“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

viernes, 9 de mayo de 2008

Reflejos

“Lo más probable es que la culpa de este texto a tenga el señor Gray”

No ha habido un solo minuto en lo que lleva de noche en el que haya conseguido que el sueño me visite, por eso hace un rato que me he levantado para dar vueltas por la casa he terminado llegando a la cocina. Abro la nevera, pero me doy cuenta de que la luz no se ha encendido. Miro a mi alrededor y compruebo que la pequeña bombilla roja del televisor también está apagada. Ha debido de saltarse la luz. Intento encontrar una linterna en uno de los cajones de la cocina, pero sólo doy con una antigua vela y, por suerte, con una caja de cerillas con la que poder prenderla.

La llama pronto comienza a brillar y en un principio tengo que cerrar los ojos hasta acostumbrarme a su intensidad.

Me parece oír unos ruidos que provienen del final del pasillo e intento encontrar algún aparato que haga un sonido parecido, pero no se me ocurre ninguno. Cruzo el pasillo aún con la vela en la mano, de forma que creo una burbuja de luz que recorre las paredes.

Finalmente llego hasta la puerta que vigila la habitación más lejana, y me decido a abrirla despacio, como si no quisiera despertar a la casa. Entro y encuentro frente a mí un espejo que decora ambas puertas del armario. No reparo demasiado en él ya que está al fondo de la habitación y prefiero buscar la fuente de esos ruidos que he escuchado antes. Bajo la vela hasta la altura de mi cintura para así poder observar bien el suelo; no encuentro nada.

No me había percatado, pero al parecer hace unos segundos que ya no se oye nada. Serían imaginaciones mías. Doy media vuelta dispuesta a marcharme y volver a intentar conciliar el sueño, pero justo cuando alcanzo el pomo de la puerta, unos ruidos extraños se empiezan a oír tras de mí. Me giro de inmediato, pero una vez más sólo alcanzo a ver el espejo del armario en el que apenas se refleja siquiera la luz de la vela.

Por alguna extraña razón, siento que esa imagen me está invitando a acercarme, y yo acepto. A medida que avanzo veo como una pequeña sombra también se acerca a mí en el espejo, pero a mi reflejo aún no le llega luz suficiente como para que pueda ser algo más que una simple sombra. Cada paso que doy recibe como respuesta un paso del reflejo. No puedo dejar de avanzar, hay algo que me lo impide, una extraña curiosidad quizá. Cuando faltan poco más de diez pasos para que pueda i ncluso tocar el espejo, los ruidos se aceleran; me recuerdan a una respiración lenta pero intranquila al mismo tiempo.

Me detengo en seco. No es posible que a la distancia en la que estoy aún no pueda ver más que mi emborronada silueta sujetando una débil luz. Entorno ligeramente los ojos para ver si puedo distinguir mejor la imagen que tengo delante de mí, pero justo entonces mi vela se apaga dejando todo sumergido en la oscuridad. O casi todo. Mi vela se ha apagado, sí, pero la del espejo continúa prendida, como si no hubiese pasado nada. Vuelvo a emprender mi camino hacia el espejo, y compruebo extrañada que sigue haciendo los mismos movimientos que yo, con la pequeña diferencia de que yo sigo en la penumbra y en el reflejo esa vela encendida sigue alumbrando débilmente su entorno.

Cuanto más me acerco más se acelera esa misteriosa respiración. Llego hasta el espejo, lo tengo justo a un palmo y aún soy incapaz de ver gran cosa. Ambas velas están a la altura de mi cintura, lo que consigue que pueda ver con mayor nitidez el cuerpo de mi reflejo, aunque el rostro continúa muy borroso, como si hubiese una gran cantidad de vaho.

De pronto me acuerdo de que el espejo sigue haciendo los mismos movimientos que yo. Alzo la vela muy despacio mientras noto que una respiración se acelera de forma incontrolada, pero no sé si es la mía o la suya. Poco a poco la luz de la vela comienza a reptar por su cuerpo, haciendo que todo se vuelva más nítido. Falta poco para que el rostro quede alumbrado y ambas nos acercamos aún más.

El rostro termina de iluminarse, pero lejos de reflejar mi cara de pánico, me recibe con una mueca que consigue petrificarme casi por completo. Tengo ante mí un rostro que no había visto nunca, con las cuencas de los ojos completamente negras, arrastrándome al vacío; y una piel aún más blanca que la propia vela Aunque jamás haya visto a alguien así, sus facciones me resultan extraordinariamente familiares. Algo me impulsa a intentar tocar ese reflejo; adelanto la mano mientras ella se queda expectante de mis movimientos. En cuanto mis dedos entran en contacto con el frío espejo, sus ojos chispean durante un brevísimo instante y su expresión se torna aún más despiadada. La mano que contactaba con la mía me agarra de la muñeca para que no pueda escapar, mientras que la otra acaba directamente dentro de mi pecho, rodeando el corazón con sus helados dedos. Tira de mí, consiguiendo que me aproxime más a ella. Durante un segundo la escena se congela, pero su recién formada risa me dice exactamente lo que pasará a continuación. Sus dedos comienzan a cerrarse sin pausa mientras que noto cómo mi alma va pasando a través de su brazo al espejo.

Me suelta sin previo aviso y caigo al suelo con un ruido sordo. Desde el suelo puedo ver un perfecto reflejo de mí cogiendo la vela aún prendida del suelo y alejándose hasta perderse en la penumbra del espejo.

2 comentarios:

@Igna-Nachodenoche dijo...

No te fijes en el retrato, ni en los espejos que siempre son deformantes, mírate en tí misma,
en tu interior, hallarás lo mejor, sin explicártelo.

A buen seguro Dorian es el reflejo de muchos.

Besos.

maria varu dijo...

Querida Clair, me he quedado asustada ante tu relato, he de suponer que es el propio miedo el que nos hace ver muchas veces las cosas distorsionadas, espero que en cualquier otra ocasión ese reflejo sea la belleza y los matices que sabes desprender de ti.
A buen seguro que si se hubiera reflejado tu sentir habría sido como un bello amanecer.
Besos Clair.