“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

jueves, 26 de febrero de 2009

Isla de Tiempo

Aunque la Luna intentaba ser discreta, aquella noche no podía evitar echar un vistazo de vez en cuando al interior de la ventana y seguir el rastro de ropa tirado en el suelo que iba desde la puerta hasta la cama.

Ella mantenía la cara oculta entre su hombro y su barbilla para que el calor que desprendía su cuello templara sus mejillas. Llevaba rato sin hablar, con los ojos cerrados, buceando tranquilamente en su océano de pensamientos, pero sin dejar de disfrutar ni un solo minuto de aquel instante.

El estado de él no distaba mucho del de su compañera. Tenía los ojos abiertos aunque inmóviles, sin ganas de contemplar el exterior y pestañeaba únicamente cuando se le empezaban a resecar. Su mano danzaba de forma casi automática por una superficie sedosa; su melena, siempre tan lisa y delicada que cada terminación nerviosa de las yemas le confirmaban que estaba acariciando una extensión excepcional. Por fortuna, la postura que había adoptado ella sobre su hombro le permitía consentir que sus labios estuvieran rozando su suave frente de forma permanente.

Sintió un leve cosquilleo en el cuello. Al parecer ella se había decidido por fin a volver al mundo físico y sus pestañas provocaron las ligeras cosquillas durante el tiempo que sus ojos tardaron en adaptarse a la luminosidad.

- ¿En qué piensas?

Él deslizó los labios cerca de su oído para acaparar su atención y formuló la pregunta con la mayor dulzura en la voz. Ella se movió, aún algo aturdida, para que su piel abarcara la máxima superficie del cuerpo de su acompañante.

- En islas.- la respuesta provocó una sonrisa en su interlocutor, sabía que él esperaba que continuase sin necesidad de preguntárselo, por lo que prosiguió- Pensaba un poco en el tipo de gente que se toma unas vacaciones y van a una isla a descansar. Creo que se asemejan a nosotros.

- ¿Quieres que nos vayamos a una isla a descansar?- su tono resultó jocoso, sabía perfectamente que no era eso lo que ella quería decir, pero siempre le gustaba hacerla sonreír.

- Ya estoy en mi propia isla. Me refería a que se marchan a lugares en los que su vida no existe para poder sentirse libres y desconectar, aunque saben que siempre acabarán volviendo a sus vidas. Nosotros somos algo parecido, ninguno de los dos pertenece al mundo del otro; mi vida no encaja en tu puzzle, ni la tuya en el mío, pero ambos necesitamos unas horas en las que el exterior no exista. Somos algo así como dos personajes de novelas completamente diferentes, que durante un rato necesitan salir de su historia, pero que al llegar el día tienen que volver cada uno a su libro.

- Somos islas de tiempo.

Ambos se miraron sonriendo. Ella se alegraba de que lo hubiese entendido a la perfección y él siempre disfrutaba de sus intercambios de ideas por muy abstractas o extrañas que fueran. Se sumergieron en un nuevo silencio cálido, cada cual pensando por su cuenta en la pequeña conversación y fue él quien, tras un rato de cavilaciones, lo rompió con voz apesadumbrada.

- Algún día esto se acabará.- ella asintió en un susurro casi inaudible.

No era una pregunta, ambos sabían perfectamente que aquellos encuentros tenían los días contados, que cada vez que se veían se precipitaban de forma estrepitosa al final de aquella historia paralela al mundo real. Él perfiló sus tiernos labios con los dedos, sopesando todo lo que dejaría de poseer dentro de un tiempo incierto.

- Lo echaré de menos.

- Yo también.

Pronto emergieron también en ella las mismas sensaciones y se aferró a él como si eso pudiese impedir que algún día el mundo real les arrebatase aquellos instantes. Tras percibir su turbación, él la envolvió con su cuerpo en un eficaz intento por intentar devolverla a la burbuja que habían creado aquella noche sólo para ellos.

Allí afuera, la Luna seguía haciendo de centinela, evitando a toda costa que la realidad irrumpiese demasiado pronto en aquella habitación. Aún les quedaban unas pocas horas antes de que el amanecer terminara por consumir su isla de tiempo.




domingo, 22 de febrero de 2009

Querido Corazón

Todas las calles yacían oscuras y silenciosas, hacía ya varias horas que nadie las perturbaba, hasta que unos débiles pasos se escucharon rumbo a la plaza. La figura difuminada por la noche no tardó más de cinco minutos en alcanzar un enorme edificio de piedra, en el que se paró y se arrodilló en las escaleras que lo presidían. Hasta ese momento las calles no se habían dado cuenta que la mujer sujetaba entre sus brazos un bulto, que acunaba sin cesar, pero que en cuanto llegó a las escaleras, lo dejó con mucho cuidado sobre estas. Rápidamente se inclinó sobre él e intentó decir algunas palabras que le resultaron completamente imposibles de pronunciar, ya que los sollozos le provocaban continuos estragos en la garganta. Se levantó aún mirando por última vez el fardo que dejaba allí y comenzó a andar por la misma calle que había aparecido, hasta que no pudo contenerse más y echó a correr, para que su tentación por volver a la plaza se esfumase junto con el ruido de sus zapatos.

Dentro del pequeño fardo comenzó a despertarse un pequeño corazón que no tardó en revolverse asustado. Sus ojitos fluctuaron por todo el paisaje que sus pupilas eran capaces de percibir, hasta que allí, al lado de la manta que le envolvía, encontró una carta, con letra muy cuidada, dirigida a él.


"Querido corazón,

Sé que en cuanto abras el sobre que contiene estas frases y descubras que lo he escrito yo, mirarás a un lado y al otro de forma frenética con la esperanza de encontrarme, y que pueda sacarte de la confusión, pero lo siento, para cuando leas esto yo ya estaré muy lejos de aquí.

No puedes ni imaginarme lo difícil que ha sido tomar esta decisión, aceptar que lo mejor para ambos es que estemos distanciados, pero al final lo he hecho. No puedo seguir vagando por el mundo mientras seas el cajón en el que se atrincheran todos los sentimientos porque resulta terriblemente complicado sacarlos de ahí, y duele. Duele cada vez que bombeas, junto con la sangre, una nueva dosis de enrevesados sentimientos; sobre todo cuando son esas sensaciones que alguna vez fueron reflejo de mi felicidad, pero que tú te sigues empeñando en enseñarme. Crees que esas imágenes y voces darán inicio a una cascada de sonrisas y una euforia incontrolada, pero te equivocas, no te das cuenta que cada vez que intentas alegrarme así consigues que duela aún más. Y entonces tú recibes y guardas esa tortura y, obedeciendo a tu deber, haces que cada parte de mi ser se de cuenta de lo que estoy sintiendo.

No me tomes por cruel, querido corazón, sabes mejor que nadie los buenos momentos que gracias a ti he podido conservar durante tanto tiempo, pero es que me dueles, me acuchillas, me matas, sé que no es tu intención, aunque igualmente atormenta.

Es irónico, lo sé, la vida en todos sus sentidos es completamente ilógica sin un corazón y sin embargo me siento incapaz de seguir mi camino contigo a cuestas. Por eso hoy, aquí, se separan nuestros caminos. Espero que logres encontrar otro dueño, alguien que sólo tenga buenos sentimientos y jamás te lastimes, que te conviertas en un precioso cajón de alegrías y que palpites con toda la energía del mundo. Yo, en cambio, seguiré mi rumbo indefinido, sin sentido ni sentimientos, puesto que te los dejo todos a ti, yo no los quiero y tampoco podría guardarlos.

Quizá hubiese sido menos doloroso explicarte esta misma carta en persona, pero de haberlo hecho, sé que hubiese sido incapaz de alejarme de ti.

Ya es hora de irme, pequeño corazón. Ahora duele, pero a medida que mis pasos se distancien de ti, se irá rompiendo el vínculo que une a todo cuerpo con su corazón, hasta que sólo me quede la fría lógica.

Espero que algún día puedas perdonarme."


jueves, 19 de febrero de 2009

Polvo de estrella

Hoy se cumplen dos años desde que comencé a escribir de nuevo y estoy segura de algo, el Claro de Luna no ha muerto.



Una noche cálida de verano, perfecta para observar las estrellas, aunque las casas de piedra gris con sus tejas a lo alto hacían que el pueblo no fuese el lugar más idóneo para este pasatiempo. Pero desde allí en la campa, a escasos kilómetros de la aldea, resultaba fascinante mirar al cielo, incluso parecía que las nubes habían pactado dejar la vista totalmente despejada.

Un joven muchacho había encontrado la comodidad necesaria en una roca para poder usarla de almohada mientras observaba con fascinación el cielo. Cada noche se pasaba allí horas maravillado por cada reluciente estrella y realizando conjeturas sobre su creación. Las repasaba con la mirada una y otra vez hasta lograr reconocer cada constelación que aparecía en los antiguos libros de astronomía que tenía en casa.

No tardó en hallar algo diferente aquella noche. Una de las estrellas brillaba con mayor intensidad que de costumbre, lo que hizo que el joven se levantara curioso de su improvisada cama, con la vana esperanza de ver algo mejor. Creía haber visto cómo el pequeño punto luminoso se agitaba sobre el manto oscuro de la noche. ¿Sería su imaginación? Se agitó otra vez. Antes de que el muchacho pudiese siquiera pestañear la estrella se iluminó aún más y comenzó rápidamente un descenso en picado sin frenos, hasta que sólo la tierra pudo pararla. La colisión provocó tal estruendo que todos los habitantes del pueblo se asomaron horrorizados a sus ventanas para observar cómo el astro había acuchillado su preciada tierra hasta crear un cráter lo suficientemente hondo como para no poder ver su final.

El joven continuaba en el campo, estupefacto y sin habla, observando el orificio que se había producido a apenas unos kilómetros de él. Debía haber alguna explicación para aquello, pero sabía que probablemente en el pueblo nadie sabría contestar, así que sólo le quedaba acudir a la única que sin duda conocería la respuesta. Echó a correr tan rápido como pudo, mientras gritaba al cielo hasta quedarse casi sin voz

-¡Luna! ¡Luna! ¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué están cayendo las estrellas?

La aludida, que hasta ese momento había permanecido en completo silencio, contestó al chico con su voz sonora, para que incluso los del pueblo la pudieran escuchar.

- Una estrella sólo puede caer del cielo cuando se apaga y muere.

- ¿Las estrellas se están muriendo?

- Así es.

- ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?

Se tomó su tiempo en responder y al hacerlo, su voz sonaba aún más triste y ancestral que nunca.

- Cada estrella se alimentan de esperanza para poder brillar con todas sus fuerzas, pero aquí, en la tierra, ya no queda nada de ilusión, los humanos la habéis consumido toda y ya no sois capaces de soñar para poder renovar esa esperanza. Y cuando a un lucero no le quedan energías para resplandecer, se debilita hasta que muere y cae estrepitosamente contra la tierra.

Comenzaron a oírse ruidos y pasos rápidos procedentes de la aldea, al parecer todos habían decidido en los últimos minutos que lo mejor era abandonar aquel lugar y buscar otro en el que poder asentarse. Pero el muchacho persistió:

- ¿Entonces no hay nada que hacer? Tiene que haber algo.

La Luna lo miró como si acabara de percatarse de su presencia. ¿Quizá…? No, imposible…aunque, ¿podría resultar? Tras una meditación que pareció eterna, extendió su mano hacía él y dijo:

- Tal vez haya una manera, pero debes confiar en mí.

No entendía a qué se refería, pero tampoco se lo pensó dos veces y también alargo su brazo. La fría mano de la Luna agarró la suya con firmeza y tiró de él. Sin haberlo esperado si quiera, sus pies se despegaron del suelo casi al instante, y el fuerte empujón lo catapultó como si de un cohete se tratara, hacia el cada vez más oscuro cielo.

Pronto, la pálida esfera lo soltó, sin avisos ni explicaciones, únicamente una sonrisa deslumbrante y segura dibujada en su rostro. Tras unos escasos segundos desde su despegue, el joven abrió lo ojos por fin, en una mezcla de curiosidad e impaciencia, pero el pánico se apoderó de todo su ser en cuanto sus ojos comenzaron a captar las primeras imágenes. Parecía que el cuerpo del muchacho no pesaba nada, puesto que seguía elevándose con más y más velocidad, sin ningún cambio en la trayectoria.

Aquello no podía ser bueno, cuanto más ascendiese, más velocidad tendría al caer…La caída…no se había parado a pensar en ello. ¿Cuánto tardaría en alcanzar la altura máxima y precipitarse contra el suelo? Iba a convertir sus huesos en pura papilla, y ¿todo eso para qué? ¿Qué conseguiría con eso? El plan de la Luna, si es que verdaderamente tenía uno, resultaba absurdo meditado desde aquella altura, con la tierra amenazando con acogerle entre sus brazos de la forma más estrepitosa posible y con la sangre golpeándole la cabeza a martillazos incesantes. En un momento sólo quedó espacio en su mente para la ansiedad y la incertidumbre de no saber de cuánto tiempo disponía antes de que ocurriera el desastre.

Caer…y no volver a ver a nadie más…caer…y no poder disfrutar nunca más de la compañía de quienes le querían…caer…y jamás volver a escuchar la risa inocente de su hermano pequeño cada vez que se ilusionaba con cualquier cosa, por simple que fuera…y caer…¿por qué? ¿Quién o qué lo ordenaba? ¿Y si no ocurría? Improbable, pero no imposible. ¿Y si todas las leyes físicas del mundo se equivocaran esta vez? Más improbable aún, pero tampoco imposible. Alguien debería protagonizar la excepción, ¿no? ¿Y por qué no iba a ser él?

Cerró los ojos, cogió aire lentamente hasta llenar sus pulmones por completo e intentó poner en claro sus últimas ideas en voz alta, puede que así tuviesen más sentido. Pero no pudo, su voz no pronunció tales conjeturas si no la frase más ilógica que cabría esperar en ese momento:

- Aún tengo esperanza. – y sonrió.

En ese instante toda su piel palideció hasta volverse de un blanco brillante, como si una luz le estuviese iluminando desde el interior. La sensación de que su cuerpo iba a caer se hacía más pequeña a medida que ascendía y una cálida esperanza tomaba el relevo al pesimismo con gran rapidez.

Ya no se precipitaría al vacío. No sabía por qué, ni cómo explicarlo, simplemente lo sabía.

No abrió los ojos, no lo necesitaba para saber lo que le empezaba a ocurrir a su cuerpo. Comenzando desde la punta de los pies, cada partícula de su anatomía comenzó a soltarse de su cuerpo, iluminándose aún más a medida que se alejaba. Pronto, una estela dorada delataba el rastro del muchacho, ya prácticamente desmembrado.

Polvo de estrella, el origen de toda la materia de los planetas y de los astros más jóvenes. Cada partícula de esperanza, ilusión, sueños…todas ellas sirvieron para alimentar a las estrellas moribundas que amenazaban con caer, lo que llevó a que se disipara el pánico que se había creado en el pueblo. Todos estaban atónitos, era algo imposible, ya lo decían los ancianos, una vez que cae una estrella todas las demás la siguen. ¿Cómo se podía explicar algo imposible? Nadie tenía la más mínima oportunidad de sobrevivir al desastre, pero al final lo consiguieron y todo porque uno de ellos no había renunciado a la esperanza.