“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

jueves, 18 de febrero de 2010

El mar oscuro


Allí, dentro del bosque, resultaba tremendamente difícil saber si era de día o de noche ya que aquellos inmensos árboles engullían el cielo y la claridad de procedía de éste, para sustituirlo por otro tapizado de oscuras hojas difusas. Los escasos rayos valientes que se atrevían a alumbrar tal lugar, dejaban entrever sendos troncos de madera que elevaban en sus hombros la nueva bóveda; algunos de esos centinelas de madera yacían muertos sobre un suelo lleno de barro y ya empezaban a ser colonizados por pequeñas plantas.

Ningún ruido, por imperceptible que fuera, era capaz de huir de los oídos de los árboles que custodiaban el bosque, por esa razón los pasos que daban aquellos pies temblorosos no habían pasado inadvertidos, pero los vigilantes se mantenían a la espera en completo silencio.

La palidez de sus extremidades se había contaminado por culpa de la sangre que brotaba de numerosas laceraciones. No era de extrañar tal cantidad de heridas, unos pies desnudos nunca son bienvenidos en un terreno lleno de barro, piedras y ramas rotas. Unos pasos vagabundos y unos ojos náufragos en aguas de la confusión, daban a entender que ni sabía a dónde iba ni conocía siquiera de dónde venía. No era capaz de percibir la mirada atenta de los árboles, seguramente no se habría dado ni cuenta de que hacía ya rato que había aterrizado en aquella burbuja de verde oscuridad.

Algo despertó de repente su atención, el sonido de una gota al chocar con otra masa de agua. ¿Estaba lloviendo quizá? Pese a que no podía comprender las expresiones de los troncos, sus rostros dejaban en evidencia la incomprensión y la sorpresa por el sobresalto de aquella visita que tenían; ellos no habían oído absolutamente nada así que no entendían qué había hecho que esos ojos perdidos se desvelasen.

Pero en su cabeza volvió a escucharse el murmullo de otra gota de agua fundiéndose con las demás. Y no sabía de dónde procedía el sonido débil pero terriblemente nítido a la vez.

Pronto comenzó a sentir el aire colisionando contra su piel, pero las hojas de los árboles no se movían lo más mínimo. Una pequeña ráfaga acarició su oreja, se acercó despacio y sopló, lo suficiente como para que le llegase una leve voz susurrada.

…Ven…

Por miedo a perder aquella voz y que volvieran el silencio y la soledad del bosque, echó a correr sin ninguna dirección prevista, sólo confiaba en que sus pasos fuesen los correctos. No tardó en comprobar que había tomado el camino adecuado al escuchar un susurro idéntico al anterior reclamando su presencia.

…Ven…

Le empezaba a faltar el aire, pero no importaba, las heridas cada vez más abundantes de los pies tampoco dolían. Sólo importaba llegar, reunirse con aquella voz hipnotizante. Pero se apagó, nada más llegar al final del bosque marcado por un acantilado, dejó de llamar. Aquello resultó desquiciante y aterrador, no había nada, absolutamente nada más allá de la inmensa brecha en el suelo, sólo una oscuridad fría y hostil que perturbaba su mente cada vez más. La desesperación llevó a sus rodillas a caer al suelo, como si quisiese rogar a alguien para que las cosas cambiaran, pero sólo el barro tenía oídos. Su angustia hizo que durante un par de minutos la mente se aislase por completo de la realidad y para cuando volvió a conectarse a ella, tanto sus manos como sus rodillas se hallaban hundidas en un charco infinito de agua transparente pero de fondo oscuro. Antes de que su confusión aflorara otra vez, el sonido de una gota golpeando el charco acalló cualquier otro ruido que pudiera haber, pero en esta ocasión aquel impacto de agua vino acompañado del murmullo del oleaje.

Se levantó del suelo para buscarlas y no tardó. Contra la misma brecha que poco antes había visto vacía, ahora se empotraban olas enormes deseosas de marcar su territorio. Seguía teniendo un infinito negro y aterrador, pero la atracción que creaba aquel mar oscuro superaba con creces cualquier otra sensación. Y apareció de nuevo esa voz reclamando su presencia.

…Ven…no tengas miedo…Ven…

Se sentía extrañamente bien al oír la voz, no había motivos para hacerse de rogar, así que se aproximó al borde y dejó que el peso de su cuerpo hiciese el resto. Aquellas olas acogerían su presencia como si llevasen toda la vida esperando. Pero nada más impactar contra el agua su mente salió del abrumamiento, como si mil agujas de hielo se hubiesen incrustado en su cráneo. Estar allí ya no resultaba agradable, quería salir, volver al bosque con aquellos árboles tristes; intentó nadar hacia la superficie, pese a que allí abajo no se veía absolutamente nada.

…Quédate… siguió nadando.

…Quédate…

Algo agarró su pie con fuerza y lo empezó a arrastrar aún más al fondo. Entonces vio un millón de puntitos rojos allá abajo, se acercaban, eran como los ojos de unas sombras grises e indefinidas. Se abrazaron a su cuerpo para no dejar que se escapase, sus últimos intentos de llegar a la superficie fueron completamente en vano. Y mientras se hundía volvió a escucharla, más nítida y cerca que nunca, la voz.


…Quédate…ya no te puedes marchar…ya no…

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