“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

domingo, 19 de abril de 2009

Escudo

Sensación del 27/3/09


El ruido de la puerta del copiloto al cerrarse ha conseguido mitigar el crujido de mi escudo que finalmente se ha quebrado tras tu última piedra verbal. Aún no entras, gesto que agradezco, ya que me permite intentar tranquilizarme en el interior del automóvil. Aquí dentro todo parece más tranquilo, es como si la carrocería hubiese tomado relevo en el cometido que hasta hace pocos segundos poseía mi burbuja invisible.

Poco a poco noto que los pequeños fragmento se van fusionando uno a uno, mi escudo se está reconstruyendo. Es la primera vez que se quiebra y nunca había hecho la prueba para saber qué pasaría después, pero algo me decía que no se quedaría en simples añicos, al fin y al cabo tantos años perfeccionándolo tenían que dar sus frutos, y aquí están, la burbuja se repara en poco tiempo, sólo necesita tranquilidad.

Te miro por la ventanilla; estás de espaldas al coche, terminando el cigarrillo que has encendido antes de que yo entrara en vehículo. Te está durando más que de costumbre así que supongo que lo haces para darme algo de tiempo, o puede que para dártelo a ti. En el fondo me alegro de que estés de espaldas porque, aunque me encantaría que te girases y sonrieses a modo de que todo está bien, sé que ahora mismo en tu rostro no se dibuja esa sonrisa que tanto querría ver. Tras un par de minutos dejo de ver el humo marchándose sigilosamente por encima de tu cabeza, tiras la colilla y me echas un vistazo rápido justo antes de entrar.

Agacho la cabeza, necesito pensar ya que eso me calma y es precisamente lo que necesito para que mi escudo termine de repararse, pero no me concedes el tiempo que requiere la reconstrucción. Nada más abrir la puerta del conductor empiezas a hablar, o a disparar más bien, palabras que en cuanto salen de tu boca, mi ayer las convierte en dardos venenosos. Los lanzas uno tras otro, sin haberme mirado aún, mientras te acomodas en el asiento, y cada uno de ellos se incrusta con fuerza en las paredes incompletas de mi burbuja, haciendo que se disuelvan.

Ya no me queda refugio, pero las piedras siguen cayendo, rozándome la piel, la cabeza, la mente. Nunca me había enfrentado sin protección alguna a palabras y resulta tan insoportable que el dolor y el sufrimiento comienzan a aflorar en mis ojos. Por fin me miras y te das cuenta que me has empujado hasta el borde de mi propio precipicio, abismo del que mi escudo me mantenía a salvo hasta ahora. Dejas de hablar y me ofreces tus brazos, pero por mucho que me aferre a ellos mis ojos ya están completamente desbordados puesto que nada me puede brindar la perfecta protección que me obsequiaba mi refugio.

Parece que verme así ha hecho que tu irritación amaine y decides concederme otra oportunidad lanzando de nuevo una pregunta a la que estás empeñado que responda, pero ya no te escucho. Estoy demasiado ocupada desviando toda la energía que hay en mí a recrear el escudo, lo necesito, no puedo estar más tiempo aquí sin él. Tengo que hacer algo mientras se repara, así que como último recurso convierto mi cuerpo en un caparazón completamente inquebrantable, pero que me deja paralizada para cualquiera del exterior, tú incluido. Lanzas tu pregunta un par de veces más, no obtendrás repuesta, lo que hace que estés más nervioso con más que evidentes matices de enfado. Comienzas a hablar de nuevo, esta vez con un discurso algo diferente, ahora intercalas anécdotas relacionadas contigo con algún que otro dardo. Supongo que ambos creemos que si me das algo de tiempo seré capaz de descongelarme y reaccionar, pero nos equivocamos; aunque sean en menor cantidad, las piedras vuelven a rozarme y logran que mis ojos derramen pequeñas gotas saladas que intentas detener con tus dedos, mientras el resto de mi cuerpo permanece totalmente inerte.

De vez en cuando llega desde el otro lado de mi caparazón el sonido de tu voz preguntándome si te estoy atendiendo, lo cierto es que no lo sé, oigo pero no asimilo, mis fuerzas siguen centradas en la reparación. Tengo ganas de gritar, de gritarte para que te calles, para que dejes de decirme cosas que no quiero oír porque ya sé que tienes razón, y quiero que dejes de presionarme para que te cuente cosas que no te puedo contar porque significan recuerdos y dolor, y precisamente para eso estaba mi escudo, para ser un refugio en el que no hay nada de eso. Lo intento, trato de producir voz en mis cuerdas vocales, no sé si para gritarte o para decirte por fin lo que quieres saber, pero no ocurre nada. Clavo los ojos en el espejo retrovisor, veo un cuerpo inmóvil de ojos rojos, pero completamente inexpresivo, impenetrable; ni siquiera parece que esté haciendo el esfuerzo de hablar o aunque sea de abrir la boca.

Estás enfadado, irritado, se nota a la legua incluso desde el interior de mi coraza. Giras la llave para poner el motor en marcha y comienzas a conducir de camino a casa. En un par de ocasiones me veo tentada a pedirte que enciendas la radio para que espante al silencio que se ha creado entre nosotros desde que has arrancado el coche, pero no lo hago, no me atrevo a mirarte y tener que comprobar que realmente te has enojado conmigo. Así que me sumo en el silencio, convirtiéndome en su amiga durante el trayecto, hace que me tranquilice un poco. Cada vez me gusta más la idea de llegar a casa, saber que le podré dar a mi escudo todo el tiempo que necesite para terminar de repararse por completo. Me gusta esa idea. Lo necesito.

martes, 7 de abril de 2009

Miedo


Miedo de que llegue la noche.
Miedo de que amanezca.

Miedo de que haya demasiada gente.
Miedo de que no haya nadie.

Miedo de abrir los ojos y no ver más que oscuridad.
Miedo de abrir los ojos y ver todo demasiado claro.

Miedo de que las cosas cambien.
Miedo de que todo siga igual.

Miedo de sentir.
Miedo de ser incapaz de sentir.

Miedo de no saber lo que pasará.
Miedo de saberlo.

Miedo de recordarte para siempre.
Miedo de olvidarte.

Miedo de que no vuelvas nunca más.
Miedo de que algún día vuelvas.

Miedo…


… de tener miedo.