“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

viernes, 26 de febrero de 2010

El sótano de la entelequia (Parte 1)

Fiesta de pijamas; desde que cada una estudiaba en lugares diferentes ésa era su escusa para poder reunirse todas una o dos veces al mes. Siempre resultaba divertido, acampaban en el salón con sus sacos de dormir y se dedicaban a poner al resto al día sobre cómo iban sus vidas; cotilleaban, se reían de todo tipo de anécdotas graciosas y jamás intentaban dormirse antes de que faltara una hora o dos como mucho para que saliera el sol.

Y allí estaba ella, mirando al techo, esperando que Morfeo la pescase desprevenida y decidiera arroparla entre sus brazos, igual que había hecho con el resto hacía más de media hora. Intentaba buscar en el embustero gris del techo las figuras que creaba la luz que se colaba por la persiana, alguna vez encontraba formas divertidas que la hacían reír, pero se tapaba a toda prisa la boca con las sábanas para no despertar al resto. Pero no durante todo el tiempo de silencio y oscuridad iba a sonreír, había por algún lugar de la casa un puntualísimo reloj estúpido que era incapaz de demorar los minutos para darle un poco de tranquilidad a la noche.

Al de un rato otro sonido se mezcló con el incesante tic-tac; eran como pequeños repiqueteos acompasados. El salón estaba lo suficientemente oscuro como para impedir ver alguna fuente directa de aquel ruido, pero sus oídos la llevaron a intuir que provenía de las paredes. Se levantó con todo el sigilo que fue capaz, a medida que se iba aproximando a la pared, captaba el sonido de una forma más nítida, hasta que al final pudo percibir claramente que procedían de los tubos del agua fijados en la parte inferior.

Pegó la oreja a los tubos para escuchar mejor. Sonaba dentro del tubo ese repiqueteo de ritmo extraño, pero se oía alejado; luego la métrica cambió de repente, era más viva y se iba acercando hasta el punto donde había acercado la cabeza. Llegó hasta ella, lo escuchaba claramente, lo raro es que nadie más se hubiese despertado aún, los golpes se pararon en seco durante apenas medio segundo y cuando reaparecieron habían modificado de nuevo el compás, uno algo más calmado que también siguió moviéndose a lo largo del la pared.

Ahora sí, decididamente estaba extrañada, sorprendida y tremendamente intrigada, la última sensación imperaba sobre el resto, por lo que con seguridad eso fue lo que la animó a perseguir los sonidos tan curiosos. Presentía que si alejaba los oídos terminaría perdiendo los ruidos, así que comenzó a gatear por el suelo; primero tuvo que entrar en una de las habitaciones, luego pasó a la cocina y finalmente llegó hasta la puerta que daba al rellano. No se había terminado la búsqueda, lo sabía, pero parecía que lo que fuese que estaba dentro del tubo la estuviese esperando, igual que cuando un perro aguarda a su dueño en la puerta pidiendo a ladridos que lo saque a pasear. Parecía que no se movería de allí hasta que no abriese la puerta, así que aprovechó para calzarse las zapatillas y no tener que andar con los pies descalzos.

La abrió despacio, apenas unos milímetros y el repiqueteo pareció emocionarse de tal manera que salió disparado. La pilló desprevenida; tuvo que salir, cerrarla a toda prisa e intentar agudizar al máximo su oído para encontrar el camino que había tomado su fugitivo. Por suerte para ella, allí afuera la timidez del sonido había desaparecido, ya no tenía que procurar no despertar a nadie, así que sonaba perfectamente audible como para perseguirlo escaleras abajo sin mayor problema.

Lo siguió hasta el piso menos uno, allí se perdieron los ruidos detrás de una puerta de madera. Pensó que, ya que había bajado hasta allí, no tenía motivos para no entrar y averiguar qué pasaba; así que lo hizo, la puerta crujió como si hiciese tiempo que nadie la usaba, y entró.

jueves, 18 de febrero de 2010

El mar oscuro


Allí, dentro del bosque, resultaba tremendamente difícil saber si era de día o de noche ya que aquellos inmensos árboles engullían el cielo y la claridad de procedía de éste, para sustituirlo por otro tapizado de oscuras hojas difusas. Los escasos rayos valientes que se atrevían a alumbrar tal lugar, dejaban entrever sendos troncos de madera que elevaban en sus hombros la nueva bóveda; algunos de esos centinelas de madera yacían muertos sobre un suelo lleno de barro y ya empezaban a ser colonizados por pequeñas plantas.

Ningún ruido, por imperceptible que fuera, era capaz de huir de los oídos de los árboles que custodiaban el bosque, por esa razón los pasos que daban aquellos pies temblorosos no habían pasado inadvertidos, pero los vigilantes se mantenían a la espera en completo silencio.

La palidez de sus extremidades se había contaminado por culpa de la sangre que brotaba de numerosas laceraciones. No era de extrañar tal cantidad de heridas, unos pies desnudos nunca son bienvenidos en un terreno lleno de barro, piedras y ramas rotas. Unos pasos vagabundos y unos ojos náufragos en aguas de la confusión, daban a entender que ni sabía a dónde iba ni conocía siquiera de dónde venía. No era capaz de percibir la mirada atenta de los árboles, seguramente no se habría dado ni cuenta de que hacía ya rato que había aterrizado en aquella burbuja de verde oscuridad.

Algo despertó de repente su atención, el sonido de una gota al chocar con otra masa de agua. ¿Estaba lloviendo quizá? Pese a que no podía comprender las expresiones de los troncos, sus rostros dejaban en evidencia la incomprensión y la sorpresa por el sobresalto de aquella visita que tenían; ellos no habían oído absolutamente nada así que no entendían qué había hecho que esos ojos perdidos se desvelasen.

Pero en su cabeza volvió a escucharse el murmullo de otra gota de agua fundiéndose con las demás. Y no sabía de dónde procedía el sonido débil pero terriblemente nítido a la vez.

Pronto comenzó a sentir el aire colisionando contra su piel, pero las hojas de los árboles no se movían lo más mínimo. Una pequeña ráfaga acarició su oreja, se acercó despacio y sopló, lo suficiente como para que le llegase una leve voz susurrada.

…Ven…

Por miedo a perder aquella voz y que volvieran el silencio y la soledad del bosque, echó a correr sin ninguna dirección prevista, sólo confiaba en que sus pasos fuesen los correctos. No tardó en comprobar que había tomado el camino adecuado al escuchar un susurro idéntico al anterior reclamando su presencia.

…Ven…

Le empezaba a faltar el aire, pero no importaba, las heridas cada vez más abundantes de los pies tampoco dolían. Sólo importaba llegar, reunirse con aquella voz hipnotizante. Pero se apagó, nada más llegar al final del bosque marcado por un acantilado, dejó de llamar. Aquello resultó desquiciante y aterrador, no había nada, absolutamente nada más allá de la inmensa brecha en el suelo, sólo una oscuridad fría y hostil que perturbaba su mente cada vez más. La desesperación llevó a sus rodillas a caer al suelo, como si quisiese rogar a alguien para que las cosas cambiaran, pero sólo el barro tenía oídos. Su angustia hizo que durante un par de minutos la mente se aislase por completo de la realidad y para cuando volvió a conectarse a ella, tanto sus manos como sus rodillas se hallaban hundidas en un charco infinito de agua transparente pero de fondo oscuro. Antes de que su confusión aflorara otra vez, el sonido de una gota golpeando el charco acalló cualquier otro ruido que pudiera haber, pero en esta ocasión aquel impacto de agua vino acompañado del murmullo del oleaje.

Se levantó del suelo para buscarlas y no tardó. Contra la misma brecha que poco antes había visto vacía, ahora se empotraban olas enormes deseosas de marcar su territorio. Seguía teniendo un infinito negro y aterrador, pero la atracción que creaba aquel mar oscuro superaba con creces cualquier otra sensación. Y apareció de nuevo esa voz reclamando su presencia.

…Ven…no tengas miedo…Ven…

Se sentía extrañamente bien al oír la voz, no había motivos para hacerse de rogar, así que se aproximó al borde y dejó que el peso de su cuerpo hiciese el resto. Aquellas olas acogerían su presencia como si llevasen toda la vida esperando. Pero nada más impactar contra el agua su mente salió del abrumamiento, como si mil agujas de hielo se hubiesen incrustado en su cráneo. Estar allí ya no resultaba agradable, quería salir, volver al bosque con aquellos árboles tristes; intentó nadar hacia la superficie, pese a que allí abajo no se veía absolutamente nada.

…Quédate… siguió nadando.

…Quédate…

Algo agarró su pie con fuerza y lo empezó a arrastrar aún más al fondo. Entonces vio un millón de puntitos rojos allá abajo, se acercaban, eran como los ojos de unas sombras grises e indefinidas. Se abrazaron a su cuerpo para no dejar que se escapase, sus últimos intentos de llegar a la superficie fueron completamente en vano. Y mientras se hundía volvió a escucharla, más nítida y cerca que nunca, la voz.


…Quédate…ya no te puedes marchar…ya no…