“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

domingo, 25 de mayo de 2008

Cosa de exámenes

Puede que alguien a estas alturas ya se haya dado cuenta de que últimamente apenas posteo nada y de hacerlo es muy de vez en cuando. No estoy pensando en dejar el blog ni nada por el estilo, así que nadie se asuste, es sólo que tengo los exámenes a la vuelta de la esquina y quiero que vayan bien. Quizá de vez en cuando en algún descanso me de tiempo a escribir algo por eso no he puesto nada diciendo que hasta tal fecha no volveré, aunque en caso de que no tenga oportunidad de escribir hasta que se acaben los exámenes…para final del mes que viene ya estaré por aquí.

Hasta pronto

sábado, 17 de mayo de 2008

Lluvia

Acabo de despertar en medio de un hermoso prado rebosante de hierba y pequeñas flores que parecen correr tan lejos como pueden para llegar a alcanzar el horizonte. Miro a mi alrededor y veo que todo el manto verde se extiende incluso por encima de las lejanas montañas, acariciándolas con la suavidad del roce de cada hebra verde que intenta desesperadamente alzarse para observar el sol. Es una vista magnífica en la únicamente se puede respirar tranquilidad. Me descalzo y comienzo a andar, quiero disfrutar lo máximo posible de la textura de la hierba que se escurre entre mis dedos y trata de hacerme cosquillas.

Por mucho que avance es como si siempre estuviese en el mismo sitio, tan verde, tan perfecto; aunque las montañas que difumina el cielo son las únicas que cambian de posición de forma casi imperceptible. Una ligera brisa empieza a pasear a sus anchas por todo prado, no sé bien de dónde bien, pero parece que tiene ganas de jugar conmigo, con las flores, incluso con las nubes, ya que ha ido a buscarlas muy lejos para traerlas hasta aquí.

Pronto el cielo se llena de nubes que van juntándose y obteniendo un tono cada vez más oscuro. Miro en todas direcciones intentando encontrar algún sitio donde resguardarme de la inminente lluvia, pero no sólo no encuentro cobijo, si no que lo que hallo me deja completamente de piedra. Justo detrás de mí descubro un camino creado por hierba quemada que, al aproximarme un poco, compruebo que son mis propias huellas las que han abrasado un paisaje tan perfecto. Levanto ligeramente mis pies y veo horrorizada que están quemando toda la hierba que hay debajo de ellos. Pienso en echar a correr muy lejos para no seguir dañando tan hermosa vista, pero rápidamente cambio de opinión, ya que un solo movimiento seguirá destruyéndolo todo.

Pequeñas gotas de lluvia caen desde el cielo y consiguen que me estremezca bajo su frialdad. Me alegro de que llueva porque pienso que así ayudará a que el prado se mantenga en todo su esplendor, pero no tardo en descubrir que me equivoco. Cada gota que cae sobre alguna planta la agujerea de inmediato como si de ácido se tratara, aunque sobre mi piel no tiene efecto; parece que ya no pueden corroerme más.

En pocos minutos soy testigo de la devastación de todo ese prado que al principio me había cogido con tanta paz. Veo como todas las plantas sin excepción van incinerándose lentamente sin que pueda hacer nada por evitarlo. No encuentro ningún lugar en el que quede algo de vida por más que mire a mi alrededor; todo ha quedado completamente destruido. Ya no importa que me mueva, no queda nada por quemar, así que camino hasta unas rocas que hay cerca para poder sentarme. Apenas puedo creer nada de lo que ha pasado, de un segundo a otro se ha desvanecido toda la hermosura del paisaje para dar paso a un desierto habitado únicamente por la muerte.

Dejo que mi mirada se pierda entre los resquicios que dejar las rocas hasta que, para mi sorpresa, atisbo una pequeña flor escondida allí intentando sobrevivir. La quiero ayudar, sé que mi presencia ha hecho mucho mal a este prado y no quiero que quede totalmente destruido, por eso la protejo bajo mi cuerpo, para que la lluvia no llegue a alcanzarla y acabe teniendo el mismo final que el resto del manto verde. Espero mientras todas las gotas ácidas caen sobre mi espalda sin hacerme una sola abrasión y me quedo allí intentando acoger a esa pequeña durante horas, hasta que finalmente la lluvia cesa por completo.

Ahí está esa insignificante flor que ha sobrevivido al desastre; me quedo contemplándola con una mezcla de admiración y pena al mismo tiempo, ya que ahora tendrá que quedarse completamente sola hasta que el tiempo repare todos los daños, pero mientras me gustaría poder cuidarla. La acaricio despacio intentando darle ánimos para que siga creciendo, pero en cuanto mis dedos entran en contacto con sus pétalos, el delgado tallo se estremece y los pétalos se vuelven negros hasta deshacerse en mi mano. Acabo de causar la muerte de lo único que quedaba de aquel frondoso prado, ha sido mi culpa y ahora ya sólo podrá existir en el recuerdo. ¿Pero quién creerá que no lo hice a propósito? ¿Quién?

viernes, 9 de mayo de 2008

Reflejos

“Lo más probable es que la culpa de este texto a tenga el señor Gray”

No ha habido un solo minuto en lo que lleva de noche en el que haya conseguido que el sueño me visite, por eso hace un rato que me he levantado para dar vueltas por la casa he terminado llegando a la cocina. Abro la nevera, pero me doy cuenta de que la luz no se ha encendido. Miro a mi alrededor y compruebo que la pequeña bombilla roja del televisor también está apagada. Ha debido de saltarse la luz. Intento encontrar una linterna en uno de los cajones de la cocina, pero sólo doy con una antigua vela y, por suerte, con una caja de cerillas con la que poder prenderla.

La llama pronto comienza a brillar y en un principio tengo que cerrar los ojos hasta acostumbrarme a su intensidad.

Me parece oír unos ruidos que provienen del final del pasillo e intento encontrar algún aparato que haga un sonido parecido, pero no se me ocurre ninguno. Cruzo el pasillo aún con la vela en la mano, de forma que creo una burbuja de luz que recorre las paredes.

Finalmente llego hasta la puerta que vigila la habitación más lejana, y me decido a abrirla despacio, como si no quisiera despertar a la casa. Entro y encuentro frente a mí un espejo que decora ambas puertas del armario. No reparo demasiado en él ya que está al fondo de la habitación y prefiero buscar la fuente de esos ruidos que he escuchado antes. Bajo la vela hasta la altura de mi cintura para así poder observar bien el suelo; no encuentro nada.

No me había percatado, pero al parecer hace unos segundos que ya no se oye nada. Serían imaginaciones mías. Doy media vuelta dispuesta a marcharme y volver a intentar conciliar el sueño, pero justo cuando alcanzo el pomo de la puerta, unos ruidos extraños se empiezan a oír tras de mí. Me giro de inmediato, pero una vez más sólo alcanzo a ver el espejo del armario en el que apenas se refleja siquiera la luz de la vela.

Por alguna extraña razón, siento que esa imagen me está invitando a acercarme, y yo acepto. A medida que avanzo veo como una pequeña sombra también se acerca a mí en el espejo, pero a mi reflejo aún no le llega luz suficiente como para que pueda ser algo más que una simple sombra. Cada paso que doy recibe como respuesta un paso del reflejo. No puedo dejar de avanzar, hay algo que me lo impide, una extraña curiosidad quizá. Cuando faltan poco más de diez pasos para que pueda i ncluso tocar el espejo, los ruidos se aceleran; me recuerdan a una respiración lenta pero intranquila al mismo tiempo.

Me detengo en seco. No es posible que a la distancia en la que estoy aún no pueda ver más que mi emborronada silueta sujetando una débil luz. Entorno ligeramente los ojos para ver si puedo distinguir mejor la imagen que tengo delante de mí, pero justo entonces mi vela se apaga dejando todo sumergido en la oscuridad. O casi todo. Mi vela se ha apagado, sí, pero la del espejo continúa prendida, como si no hubiese pasado nada. Vuelvo a emprender mi camino hacia el espejo, y compruebo extrañada que sigue haciendo los mismos movimientos que yo, con la pequeña diferencia de que yo sigo en la penumbra y en el reflejo esa vela encendida sigue alumbrando débilmente su entorno.

Cuanto más me acerco más se acelera esa misteriosa respiración. Llego hasta el espejo, lo tengo justo a un palmo y aún soy incapaz de ver gran cosa. Ambas velas están a la altura de mi cintura, lo que consigue que pueda ver con mayor nitidez el cuerpo de mi reflejo, aunque el rostro continúa muy borroso, como si hubiese una gran cantidad de vaho.

De pronto me acuerdo de que el espejo sigue haciendo los mismos movimientos que yo. Alzo la vela muy despacio mientras noto que una respiración se acelera de forma incontrolada, pero no sé si es la mía o la suya. Poco a poco la luz de la vela comienza a reptar por su cuerpo, haciendo que todo se vuelva más nítido. Falta poco para que el rostro quede alumbrado y ambas nos acercamos aún más.

El rostro termina de iluminarse, pero lejos de reflejar mi cara de pánico, me recibe con una mueca que consigue petrificarme casi por completo. Tengo ante mí un rostro que no había visto nunca, con las cuencas de los ojos completamente negras, arrastrándome al vacío; y una piel aún más blanca que la propia vela Aunque jamás haya visto a alguien así, sus facciones me resultan extraordinariamente familiares. Algo me impulsa a intentar tocar ese reflejo; adelanto la mano mientras ella se queda expectante de mis movimientos. En cuanto mis dedos entran en contacto con el frío espejo, sus ojos chispean durante un brevísimo instante y su expresión se torna aún más despiadada. La mano que contactaba con la mía me agarra de la muñeca para que no pueda escapar, mientras que la otra acaba directamente dentro de mi pecho, rodeando el corazón con sus helados dedos. Tira de mí, consiguiendo que me aproxime más a ella. Durante un segundo la escena se congela, pero su recién formada risa me dice exactamente lo que pasará a continuación. Sus dedos comienzan a cerrarse sin pausa mientras que noto cómo mi alma va pasando a través de su brazo al espejo.

Me suelta sin previo aviso y caigo al suelo con un ruido sordo. Desde el suelo puedo ver un perfecto reflejo de mí cogiendo la vela aún prendida del suelo y alejándose hasta perderse en la penumbra del espejo.