“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

jueves, 10 de abril de 2008

Insonorizado

Tardaron unos segundos en encenderse todas las lámparas fluorescentes del techo una vez pulsado el interruptor. Tras parpadear un momento, todas ellas consiguieron iluminar aquella habitación, permitiendo así poder contemplar su extrañeza, puesto que parecía estar fuera de lugar en la casa. Las paredes, completamente forradas con espejos, creaban resonancias en sus reflejos cada vez que un visitante intentaba mirar a más de un espejo. Tres lámparas dominaban aquel techo lechoso y, aunque ellas mismas brillaban con fuerza, todos sus destellos rebotaban en las paredes de modo que les permitía crear una sensación de mayor luminosidad. El suelo estaba entarimado con madera de ébano lo que conseguía un contraste curioso pero a la vez agradable con el techo. A cualquiera que se encontrase allí dentro sin conocer de antes el lugar le hubiese resultado difícil hallar el modo de salir ya que la puerta estaba camuflada a modo de espejo y solamente un pequeño pomo de bronce podía indicar que estaba allí.

Hacía tiempo que la habitación se había construido para un fin concreto, el de hacer música, puesto que era un lugar completamente insonorizado, lo que resultaba muy útil incluso cuando se quería tocar a las tantas de la madrugada. Pese a todo, hacía ya un par de años que nadie la utilizaba, nadie excepto aquellas manos pálidas y temblorosas que acababan de pulsar el interruptor para poder ver algo allí dentro. Ella no entraba allí a crear ni tocar nada, le había dado otro fin a aquel cuarto, uno que, para ella, en ese momento era mucho más útil. Se quedaba allí todos los días en lo que necesitaba esconderse del mundo y perderse por completo, y al final terminaba encontrándose y enfrentándose a sí misma.

Justo en el medio de la habitación había una silla de madera vieja que ella misma había traído consigo en su anterior visita y que dejó allí olvidada. Tras cerrar la puerta con cuidado e ir casi arrastrando los pies, tomó asiento y cerró los ojos, como si tanta luz le quemara los ojos. Apoyada en el respaldo, echaba la cabeza hacia atrás una y otra vez para encontrar una postura cómoda, pero ninguna de ellas le resultaba lo bastante confortable, por lo que, finalmente, echó todo su cuerpo hacia delante para posarlo sobre sus piernas y se quedó allí boca abajo durante un buen rato, abrazándose la cabeza y tratando de ocultarse en ella. Aunque le fue imposible ocultar esas pequeñas y cristalinas lágrimas que poco a poco caían sobre el ébano.

Una gran punzada en la espalda la avisó de que llevaba demasiado tiempo en aquella postura y que debía cambiarla antes de que el dolor aumentase. Primero levantó la cabeza que ahora, por culpa de haber estado tanto tiempo mirando al suelo, estaba casi totalmente cubierta de mechones oscuros, aunque éstos eran incapaces de crear una cortina lo suficientemente espesa como para no dejar ver sus ojos húmedos y enrojecidos. No necesitó más. En cuanto levantó la cabeza se dio de bruces contra su propio reflejo, lo que consiguió que hundiese todo su cuerpo en la silla y comenzasen a resbalar aún más gotas saladas sobre su rostro.

Ahora sólo quería escapar de allí. Se alzó de su silla tan rápido que tropezó con ésta y cayó al suelo al instante. Incluso desde el suelo y agarrándose el pie dolorido que había chocado contra la silla, miraba de forma desesperada a un lado y a otro en busca del pomo que le indicaba la salida. Pero no lo encontró, sólo veía su reflejo en cada rincón en el que posaba la mirada, nada más, sólo ella por todos lados. Aquello era demasiado, ni siquiera conocía a esa extraña que le devolvía la mirada, ¿o quizá es que la conocía demasiado bien? Quería huir de esa figura que alzaba los ojos para toparse con los suyos al mismo tiempo que ella quería observar si el reflejo seguía allí.
Por fin sacó fuerzas para levantarse del suelo y echó a correr por toda la habitación, pero aquella desconocía no hacía más que interponerse entre la puerta y ella. Paró por un instante y retrocedió para poder pensar en algo. No fueron más que dos o tres segundos de silencio y seguido arremetió contra la figura de los espejos, la golpeó todo cuanto pudo con las manos, pero lo único que notaba era el frío del espejo y el temblor que causaba golpear esas láminas que forraban la habitación. Ya no sabía que hacer. Siguió golpeando durante un buen rato mientras chillaba todo lo alto que podía para que la dejase pasar, aunque su reflejo no estaba dispuesto a ceder.

Estaba tan cansada que los puñetazos fueron perdiendo intensidad y al final dejó que todo su cuerpo se apoyase en la pared y resbalase hasta quedar sentada en el suelo. Esta vez rompió a llorar con muchas más ganas, pero su cuerpo estaba cansado incluso para eso. Tenía frente a ella su reflejo que la miraba con cara triste, aunque a ella le parecía ver odio en aquel monstruo. Quería rendirse pero no sabía si decírselo o no. ¿Iba dejar que esa figura horrible que decía ser ella la ganase? Fue arrastrándose hasta el centro de la habitación hasta llegar donde estaba la silla en la que antes se había sentado.

Reptando lentamente por el respaldo consiguió ponerse de pie ante su reflejo. Inhaló en un solo momento toda la rabia contenida que había en la estancia y la lanzó a gritos, aún más altos que los de antes. “¡Todo es culpa tuya!” La figura no contestó. “¿Por qué no hablas, eh? Defiéndete al menos, joder, es todo tu culpa, siempre lo es, no das más que problemas engendro asqueroso” Pero seguía sin obtener respuesta. Se quedó mirando fijamente aquel rostro, lo analizó por completo, ojos, cejas, nariz…todo, hasta que llegó a los labios. Los estaba observando cuando vio que se torcían formando una especie de sonrisa. Se estaba burlando de ella en su propia cara y eso la hizo enfurecer aún más. Agarró firmemente la silla que tenía al lado y la estrelló contra la pared, dando de lleno a su reflejo. “¡Ríete ahora si puedes!” Varios fragmentos quedaron colgando del espero, pero la mayoría habían saltado a causa del impacto y ahora se hallaban en el suelo. La lámina de espejo se había roto y dejaba ver el color blanco de la pared original, por lo que su reflejo había desaparecido.

Comenzó a acercarse lentamente hasta poder tocar la fría pared, lo que hizo que se sintiera un poco animada, pero poco duró. Pronto llegaron a sus oídos el ruido de cristales rotos bajo sus pies y de forma inconsciente bajó la mirada. Soltó un grito intentando expulsar todas las sensaciones que acababan de volver a ella porque allí estaba de nuevo. Lejos de desaparecer, aquel reflejo monstruoso se había multiplicado por culpa de todos miles de fragmentos que había en el suelo y la miraba con una mezcla de triunfo y odio. La angustia se apoderó de ella y se desplomó sobre el suelo. Notaba pinchazos de los fragmentos a través del pantalón, al ir a coger uno de ellos se cortó en los dedos lo que hizo que soltase de inmediato aquel cristal y se fijase en la sangre que empezaba a brotar de las yemas. Pero su interés pasó al fragmento que se le acababa de caer, en el que aquella extraña figura aún la seguía mirando. ¿Por qué no darle la victoria que se merecía? Al fin y al cabo había ganado y allí tirada, rodeada de cristales, resultaba bastante fácil y razonable concederle esa victoria.

1 comentario:

maria varu dijo...

Querida Clair, como siempre un relato cuidado, con detalle, con exactitud pero con un halo de tristeza y desgarro.
La luz, esa luz que se despliega al inicio bien pudiera haberse transformado en luz de dicha al verse reflejada en la multitud de los entornos reflejados. Es cierto que nuestro espejo, el de cada uno, muestra nuestros estados, pero al igual que la naturaleza, los estados de nuestros días son diversos, variados, hay luz, hay oscuridad, hay alegría, hay tristeza... y todo ello no es más que nuestro camino, nuestra vida, donde debemos siempre buscar la luz de la felicidad y aceptar la oscuridad, pero siempre en una alternancia y a ser posible siempre favorable.

Besos querida Clair.