“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

jueves, 3 de junio de 2010

Una vela prendida en el alféizar

Anoche desperté en medio de la madrugada con la sensación de haber estado, hasta hacía medio segundo, en un lugar perfecto.

Escuché el mar; el suave sonido de las olas lamía mis oídos desde algún rincón alejado en el mundo de mi imaginación. Me estaban llamando, gritando mi nombre para que regresara con ellas y no me volviese a escapar jamás de su lado, y por algún extraño motivo que no alcanzaba a comprender, yo también quería regresar. Me levanté lo más rápido que pude, aún escuchando sus lamentos en mi cabeza; no deseaba hacerlas esperar más, así que abrí la ventana de par en par, sabía que la luna les transmitiría el mensaje y me vendrían a buscar.

Pero entonces las percibí. Un par de pequeñas gotas silenciosas acurrucadas en mis labios, solas, heladas de frío y temblorosas; no pude evitar acariciarlas con la lengua esperando aliviar su malestar. Ambas eran saladas, pero nada más saborearlas supe que no procedían de la misma fuente. Una poseía la frescura y la libertad del mar al anochecer, mientras que la otra concentraba en sí todo el dolor y angustia que se pueda destilar de una persona, era una lágrima que había escapado de algún alma enganchada en las estacas de hielo que produce el vacío.

Es entonces cuando conseguí comprenderlo. No quería que las olas me rescatasen para volver con ellas, deseaba que me llevasen al mar en el que había estado hasta justo antes de despertar; un mar en el que me había dejado algo demasiado importante como para ser incapaz de no regresar a buscarlo.

Pero las olas no vinieron y yo desconocía el camino. Malditas celosas. Aunque pronto dejó de importar ya que el viento, siempre amigo, se apiadó de mí haciendo soplar retales de sueños. En ese momento sentí la calidez en una de mis manos, que hasta entonces se me había pasado por alto, y al observarla advertí el eco de una caricia enlazándose entre mis dedos.

No pude evitar sonreír, posar la otra mano con cuidado sobre esa caricia y aguardar esperanzada a que la luna tatuara ese roce con trazas de plata en un dorso ajeno al mío; el mismo dorso que de seguro estaría buscando en esos momento un camino de vuelta a mis ojos. Así que decidí facilitarle la búsqueda dejando una vela prendida en el alféizar para que la luz lo orientase hasta mi ventana. Y si por casualidad unas olas celosas decidieran apagarla, dejé tallado en su humo un mensaje que el viento se encargaría de que llegase hasta sus sueños, imitando en susurros mi voz: “Deja que esta noche guíe yo el sueño, te ayude a sortear las olas furibundas y que así sólo quede un inmenso mar en calma en el que podamos despertar los dos.”

jueves, 4 de marzo de 2010

El sótano de la entelequia (Parte final)

Aquel sótano estaba lleno de polvo por todos lados, paredes de piedra fría y un par de ventanas pequeñas que permitían alumbrar un poco el lugar. A un lado había varios grifos alineados, que por su aspecto viejo y oxidado cualquiera diría que no se habían abierto desde hacía bastante. Uno de ellos tenía algo brillante en la boca, ella se acercó, era una minúscula gota de agua que luchaba por no precipitarse, pero no lo consiguió; un casi inaudible “plop” fueron sus últimos gritos.

Parece que ese rasgar de silencio atrajo a los demás sonidos que habían permanecido escondidos, a la espera. Se movieron con agilidad por los tubos de la pared que conducían a los grifos y allí, en su boca se concentraron. No se lo pensó mucho, tenía demasiada curiosidad, le costó hacer girar la llave oxidada que daba paso al agua, pero al final lo consiguió, sólo que no salía agua, o no lo parecía al menos. Al principio con timidez, luego llegó la fuerza del chorro, comenzó a salir un líquido (que si no hubiese metido el dedo jamás hubiese pensado que lo era) tan brillante que recordaba a las lámparas fluorescentes. Tenía un tono anaranjado precioso, casi hipnotizante, y en cuanto se fijó un poco los vio allí dentro del agua, dos figuras entrelazadas por las manos, una de ellas con un vestido de vuelo precioso, la otra con traje, no se les apreciaban las caras pero sin ninguna duda eran dos personitas bailando un vals. Entonces volvió a escuchar aquellos sonidos, los zapatos, claro ¿cómo no?, el ruido de sus zapatos al moverse eran los culpables del ritmo que había estado persiguiendo.

Miró los demás grifos, también tenía curiosidad por saber qué ocurriría con ellos, algo la empujaba hacia ellos. Giró las llaves, esta vez le costó menos que la primera, o quizá es que ya se había concienciado de lo oxidadas que estaban y de que tenía que hacer más fuerza. Se maravilló antes incluso de terminar de girarlas todas. Igual que en el primero, de estos grifos chorreó líquido, pero no era anaranjado, de cada uno salía agua de colores distintos, todos increíblemente vivos y alegres, los había verdes, azules, amarillos, rosados; y en todos ellos unas figuras bailando. Unos danzaban con la pasión de un tango, los de al lado permanecían sumidos en los pasos del merengue envueltos en agua verde; todos se sabían sus movimientos, los ritmos diferentes llevaban el sótano sin ningún tipo de timidez.

Poco a poco la rejilla que impedía que se encharcase el suelo se fue llenando, así que todos los colores se fusionaron en el suelo y a medida que el agua invadía territorio, la pista de baile se ensanchaba. Podía ver a todas las parejas de baile ocupando el mayor espacio posible sin que ninguna chocara. Quizá fue que las paredes sintieron envidia o que de lo viejas que eran absorbían la humedad con demasiada facilidad, pero los colores comenzaron también a trepar por ellas, los bailes se multiplicaron, hasta que terminaron conquistando hasta el mismo techo. Ella ya no sabía a dónde mirar, tenía los ojos en mil sitios, tan pronto estaba siguiendo el tango como se le cruzaba por medio el vals, y el vuelo de aquel vestido que la dejaba boquiabierta la llevó a fijar la vista en el techo.

Pestañeó un momento, un segundo nada más y antes de darse cuenta toda el agua que había absorbido la estancia se le cayó encima para envolverla. Pero no se ahogaba, sólo flotaba junto a los bailarines, los veía tan de cerca que casi los podía tocar. Entonces una pareja de baile se deshizo, el hombre de traje le tendió la mano invitándola a ser su pareja durante un rato y la mujer del vestido con vuelo le sonrió para darle ánimos. Los momentos siguientes le parecieron simplemente perfectos, ella no sabía bailar, nunca había aprendido, pero allí envuelta por el agua se movía con agilidad; tenían al resto de parejas danzando a su alrededor y, de no ser porque ella iba en camisón, no desentonaba mucho.

No estaba segura de cuánto tiempo llevaba moviéndose cuando su acompañante paró y con una sonrisa le indicó que era el momento de irse. Intentó protestar, pero no se oía su voz en aquella piscina flotante, aunque tampoco creía que la hubiesen hecho mucho caso. Todos seguían ahí sólo que ya no ocupaban el mayor espacio posible, se iban acercando a los grifos, cada cual se metía por el que había salido, hasta que al final únicamente quedó la pareja del vals. Pararon un solo momento para despedirse con la mano, una sonrisa y una mirada divertida, y finalmente desaparecieron.

Nada más irse comenzó a sentir que ya no flotaba tanto, es más, empezaba incluso a ahogarse. Pero no duró demasiado, tan rápido como había llegado al techo, el agua se escapó por la rejilla; era como si hasta ese momento algo la hubiese estado taponando.

Faltaban poco más de media hora para que despertase el sol, así que aprovechó para permanecer allí otro rato más, bailando un vals de forma torpe con una vieja fregona que había tirada en un rincón, pero imaginándose la estancia como una pista de baile enorme en la que sus pasos eran perfectos, tal y como lo habían sido antes.

viernes, 26 de febrero de 2010

El sótano de la entelequia (Parte 1)

Fiesta de pijamas; desde que cada una estudiaba en lugares diferentes ésa era su escusa para poder reunirse todas una o dos veces al mes. Siempre resultaba divertido, acampaban en el salón con sus sacos de dormir y se dedicaban a poner al resto al día sobre cómo iban sus vidas; cotilleaban, se reían de todo tipo de anécdotas graciosas y jamás intentaban dormirse antes de que faltara una hora o dos como mucho para que saliera el sol.

Y allí estaba ella, mirando al techo, esperando que Morfeo la pescase desprevenida y decidiera arroparla entre sus brazos, igual que había hecho con el resto hacía más de media hora. Intentaba buscar en el embustero gris del techo las figuras que creaba la luz que se colaba por la persiana, alguna vez encontraba formas divertidas que la hacían reír, pero se tapaba a toda prisa la boca con las sábanas para no despertar al resto. Pero no durante todo el tiempo de silencio y oscuridad iba a sonreír, había por algún lugar de la casa un puntualísimo reloj estúpido que era incapaz de demorar los minutos para darle un poco de tranquilidad a la noche.

Al de un rato otro sonido se mezcló con el incesante tic-tac; eran como pequeños repiqueteos acompasados. El salón estaba lo suficientemente oscuro como para impedir ver alguna fuente directa de aquel ruido, pero sus oídos la llevaron a intuir que provenía de las paredes. Se levantó con todo el sigilo que fue capaz, a medida que se iba aproximando a la pared, captaba el sonido de una forma más nítida, hasta que al final pudo percibir claramente que procedían de los tubos del agua fijados en la parte inferior.

Pegó la oreja a los tubos para escuchar mejor. Sonaba dentro del tubo ese repiqueteo de ritmo extraño, pero se oía alejado; luego la métrica cambió de repente, era más viva y se iba acercando hasta el punto donde había acercado la cabeza. Llegó hasta ella, lo escuchaba claramente, lo raro es que nadie más se hubiese despertado aún, los golpes se pararon en seco durante apenas medio segundo y cuando reaparecieron habían modificado de nuevo el compás, uno algo más calmado que también siguió moviéndose a lo largo del la pared.

Ahora sí, decididamente estaba extrañada, sorprendida y tremendamente intrigada, la última sensación imperaba sobre el resto, por lo que con seguridad eso fue lo que la animó a perseguir los sonidos tan curiosos. Presentía que si alejaba los oídos terminaría perdiendo los ruidos, así que comenzó a gatear por el suelo; primero tuvo que entrar en una de las habitaciones, luego pasó a la cocina y finalmente llegó hasta la puerta que daba al rellano. No se había terminado la búsqueda, lo sabía, pero parecía que lo que fuese que estaba dentro del tubo la estuviese esperando, igual que cuando un perro aguarda a su dueño en la puerta pidiendo a ladridos que lo saque a pasear. Parecía que no se movería de allí hasta que no abriese la puerta, así que aprovechó para calzarse las zapatillas y no tener que andar con los pies descalzos.

La abrió despacio, apenas unos milímetros y el repiqueteo pareció emocionarse de tal manera que salió disparado. La pilló desprevenida; tuvo que salir, cerrarla a toda prisa e intentar agudizar al máximo su oído para encontrar el camino que había tomado su fugitivo. Por suerte para ella, allí afuera la timidez del sonido había desaparecido, ya no tenía que procurar no despertar a nadie, así que sonaba perfectamente audible como para perseguirlo escaleras abajo sin mayor problema.

Lo siguió hasta el piso menos uno, allí se perdieron los ruidos detrás de una puerta de madera. Pensó que, ya que había bajado hasta allí, no tenía motivos para no entrar y averiguar qué pasaba; así que lo hizo, la puerta crujió como si hiciese tiempo que nadie la usaba, y entró.

jueves, 18 de febrero de 2010

El mar oscuro


Allí, dentro del bosque, resultaba tremendamente difícil saber si era de día o de noche ya que aquellos inmensos árboles engullían el cielo y la claridad de procedía de éste, para sustituirlo por otro tapizado de oscuras hojas difusas. Los escasos rayos valientes que se atrevían a alumbrar tal lugar, dejaban entrever sendos troncos de madera que elevaban en sus hombros la nueva bóveda; algunos de esos centinelas de madera yacían muertos sobre un suelo lleno de barro y ya empezaban a ser colonizados por pequeñas plantas.

Ningún ruido, por imperceptible que fuera, era capaz de huir de los oídos de los árboles que custodiaban el bosque, por esa razón los pasos que daban aquellos pies temblorosos no habían pasado inadvertidos, pero los vigilantes se mantenían a la espera en completo silencio.

La palidez de sus extremidades se había contaminado por culpa de la sangre que brotaba de numerosas laceraciones. No era de extrañar tal cantidad de heridas, unos pies desnudos nunca son bienvenidos en un terreno lleno de barro, piedras y ramas rotas. Unos pasos vagabundos y unos ojos náufragos en aguas de la confusión, daban a entender que ni sabía a dónde iba ni conocía siquiera de dónde venía. No era capaz de percibir la mirada atenta de los árboles, seguramente no se habría dado ni cuenta de que hacía ya rato que había aterrizado en aquella burbuja de verde oscuridad.

Algo despertó de repente su atención, el sonido de una gota al chocar con otra masa de agua. ¿Estaba lloviendo quizá? Pese a que no podía comprender las expresiones de los troncos, sus rostros dejaban en evidencia la incomprensión y la sorpresa por el sobresalto de aquella visita que tenían; ellos no habían oído absolutamente nada así que no entendían qué había hecho que esos ojos perdidos se desvelasen.

Pero en su cabeza volvió a escucharse el murmullo de otra gota de agua fundiéndose con las demás. Y no sabía de dónde procedía el sonido débil pero terriblemente nítido a la vez.

Pronto comenzó a sentir el aire colisionando contra su piel, pero las hojas de los árboles no se movían lo más mínimo. Una pequeña ráfaga acarició su oreja, se acercó despacio y sopló, lo suficiente como para que le llegase una leve voz susurrada.

…Ven…

Por miedo a perder aquella voz y que volvieran el silencio y la soledad del bosque, echó a correr sin ninguna dirección prevista, sólo confiaba en que sus pasos fuesen los correctos. No tardó en comprobar que había tomado el camino adecuado al escuchar un susurro idéntico al anterior reclamando su presencia.

…Ven…

Le empezaba a faltar el aire, pero no importaba, las heridas cada vez más abundantes de los pies tampoco dolían. Sólo importaba llegar, reunirse con aquella voz hipnotizante. Pero se apagó, nada más llegar al final del bosque marcado por un acantilado, dejó de llamar. Aquello resultó desquiciante y aterrador, no había nada, absolutamente nada más allá de la inmensa brecha en el suelo, sólo una oscuridad fría y hostil que perturbaba su mente cada vez más. La desesperación llevó a sus rodillas a caer al suelo, como si quisiese rogar a alguien para que las cosas cambiaran, pero sólo el barro tenía oídos. Su angustia hizo que durante un par de minutos la mente se aislase por completo de la realidad y para cuando volvió a conectarse a ella, tanto sus manos como sus rodillas se hallaban hundidas en un charco infinito de agua transparente pero de fondo oscuro. Antes de que su confusión aflorara otra vez, el sonido de una gota golpeando el charco acalló cualquier otro ruido que pudiera haber, pero en esta ocasión aquel impacto de agua vino acompañado del murmullo del oleaje.

Se levantó del suelo para buscarlas y no tardó. Contra la misma brecha que poco antes había visto vacía, ahora se empotraban olas enormes deseosas de marcar su territorio. Seguía teniendo un infinito negro y aterrador, pero la atracción que creaba aquel mar oscuro superaba con creces cualquier otra sensación. Y apareció de nuevo esa voz reclamando su presencia.

…Ven…no tengas miedo…Ven…

Se sentía extrañamente bien al oír la voz, no había motivos para hacerse de rogar, así que se aproximó al borde y dejó que el peso de su cuerpo hiciese el resto. Aquellas olas acogerían su presencia como si llevasen toda la vida esperando. Pero nada más impactar contra el agua su mente salió del abrumamiento, como si mil agujas de hielo se hubiesen incrustado en su cráneo. Estar allí ya no resultaba agradable, quería salir, volver al bosque con aquellos árboles tristes; intentó nadar hacia la superficie, pese a que allí abajo no se veía absolutamente nada.

…Quédate… siguió nadando.

…Quédate…

Algo agarró su pie con fuerza y lo empezó a arrastrar aún más al fondo. Entonces vio un millón de puntitos rojos allá abajo, se acercaban, eran como los ojos de unas sombras grises e indefinidas. Se abrazaron a su cuerpo para no dejar que se escapase, sus últimos intentos de llegar a la superficie fueron completamente en vano. Y mientras se hundía volvió a escucharla, más nítida y cerca que nunca, la voz.


…Quédate…ya no te puedes marchar…ya no…

viernes, 4 de diciembre de 2009

Desdoble

La idea maduró en poco tiempo, hasta hace nada ni me lo había planteado siquiera. Desdoblé mi mente creando un nuevo blog. Es para las pequeñas cosas que se me ocurren a diario pero que no siempre están relacionadas con la temática de este Claro de Luna, ya que aquí la gran mayoría son historias sacadas de mi imaginación y que llevan un largo proceso de elaboración desde que la idea aparece en mi cabeza hasta que finalmente adquiere la forma que buscaba. Digo que es un largo proceso porque soy muy perfeccionista, quizá a veces demasiado, y cuido absolutamente todos los detalles, hasta la última coma. Desde luego que este blog no va a quedar inactivo, es el primero que creé y es por ello que le tengo un cariño especial, jamás podría dejarlo; pero necesito escribir el resto de ideas que también fluctúan por mi mente, puede que como una especie de autoterapia o algo así. Si alguien se anima a seguir esta nueva aventura, espero que le guste.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Vampiros emocionales

“Y al final me ha encontrado.”

Mañana soleada, pasillos fríos, pasos dormidos…pero aún así el día empieza con vitalidad, la ilusión y curiosidad por saber qué nuevas anécdotas terminaré conociendo hoy. Poco a poco la gente se amontona frente a la puerta de entrada y las conversaciones matutinas comienzan a fluir mientras dura la espera para acceder al aula. Resulta increíble la cantidad de temas diferentes que se pueden encontrar a estas horas, sólo hay que buscar el más interesante y unirse al grupillo que lo haya iniciado, la sonrisa y el comentario que me inserten en el diálogo vienen de serie, por lo que nunca suele ser demasiado complicado autoincluirse en el corro de opiniones.

Algunos minutos después una nueva voz se incorpora a las que ya había, todos ríen ante su ingeniosa frase, incluida yo. En ese momento varios alumnos de otros grupillos pasan por delante de nosotros, al parecer ya es hora de entrar a clase por lo que el círculo se disocia e intentamos colarnos lo más ordenadamente posible, pero siempre son inevitables los ligeros empujones. Tropiezo…inevitable también, sólo que esta vez antes de caerme una mano me agarra del brazo para que consiga mantener el equilibrio.

En cuanto su piel entra en contacto con la mía, una sensación extraña irrumpe en todo mi cuerpo. La mano es cálida, pero la percibo como si perteneciese a una escultura de hielo, a decir verdad, ni siquiera entiendo por qué sé que es cálida. Noto cómo la temperatura de todo mi cuerpo viaja y se empieza a acumular en el brazo; mi piel está completamente helada, mucho más que de costumbre si es que eso es posible, pero el brazo me arde tanto que tengo el presentimiento de que, de seguir así, podría incendiarse en cualquier momento. Lo miro, está completamente rojo a excepción del hueco blanco que proporciona la mano que aún me tiene aferrada. Cuando parece que ya no puede encenderse más, de pronto todo el calor que sentía acumulado se desvanece de mí y observo cómo las yemas que me sujetan se alumbran ligeramente y se reparte por su cuerpo lo que creo que es el calor que me ha robado. Me siento un poco cansada, algo mareada incluso, como si me hubiese absorbido parte de la energía que necesito para estar en pie.

A mi alrededor parece que nadie se ha percatado de nada, esperan a que reanude la marcha para entrar ya que estoy colapsando la puerta. ¿A caso me lo he imaginado todo? Termino de incorporarme y aprovecho para echar un ligero vistazo a quien ha evitado mi caída; sonríe como si nada, pero definitivamente hay algo en su mirada que no me gusta.

Tomo asiento, el profesor no tarda en llegar y dar comienzo a lo que será una larguísima hora de clase. Aún no consigo quitarme de la cabeza lo ocurrido, esa extraña sensación de que me estuviesen sustrayendo mi energía, pero tengo que hacer un esfuerzo por seguir atendiendo y coger los apuntes. Cómo no, mi cuello comienza a quejarse pronto de mantenerlo agachado, así que lo volteo ligeramente para evitar que se cargue demasiado, y ahí los encuentro a mi izquierda, los mismos ojos sospechosos de antes, acompañados con una sonrisa estática que parece de plástico. También está cogiendo apuntes lo que lleva a que su brazo roce de vez en cuando el mío. Cada pequeño contacto me produce una especie de descarga eléctrica, después de las cuales me siento aún con menos fuerzas.

A duras penas logro sostener la mirada, a ratos veo desenfocado, luego durante unos pocos instantes vuelve la nitidez. Quizá sea por el agotamiento, pero por una milésima de segundo el rostro al que miro cambia por completo; la sonrisa se mantiene, pero se acaba torciendo en una mueca fría, los ojos parece que se están divirtiendo de lo lindo viendo mi estado, aunque también se han endurecido en un gesto más gélido. Clava sus ojos en mí sin apartarlos ni un solo segundo y ensancha la falsa sonrisa hasta dejar al descubierto una dentadura perfectamente alineada de caninos acentuadamente afilados. ¿Por qué será que me siento como la presa de una extraña cacería?

Su imagen desaparece de mi campo de visión en un momento para reaparecer al instante siguiente, pero ya no es el rostro frío de antes, sino que vuelve a convertirse en la sonrisa de plástico y mirada sospechosa. Empiezo a pensar que me lo estoy imaginando todo, puede que sea por dormir tan poco últimamente que mi mente me esté gastando una mala pasada. Pero pronto descubro que no, me escuece el antebrazo y al mirarlo observo dos heridas circulares, una a escasos centímetros de la otra, por las que comienza salir a borbotones una sustancia que, para mi asombro, no es roja sino medio transparente con un toque dorado.

No sé qué me ha hecho, intento buscar una explicación en los ojos de los demás, pero ninguno de ellos mira hacia aquí, están demasiado ocupados cogiendo apuntes. Me doy cuenta de que hay algo diferente en las imágenes que percibo, sus colores son mucho más apagados de lo que eran hasta ahora. De repente siento un dolor punzante en el hombro; esta vez no ha sido un simple pinchazo, veo sus dientes incrustados aún en mí y cómo absorbe la misma sustancia que brota de mi antebrazo. Quiero gritar, es lo único que quiero ahora mismo, pero no es de dolor, ya no, creo que es de tristeza, una pena que no estoy segura de dónde ha surgido, pero que estoy segura de que algo tiene que ver con lo que me está arrebatando.

A medida que pasan los segundos desaparecen los colores, ahora toda el aula es una imagen en blanco y negro llena de desconsuelo, amargura y tormento. Si había algo de alegría en mí, definitivamente este último mordisco me la ha arrancado. La boca se aparta, todavía con un hilillo de líquido resbalando por las comisuras y el rostro se vuelve a convertir en esa cara aterradoramente gélida. Lo sé, ahora mismo soy la presa moribunda en el suelo que espera sin remedio a que el cazador dé el tiro de gracia. ¿Es que nadie se va a dar cuenta de lo que ocurre? ¿Es que mi voz va a ser incapaz de gritar por última vez?

Sin poder moverme o chillar o evitar nada, sus colmillos se vuelven a incrustar en mí, esta vez a la altura del cuello donde si encuentra una buena arteria, podrá terminar en poco tiempo de absorber mi energía. Noto cómo mi cabeza golpea contra la mesa cuando me quedo sin fuerzas para poder mantenerme erguida; las imágenes en blanco y negro se empiezan a difuminar considerablemente hasta que apenas es posible diferenciar la forma de los objetos. Logro apreciar que su rostro deja de ser frío en menos de un segundo, vuelve a coger al bolígrafo y reanuda captura de apuntes, al igual que están haciendo todos los demás. Se camufla entre el resto, nadie se ha dado cuenta de nada, aunque quizá si alguien hubiese prestado la suficiente atención, podría evitar ser el siguiente.

domingo, 11 de octubre de 2009

Singing in the rain

“Cobarde” fue lo que me gritó la primera gota que impactó con fuerza contra el parabrisas. Lo hizo tan alto que me asusté por si también tú lo habías oído, pero supongo que la voz de Ismael y la tuya a dúo, no dejó que la acusación llegase a tus oídos. El ataque de gotas de agua incrementó según avanzábamos por la carretera. “Por cobarde” repitió una, “por no haberte atrevido a abrazarle durante toda la película aún teniéndolo al lado” me culpó otra. “Por haber sido incapaz de besarle cuando le tenías a menos de diez centímetros de distancia cuando estabais mirando por la ventana” me recriminó una que había chocado de manera muy violenta contra el cristal, “por no haber conseguido el valor para pedirle el teléfono y solicitar a su interlocutor que lo llamara más tarde, que ahora tenías que dejar de ser cobarde” sentenció la última.

Todas tenían razón. Al parecer mi valor se fue en el tranvía que pasó poco antes de que llegaras. Por un momento pensé que lo echarían por no haber pagado el billete y que así volvería a mí, pero mientras se alejaba el vagón vi cómo sonreía, muestra de que no tenía intención de regresar.

Si ya me llevaba sintiendo cobarde toda la tarde y parte de la noche, la sensación incrementó tras escucharte al teléfono. No pretendía ser cotilla, ni siquiera tenía intención de atender porque siempre me ha parecido una falta de respeto enterarme de conversaciones ajenas, pero es que los oídos no son como los ojos. Puedo cerrar los párpados y dejar de ver, pero no puedo cerrar los oídos, así que por más que intentase no atender, tu voz me llegaba de forma muy nítida. En cierto modo me alegro de que fuese así, me hizo abrir un poco los ojos.

Finalmente ocho horas después del comienzo lo conseguí. Besarte sin permiso fue lo más valiente que he hecho en toda mi vida. No me preguntes de dónde saqué las agallas porque ni siquiera yo lo entiendo aún, sólo me alegro de que apareciesen en mi rescate en el último momento porque nunca me habría perdonado el perder esa última oportunidad que me brindaba el tiempo. Me hubiese encantado poder quedarme dentro del coche un rato más, pero supongo que la carretera decidió por nosotros que a cada cosa hay que otorgarle su momento y duración.

Tuve todo el viaje a casa para asimilar lo que acababa de pasar. Llovía ¿y qué? Me estaba congelando de frío ¿qué más daba? Me estaba entrando agua hasta el interior de los huesos ¿importaba acaso? Me había llegado la felicidad como caída del cielo junto con las gotas de lluvia y todo lo demás me daba igual. Por un rato me sentí como Gene Kelly, a diferencia de que yo no me puse a cantar, pero mi mente sí que lo hizo.

No dormí absolutamente nada, no sé si porque no podía a causa de la emoción o si no quería porque necesitaba revivir cada instante en mi cabeza, en especial el último. Me pasé toda la noche pensando, preguntándome si estarías ya dormido o no, y si, en el caso de que aún estuvieses despierto, estarías pensando en mí.

Hay dos grandes conclusiones a las que llegué esta noche: las ocho horas de ayer fueron las más felices de toda mi vida; y, que si pensaba que era imposible engancharse aún más a ti, estaba completamente equivocada.

viernes, 11 de septiembre de 2009

La fiesta de las maravillas (Parte Final)

Me gustaba el sonido, era alegre y entusiasta, aunque no me convencía del todo, quizá para mi gusto resultaba demasiado ruidosa, quería algo alegre sí, pero un poco más suave. Mi mente imaginó la armonía, decidí que la melodía la tenía que llevar un instrumento que resultase muy ligero y que a él se le unirían poco a poco el resto. Apenas me dio tiempo a terminar la composición en mi mente cuando el piano de la banda ya empezaba a tocar la pequeña introducción que había diseñado para la pieza y seguido sonó la melodía, interpretada por una flauta. No recordaba haber visto ninguna sobre el escenario y es más, por más que la buscaba no conseguía encontrarla, hasta que de detrás del tablado apareció alguien con una flauta entre las manos. Cuando el foco le iluminó a él también, mi cabeza ni se molestó en sorprenderse, ya había visto tantas y tantas cosas, que sabía perfectamente que allí podía pasar de todo. No era humano, eso seguro, estaba hecho más bien de madera o eso parecía desde mi posición y la flauta que era del mismo material, la tenía pegada a la cara, más concretamente a donde debería estar su nariz. Esa especie de primo-hermano de Pinocho había convertido su larga nariz en una flauta, que emitía mejor sonido que cualquiera que hubiese escuchado hasta entonces. Nadie aparentaba extrañarse lo más mínimo, era como si todo aquello sucediese tan a menudo que ya estaban completamente acostumbrados.

En cuanto concluyó mi composición cambiaron de forma radical el estilo. Pasaron de la tranquilidad y la dulzura a algo más agresivo y oscuro, tanto que me recordó a una tormenta llena de lluvia, relámpagos y truenos. Noté algo frío y húmedo que caía sobre mi cabeza, lo que hizo que levantara la vista para observar el techo. Seguía forrado de espejo al igual que el resto de la habitación, pero el fondo exhibía un cielo negro y enfadado, lleno de nubes que dejaban caer, cada vez de manera más copiosa, las pequeñas gotas de lluvia que me salpicaban. Los truenos y relámpagos de aquel reflejo siempre coincidían con el choque de platillos de la banda, como si fuesen un adorno visual de la música. Poco a poco el suelo se fue inundando, pero era como si sólo yo me diese cuenta de que cada vez el agua estaba un poco más por encima de mis tobillos.

De repente el suelo sólido de debajo de mis pies desapareció y caí dentro del agua. Sabía nadar, así que al principio no me asusté demasiado, pero pronto sentí que no importaba cuánto agitase las piernas para flotar, no servía de nada y continuaba hundiéndome. A medida que me tragaba el agua, veía como me miraban desde la superficie los camareros, el gamusino, el primo-hermano de Pinocho e incluso el gato persa que no sé dónde se había escondido hasta el momento, pero en sus ojos no había ninguna señal de que me fueran a tender una mano, simplemente sonreían y se despedían con la mano.

Según iba naufragando sus figuras se fueron haciendo cada vez más y más pequeñas hasta que dejé de verlas por completo. Había empezado a pensar que aquella masa de agua no tenía fondo, pero entonces noté que mis pies dejaban de estar en contacto con líquido y pasaban a algo gaseoso. Pronto todo mi cuerpo salió del agua y cayó rápido pero con suavidad, hasta detenerse envuelto por una masa azul de gas. Estaba como flotando, resultaba todo muy curioso, así que miré hacia todas las direcciones posibles para hacerme una idea de dónde estaba. Supongo que la forma más fácil de describirlo sería diciendo que el mar era el cielo y el cielo era el mar, ya que sobre mi cabeza podía observar el volumen de agua desde el que había resbalado, y bajo mis pies y a todos los lados sólo había aire con el fondo azul celeste.

Traté de desplazarme a nado (si se le puede llamar así), pero el movimiento resultaba muy lento y además tampoco sabía hacia dónde dirigirme puesto que todo lo que me rodeaba era del mismo color. En algún punto añil del horizonte invertido atisbé una pequeña mota de luz al mismo tiempo que mis oídos captaba un silbido lejano. Poco a poco la partícula de luz se convirtió en un farolillo que guiaba a su góndola para no perderse en el ancho cielo y al parecer, el silbido provenía del gobernante que la dirigía. En cuanto la embarcación estuvo lo suficientemente próxima a mí, me percaté que el gondolero era idéntico a los camareros que había en la fiesta, pero en vez de camisa y chaleco, vestía con una camiseta de rayas blancas y negras. Me tendió su mano etérea, aunque al agarrarla parecía casi tan sólida como la mía, y me impulsó hacia dentro de la góndola. No habló, simplemente sonrió con esa sonrisa brillante que ya conocía, y continuamos el viaje hacia ninguna parte mientras él seguía silbando. Me sonaba la melodía, así que no tardé demasiado en descubrir que se trataba del Bolero de Ravel, y ya que la conocía, y no esperaba que mi compañero conversase demasiado, me uní a sus silbidos.

Empezaba a refrescar considerablemente, además el hecho de tener el pelo y la ropa aún húmedos no ayudaba demasiado. Proseguimos el viaje, que pese a ser agradable y tranquilo, comenzaba a eternizarse, hasta que llegamos a un pozo de piedra construido sobre el aire. No alcanzaba a ver del todo su interior, pero imaginaba que sería muy muy negro y nada acogedor. Vi que el gondolero con su incansable sonrisa y un gesto de la mano, me invitaba a que me levantara y echase un vistazo a las oscuras profundidades. Lo hice, mis piernas tambalearon un poco al ponerse en pie y asome la cabeza todo lo que pude para ver mejor. Entonces mi compañero de viaje se acercó a mí e inesperadamente me empujó al interior, donde caí y caí sin ver nada más que oscuridad.

Para cuando volví a parpadear, todo lo que estaba a mi alrededor había cambiado, ahora ya estaba en un lugar que conocía, mi casa, mi habitación. Seguía teniendo el teléfono pegado a la oreja y fue cuando sonó el cuarto tono, el último antes de saltar el contestador. “En este momento no puedo atenderte, deja mensaje después de la señal, piiii”. Tardé unos segundos en reaccionar, estaba acariciando las puntas de mi pelo aún húmedo y vi que mi prenda se había tornado de nuevo en mi camisón blanco. Sonreí y no pude decir otra cosa más que “¿Cuándo repetimos?”.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

La fiesta de las maravillas (Parte 3)

Entre pensamiento y pensamiento, me centré en un débil sonido que no sabía muy bien de donde venía, pero que era lo más parecido a un reloj que había escuchado en aquel lugar. Me centré en él, con la taza en las manos y los ojos cerrados, hasta que durante un momento dejé de oírlo; al segundo siguiente me sobresalté al escuchar el sonido del cuco de algún antiguo reloj avisando de las horas en punto. Rápidamente abrí los ojos y me fijé en el camarero por si me podía dar algún dato sobre qué hora era y cuánto llevaba allí, pero antes siquiera de tener tiempo de levantarme e ir a preguntarle, se multiplicó en dos. Así de fácil, de la sombra que me había hecho sonreír, salió de repente otra más, también vestida con chaleco, camisa y pantalones; esta nueva figura se acercó a la barra, cogió una bandeja y comenzó a pasear por la estancia como si estuviese llena de gente que atender. La primera sombra seguía inmóvil, aunque enseguida entendí por qué, le estaban saliendo más clones de la espalda y todos ellos acababan haciendo lo mismo, acercarse a la barra, coger una bandeja y dirigirse a trabajar.

Estaba demasiado sorprendida como para acordarme de que quería preguntar la hora y en mi mente se estaba formando la idea de que, efectivamente, había llegado demasiado pronto y que la fiesta empezaba justo ahora. Pensé en ir al baño antes de que empezase a llegar gente y lo abarrotasen, así que me acerqué a uno de los camareros para preguntar dónde estaba, pero no abrí la boca, lo cierto es que ni siquiera sabía si me iba a entender o a escuchar, no sabía ni si podía hablar para responderme. No hizo falta, no sé si era demasiado obvio a dónde quería ir o si para compensar el posible hecho de no hablar sabía leer la mente o algo, pero el caso es que tras dedicarme una sonrisa igualmente blanca y brillante que la de su compañero, me señaló amablemente una pequeña puerta en la que antes no había reparado, situada en una esquina. Le devolví la sonrisa a modo de agradecimiento y me dirigí allí. Nada más abrir la puerta algo saltó sobre mí y me empujó de tal manera que casi hizo que cayera al suelo. Me giré mientras me quejaba en voz baja, pero en cuanto lo vi, enmudecí.

En el suelo, apoyado sobre las dos patas traseras se erguía un animal de pelaje corto y marrón, aunque en algunas partes se dejaban ver motitas blancas, como si alguien lo hubiese salpicado con pintura; tenía unas orejas largas y puntiagudas que eran más grandes que su cabeza y unos ojos diminutos como canicas, completamente negros. Lo más curioso de todo es que iba vestido y no de cualquier forma, sino con traje y la forma de éste se parecía mucho al de trajes ingleses y antiguos de los 50. Hubiera jurado que no era más que un muñeco con apariencia de conejo de no haber sido porque se movía sin parar apoyándose primero en un pie y luego en el otro, como si bailase. Parecía tremendamente contento y aún lo estuvo más en cuanto sacó del bolsillo del traje un pequeño reloj dorado y miró la hora; empezó a saltar como loco, dando vueltas sobre sí mismo y sin reparar en absolutamente nadie. “Umm…disculpe…¿podría decirme qué hora es?” fueron las únicas palabras que consiguieron hacerse paso por mi garganta. El animal se me quedó mirando con esos ojos negros, aparentaba estar muy extrañado y contrariado, como si fuese algo raro que yo pudiese hablar. Se lo pregunté una vez más al mismo tiempo que intenté agarrarlo para que estuviese quieto y dejara de botar, me ponía realmente nerviosa, no sé cómo Alicia nunca perdió los papeles.

Dio un salto hacia atrás para que no lo pudiese atrapar y tras soltar un sonido agudo que supuse que serían risas, levantó la cabeza hacia mí para contestar: “Nos sal zeid, ydalim. Aroh ed esritrevid”. En cuanto pronunció la primera palabra dejé de atender a las siguientes ya que, si ya era raro que un conejo vistiese de traje, tuviese un reloj y supiese hablar en algún idioma incomprensible, aún más extraño era que cada palabra que decía saliese escrita de su boca con caligrafía típica de siglos anteriores, no del nuestro, puesto que poseía muchas curvas y adornos. En cuanto el término acababa de escribirse, éste levitaba ligeramente y paseaba por la estancia como si de una pluma se tratara. El resto de palabras siguieron a la primera, no podía dejar de seguirlas con la mirada, observarlas en la realidad y en los reflejos, de modo que parecía que hubiese miles de frases flotando en el aire. Los espejos llamaron mi atención, la oración real era diferente a las reflejadas, ahora sí que podía comprender las palabras que había formulado el gamusino. “Son las diez, milady. Hora de divertirse.”.

Pronto se dio cuenta de que había logrado comprender sus palabras, por lo que siguió hablando y yo atenta a los espejos, a la espera de la traducción: “Los invitados estarán a punto de llegar, humanos…siempre llegan tarde. Nos esperan cinco horas de baile, comida y fiesta”. Hice los cálculos rápidamente. “Entonces la fiesta dura hasta las tres de la madrugada, ¿no es así?” dije. Pese a que sus ojos eran muy pequeños, quedó claro que estaban abiertos como platos después de escuchar mi comentario. “¿A las tres de la madrugada? Usted se ha vuelto loca señorita, ¿cómo pretende que estemos aquí diecinueve horas seguidas? No, no, no, a las cinco de la tarde daremos por concluido el festejo.”. No me molesté ni en hacer las cuentas, aquello era completamente incoherente, pero algo me impulsó a preguntar “¿Sería tan amable de volver a decirme la hora, por favor?”. La consulta pareció irritarle un poco, pero aún así sacó su reloj y tras mirarlo dos segundos dijo “las diez menos diez”. Genial, por si no era raro todo lo que ocurría en este lugar, ahora resultaba que las manecillas se movían hacia la izquierda en vez de la derecha.

Tenía ganas de preguntar muchas más cosas, pero en ese momento todos los camareros que estaban paseando por el local se pararon en seco, levantaron su mano derecha y la abrieron a la vez, para dejar así libres una inmensa cantidad de mariposas de diferentes colores que se dedicaron a iluminar el lugar como si fuesen pequeñas estrellas en el cielo. El gamusino se emocionó tanto que comenzó a saltar de un lado a otro sin parar, pero siempre dando saltos hacia atrás, de modo que en un par de ocasiones se chocó con algún camarero, haciendo que las bebidas de colores brillantes se desparramasen por todo el suelo. Pareció no importarles, quizá ya estaban acostumbrados a la presencia de semejante personaje y simplemente lo ignoraban. Uno de los saltos hizo que el conejo aterrizase sobre el escenario, en ese momento la luz de un foco que no existía le apuntó para que se le viese bien y comenzó a hablar emocionado. Los camareros no necesitaban leer las traducciones, simplemente le miraban y escuchaban; yo sin embargo deseaba tener más ojos, para verlo todo, las mariposas, las traducciones, las palabras que aparecían de su boca… “Por fin es hora de que empiece la fiesta” leí “les presento a nuestra banda particular”.
Todos los camareros sonrieron y comenzaron a aplaudir mientras que los instrumentos que había sobre el escenario se iluminaban. Vi como algunas teclas del piano se movían, como si alguien las estuviese pulsando, pero no había nadie. El arco que antes permanecía al lado del chelo, estaba ahora rasgando las diferentes cuerdas del instrumento; incluso el contrabajo y demás aparatos sonaban sin que nadie los controlara. Las mariposas que habían soltado los camareros revoloteaban por el aire al compás de la música de la banda y bailaban con el gamusino que, una vez fuera del escenario, danzaba alegremente por todo el suelo.

lunes, 7 de septiembre de 2009

La fiesta de las maravillas (Parte 2)

En cuanto crucé la puerta todo se iluminó, pero no con luces brillantes que dejasen ver con nitidez el contenido de aquella estancia, sino con una luz tenue de color azul neón que no parecía venir de ninguna parte en concreto, pero que dejaba ver con elegancia y misterio aquel lugar. Me miré, de abajo a arriba; sé lo que hace este tipo de luces, todos los colores que no sean el blanco los torna muy oscuros, casi negros, mientras que el blanco brilla con una intensidad increíble. Y esto lo pude comprobar en mí, mi piel parecía muchísimo más oscura de lo habitual y el camisón blanco parecía ahora una señal luminosa que dijese sin palabras “estoy aquí”. Sólo que ya no era un camisón o no lo aparentaba al menos; quizá fuesen las luces o que mi percepción parecía algo alterada o quizá que realmente la prenda había cambiado, pero ahora se le asemejaba más a un vestido que a una prenda para dormir.

Observé el lugar de la forma más precisa que me lo permitían mis ojos. Las paredes estaban completamente forradas con espejos como si de un estudio de ballet se tratara, incluso el techo lo estaba, pero al mirarlos más detenidamente, resultaban algo curiosos. En todos ellos podía ver mi reflejo sin problema alguno, pero cada uno de los reflejos tenía un fondo diferente que, aunque requerían de mucho esfuerzo para verlos, definitivamente, no pertenecía a nada que estuviese en aquella estancia. Posé mis yemas sobre las de mi imagen y comencé a recorrer las láminas de una en una. En la primera me topé con nada menos que el Coliseo de Roma a mis espaldas, era una imagen casi transparente, apenas perceptible, pero no por ello dejaba de ser hermosa. Al pasar al segundo espejo el coliseo se desvaneció para dejar sitio a una estructura de hierro perfectamente iluminada con focos. A los pies de la Torre Eiffel las aguas del Sena descansaban tranquilamente, si agudizaba el oído parecía incluso que podría llegar a escuchar su murmullo, pero por más que intentase concentrarme no lo conseguí. La tercera y última pared mostraba tras mi reflejo una imagen no tan universal, pero que su mar, el cielo grisáceo y demás detalles dejaban claro que se trataba de algún lugar de por aquí cerca situado en la costa del País Vasco.

No sé cuánto tiempo había transcurrido desde que entré en la estancia, estaba tan maravillada con todo lo que había visto hasta ahora que tardé otro buen rato en darme cuenta que aún no me había fijado realmente en qué había allí dentro. Esparcidas por todo el lugar se podían vislumbrar pequeñas mesas redondas con la suficiente claridad como para no chocarse con ellas; tomé asiento en una de las muchas sillas ya que empezaba a notar cansados los pies, supongo que en gran parte por andar descalza. Apoyé los codos sobre la mesa y desde la comodidad de posar la barbilla sobre las manos, clavé los ojos en aquella mesa.

Aunque parecía madera, algo dentro de mí sabía que no lo era. Paseé el índice por la superficie y al retirarlo algo brillante se había adherido a él. No estoy segura de por qué esa fue mi primera reacción, pero el caso es que me llevé el dedo hasta la punta de la lengua, sabía dulce e increíblemente rico. Probé con la silla en la que estaba sentada…¡ésta también sabía a caramelo! Las mesas de al lado tenían sabores diferentes, pero todos ellos eran de dulces; incluso la enorme puerta, que no recordaba cuándo ni cómo se había cerrado, estaba elaborada del más delicioso de los chocolates. Movida por la curiosidad, me dediqué a degustar todos los muebles que había por allí, fue gracias a esa ruta turística que terminé de ver toda la estancia, descubriendo así, que al fondo había un escenario con varios instrumentos de música, pero sin ningún músico que los hiciese sonar, y cerca de éste había una barra de bar con muchísimas botellas de diferentes colores brillantes en las baldas. El único hueco en el que no se veían botellas, lo ocupaba una máquina italiana de capuchinos que hubiese hecho las delicias de cualquiera, excepto las mías, pues jamás me gustó el café.

Tras la visita turística me paré en medio de la habitación y fue cuando recordé que estaba allí por una fiesta, pero no había nadie, ¿quizá era aún demasiado pronto? ¿Debía esperar a alguien o marcharme ya? Estaba algo cansada, ¿pero si ni siquiera sabía cómo había llegado hasta allí, cómo se supone que iba a salir? Y también estaba algo hambrienta, pese a que había saboreado todos los muebles. Lo cierto es que aquellos pensamientos consiguieron que me entristeciese un poco, sólo quería saber dónde estaba, que alguien me aclarase algo, lo que fuese. En ese momento vi un destello detrás de la barra de bar, no sabía muy bien qué era ni si me lo había imaginado, pero al momento siguiente me di cuenta de que no, no era mi imaginación. Justo en el lugar donde había visto el destello apareció una figura vestida con chaleco y pantalón negros y una camisa blanca que por culpa de la luz azul neón, brillaba más de lo normal.

Se acercó a mí, al principio pensé que no le podía ver la cara por culpa del truco de luces, pero a medida que acortaba distancias me di cuenta que realmente no tenía rostro, sólo era una sombra negra con forma humana y vestida de…¿camarero? No tenía claro cual de los dos sentimientos era más fuerte en mí en aquel momento, si el de extrañeza o el de diversión, pero luego caí en la cuenta, claro, estaba en una fiesta, así que no era una completa locura pensar que podía haber camareros para servir las cosas. Cuando llego hasta mí me di cuenta que me sacaba prácticamente cabeza y media, pero se agachó poniendo a la altura de mis ojos justo la parte de sombra en la que, de haber sido una cara, tendrían que estar los suyos. Me quedé mirando aquella figura, como si realmente la estuviese mirando a los ojos; no sentía miedo, es más, me agradaba no estar completamente sola en este lugar.

De repente aquella sombra sonrió, sonrió de verdad, en el lugar que tendría que estar la boca nació una línea blanca que poco a poco fue curvando las comisuras hacia arriba. Era tal el destello, que me recordó a algún anuncio de la tele en el que apagan las luces y sólo se ve el brillo de los dientes de las personas. Antes incluso de que le diese tiempo a mi mente para cambiar mi estado de ánimo, la sombra levantó su mano y la abrió con suavidad a pocos centímetros de mi cara. De repente aparecieron pequeñas luces centelleantes de muchísimos colores revoloteando entre mi compañero y yo; una de ellas, verde e increíblemente hermosa, se posó sobre su camisa y fue entonces cuando la pude observar con claridad y darme cuenta de que no, no eran simples luces, si no mariposas. Estaba tan maravillada con su espectáculo de colores que no pude contener más la sonrisa, me sentía genial, tranquila y en paz. Las seguí mirando hasta que se esparcieron por toda la habitación y empezó a resultar difícil verlas a todas a la vez. Mi compañero me cogió de la mano, que a pesar de ser una sombra la noté suave y algo sólida, y me llevó hasta la silla donde poco antes había estado sentada. Me dejó allí durante unos segundos para volver a su barra, “tendrá trabajo” pensé, pero al poco rato volvió con una bandeja en la mano derecha y sobre ésta, una taza que dejó sobre mi mesa a la vez que me dedicaba otra sonrisa y se retiraba con tranquilidad.

Olisqueé el contenido antes de decidirme a probarlo. No era alcohol, eso seguro, y un refresco…en una taza seguramente tampoco, así que no me quedó otra más que apoyar los labios sobre la taza y beber. En cuanto mis labios rozaron el líquido, me di cuenta de que el extraño camarero volvía a sonreír, sabía que me iba a gustar, vaya que si lo sabía. Era chocolate de beber, caliente pero sin llegar a quemar, dulce pero no empalagoso y después de cada trago no me entraba sed. Me lo tomé con tranquilidad mientras le contemplaba trabajar, por más que bebía parecía no terminarse nunca y después de todo lo que había pasado desde que llegué allí, era más que probable que fuese eso, que realmente no se acabase nunca por mucho que bebiera.

domingo, 6 de septiembre de 2009

La fiesta de las maravillas (Parte 1)

A Leire, gracias por la fiesta.


“Monto una fiesta en mis sueños esta noche, el que se apunte que me dé un toque.”

Ya me había puesto el camisón y estaba a punto de apagar el ordenador para irme a la cama cuando reparé en el mensaje. Una fiesta en sueños, ¿eh? Bueno, por qué no, podría resultar divertido. Dejé que el PC terminara de apagarse antes de dirigirme a mi cuarto y coger el móvil que tenía bastante abandonado desde hacía horas sobre el escritorio. Tras pulsar unas pocas teclas, apareció el número que buscaba en la pantalla y deslicé mi pulgar hasta posarlo sobre el botón verde. Dudé considerablemente, tanto que mi dedo tamborileaba sobre el botón con cada duda, pero al final, tras cerrar los ojos un momento mientras llenaba mis pulmones bien de aire, lo pulsé.

Un tono…sin respuesta aún, dos tonos…venga coge, no te hagas de rogar, tres tonos…¿ya durmiendo, quizá? En una fracción de segundo, antes de que el cuarto tono sonase, el teléfono empezó a crear una corriente de aire succionadora que tenía la suficiente fuerza como para mantener mi oreja pegada al aparato. Pero pronto elevó su poder, ya no bastaba con retenerme pegada al teléfono, si no que ese aire comenzó a tirar de mi oreja, luego de mi cabeza, mi cuerpo, mis piernas…hasta que finalmente me engulló por completo.

Para cuando volví a parpadear, todo lo que estaba a mi alrededor había cambiado, ya no era mi habitación, ni cualquier otra parte de la casa, ni siquiera algún lugar en el que hubiese estado con anterioridad. Lo primero que noté fue frío bajo mis pies, los miré; seguían igual de descalzos que en casa, un mal hábito por mi parte que ahora tenía que pagar en el pasillo de piedra en el que, no sabía muy bien cómo, había aterrizado. Ante mí se levantaba una puerta enorme y majestuosa, poseía unas cinco o seis veces mi altura y en toda su madera tenía talladas pequeñas figuras que parecían estar narrando un cuento.

A ambos lados se erguían sólidas paredes de piedra iluminadas únicamente por dos antorchas encendidas que descansaban sobre ellas, sin soporte alguno. Eché un vistazo hacia atrás con la mirada para ver si el pasillo poseía alguna fuente más de luz, pero no era así, más allá del límite de luminosidad marcado por las antorchas sólo había oscuridad fría y siniestra. Pese a que pueda sonar extraño, una gran parte de mí deseaba adentrarse en ella a explorar, pero antes de que diese un paso, la enorme puerta crujió y se entreabrió, pero no lo suficiente como para que pudiese ver qué había en el interior.

La curiosidad pudo conmigo, fue algo que no pude evitar; posé las palmas justo en el centro de la puerta, preparada para tener que utilizar toda mi fuerza para poder terminar de abrirla, pero no hizo falta, en cuanto mis manos entraron en contacto con la madera la puerta comenzó a abrirse lentamente y sin mi ayuda. Seguía completamente quieta con las palmas hacia fuera cuando la puerta acabó de abrirse. Pese a ello, no se veía absolutamente nada del interior, estaba todo negro, pero no era una oscuridad como la del fondo del pasillo, hostil y desagradable, sino todo lo contrario, invitaba a cualquier curioso a invadirla. Algo rozó mi pierna derecha en ese momento, me sobresalté considerablemente pues tras el tiempo que llevaba allí plantada, no esperaba compañía alguna. Al mirar por primera vez, sólo vi una bola de pelo blanca, de tacto aparentemente suave; al pestañear y mirar fijamente, me di cuenta que esa bola poseía ojos azules, nariz, boca e incluso cola. Quise acariciarlo para comprobar si realmente el pelaje del siamés era tan suave como aparentaba, pero el gato volvió a rozarme la pierna y se adentró enseguida en aquella oscuridad tan amable. Entonces yo también me adentré, no sé si para seguirlo o porque ya tenía ganas de saber qué envolvía aquella oscuridad.

miércoles, 1 de julio de 2009

¿El fin de la imaginación?

Hoy. Hoy es el día elegido. Cualquiera estaría contento, pero yo no sé si lo estoy. Lo cierto es que en el fondo me preocupa, no lo puedo evitar. Pero al contrario de lo que muchos puedan pensar, no me preocupa que algo salga mal, la posibilidad para eso es bastante inexistente; digamos que me da más miedo el cómo pueda repercutir en mí.

Hoy el día ha comenzado como todos durante estos veinte años: borroso. Y acabará como nunca antes lo había hecho: totalmente nítido. Y es que hoy dejo de ser topo (diría “dejo de ser miope” si fuesen pocas dioptrías, pero creo que el concepto topo lo deja más claro).

Me da miedo que ahora que mi percepción va a ser diferente, eso haga que también cambien mis puntos de vista.

Siempre he tenido claro que lo que veo no es lo más importante. La gente suele ver la realidad como algo perfecto, importante, inalterable y único. Pero yo he tenido la oportunidad de aprender que no es así porque la percibo como algo defectuoso, lo que la convierte en poco importante y por supuesto, nada singular, ya que vuestra forma de percibirla y la mía son completamente diferentes. Pero si ahora mi realidad se va a igualar a la vuestra en nitidez…¿cambiarán mi prioridades? ¿Acabaré dándole más importancia a lo que veo que a todo lo demás?

Siempre he percibido la realidad borrosa y eso me ha dado muchísima facilidad para dejar que mi mente vuele a cualquier parte. ¿Y si ahora que la realidad va a ser más nítida y contundente que nunca, mi capacidad de imaginación desaparece? ¿Y se dejo de ser capaz de dar forma a miles de pensamientos irreales que fluctúan por mi cabeza a cada segundo? ¿Y si mi mente se queda atrapada de por vida en la realidad y no puede volver a hacer esas escapadas que tanta falta me hacen?

Creo que en el fondo todo se reduce a eso: tengo miedo de que la realidad se convierta en mi eterna cárcel.

miércoles, 24 de junio de 2009

Vacaciones


Por fin, otro curso que se va y unas vacaciones que vuelven. Hoy ha sido mi último examen, ya puedo dejar de estudiar, ya tengo permitido un descanso (de casi tres meses) en los que aún no tengo ni idea de lo que voy a hacer, bueno…algún que otro pensamiento tengo, pero hay que elaborarlo. Y nada más por hoy. A los que se queden por aquí en verano, comentarles que ahora podré volver a escribir más a menudo y me pondré al día con vuestros blogs, que últimamente los tengo un poco abandonados…perdón, ha sido por una buena causa. Y a los que tengan la suerte de marcharse de vacaciones…pues bon voyage :)

P.D. Cuidado con el Sol

jueves, 4 de junio de 2009

Tormentas de verano


Por fin ha estallado la tormenta, los truenos, los relámpagos, cada gota de agua golpeándolo todo. A los demás no les suele gustar la lluvia, dicen que son días grises, tristes y que el agua arrastra la alegría del mundo hasta el alcantarillado.

Pero a mí me gusta. No lo veo como algo triste, si no como un proceso necesario para limpiar. Limpiar el Tiempo que se estaba empezando a oxidar anclado en las hojas de los árboles; depurar el aire que ya estaba lleno de ideas mustias; salpicar de frescor cada sentimiento.

Hoy es la primera vez en muchas semanas que consigo volver a respirar la lluvia. Ha entrado en mí cada gota, encharcándome los pulmones como si se tratase del aire más puro. Después toda esa agua se ha mezclado con mi sangre para poder extenderse a cada parte del cuerpo, y en la siguiente exhalación ha vuelto ha salir, casi tan fácil como entró, pero algo menos ligera, pues todas ellas llevaban enganchados a sus espaldas fragmentos de mis preocupaciones. He visto irse a cada gota, flotando ingrávidas, y yo ahí, con la ventana abierta, mojándome, pero bastante más tranquila que antes.

jueves, 14 de mayo de 2009

Carta a un efímero amor eterno

Querido fugaz amor eterno,

Si estás leyendo esto significa que ya apareciste en mi vida. Puede incluso que ya te fueras y que Saturno decidiese diluir tus recuerdos en el café de la mañana.

Confieso que siento curiosidad por conocer tu rostro y ansío delinear cada facción con la yema de los dedos. A cada segundo cierro mis ojos y veo los tuyos, brillantes, alegres. No hago más que soñar que me pierdo en ellos, a veces creo bucear en la inmensidad del océano Pacífico, pero de repente el agua cambia a un frondoso bosque, sólo por si la naturaleza fuese tan caprichosa de darte ojos verdes; incluso hay momentos en los que toco esos árboles y éstos se desmenuzan en granos de arena, hasta convertirse en dunas de cobre.

No necesito saber la forma o color de tus ojos para estar segura de que cada vez que los mire, me proporcionarán toda la calma que necesito. Llegaré a un equilibrio que apenas se puede soñar siquiera, sólo al observarte, sólo al ver que tus ojos me dedican la mayor de las sonrisas sin ninguna necesidad de curvar los labios.

Y tu voz, la oigo dormida, despierta, tanto si es muy grave como si no. Es un dulce canto de sirena llamándome desde algún lugar en el Tiempo, decidido a encandilar todos mis sentidos hasta que naufrago en tus labios de ficción.

Cualquiera pensará que no te conozco, que cómo puedo amar a alguien a quien nunca he visto, oído o tocado; pero todos ellos se equivocan. Te he tenido y te tengo siempre presente, cada día, porque el aire te ha traído atravesando el Tiempo y la distancia, permitiéndome que respire tu alma, tu esencia, tu calidez y seas parte de mí. Y ahora que tu presencia se ha incrustado en todo mi ser, mi corazón late al escuchar tus susurros y con cada palpitación puede acariciarte, sintiendo casi tanto como si realmente estuviese rozando tu piel.

Tengo tantas ganas de que por fin te traslades desde mi futuro a mi presente, de prendarme de tus ojos y escribir nuestra historia juntos utilizando las caricias como pluma y los besos como tinta. Deseo que llegue el momento en que pasemos las horas conversando sin necesidad de decir palabra alguna y terminar la noche envuelta en ti

En ese fugaz instante en el que cruces la puerta de mi vida, no llames, no hará falta, porque será una fracción de segundo en la que mis ojos se cruzarán con los tuyos y mi alma quedará atrapada, acomodada entre tus brazos de sentimientos que le dan la bienvenida.

Llegarás a tener mil rostros, mil nombres, existen tantas y tantas combinaciones posibles, pero sólo tú serás quien consiga hacerme vibrar de emoción mientras dure nuestra efímera eternidad.

martes, 5 de mayo de 2009

Hakkuna Matata

Hakkuna Matata

Vive y deja vivir

Hakkuna Matata

Vive y sé feliz

Ningun problema

Debe hacerte sufrir

Lo mas fácil es

Saber decir

Hakkuna matata.


¿Piensas pasarte ahí el día sin sonreír?

domingo, 19 de abril de 2009

Escudo

Sensación del 27/3/09


El ruido de la puerta del copiloto al cerrarse ha conseguido mitigar el crujido de mi escudo que finalmente se ha quebrado tras tu última piedra verbal. Aún no entras, gesto que agradezco, ya que me permite intentar tranquilizarme en el interior del automóvil. Aquí dentro todo parece más tranquilo, es como si la carrocería hubiese tomado relevo en el cometido que hasta hace pocos segundos poseía mi burbuja invisible.

Poco a poco noto que los pequeños fragmento se van fusionando uno a uno, mi escudo se está reconstruyendo. Es la primera vez que se quiebra y nunca había hecho la prueba para saber qué pasaría después, pero algo me decía que no se quedaría en simples añicos, al fin y al cabo tantos años perfeccionándolo tenían que dar sus frutos, y aquí están, la burbuja se repara en poco tiempo, sólo necesita tranquilidad.

Te miro por la ventanilla; estás de espaldas al coche, terminando el cigarrillo que has encendido antes de que yo entrara en vehículo. Te está durando más que de costumbre así que supongo que lo haces para darme algo de tiempo, o puede que para dártelo a ti. En el fondo me alegro de que estés de espaldas porque, aunque me encantaría que te girases y sonrieses a modo de que todo está bien, sé que ahora mismo en tu rostro no se dibuja esa sonrisa que tanto querría ver. Tras un par de minutos dejo de ver el humo marchándose sigilosamente por encima de tu cabeza, tiras la colilla y me echas un vistazo rápido justo antes de entrar.

Agacho la cabeza, necesito pensar ya que eso me calma y es precisamente lo que necesito para que mi escudo termine de repararse, pero no me concedes el tiempo que requiere la reconstrucción. Nada más abrir la puerta del conductor empiezas a hablar, o a disparar más bien, palabras que en cuanto salen de tu boca, mi ayer las convierte en dardos venenosos. Los lanzas uno tras otro, sin haberme mirado aún, mientras te acomodas en el asiento, y cada uno de ellos se incrusta con fuerza en las paredes incompletas de mi burbuja, haciendo que se disuelvan.

Ya no me queda refugio, pero las piedras siguen cayendo, rozándome la piel, la cabeza, la mente. Nunca me había enfrentado sin protección alguna a palabras y resulta tan insoportable que el dolor y el sufrimiento comienzan a aflorar en mis ojos. Por fin me miras y te das cuenta que me has empujado hasta el borde de mi propio precipicio, abismo del que mi escudo me mantenía a salvo hasta ahora. Dejas de hablar y me ofreces tus brazos, pero por mucho que me aferre a ellos mis ojos ya están completamente desbordados puesto que nada me puede brindar la perfecta protección que me obsequiaba mi refugio.

Parece que verme así ha hecho que tu irritación amaine y decides concederme otra oportunidad lanzando de nuevo una pregunta a la que estás empeñado que responda, pero ya no te escucho. Estoy demasiado ocupada desviando toda la energía que hay en mí a recrear el escudo, lo necesito, no puedo estar más tiempo aquí sin él. Tengo que hacer algo mientras se repara, así que como último recurso convierto mi cuerpo en un caparazón completamente inquebrantable, pero que me deja paralizada para cualquiera del exterior, tú incluido. Lanzas tu pregunta un par de veces más, no obtendrás repuesta, lo que hace que estés más nervioso con más que evidentes matices de enfado. Comienzas a hablar de nuevo, esta vez con un discurso algo diferente, ahora intercalas anécdotas relacionadas contigo con algún que otro dardo. Supongo que ambos creemos que si me das algo de tiempo seré capaz de descongelarme y reaccionar, pero nos equivocamos; aunque sean en menor cantidad, las piedras vuelven a rozarme y logran que mis ojos derramen pequeñas gotas saladas que intentas detener con tus dedos, mientras el resto de mi cuerpo permanece totalmente inerte.

De vez en cuando llega desde el otro lado de mi caparazón el sonido de tu voz preguntándome si te estoy atendiendo, lo cierto es que no lo sé, oigo pero no asimilo, mis fuerzas siguen centradas en la reparación. Tengo ganas de gritar, de gritarte para que te calles, para que dejes de decirme cosas que no quiero oír porque ya sé que tienes razón, y quiero que dejes de presionarme para que te cuente cosas que no te puedo contar porque significan recuerdos y dolor, y precisamente para eso estaba mi escudo, para ser un refugio en el que no hay nada de eso. Lo intento, trato de producir voz en mis cuerdas vocales, no sé si para gritarte o para decirte por fin lo que quieres saber, pero no ocurre nada. Clavo los ojos en el espejo retrovisor, veo un cuerpo inmóvil de ojos rojos, pero completamente inexpresivo, impenetrable; ni siquiera parece que esté haciendo el esfuerzo de hablar o aunque sea de abrir la boca.

Estás enfadado, irritado, se nota a la legua incluso desde el interior de mi coraza. Giras la llave para poner el motor en marcha y comienzas a conducir de camino a casa. En un par de ocasiones me veo tentada a pedirte que enciendas la radio para que espante al silencio que se ha creado entre nosotros desde que has arrancado el coche, pero no lo hago, no me atrevo a mirarte y tener que comprobar que realmente te has enojado conmigo. Así que me sumo en el silencio, convirtiéndome en su amiga durante el trayecto, hace que me tranquilice un poco. Cada vez me gusta más la idea de llegar a casa, saber que le podré dar a mi escudo todo el tiempo que necesite para terminar de repararse por completo. Me gusta esa idea. Lo necesito.

martes, 7 de abril de 2009

Miedo


Miedo de que llegue la noche.
Miedo de que amanezca.

Miedo de que haya demasiada gente.
Miedo de que no haya nadie.

Miedo de abrir los ojos y no ver más que oscuridad.
Miedo de abrir los ojos y ver todo demasiado claro.

Miedo de que las cosas cambien.
Miedo de que todo siga igual.

Miedo de sentir.
Miedo de ser incapaz de sentir.

Miedo de no saber lo que pasará.
Miedo de saberlo.

Miedo de recordarte para siempre.
Miedo de olvidarte.

Miedo de que no vuelvas nunca más.
Miedo de que algún día vuelvas.

Miedo…


… de tener miedo.

viernes, 27 de marzo de 2009

La vida sigue igual


Todos los años, al llegar el 27 de marzo, mi contador vital garabatea una nueva cifra sobre la anterior, pero esta vez es diferente ya que varían ambos números.

Podría comenzar a enumerar la cantidad de cosas que han cambiado hasta ahora y no acabaría nunca, aunque si echo otro vistazo hacia atrás, resulta que en realidad, a rasgos generales todo permanece en el mismo lugar. ¿Cambiar para seguir igual? No sé, es sólo que no lo entiendo.

El mundo no se parará hoy por mucho que para mí sea un día especial (¿realmente lo es?), pero eso ya lo sabía, al fin y al cabo, la vida sigue igual.

viernes, 13 de marzo de 2009

Alas de libertad

“Algunas cárceles tienen paredes de papel pintado.”


Era como si la presión dentro de la casa se hiciese cada vez más y más grande. El fondo del pasillo comenzó a distorsionarse hasta el punto de parecer un enorme agujero negro. Aquella boca estaba decidida a engullir todo el pasillo para llegar hasta ella. Las paredes más próximas a ella comenzaron a temblar, cada vez de forma más compulsiva y la alfombra que cubría toda la madera del pasillo se levantó para dar inicio a un terrorífico baile que la hacía parecer la hambrienta lengua de aquel agujero distorsionado. Aquella serpiente de movimientos iba acercándose a ella sin remedio.

Tardó varios segundos en asimilar y reaccionar. Consiguió que sus pies la obedecieran a tiempo para no ser ella misma el postre de aquel festín. Recorrió lo poco que quedaba de pasillo, entró en la cocina y cerró la puerta de un golpe. Esperaba que eso bastara para cesar el hambre de la casa, pero no fue así, pronto la puerta y los azulejos de alrededor formaron parte de la boca engullidora.

Caminaba hacia atrás, sin poder dejar de mirar el agujero negro que iba creciendo. Notó algo sólido y frío tras de sí. La manilla del balcón. La agarró con fuerza y en un rápido movimiento tiró de ella para abrirla y se encerró en el balcón Tras respirar varias veces con fuerza, abrió los ojos.

Mirando a través del cristal todo estaba tranquilo en el interior de la casa. O había nada que se estuviese moviendo o desapareciendo, la puerta permanecía perfectamente cerrada, tal y como ella la había dejado y ningún ruido daba a entender que la casa fuese a ser engullida.

Siempre le pasaba. El aire fresco la hacía volver en sí, al mundo real, conseguía que la fuerza negativa producida por esas cuatro paredes no le afectase. Se sentó en el suelo, arrimando la cara lo máximo posible a las rejas, para poder ver mejor el paisaje. Todo verde, absolutamente todo. Algún que otro color de las flores se infiltraba de vez en cuando entre la hierba, pero por lo demás era un mar verde. A lo lejos, se conseguía divisar un muro que limitaba la llanura; estaba allí desde que era capaz de recordar, al igual que el pequeño boquete que tenía en el medio. Nunca había sabido si aquel agujero era realmente pequeño o si era la visión que obtenía de él desde su balcón, aunque no le importaba gran cosa, pues tanto si era grande como pequeño, a ella siempre le servía de puerta hacia el mundo de la irrealidad.

Era increíblemente fácil respirar sueños desde allí, cerrar los ojos y al volver a abrirlos toparse con la hermosura del aire contoneándose frente a ella, invitándola a volar. Cuántas veces había imaginado que, justo en el mismo instante en el que el viento le tendía la mano, en su espalda crecían delicadas alas que la hacían levitar hasta llegar a la altura de la barandilla y posarse suavemente sobre ésta. Después, como si no pesase ni un solo gramo, se dejaba caer, pero no existía la velocidad, sino en contoneo de una pluma; y antes de llegar al suelo, abría por completo sus alas para cambiar de dirección y dirigirse a aquella hermosa campa que la llamaba sin cesar.

Bailar con los pájaros sin apenas posarse sobre una brizna de hierba resultaba tan relajante; al igual que saludar al sol y que éste le devolviera el saludo acariciándola con sus cálidos rayos. Tras pasar un rato recorriendo el campo, al final la encontraba, allí cada vez más próxima a ella, la única brecha que existía en su prisión, el único punto por el que su cárcel se hacía vulnerable. Y lo atravesaba. Tan pronto como pasaba al otro lado, el aire volvía a cambiar de aroma hasta que todo su ser saboreaba la libertad, el ancho mundo por descubrir, la inmensidad.

Arrugó la nariz, la brisa ya no era fresca, sino que se había tornado turbia y pesante. Le resultó imposible mantenerse en su fantasía y finalmente tuvo que abrir los ojos, para contemplar muy a su pesar, que su cuerpo no se había movido ni un ápice, seguía sentada en su balcón, observando desde los barrotes cómo la llamaba la libertar. ¿Pero por qué tenía que quedarse allí en el suelo como había hecho siempre?

Miró atrás, al interior de la casa que parecía amenazarla con cada azulejo, puerta y armario; seguido se giró hacia el ancho mar verde que la esperaba. No había nada más que pensar. Con menos gracia que la que le daban sus sueños se subió al balcón e hizo lo que siempre soñaba hacer, dejarse caer, sólo que en aquella ocasión, sus alas no se abrieron.

jueves, 5 de marzo de 2009

La noche que la Luna salió tarde

El título se debe a la canción que escuchaba mientras el texto surgió en mi mente.


La medida del tiempo siempre se diluía con la corriente del riachuelo, sólo para ellos, cada vez que pasaban en aquel claro varias horas. Allí, con un majestuoso roble ofreciéndoles su tronco y sus raíces como hamaca, les resultaba imposible saber si estaba a punto de amanecer o si, por el contrario, hacía poco que la luna visitaba el cielo.

La noche transcurría entre sonrisas y miradas que permitían que la eternidad ocupara cada segundo y la conversación había rozado tantos y tantos temas que apenas podían recordarlos. En una pequeña pausa en la que las sonrisas se instalaron en el instante, ella aprovechó para preguntar:

- ¿Me quieres?

Él, con su rostro más cálido y perfecto, clavó sus ojos en los de ella, sonrió y volvió a dirigir su mirada hacía el oscuro cielo.

- ¿Alguna vez has escuchado cómo el mar canta a la Luna? ¿O cómo el viento acaricia la tierra?- la rodeó entre sus brazos esperando una respuesta que ya conocía.

- No.- agudizó sus oídos; sabía perfectamente que de aquellas preguntas acabaría aprendiendo algo interesante.

Se giró hacia ella, colocó con suavidad los dedos sobre su frente y los deslizó con cuidado hasta cerrarle los párpados.

- Cierra los ojos y escucha.

Se zambulló en el silencio y la paz que le proporcionaba la oscuridad; comenzó a escuchar. Pronto el silencio dio paso a numerosos sonidos que necesitó desmenuzar para llegar a discernirlos en su totalidad.

Lo primero que llegó a sus oídos fue el murmullo fresco y alegre del riachuelo al golpear con suavidad las piedras que encontraba a su camino. El silbido de la brisa no era lo suficientemente fuerte como para eclipsar el susurro que creaban los grillos al rozar sus patas. Hubo un instante en el que incluso le pareció percibir el crujido de la hierba que crecía poco a poco o incluso el rumor de los insectos el deslizarse por la tierra. Pero ante todo, le escuchaba a él, su respiración pausada y no tardo en reparar en sus latidos; sístole y diástole, casi tan precisos como un reloj. Sus propias palpitaciones también se unieron a esa melodía nocturna tan especial que había logrado advertir.

Pero en aquel momento todos los demás sonidos se convirtieron en poco más que sombras, frente al claro golpeteo de su corazón y por primera vez aquella noche sus latidos formularon la misma pregunta que ella minutos atrás, “¿Me quieres?”, a lo que el corazón de su compañero respondió “Te quiero”.

jueves, 26 de febrero de 2009

Isla de Tiempo

Aunque la Luna intentaba ser discreta, aquella noche no podía evitar echar un vistazo de vez en cuando al interior de la ventana y seguir el rastro de ropa tirado en el suelo que iba desde la puerta hasta la cama.

Ella mantenía la cara oculta entre su hombro y su barbilla para que el calor que desprendía su cuello templara sus mejillas. Llevaba rato sin hablar, con los ojos cerrados, buceando tranquilamente en su océano de pensamientos, pero sin dejar de disfrutar ni un solo minuto de aquel instante.

El estado de él no distaba mucho del de su compañera. Tenía los ojos abiertos aunque inmóviles, sin ganas de contemplar el exterior y pestañeaba únicamente cuando se le empezaban a resecar. Su mano danzaba de forma casi automática por una superficie sedosa; su melena, siempre tan lisa y delicada que cada terminación nerviosa de las yemas le confirmaban que estaba acariciando una extensión excepcional. Por fortuna, la postura que había adoptado ella sobre su hombro le permitía consentir que sus labios estuvieran rozando su suave frente de forma permanente.

Sintió un leve cosquilleo en el cuello. Al parecer ella se había decidido por fin a volver al mundo físico y sus pestañas provocaron las ligeras cosquillas durante el tiempo que sus ojos tardaron en adaptarse a la luminosidad.

- ¿En qué piensas?

Él deslizó los labios cerca de su oído para acaparar su atención y formuló la pregunta con la mayor dulzura en la voz. Ella se movió, aún algo aturdida, para que su piel abarcara la máxima superficie del cuerpo de su acompañante.

- En islas.- la respuesta provocó una sonrisa en su interlocutor, sabía que él esperaba que continuase sin necesidad de preguntárselo, por lo que prosiguió- Pensaba un poco en el tipo de gente que se toma unas vacaciones y van a una isla a descansar. Creo que se asemejan a nosotros.

- ¿Quieres que nos vayamos a una isla a descansar?- su tono resultó jocoso, sabía perfectamente que no era eso lo que ella quería decir, pero siempre le gustaba hacerla sonreír.

- Ya estoy en mi propia isla. Me refería a que se marchan a lugares en los que su vida no existe para poder sentirse libres y desconectar, aunque saben que siempre acabarán volviendo a sus vidas. Nosotros somos algo parecido, ninguno de los dos pertenece al mundo del otro; mi vida no encaja en tu puzzle, ni la tuya en el mío, pero ambos necesitamos unas horas en las que el exterior no exista. Somos algo así como dos personajes de novelas completamente diferentes, que durante un rato necesitan salir de su historia, pero que al llegar el día tienen que volver cada uno a su libro.

- Somos islas de tiempo.

Ambos se miraron sonriendo. Ella se alegraba de que lo hubiese entendido a la perfección y él siempre disfrutaba de sus intercambios de ideas por muy abstractas o extrañas que fueran. Se sumergieron en un nuevo silencio cálido, cada cual pensando por su cuenta en la pequeña conversación y fue él quien, tras un rato de cavilaciones, lo rompió con voz apesadumbrada.

- Algún día esto se acabará.- ella asintió en un susurro casi inaudible.

No era una pregunta, ambos sabían perfectamente que aquellos encuentros tenían los días contados, que cada vez que se veían se precipitaban de forma estrepitosa al final de aquella historia paralela al mundo real. Él perfiló sus tiernos labios con los dedos, sopesando todo lo que dejaría de poseer dentro de un tiempo incierto.

- Lo echaré de menos.

- Yo también.

Pronto emergieron también en ella las mismas sensaciones y se aferró a él como si eso pudiese impedir que algún día el mundo real les arrebatase aquellos instantes. Tras percibir su turbación, él la envolvió con su cuerpo en un eficaz intento por intentar devolverla a la burbuja que habían creado aquella noche sólo para ellos.

Allí afuera, la Luna seguía haciendo de centinela, evitando a toda costa que la realidad irrumpiese demasiado pronto en aquella habitación. Aún les quedaban unas pocas horas antes de que el amanecer terminara por consumir su isla de tiempo.




domingo, 22 de febrero de 2009

Querido Corazón

Todas las calles yacían oscuras y silenciosas, hacía ya varias horas que nadie las perturbaba, hasta que unos débiles pasos se escucharon rumbo a la plaza. La figura difuminada por la noche no tardó más de cinco minutos en alcanzar un enorme edificio de piedra, en el que se paró y se arrodilló en las escaleras que lo presidían. Hasta ese momento las calles no se habían dado cuenta que la mujer sujetaba entre sus brazos un bulto, que acunaba sin cesar, pero que en cuanto llegó a las escaleras, lo dejó con mucho cuidado sobre estas. Rápidamente se inclinó sobre él e intentó decir algunas palabras que le resultaron completamente imposibles de pronunciar, ya que los sollozos le provocaban continuos estragos en la garganta. Se levantó aún mirando por última vez el fardo que dejaba allí y comenzó a andar por la misma calle que había aparecido, hasta que no pudo contenerse más y echó a correr, para que su tentación por volver a la plaza se esfumase junto con el ruido de sus zapatos.

Dentro del pequeño fardo comenzó a despertarse un pequeño corazón que no tardó en revolverse asustado. Sus ojitos fluctuaron por todo el paisaje que sus pupilas eran capaces de percibir, hasta que allí, al lado de la manta que le envolvía, encontró una carta, con letra muy cuidada, dirigida a él.


"Querido corazón,

Sé que en cuanto abras el sobre que contiene estas frases y descubras que lo he escrito yo, mirarás a un lado y al otro de forma frenética con la esperanza de encontrarme, y que pueda sacarte de la confusión, pero lo siento, para cuando leas esto yo ya estaré muy lejos de aquí.

No puedes ni imaginarme lo difícil que ha sido tomar esta decisión, aceptar que lo mejor para ambos es que estemos distanciados, pero al final lo he hecho. No puedo seguir vagando por el mundo mientras seas el cajón en el que se atrincheran todos los sentimientos porque resulta terriblemente complicado sacarlos de ahí, y duele. Duele cada vez que bombeas, junto con la sangre, una nueva dosis de enrevesados sentimientos; sobre todo cuando son esas sensaciones que alguna vez fueron reflejo de mi felicidad, pero que tú te sigues empeñando en enseñarme. Crees que esas imágenes y voces darán inicio a una cascada de sonrisas y una euforia incontrolada, pero te equivocas, no te das cuenta que cada vez que intentas alegrarme así consigues que duela aún más. Y entonces tú recibes y guardas esa tortura y, obedeciendo a tu deber, haces que cada parte de mi ser se de cuenta de lo que estoy sintiendo.

No me tomes por cruel, querido corazón, sabes mejor que nadie los buenos momentos que gracias a ti he podido conservar durante tanto tiempo, pero es que me dueles, me acuchillas, me matas, sé que no es tu intención, aunque igualmente atormenta.

Es irónico, lo sé, la vida en todos sus sentidos es completamente ilógica sin un corazón y sin embargo me siento incapaz de seguir mi camino contigo a cuestas. Por eso hoy, aquí, se separan nuestros caminos. Espero que logres encontrar otro dueño, alguien que sólo tenga buenos sentimientos y jamás te lastimes, que te conviertas en un precioso cajón de alegrías y que palpites con toda la energía del mundo. Yo, en cambio, seguiré mi rumbo indefinido, sin sentido ni sentimientos, puesto que te los dejo todos a ti, yo no los quiero y tampoco podría guardarlos.

Quizá hubiese sido menos doloroso explicarte esta misma carta en persona, pero de haberlo hecho, sé que hubiese sido incapaz de alejarme de ti.

Ya es hora de irme, pequeño corazón. Ahora duele, pero a medida que mis pasos se distancien de ti, se irá rompiendo el vínculo que une a todo cuerpo con su corazón, hasta que sólo me quede la fría lógica.

Espero que algún día puedas perdonarme."


jueves, 19 de febrero de 2009

Polvo de estrella

Hoy se cumplen dos años desde que comencé a escribir de nuevo y estoy segura de algo, el Claro de Luna no ha muerto.



Una noche cálida de verano, perfecta para observar las estrellas, aunque las casas de piedra gris con sus tejas a lo alto hacían que el pueblo no fuese el lugar más idóneo para este pasatiempo. Pero desde allí en la campa, a escasos kilómetros de la aldea, resultaba fascinante mirar al cielo, incluso parecía que las nubes habían pactado dejar la vista totalmente despejada.

Un joven muchacho había encontrado la comodidad necesaria en una roca para poder usarla de almohada mientras observaba con fascinación el cielo. Cada noche se pasaba allí horas maravillado por cada reluciente estrella y realizando conjeturas sobre su creación. Las repasaba con la mirada una y otra vez hasta lograr reconocer cada constelación que aparecía en los antiguos libros de astronomía que tenía en casa.

No tardó en hallar algo diferente aquella noche. Una de las estrellas brillaba con mayor intensidad que de costumbre, lo que hizo que el joven se levantara curioso de su improvisada cama, con la vana esperanza de ver algo mejor. Creía haber visto cómo el pequeño punto luminoso se agitaba sobre el manto oscuro de la noche. ¿Sería su imaginación? Se agitó otra vez. Antes de que el muchacho pudiese siquiera pestañear la estrella se iluminó aún más y comenzó rápidamente un descenso en picado sin frenos, hasta que sólo la tierra pudo pararla. La colisión provocó tal estruendo que todos los habitantes del pueblo se asomaron horrorizados a sus ventanas para observar cómo el astro había acuchillado su preciada tierra hasta crear un cráter lo suficientemente hondo como para no poder ver su final.

El joven continuaba en el campo, estupefacto y sin habla, observando el orificio que se había producido a apenas unos kilómetros de él. Debía haber alguna explicación para aquello, pero sabía que probablemente en el pueblo nadie sabría contestar, así que sólo le quedaba acudir a la única que sin duda conocería la respuesta. Echó a correr tan rápido como pudo, mientras gritaba al cielo hasta quedarse casi sin voz

-¡Luna! ¡Luna! ¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué están cayendo las estrellas?

La aludida, que hasta ese momento había permanecido en completo silencio, contestó al chico con su voz sonora, para que incluso los del pueblo la pudieran escuchar.

- Una estrella sólo puede caer del cielo cuando se apaga y muere.

- ¿Las estrellas se están muriendo?

- Así es.

- ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?

Se tomó su tiempo en responder y al hacerlo, su voz sonaba aún más triste y ancestral que nunca.

- Cada estrella se alimentan de esperanza para poder brillar con todas sus fuerzas, pero aquí, en la tierra, ya no queda nada de ilusión, los humanos la habéis consumido toda y ya no sois capaces de soñar para poder renovar esa esperanza. Y cuando a un lucero no le quedan energías para resplandecer, se debilita hasta que muere y cae estrepitosamente contra la tierra.

Comenzaron a oírse ruidos y pasos rápidos procedentes de la aldea, al parecer todos habían decidido en los últimos minutos que lo mejor era abandonar aquel lugar y buscar otro en el que poder asentarse. Pero el muchacho persistió:

- ¿Entonces no hay nada que hacer? Tiene que haber algo.

La Luna lo miró como si acabara de percatarse de su presencia. ¿Quizá…? No, imposible…aunque, ¿podría resultar? Tras una meditación que pareció eterna, extendió su mano hacía él y dijo:

- Tal vez haya una manera, pero debes confiar en mí.

No entendía a qué se refería, pero tampoco se lo pensó dos veces y también alargo su brazo. La fría mano de la Luna agarró la suya con firmeza y tiró de él. Sin haberlo esperado si quiera, sus pies se despegaron del suelo casi al instante, y el fuerte empujón lo catapultó como si de un cohete se tratara, hacia el cada vez más oscuro cielo.

Pronto, la pálida esfera lo soltó, sin avisos ni explicaciones, únicamente una sonrisa deslumbrante y segura dibujada en su rostro. Tras unos escasos segundos desde su despegue, el joven abrió lo ojos por fin, en una mezcla de curiosidad e impaciencia, pero el pánico se apoderó de todo su ser en cuanto sus ojos comenzaron a captar las primeras imágenes. Parecía que el cuerpo del muchacho no pesaba nada, puesto que seguía elevándose con más y más velocidad, sin ningún cambio en la trayectoria.

Aquello no podía ser bueno, cuanto más ascendiese, más velocidad tendría al caer…La caída…no se había parado a pensar en ello. ¿Cuánto tardaría en alcanzar la altura máxima y precipitarse contra el suelo? Iba a convertir sus huesos en pura papilla, y ¿todo eso para qué? ¿Qué conseguiría con eso? El plan de la Luna, si es que verdaderamente tenía uno, resultaba absurdo meditado desde aquella altura, con la tierra amenazando con acogerle entre sus brazos de la forma más estrepitosa posible y con la sangre golpeándole la cabeza a martillazos incesantes. En un momento sólo quedó espacio en su mente para la ansiedad y la incertidumbre de no saber de cuánto tiempo disponía antes de que ocurriera el desastre.

Caer…y no volver a ver a nadie más…caer…y no poder disfrutar nunca más de la compañía de quienes le querían…caer…y jamás volver a escuchar la risa inocente de su hermano pequeño cada vez que se ilusionaba con cualquier cosa, por simple que fuera…y caer…¿por qué? ¿Quién o qué lo ordenaba? ¿Y si no ocurría? Improbable, pero no imposible. ¿Y si todas las leyes físicas del mundo se equivocaran esta vez? Más improbable aún, pero tampoco imposible. Alguien debería protagonizar la excepción, ¿no? ¿Y por qué no iba a ser él?

Cerró los ojos, cogió aire lentamente hasta llenar sus pulmones por completo e intentó poner en claro sus últimas ideas en voz alta, puede que así tuviesen más sentido. Pero no pudo, su voz no pronunció tales conjeturas si no la frase más ilógica que cabría esperar en ese momento:

- Aún tengo esperanza. – y sonrió.

En ese instante toda su piel palideció hasta volverse de un blanco brillante, como si una luz le estuviese iluminando desde el interior. La sensación de que su cuerpo iba a caer se hacía más pequeña a medida que ascendía y una cálida esperanza tomaba el relevo al pesimismo con gran rapidez.

Ya no se precipitaría al vacío. No sabía por qué, ni cómo explicarlo, simplemente lo sabía.

No abrió los ojos, no lo necesitaba para saber lo que le empezaba a ocurrir a su cuerpo. Comenzando desde la punta de los pies, cada partícula de su anatomía comenzó a soltarse de su cuerpo, iluminándose aún más a medida que se alejaba. Pronto, una estela dorada delataba el rastro del muchacho, ya prácticamente desmembrado.

Polvo de estrella, el origen de toda la materia de los planetas y de los astros más jóvenes. Cada partícula de esperanza, ilusión, sueños…todas ellas sirvieron para alimentar a las estrellas moribundas que amenazaban con caer, lo que llevó a que se disipara el pánico que se había creado en el pueblo. Todos estaban atónitos, era algo imposible, ya lo decían los ancianos, una vez que cae una estrella todas las demás la siguen. ¿Cómo se podía explicar algo imposible? Nadie tenía la más mínima oportunidad de sobrevivir al desastre, pero al final lo consiguieron y todo porque uno de ellos no había renunciado a la esperanza.

miércoles, 28 de enero de 2009

Amanecer

"El dolor era desconcertante.
Exactamente eso, me sentía desconcertada. No podía entender, no le encontraba sentido a lo que estaba ocurriendo.
Mi cuerpo intentaba rechazar el suplicio, y me absorbía una y otra vez una oscuridad que me evitaba segundos o incluso minutos enteros de agonía, haciendo que fuera aún más difícil mantenerse en contacto con la realidad.
Intenté hacer que se separaran, el dolor y la realidad.
La irrealidad era negra y en ella no me dolía tanto.
La realidad era roja y me hacía sentir como si me aserraran por la mitad, me atropellara un autobús, me golpeara un boxeador, me pisotearan unos toros y me sumergieran en ácido, todo a la vez.
La realidad era sentir que mi cuerpo se retorcía y enloquecía aunque yo no podía moverme, posiblemente debido al mismo dolor.
La realidad era saber que había algo mucho más importante que toda esta tortura, pero ser incapaz de recordar qué era.
La realidad había llegado demasiado rápido."
Stephenie Meyer, Amanecer, pág. 406