la lluvia. Ambos líquidos se juntan en el asfalto y lo recorren hasta desembocar en alguna alcantarilla que encuentran en medio de su camino. Mi espalda comienza a arder y por lo que puedo observar, en el suelo mojado hierven la lluvia y mi sangre. Está llegando. Ellas lo saben y me apresan más fuerte, yo lo noto y me estremezco sin saber qué pasa realmente, y las masas negras siguen sin percibir absolutamente nada de lo que está ocurriendo.

Está aquí, frente a mí. Su sola presencia impresiona de forma indescriptible. Su mano empieza a jugar alrededor de mi cuello hasta que lo agarra con fuerza, haciéndome sentir como si el más frío de los vientos me hubiese cortado la respiración. Me está arrebatando todo segundo a segundo, las ilusiones, la esperanza, incluso la vida. “Se terminó tu tiempo” es lo único que oigo de él. Su mano acaba de soltarme, pero me quedan tan pocas fuerzas que no puedo aguantar siquiera sobre mis rodillas y mi cuerpo cae estrepitosamente contra el duro suelo. Aún sigo con vida, aunque no durará mucho. Tiene razón, ya no me queda más tiempo pues él me lo ha robado todo, al igual que me lo dio en un principio y está claro que el Tiempo siempre gana.

martes, 23 de octubre de 2007

Refugio de Melodías

La luna llena cumplía su cometido de vigilar la pequeña ciudad dormida. Todo era tranquilidad y salvo algún que otro gato travieso nada se movía. La brillante esfera reparó entonces en un edificio no muy alto de unas cinco plantas a lo sumo. No había luz en ninguna ventana, ni se oían ruidos, pero le pareció ver algo en la azotea. Una débil sombra se iba acercando cada vez más al borde del edificio, y la luna curiosa dirigió uno de sus rayos plateados hacia allí, para poder averiguar qué era aquello que, a diferencia del resto de la ciudad, no dormía. Se sorprendió al ver una muchacha joven con un maletín no demasiado grande entre sus manos. Ella, a pesar de haberla visto, trataba de ignorar a aquella luna que la miraba de forma amable, casi incluso maternal. Llegó hasta el borde de la azotea y se maravilló una vez más ante el espectáculo de luces y silencio que ofrecía la ciudad a aquellas altas horas de la madrugada. A pesar de que casi cada noche terminaba allí arriba el cuadro que veía siempre era diferente en una forma u otra.

No pudo evitar que un par de lágrimas resbalaran por sus mejillas al recordar por qué siempre acababa en lo alto de aquel edificio. Era el único sitio que tenía para esconderse del mundo, donde nadie la trataba mal y podía despejar su mente con total tranquilidad. Era su refugio, el lugar en el que se sentía a salvo de los demás. Siempre subía allí durante la noche para buscar esa paz que no encontraba de ningún otro modo. Pasaba las horas pensando en mil y una ideas diferentes y perdiendo su mirada en aquella oscuridad del cielo. Muchas veces incluso se acercaba al borde todo lo que podía y miraba hacia abajo, soñando cómo sería pedirle al Tiempo que la arrojase desde allí, imaginando lo que sería aquella caída hacia la nada, intentando saborear lo que sería dejar de sufrir para siempre. Pero por más que le rogaba a aquel dios que acortara su tiempo, él nunca aparecía y ella seguía en la azotea mirando al infinito, esperando que algunas manos la empujasen y la ayudasen a precipitarse al suelo.

Tras pasar numerosas noches esperando que algo así sucediera, aquella madrugada cambió su forma de rogar. Abrió el pequeño maletín que había subido consigo y sacó de él un violín de madera, algo viejo, pero que casi sonaba mejor que las primeras veces que alguien tocó con él. Se sentó tranquilamente en el bordillo de la azotea, fijó el instrumento en su hombro izquierdo y por último, posó el arco sobre las cuatro cuerdas recién afinadas. El sonido que vibró de aquel violín fue casi indescriptible. De cada movimiento del arco no manaban sólo notas, si no unos sentimientos desgarradores que hacían comprender a la perfección todo lo que pasaba por la mente de la intérprete. Sólo ella podía saber si esa magnífica melodía era para llamar la atención del Tiempo o si lo único que quería conseguir aquella tranquila noche era conmover a la luna.

domingo, 21 de octubre de 2007

Imperios de Hielo

Es extraño darse cuenta de cómo las malas sensaciones y sentimientos parece que retornan con más frecuencia que las buenas.

Creo que, poco a poco, he ido abandonando a todo el mundo que me rodeaba al ver que nos separaban enormes abismos. Ellos ahí y yo aquí, incapaz de dar siquiera un paso al frente para buscarlos porque sé que caeré hacia lo más profundo antes incluso de haberlos encontrado. Una vez más, y como ya es costumbre últimamente, he vuelto a mi castillo de hielo en el que soy la única persona que se pueda encontrar en él. Completamente aislada, sé que debe de haber alguien fuera de este frío, pero nadie se atreve a entrar para decirme que no hace falta que me quede dentro, que existen más cosas más allá de cuatro paredes completamente congeladas. Y los que entran no lo hacen para decir nada agradable, nada sincero al menos. De vez en cuando llegan pequeños halagos de no se sabe muy bien dónde, de gente que realmente no me conoce, que no sabe lo que hay dentro de la chica que apenas habla. Varios dicen que puedo conseguir muchas cosas, todas las que me proponga, dicen que soy tal cosa o tal otra. Todo el mundo cree conocerme, saber quien soy y como pienso, pero lo cierto es que a la gran mayoría ni siquiera les he permitido cruzar las puertas de mi castillo de hielo. Y aquí sigo yo, dentro de un bloque helado en el que no hay nada ni nadie más, en el que no dejo que la falsedad o la hipocresía traspasen esas puertas y no permito que nadie me mire a los ojos si sé que va a mentir. Me quedé sin bengalas y ahora sólo quiero que entre gente lo suficientemente hábil como para encender una pequeña fogata que derrita todo este infierno helado o que me diga que puedo salir de aquí sin que pase nada malo. Pero eso no pasa porque todos me han ido abandonando igual que yo, un día, abandonaré a todos.

sábado, 20 de octubre de 2007

Mensajes al trasluz

Te parecerá extraño despertar y ver en la pared las sombras de algo escrito en el cristal de tu ventana, lo cierto es que busqué, pero no encontré sitio mejor en el que dejar constancia de mi despedida. Seguramente al leer estas líneas mirarás hacía atrás buscándome y encontrarás al sol dando los buenos días, pero yo ya no estaré. Sólo espero que en ese instante tus ojos no pierdan su alegre brillo, que tu dulce sonrisa no se apague y que por el contrario sonrías al darte cuenta de que pasé la noche entera cuidando de ti al igual que lo haré siempre esté donde esté.

Debí haberte dicho esto antes de partir, lo siento, no puedo. Ambos sabíamos que tendría que irme pronto, pero te veo tan hermosa mientras duermes que no soy capaz de despertarte, por eso tengo que dejar este mensaje escrito en la ventana y al terminar, podré quedarme a observar cómo respiras. Esta noche haré todo lo posible porque duermas bien, no te preocupes, yo conseguiré que ninguna pesadilla se cuele en tus sueños y que puedas descansar para afrontar esta larga espera que ambos tendremos que soportar. Pero tranquila porque aunque no me veas podrás sentirme en todos los abrazos que te den las sábanas y cada vez que mires por la ventana y veas un par de estrellas brillando allá arriba serán mis ojos que observan lo bella que estás a la luz de la luna.

No olvides recoger el beso que mis labios dejaron para ti en los pétalos de la flor de la mesilla. A su lado encontrarás una cajita, en ella deposité mi corazón para que lo puedas cuidar. Prometo volver a buscarlo y no irme más, pero si de aquí a ese día dejas de oír sus latidos será que he muerto por no estar contigo.

Ahora me despido, no sin antes decirte que hace mucho que conseguiste ser todo mi mundo y que siempre lo seguirás siendo. Eres la pequeña dama que habita en mi corazón, que lo cuida y que cada día se preocupa de que esté sano y feliz.

Nunca dudes que volveremos a vernos, te quiero.

martes, 16 de octubre de 2007

La amante del mar

El invierno amenazaba con verter toda su furia sobre aquella estrecha carretera que conducía a las afueras del pueblo. El viento que comenzaba a levantarse desnudaba a los pocos árboles que aún les quedaba alguna hoja y la lluvia, fina pero incesante, otorgaba al camino un matiz peligroso. Apenas había luces que iluminaran aquella escena, únicamente el inquietante brillo de la luna llena y los focos de un antiguo coche que salía del pueblo por la carretera rumbo al faro.

Poco se sabía del conductor del vehículo. Sólo que cada año en esa fecha pasaba casi sin detenerse por el pueblo y continuaba su camino por aquella carretera llena de piedras y mal asfaltada. El conductor redujo la velocidad justo en aquel punto, quizá para contemplar el mismo paisaje de cada año o puede que porque sabía del peligro incrementado por el mal tiempo.

Los árboles que adornaban ambos lados del camino dejaron ver por fin el acantilado sobre el que se encontraba el viejo faro y tras él, la inmensidad del mar revuelto de aquella noche. El hombre detuvo el coche en el arcén varios metros delante de la torre de luz. Abrió la puerta, bajo del automóvil y se dedicó a esperar con el codo derecho apoyado sobre el techo. En ese momento comenzó a llover aún más fuerte y se podían oír truenos cada vez más altos, pero él no se movió. Simplemente contemplaba el faro que, pese a su antigüedad, seguía guiando a los barcos en sus travesías. Cuando ya creía haberse perdido en sus pensamientos un luminoso rayo le hizo volver a la realidad. Y precisamente esa luz que lo había sacado de su ensimismamiento fue la misma que dejó entrever aquello que estaba esperando, o mejor dicho, aquella a quien estaba esperando.

No pudo evitar acercarse un poco más, incluso se le olvidó cerrar la puerta del coche, pero en ese instante todo aquello daba igual, cualquier cosa que no fuese ella no importaba en absoluto. Allí estaba ella, saliendo de detrás del faro de forma pausada con su vestido de hilo fino y un par de flores en las manos. Hasta el viento se había fijado en ella y acariciaba sus pálidos brazos con suma suavidad mientras la lluvia le daba a su agitada melena un brillo digno del mismísimo sol. Él observó las manos de la chica primero, que seguían igual de jóvenes que hacía 23 años, y después las suyas, en las que el paso del tiempo había dejado huella. Aunque sólo la veía una vez al año se dio cuenta de que seguía tan hermosa como siempre. Ella había sido la única que consiguió detener su corazón por unos instantes, después ninguna había tenido un sabor tan increíblemente dulce. Pero ella era libre, así se lo dijo el primer día que se vieron hacía ya tantos años. Era un espíritu libre que no se detenía por nada, mucho menos por nadie y como era de esperar, el mar también la quería. Él no podría igualar nunca la oferta que el mar había puesto sobre la mesa, libertad eterna y poder conocer hasta el último rincón del planeta en el que vagaban sus aguas. Algo irresistible para alguien que llevaba soñando toda su vida con aquello. Sólo había una condición, que para ser tan libre como sus aguas debía despojarse de lo único que la encarcelaba, su cuerpo. Pero a ella no le importó tal precio. Se abrazó al mar desde aquel mismo acantilado hacía ya 23 años y desde entonces él había ido a visitarla porque siempre aparecía de nuevo. Aquel año no era distinto. Ella también le vio, incluso sonrió al reconocerle, pero una vez más, la oferta del mar era demasiado tentadora. Dejó que las flores que llevaba en la mano cayeran al suelo para que el viento pudiera cuidarlas, y adelantó varios pasos para poder volver junto al mar.

Cada año que iba observaba la misma escena. Llevaba 23 años perdiéndola del mismo modo, viendo como su amada le dejaba por aquellas aguas que le ofrecían completa libertad y ni siquiera podía saber si era real todo lo que veía. Lo único cierto era que cada año aquella fecha era la única en la que la podía ver con la nitidez que durante sus sueños no encontraba. Al próximo año volvería otra vez, necesitaba tanto verla, aunque ello significase observar cómo ella se echaba a los brazos del mar, fundiéndose en un eterno abrazo del que no saldría jamás.

viernes, 12 de octubre de 2007

Lágrimas de Luna

Ríos salados que nacen de verdes torbellinos,
se desplazan por rosadas montañas
y desembocan en la suavidad de una almohada.

Recuerdos que se diluyen en el café de la mañana
y para endulzarlos se añade azúcar.
Recuerdos, café y azúcar
en el mismo vaso se juntan,
pero son imposibles de mezclar.
Será por eso que nunca tomé café.

Pasa el día sin ríos,
se han vuelto invisibles
o es que nadie los quiere ver.
Remolinos sin agua
hasta que llega la próxima madrugada.

Un rayo surca el cielo,
una imagen sacude mi mente.
Fuera llueve y huele a mar.
Dentro todo es tranquilidad.
Pero la noche vuelve.

Lágrima sobre lágrima
hasta que terminó la madrugada.
Lágrima sobre lágrima
que sólo la Luna verá

Hementxe zaude

Medikuek esan zuten
jadanik ez zeundela gure artean,
baina nik somatzen zaitut
atarian,
itsasoan,
haizean.
Gauero jaitsi zara niri muxu ematera
eta hemen geratu zara loa hartu arte.
Maindireen besarkada gozoak
eta airearen laztan leunak...
badakit hortxe zaudela ezin ikusi arren.
Izarrek kontatu didate
mesedez eskatu diozula ilargiari ni zaintzeko
eta horrexegatik dagoela
han goian beti niri so.
Sartu nire ametsetan,
zaindu nazazu,
begira nazazu eta
igaro dezagun gau osoa hizketan.

miércoles, 10 de octubre de 2007

Carta a la señorita Soledad

Querida Soledad:

Hace ya varios años que te presentaste en mi puerta y sin ni siquiera haberte invitado decidiste pasar y acomodarte aquí. Ha pasado mucho tiempo desde entonces, pero aún sigues viviendo conmigo, apoderándote de mis días, de mis noches, de mi vida. Una vez más, ayer, apareciste por la noche, te quedaste hasta la madrugada e incluso te adueñaste de mi cama desde la que me mirabas con tu jocosa sonrisa. Conseguiste que confundiera con un susurro el leve viento que soplaba allá fuera, pero no, no había nadie, eras sólo tú. Llegó mi desesperación, te burlabas de mí pues ya sé que estoy perdido.

Nunca pensé que le pediría esto a nadie, pero márchate, abandóname a mi suerte sea cual sea. No puedo vivir viendo cada mañana tu figura tras de mí al limpiar el vaho del espejo. Siempre estás ahí, expectante, como si fueses una sombra y tu único cometido observarme. Cada mirada amenazante, recordándome que pasaré el resto de mis días encadenado con unos grilletes que ni siquiera tienen cerradura y haciéndome entender que jamás me libraré de ti. Y da igual que te suplique incluso de rodillas que me dejes, no importa si lo grito hasta que me tomen por loco, tú no contestas, ni pestañeas siquiera, ni un pequeño amago de mover los labios, nada.

Pero lo peor es que me has alejado de todo y todos, cada persona que conocía, cada actividad que me divertía los has reducido a la nada únicamente para encerrarme en mí mismo y así, apoderarte de mí. Sabía lo que pretendías desde el día que llamaste a mi puerta, pero poco a poco fui dejando que entraras en mí. No pretendía llegar a este punto, simplemente quería tu compañía, no la del resto y no me importaban las consecuencias. Sé que estoy pagando por ello y que me queda toda la vida para pagar mi error. Lo único que te pido es que no me acompañes a estar solo.

A partir de ahora intentaré comenzar un nuevo camino sin ti, con todos. Te abandono por siempre. Espero sinceramente que no encuentres nuevas víctimas a las que acompañar.
Saludos y hasta nunca.

domingo, 7 de octubre de 2007

Cárcel de Sal

Todos los personajes y hechos de esta historia son puramente ficticios, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia......¿o no?

Tú, que desgarraste mi corazón de arriba abajo con una daga y vertiste la sangre en una copa de cristal, alzaste esa copa hacia el cielo para brindar, convirtiéndote en mi dueño y señor. Los restos de mi corazón quedaron abandonados en el frío suelo, pero no contento con eso, lo recogiste y lo encerraste en un tarro de sal para que fuese imposible que las heridas cicatrizasen. Así pues, pasaron cien días con sus cien noches mientras mi pequeño corazón seguía preso en tu cárcel de sal, lo que significaba que yo misma estaba también atada a ti. Pero un día, harta del dolor y del sufrimiento que me causaba esa situación opté por secuestrar a mi propio corazón de tus garras para poder cuidarlo y sanar sus heridas. Para ello tuve que entrar a tu castillo de oscuridad y esquivar a todas las ideas diabólicas que hacían de centinela. Y al final, allí estaba, en carne viva, en medio de una sala enorme y sin apenas poder latir, pensando que todas sus fuerzas lo habían abandonado y que lo único que le quedaba esperar era una muerte lenta al igual que dolorosa. Pero yo rompí el tarro, llena de ira, odio y lágrimas al ver mi corazón en ese estado. Lo envolví en las mantas de mi cariño y dejé que descansara en una cajita de cerámica durante varios siglos. Cada noche podía oír a mi corazón profiriendo gritos de dolor y sufrimiento por todas las cosas que había pasado. Resultó que mi pequeño corazón lloro durante mil inviernos sin parar, pero esas lágrimas no fueron en vano. Cada una de ellas desgastaba el nombre que tenía grabado a fuego desde hacía tanto, tu nombre, hasta que al final, no quedó rastro de él sobre mi piel, lo que indicaba que todos y cada uno de los grilletes que me encadenaban ya no existían. En ese momento juré que no volverían a existir jamás. Así que pasados los inviernos sólo podían venir las nuevas primaveras que alegrarían a un pequeño corazón malherido como el mío, que ahora vuelve con suficientes fuerzas como para querer seguir navegando por el ancho océano, guiado por las ganas de encontrar un norte nunca antes hallado.

Arden los molinos de la locura

En principio este título iba a dar lugar a un poema, pero me acordé que escribir poesía no es lo mío y que se me da mejor la prosa. Puede que en varias ocasiones parezca un texto demasiado lento y descriptivo, estoy de acuerdo, pero todo tiene su porqué. Así pues, aquí está el relato que nació con la idea de ser un poema, pero que al final no lo fue.


Una noche helada y oscura, el cielo amenazaba con verter toda el agua de los océanos sobre la tierra, una figura se acercaba desde la lejanía. Nuestro viajero llevaba recorrido un largo camino, paso tras paso, sin un solo descanso y tampoco se iba a detener ahora que había entrado por fin en La Mancha. Encorvado y con una tela que cubría todo su rostro y gran parte de su cuerpo, llevaba en una mano lo que al parecer era una antorcha improvisada. Era la única fuente de calor que había en varios kilómetros. En la otra, aferraba con todas sus fuerzas un viejo libro de hojas amarillentas y cuya cubierta se desmenuzaba fácilmente. Al cabo de unos instantes aparecieron a su lado otras cuatro figuras de idénticas características, portando también una llama sobre sus antorchas. Siguieron caminando sin hablar una sola palabra entre ellos. Todos tenían el mismo propósito, un mismo destino que conseguirían al fin llevar a cabo aquella noche. Llegaron a un pequeño pueblo en el que incluso las piedras dormían. Los cinco encapuchados atravesaron el pueblo en sumo silencio, andando tan sigilosamente que cualquier persona que hubiese estado despierta a aquellas horas de la madrugada hubiese jurado ver a cinco figuras flotando por las calles. El lugar al que iban quedaba algo más lejos de aquella pequeña aldea, por eso continuaron caminando hasta dejarla atrás. Por fin divisaron su objetivo. Allá a lo lejos podían ver los inmensos molinos de piedra que habían venido a buscar. Hacía ya muchos años que nadie entraba en ellos, cuando los dejaron abandonados solían entrar chavales a jugar, pero algunos mayores del pueblo lo consideraban demasiado peligroso dado el estado de los molinos y por eso decidieron tapiar la puerta. Pero a la llegada de nuestros viajeros, aquellas maderas que impedían el paso al interior se encontraban en el suelo. Pronto se dieron cuenta de que no estaban solos en aquel lugar. Sin previo aviso comenzaron a aparecer miles de sombras que se acercaban a las cinco figuras. Cada una de ellas bailaba una danza lenta a causa de las antorchas que llevaban en la mano. Fueron acercándose más y más hasta que las sombras dieron paso a figuras, éstas también encapuchadas. Parecía una reunión de antiguos compañeros, sólo que nadie allí se conocían, eran todos como hermanos a los que había que tratar con respeto, pero nadie mandaba sobre los demás. Flotando suavemente sobre la hierba rodearon los tres molinos de piedra. Visto desde el cielo se podría apreciar un círculo de fuego enorme con tres torreones en su interior. De ese mismo cielo comenzaron a caer algunas gotas de lluvia y a sonar en la lejanía algunos truenos débiles que poco a poco se iban acercando. El sonido de las gotas se asemejaba al de miles y miles de agujas golpeándose una contra la otra que intentaban por todos los medios posibles apagar las llamas de las antorchas. Pero no lo conseguían. Cada vez que una pequeña gota de agua golpeaba el fuego, éste se tornaba azul por unos instantes. Los numerosos componentes del círculo ni se inmutaron ante semejante fenómeno, siguieron en pie, expectantes, sin importarles el tiempo que llevaban allí, ni la lluvia que cada vez era más copiosa. De repente una de las figuras abrió el libro que llevaba en la mano y, como si les hubiesen dado una señal, comenzaron todos a entonar unos fragmentos de aquel antiguo libro. Sus voces fueron incrementando en volumen, tanto que llegaron a oírse en el pueblo que habían dejado atrás, tanto que quebró el sueño de muchos de los vecinos y empezaron a verse varias luces prendidas en sus casas. Pero para cuando los vecinos se percataron de lo que pasaba en los molinos ya era demasiado tarde, no llegarían a tiempo de impedirlo. La lluvia llegó a ser tan abundante que el círculo de fuego no recuperó su color rojizo y cuando la última de las llamas se tornó azul, surcó el cielo una luz cegadora seguida por un estruendo que acalló las voces de las figuras. Había llegado el momento. Alzaron sus antorchas y las lanzaron por las ventanas y las puertas al interior de los molinos. Sorprendentemente, los tres molinos comenzaron a arder muy rápido desde dentro. Ya no había vuelta atrás. Pese a que muchos de los vecinos habían salido de sus casas y se habían acercado hasta la procedencia de aquel misterioso canto, no podrían detener lo que ya había comenzado. La mayoría eran ancianos que llevaban viviendo allí desde mucho antes de que se cerraras aquellos torreones, por eso ellos eran los que reflejaban pánico en sus caras, profundo terror a lo que vendría después de este inesperado acontecimiento. Eran los mismos ancianos que habían dado orden de sellar los tres antiguos molinos, los únicos que sabían sus secretos. Pero ya era hora de liberarlos y que el mundo los absorbiese. Los molinos seguían ardiendo y ni la torrencial lluvia era capaz de apagarlos. Una columna de humo negro se aproximaba cada vez más al cielo, hasta que cambió bruscamente de dirección. Comenzó a expandirse hacia el pueblo. Entraba por todas las puertas, ventanas y resquicios que hubiese, sin ser siquiera invitado. Cada uno de lo habitantes inhaló parte de aquel humo sin darse cuenta, tanto niños como ancianos, no podría librarse nadie. La nube de humo siguió su camino y pronto llegó a todos los rincones del planeta. El mundo ya estaba infectado. Poco a poco el círculo y sus componentes se fueron desvaneciendo, ya había cumplido su cometido, nada les retenía allí. Habían sido lo guardianes de la caja de Pandora durante mucho tiempo, demasiado quizá y ahora, al igual que su primera guardiana, habían decidido abrirla al mundo y expandir todo su mal, toda su locura.

Cuaderno de Bitácoras

Soy el capitán de una pequeña embarcación de madera que navega sin rumbo por el mar del olvido. La brújula dejó de señalar el norte, el camino correcto…pero a fin de cuentas, ¿qué es lo correcto? Hace varios años que es sol ya no sale, quiere impedir que sea capaz de encontrar mi ubicación y que pueda divisar algún continente, viejo o nuevo ¿qué más da?, en el que poder labrar algo que algún día llamaré presente. Pero ahora aquí estoy recostado en mi bote con un cuaderno al que, en principio, debería de contarle todos los movimientos de mi travesía, pero que como ni siquiera sé dónde estoy, a dónde llegaré o qué rumbo tomar, prefiero contarle mis horas muertas en las que nunca es de día ni de noche porque no hay ni sol ni luna, sólo oscuridad. Sé que al terminar cada página la arrojaré al mar para que su tinta se pierda en las profundidades y forme parte del pasado.

Las aguas han empezado a agitarse. Algo, seguramente alguien, tendrá la culpa de desatar tal tormenta. Se oyen truenos y noto lo que podría ser lluvia, aunque no estoy seguro de si son gotas de lluvia o si el mar entero está cayendo sobre mí. Las olas son cada vez más grandes, ya no se conforman sólo con conseguir que mi embarcación esté más perdida de lo que ya estaba, no, ahora prefieren golpearla violentamente. Tanto es así, que el bote de madera acaba volcando y yo comienzo mi propio viaje hacia el fondo del mar.

No puedo respirar, pero siento que tampoco me estoy ahogando. Simplemente mi cuerpo se va alejando de la superficie y yo casi ni soy consciente de ello. Ahí está mi cuaderno, metros más arriba que yo. Baja despacio y sin ninguna prisa mientras cada palabra que en él había escrita va desapareciendo. La tinta ni siquiera ha dejado una pequeña huella en el mar, nada, es como si las palabras nunca hubiesen sido escritas y por lo tanto, no podrán ser recordadas. Y yo aquí sigo hundiéndome en aguas llenas de imágenes antiguas y sonidos confusos, sabiendo que me espera el mismo destino que a mi compañero de papel.

Quizá hubiese preferido vivir estos últimos tiempos en el continente, aunque sé que los que mueren allí, en el presente, no lo hacen sobre un lecho de rosas tal y como lo solemos imaginar, sino que esas rosas cuenta a su vez con millones de espinas. Y cuando llega tu hora te ves allí tumbado sobre rosas rojas mientras que sus espinas te rasgan la piel con cada pequeño movimiento que hagas. Así, gracias a esa sangre, las rosas ganan brillo y tú pierdes la vida. No los envidio, no es una muerte dulce morir en ese continente. El mar es más suave, te arrastra con más tacto hacia las profundidades del olvido. Ves imágenes y sonidos que incluso tú no recordabas y te das cuenta que acabarás igual, que a medida y bajas el recuerdo que había sobre tu persona en otros va disminuyendo, hasta que alcanzas el fondo y desapareces por completo del presente.

Yo sigo cayendo, aunque ahora tengo compañía. Antiguos fantasmas que pasaron por mi vida, ahora están aquí a mi lado en forma de sombras. Quieren que vaya con ellos, que siga el camino hacia el fondo, que no pueda regresar nunca a mi embarcación. Me han cogido del brazo, de las piernas y me arrastran con ellos. No opongo resistencia, al fin y al cabo, esto es mi muerte, acabar en el olvido.

As de Picas

Los lectores de este texto han de saber que cuatro son las damas que custodian la baraja francesa: la del Amor, la de la Suerte, la del Dinero y La dama de la Muerte.


Viernes de madrugada, un bar cualquiera y él próximo a la barra apurando su copa. Nadie reparaba en él en aquel lugar, era un tipo normal, uno más de los que acababa allí metido cada noche. “Póngame algo fuerte” habían sido sus únicas palabras dirigidas al camarero con voz grave y fría. Llevaba en el local cerca de hora y media con una sola consumición y sin hacer demasiado caso a todas las conversaciones que se podían oír a su alrededor. No le interesaban en absoluto. En realidad, nada de lo que pudiese ocurrir allí le importaba lo más mínimo. El vaso continuaba en su mano pese a que hacía rato que estaba vacío. Lo posó cuidadosamente sobre la madera barnizada de la barra, sacó un billete que dejó con desgana al lado del vaso de cristal y sin esperar el cambio salió de aquel antro con su gabardina marrón y su sombrero. Empezó a caminar por las calles desiertas de la ciudad. Todo estaba en silencio, todo era tranquilidad. Las farolas apenas iluminaban la calle, aunque tampoco había mucho que ver. Al de cierto rato se le acercó una señorita, de ésas que ofrecen su compañía a cambio de una cartera llena. Posiblemente cualquier otra noche hubiese gastado sus billetes en ella, pero aquella noche no. Aquella noche sólo tendría la compañía de una dama, no tenía prisa por llegar a su encuentro, pero tampoco se podía demorar mucho, a fin de cuentas no está bien visto hacer esperar a una dama. Continuó andando hacía su destino, pero se dio cuenta de que aún le faltaba un buen trecho para llegar, por eso palpó sus bolsillos. Intentaba encontrar un paquete de cigarrillos para poder llevarse uno a la boca, pero no estaba allí el paquete. Pensó que lo más probable es que se lo hubiese olvidado en el bar. Pero halló otra cosa, algo más...interesante: una baraja francesa, de haber jugado un par de partidas al póquer la noche anterior. Comenzó a pasar las cartas, cada vez con más ansia, hasta que allí la encontró. La única carta que le interesaba. El As de Picas: su dama. Dejó caer el resto de la baraja sin hacer mucho caso de dónde caía cada una de las cartas que la componían. Pero el As permaneció en su mano, más imponente que nunca. Guardó la carta en el bolsillo de la camisa y se apresuró para llegar por fin a tan esperado encuentro. Sus últimos pasos fueron casi corriendo, hasta que se paró en seco y sonrió. Tenía ante él un puente que pasaba por el río más largo de la ciudad. Reposó los antebrazos en la baranda mirando primero al agua y después al cielo. Estaba allí por una razón: encontrarse con lo único que le ayudaría a vencer en su guerra. Sacó la carta del bolsillo, subió a la baranda y extendió los brazos intentando mantener el equilibrio. En ese momento sintió la presencia de su dama, su espera había acabado. Cerró los ojos, sonrió al cielo con aire triunfal y dio un paso al frente. Su cuerpo se precipitó hacia el agua y durante la caída su sombrero se desprendió de su cabeza. Pero no le importó porque su enemigo era el Tiempo y su aliada la Muerte.

Carta de presentación

Mediante esta primera entrada quisiera darle la bienvenida a cualquiera que haya comenzado a leer este blog, bien sea de manera premeditada o accidental. Puede que esta presentación vaya a ser un tanto atípica, puesto que dudo que en algún momento escriba datos sobre mí. No creo que eso ayude a nadie a saber de mí, pero sí lo harán cada escrito, frase incluso palabra que aquí exponga, ya que salen de mí misma. En este blog podréis leer principalmente prosa, aunque quizá de vez en cuando os topéis con algo parecido a un poema. Respecto al idioma, he de decir que por lo general será el castellano y en menor medida el euskera, pero que nadie se alarme si un día encuentra algo también en inglés. Por último les invito a que dejen sus críticas tanto constructivas como destructivas, todas ellas serán bienvenidas. Espero que disfruten leyendo este blog tanto como yo escribiéndolo.