“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

jueves, 19 de febrero de 2009

Polvo de estrella

Hoy se cumplen dos años desde que comencé a escribir de nuevo y estoy segura de algo, el Claro de Luna no ha muerto.



Una noche cálida de verano, perfecta para observar las estrellas, aunque las casas de piedra gris con sus tejas a lo alto hacían que el pueblo no fuese el lugar más idóneo para este pasatiempo. Pero desde allí en la campa, a escasos kilómetros de la aldea, resultaba fascinante mirar al cielo, incluso parecía que las nubes habían pactado dejar la vista totalmente despejada.

Un joven muchacho había encontrado la comodidad necesaria en una roca para poder usarla de almohada mientras observaba con fascinación el cielo. Cada noche se pasaba allí horas maravillado por cada reluciente estrella y realizando conjeturas sobre su creación. Las repasaba con la mirada una y otra vez hasta lograr reconocer cada constelación que aparecía en los antiguos libros de astronomía que tenía en casa.

No tardó en hallar algo diferente aquella noche. Una de las estrellas brillaba con mayor intensidad que de costumbre, lo que hizo que el joven se levantara curioso de su improvisada cama, con la vana esperanza de ver algo mejor. Creía haber visto cómo el pequeño punto luminoso se agitaba sobre el manto oscuro de la noche. ¿Sería su imaginación? Se agitó otra vez. Antes de que el muchacho pudiese siquiera pestañear la estrella se iluminó aún más y comenzó rápidamente un descenso en picado sin frenos, hasta que sólo la tierra pudo pararla. La colisión provocó tal estruendo que todos los habitantes del pueblo se asomaron horrorizados a sus ventanas para observar cómo el astro había acuchillado su preciada tierra hasta crear un cráter lo suficientemente hondo como para no poder ver su final.

El joven continuaba en el campo, estupefacto y sin habla, observando el orificio que se había producido a apenas unos kilómetros de él. Debía haber alguna explicación para aquello, pero sabía que probablemente en el pueblo nadie sabría contestar, así que sólo le quedaba acudir a la única que sin duda conocería la respuesta. Echó a correr tan rápido como pudo, mientras gritaba al cielo hasta quedarse casi sin voz

-¡Luna! ¡Luna! ¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué están cayendo las estrellas?

La aludida, que hasta ese momento había permanecido en completo silencio, contestó al chico con su voz sonora, para que incluso los del pueblo la pudieran escuchar.

- Una estrella sólo puede caer del cielo cuando se apaga y muere.

- ¿Las estrellas se están muriendo?

- Así es.

- ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?

Se tomó su tiempo en responder y al hacerlo, su voz sonaba aún más triste y ancestral que nunca.

- Cada estrella se alimentan de esperanza para poder brillar con todas sus fuerzas, pero aquí, en la tierra, ya no queda nada de ilusión, los humanos la habéis consumido toda y ya no sois capaces de soñar para poder renovar esa esperanza. Y cuando a un lucero no le quedan energías para resplandecer, se debilita hasta que muere y cae estrepitosamente contra la tierra.

Comenzaron a oírse ruidos y pasos rápidos procedentes de la aldea, al parecer todos habían decidido en los últimos minutos que lo mejor era abandonar aquel lugar y buscar otro en el que poder asentarse. Pero el muchacho persistió:

- ¿Entonces no hay nada que hacer? Tiene que haber algo.

La Luna lo miró como si acabara de percatarse de su presencia. ¿Quizá…? No, imposible…aunque, ¿podría resultar? Tras una meditación que pareció eterna, extendió su mano hacía él y dijo:

- Tal vez haya una manera, pero debes confiar en mí.

No entendía a qué se refería, pero tampoco se lo pensó dos veces y también alargo su brazo. La fría mano de la Luna agarró la suya con firmeza y tiró de él. Sin haberlo esperado si quiera, sus pies se despegaron del suelo casi al instante, y el fuerte empujón lo catapultó como si de un cohete se tratara, hacia el cada vez más oscuro cielo.

Pronto, la pálida esfera lo soltó, sin avisos ni explicaciones, únicamente una sonrisa deslumbrante y segura dibujada en su rostro. Tras unos escasos segundos desde su despegue, el joven abrió lo ojos por fin, en una mezcla de curiosidad e impaciencia, pero el pánico se apoderó de todo su ser en cuanto sus ojos comenzaron a captar las primeras imágenes. Parecía que el cuerpo del muchacho no pesaba nada, puesto que seguía elevándose con más y más velocidad, sin ningún cambio en la trayectoria.

Aquello no podía ser bueno, cuanto más ascendiese, más velocidad tendría al caer…La caída…no se había parado a pensar en ello. ¿Cuánto tardaría en alcanzar la altura máxima y precipitarse contra el suelo? Iba a convertir sus huesos en pura papilla, y ¿todo eso para qué? ¿Qué conseguiría con eso? El plan de la Luna, si es que verdaderamente tenía uno, resultaba absurdo meditado desde aquella altura, con la tierra amenazando con acogerle entre sus brazos de la forma más estrepitosa posible y con la sangre golpeándole la cabeza a martillazos incesantes. En un momento sólo quedó espacio en su mente para la ansiedad y la incertidumbre de no saber de cuánto tiempo disponía antes de que ocurriera el desastre.

Caer…y no volver a ver a nadie más…caer…y no poder disfrutar nunca más de la compañía de quienes le querían…caer…y jamás volver a escuchar la risa inocente de su hermano pequeño cada vez que se ilusionaba con cualquier cosa, por simple que fuera…y caer…¿por qué? ¿Quién o qué lo ordenaba? ¿Y si no ocurría? Improbable, pero no imposible. ¿Y si todas las leyes físicas del mundo se equivocaran esta vez? Más improbable aún, pero tampoco imposible. Alguien debería protagonizar la excepción, ¿no? ¿Y por qué no iba a ser él?

Cerró los ojos, cogió aire lentamente hasta llenar sus pulmones por completo e intentó poner en claro sus últimas ideas en voz alta, puede que así tuviesen más sentido. Pero no pudo, su voz no pronunció tales conjeturas si no la frase más ilógica que cabría esperar en ese momento:

- Aún tengo esperanza. – y sonrió.

En ese instante toda su piel palideció hasta volverse de un blanco brillante, como si una luz le estuviese iluminando desde el interior. La sensación de que su cuerpo iba a caer se hacía más pequeña a medida que ascendía y una cálida esperanza tomaba el relevo al pesimismo con gran rapidez.

Ya no se precipitaría al vacío. No sabía por qué, ni cómo explicarlo, simplemente lo sabía.

No abrió los ojos, no lo necesitaba para saber lo que le empezaba a ocurrir a su cuerpo. Comenzando desde la punta de los pies, cada partícula de su anatomía comenzó a soltarse de su cuerpo, iluminándose aún más a medida que se alejaba. Pronto, una estela dorada delataba el rastro del muchacho, ya prácticamente desmembrado.

Polvo de estrella, el origen de toda la materia de los planetas y de los astros más jóvenes. Cada partícula de esperanza, ilusión, sueños…todas ellas sirvieron para alimentar a las estrellas moribundas que amenazaban con caer, lo que llevó a que se disipara el pánico que se había creado en el pueblo. Todos estaban atónitos, era algo imposible, ya lo decían los ancianos, una vez que cae una estrella todas las demás la siguen. ¿Cómo se podía explicar algo imposible? Nadie tenía la más mínima oportunidad de sobrevivir al desastre, pero al final lo consiguieron y todo porque uno de ellos no había renunciado a la esperanza.

1 comentario:

maria varu dijo...

Amiga Clair, me resulta imposible decir algo sobre este hermoso y significativo relato, lo único que si puedo decirte, y es tal como lo siento en estos momentos, es agarrar la magia que transmite, la esperanza que otorga y la belleza de su contenido.
No sé si ninguno de tus relatos es tan positivo, esperanzador y soñador como éste, pero a mi me ha encantado esa nueva forma.
Felicidades, por estos dos años ¡qué rápido pasa el tiempo!.
Felicidades por esta nueva luz y Felicidades por esa esperanza que aroma la lectura de este relato.
Un abrazo infinito y resplandeciente como ese "polvo de estrellas".

María