“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

sábado, 8 de diciembre de 2007

Historia de una gota de agua


Hola, soy sólo una simple y pequeña gota de las miles y miles que hay en el cielo. Dicen que nací de fragmentos de otras como yo, de esas otras que bajaron, pero no regresaron jamás. Aunque son muchas las leyendas que circulan sobre ese infierno, realmente nadie de aquí sabe mucho sobre lo que se puede encontrar allá. La mayoría de la información que tengo yo de ese sitio me la relataron mis padres, de ellos aprendí mucho, pero les llegó la hora de precipitarse como a otros tantos, dejando solos y desamparados a sus familiares. Nadie sabe realmente cuando les tocará la hora de caer, no hay unas pautas marcadas, no son ni siempre los más viejos ni los más jóvenes, simplemente un día te llega el momento y hasta entonces te pasas las horas temiendo que llegue ese día.

Muchos de los ancianos que aún quedan aquí nos cuentan historias casi a diario sobre lo que hay ahí abajo. Algunos dicen que es un paraíso lleno de zonas verdes y que debería ser un completo honor para todos nosotros regar toda esa vegetación y ayudar a que crezca con más brillo. A los que piensan así los llaman locos, no en voz alta por supuesto, pero los miran de mala manera, como esperando ver una sombra de su locura en su rostro.

En el resto de leyendas no surgen tan hermosas imágenes. Dicen que es un paraje frío y desértico, lleno de piedras grises y que en cuanto llegas a él caes en una espiral de desesperanza y desilusión, como si toda esa visión fuese capaz de robar la alegría de una forma tajante y despiadada. Los más optimistas creen que después de haber caído en las fauces de ese mundo algunas gotas logran las suficientes fuerzas como para volver aquí arriba, pero eso son sólo travesías que se cuentan de aquellos que fueron valientes, nunca nadie los ha visto volver de verdad.

Acaba de sonar la alarma. Una fuerte explosión en el cielo hace que empiece a cundir el pánico. Saben lo que se avecina, se ve en sus caras la preocupación y todos corren en busca de sus conocidos. La nube comienza a tornarse más compacta y gris. Alguien grita no muy lejos de aquí y todos se vuelven a ver qué ocurre. Una de las gotas se está hundiendo en la superficie, dentro de poco desaparecerá y caerá al vacío. Ahora sí se puede ver el terror en las caras de cada uno, todo es un caos, corren sin rumbo fijo, atropellándose unos a otros.

Más gotas comienzan a resbalarse por la nube, parecen elegidas al azar, lo mismo una de las que acaban de llegar que algunos de los ancianos que nos cuentan las leyendas. Caen y sus gritos se van perdiendo a medida que descienden. De repente el suelo comienza a tirar de mis pies, como si estuviese entre arenas movedizas. No, no puede ser, ¿por qué yo? Poco a poco la nube gris me engulle para después soltarme bruscamente y dejar que me precipite hacia un lugar del que no sé nada realmente cierto.

Las alarmas siguen sonando, pero estoy demasiado lejos ya y casi no puedo oírlas, pero lo que sí puedo escuchar bien claro son los gritos de mis compañeras, algunas están por debajo de mí, otras cayeron más tarde. A medida que descendemos se va acercando a nosotras ese mundo del que tanto habíamos especulado. Increíble, al parecer todos los ancianos tenían razón. Puedo ver zonas verdes, no muchas, pero sí algunas llenas de exuberante vegetación, aunque también hay muchas piedras grises que absorben la alegría de cualquiera. Creo que no dan a elegir dónde caerá cada una de nosotras, me gustaría poder opinar y ya que es inevitable que caiga, al menos me gustaría poder ser parte del rocío de todas esas plantas. Veo como algunas de mis compañeras van a parar justo ahí, pero al parecer yo no, acaba de tropezarse con muchas de nosotras un viento vigoroso que nos hace cambiar el rumbo. Muchas de las que habían caído antes que yo se estrellan contra ventanales enormes y fríos, es una imagen espantosa, yo no quiero terminar así. Sigo cayendo, no sé dónde acabaré. Finalmente mi cuerpo golpea sobre el duro asfalto, estoy aún aquí, puedo sentir y oír aunque tampoco creo que por mucho tiempo.

Empiezo a resbalar hasta juntarme con las aguas de un charco. Sus gotas vienen hasta mí, pero no son como las que yo conozco, son más oscuras y parece que menos amistosas. Para mi sorpresa me llevan hasta un lugar por debajo de ese asfalto y comienzan a cuidarme. Dicen que en unos meses me habré repuesto del todo y que siguiendo el camino de estas corrientes subterráneas llegaré hasta algo que ello han llamado “mar”. No sé lo que es, pero no parece un futuro tan malo. Creo que después de acabar allí habrá una posibilidad de regresar a mi hogar. Puede que algunas de las leyendas que contaban tuviesen su parte de verdad y que las historias de las gotas que regresan no sean sólo simples relatos.

2 comentarios:

maria varu dijo...

Nosotros también somos como pequeñas gotas de agua, no sabemos donde nos llevará la corriente de los días en nuestro recorrido hasta la inmensidad del mar, podemos cruzar charcos y ríos, también chocar contra un cristal o ver en nosotros el reflejo del sol, ser una lágrima o sentirla como nos acaricia la piel…

La belleza de tu relato es que después de la incertidumbre y del miedo… una gota de agua que surja en el frío de la noche, puede ser una gota de rocío, fresca, radiante, diminuta si quieres, pero reflejo de la luz de la mañana.

Sencillo relato envuelto de timidez esperanzadora.

Un abrazo Clair

Eva Galve dijo...

El año pasado en lengua nos hicieron hacer una redacción sobre : la historia de una gota de agua.
Pero sin poder decir palabras como gota, agua, lluvia...
Fue complicado pero se consiguió.

La verdad es que muchas veces nos gustaría ser la lluvia al otro lado del cristal, como diría Ismael.

un saludo, Eva.