“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

lunes, 7 de septiembre de 2009

La fiesta de las maravillas (Parte 2)

En cuanto crucé la puerta todo se iluminó, pero no con luces brillantes que dejasen ver con nitidez el contenido de aquella estancia, sino con una luz tenue de color azul neón que no parecía venir de ninguna parte en concreto, pero que dejaba ver con elegancia y misterio aquel lugar. Me miré, de abajo a arriba; sé lo que hace este tipo de luces, todos los colores que no sean el blanco los torna muy oscuros, casi negros, mientras que el blanco brilla con una intensidad increíble. Y esto lo pude comprobar en mí, mi piel parecía muchísimo más oscura de lo habitual y el camisón blanco parecía ahora una señal luminosa que dijese sin palabras “estoy aquí”. Sólo que ya no era un camisón o no lo aparentaba al menos; quizá fuesen las luces o que mi percepción parecía algo alterada o quizá que realmente la prenda había cambiado, pero ahora se le asemejaba más a un vestido que a una prenda para dormir.

Observé el lugar de la forma más precisa que me lo permitían mis ojos. Las paredes estaban completamente forradas con espejos como si de un estudio de ballet se tratara, incluso el techo lo estaba, pero al mirarlos más detenidamente, resultaban algo curiosos. En todos ellos podía ver mi reflejo sin problema alguno, pero cada uno de los reflejos tenía un fondo diferente que, aunque requerían de mucho esfuerzo para verlos, definitivamente, no pertenecía a nada que estuviese en aquella estancia. Posé mis yemas sobre las de mi imagen y comencé a recorrer las láminas de una en una. En la primera me topé con nada menos que el Coliseo de Roma a mis espaldas, era una imagen casi transparente, apenas perceptible, pero no por ello dejaba de ser hermosa. Al pasar al segundo espejo el coliseo se desvaneció para dejar sitio a una estructura de hierro perfectamente iluminada con focos. A los pies de la Torre Eiffel las aguas del Sena descansaban tranquilamente, si agudizaba el oído parecía incluso que podría llegar a escuchar su murmullo, pero por más que intentase concentrarme no lo conseguí. La tercera y última pared mostraba tras mi reflejo una imagen no tan universal, pero que su mar, el cielo grisáceo y demás detalles dejaban claro que se trataba de algún lugar de por aquí cerca situado en la costa del País Vasco.

No sé cuánto tiempo había transcurrido desde que entré en la estancia, estaba tan maravillada con todo lo que había visto hasta ahora que tardé otro buen rato en darme cuenta que aún no me había fijado realmente en qué había allí dentro. Esparcidas por todo el lugar se podían vislumbrar pequeñas mesas redondas con la suficiente claridad como para no chocarse con ellas; tomé asiento en una de las muchas sillas ya que empezaba a notar cansados los pies, supongo que en gran parte por andar descalza. Apoyé los codos sobre la mesa y desde la comodidad de posar la barbilla sobre las manos, clavé los ojos en aquella mesa.

Aunque parecía madera, algo dentro de mí sabía que no lo era. Paseé el índice por la superficie y al retirarlo algo brillante se había adherido a él. No estoy segura de por qué esa fue mi primera reacción, pero el caso es que me llevé el dedo hasta la punta de la lengua, sabía dulce e increíblemente rico. Probé con la silla en la que estaba sentada…¡ésta también sabía a caramelo! Las mesas de al lado tenían sabores diferentes, pero todos ellos eran de dulces; incluso la enorme puerta, que no recordaba cuándo ni cómo se había cerrado, estaba elaborada del más delicioso de los chocolates. Movida por la curiosidad, me dediqué a degustar todos los muebles que había por allí, fue gracias a esa ruta turística que terminé de ver toda la estancia, descubriendo así, que al fondo había un escenario con varios instrumentos de música, pero sin ningún músico que los hiciese sonar, y cerca de éste había una barra de bar con muchísimas botellas de diferentes colores brillantes en las baldas. El único hueco en el que no se veían botellas, lo ocupaba una máquina italiana de capuchinos que hubiese hecho las delicias de cualquiera, excepto las mías, pues jamás me gustó el café.

Tras la visita turística me paré en medio de la habitación y fue cuando recordé que estaba allí por una fiesta, pero no había nadie, ¿quizá era aún demasiado pronto? ¿Debía esperar a alguien o marcharme ya? Estaba algo cansada, ¿pero si ni siquiera sabía cómo había llegado hasta allí, cómo se supone que iba a salir? Y también estaba algo hambrienta, pese a que había saboreado todos los muebles. Lo cierto es que aquellos pensamientos consiguieron que me entristeciese un poco, sólo quería saber dónde estaba, que alguien me aclarase algo, lo que fuese. En ese momento vi un destello detrás de la barra de bar, no sabía muy bien qué era ni si me lo había imaginado, pero al momento siguiente me di cuenta de que no, no era mi imaginación. Justo en el lugar donde había visto el destello apareció una figura vestida con chaleco y pantalón negros y una camisa blanca que por culpa de la luz azul neón, brillaba más de lo normal.

Se acercó a mí, al principio pensé que no le podía ver la cara por culpa del truco de luces, pero a medida que acortaba distancias me di cuenta que realmente no tenía rostro, sólo era una sombra negra con forma humana y vestida de…¿camarero? No tenía claro cual de los dos sentimientos era más fuerte en mí en aquel momento, si el de extrañeza o el de diversión, pero luego caí en la cuenta, claro, estaba en una fiesta, así que no era una completa locura pensar que podía haber camareros para servir las cosas. Cuando llego hasta mí me di cuenta que me sacaba prácticamente cabeza y media, pero se agachó poniendo a la altura de mis ojos justo la parte de sombra en la que, de haber sido una cara, tendrían que estar los suyos. Me quedé mirando aquella figura, como si realmente la estuviese mirando a los ojos; no sentía miedo, es más, me agradaba no estar completamente sola en este lugar.

De repente aquella sombra sonrió, sonrió de verdad, en el lugar que tendría que estar la boca nació una línea blanca que poco a poco fue curvando las comisuras hacia arriba. Era tal el destello, que me recordó a algún anuncio de la tele en el que apagan las luces y sólo se ve el brillo de los dientes de las personas. Antes incluso de que le diese tiempo a mi mente para cambiar mi estado de ánimo, la sombra levantó su mano y la abrió con suavidad a pocos centímetros de mi cara. De repente aparecieron pequeñas luces centelleantes de muchísimos colores revoloteando entre mi compañero y yo; una de ellas, verde e increíblemente hermosa, se posó sobre su camisa y fue entonces cuando la pude observar con claridad y darme cuenta de que no, no eran simples luces, si no mariposas. Estaba tan maravillada con su espectáculo de colores que no pude contener más la sonrisa, me sentía genial, tranquila y en paz. Las seguí mirando hasta que se esparcieron por toda la habitación y empezó a resultar difícil verlas a todas a la vez. Mi compañero me cogió de la mano, que a pesar de ser una sombra la noté suave y algo sólida, y me llevó hasta la silla donde poco antes había estado sentada. Me dejó allí durante unos segundos para volver a su barra, “tendrá trabajo” pensé, pero al poco rato volvió con una bandeja en la mano derecha y sobre ésta, una taza que dejó sobre mi mesa a la vez que me dedicaba otra sonrisa y se retiraba con tranquilidad.

Olisqueé el contenido antes de decidirme a probarlo. No era alcohol, eso seguro, y un refresco…en una taza seguramente tampoco, así que no me quedó otra más que apoyar los labios sobre la taza y beber. En cuanto mis labios rozaron el líquido, me di cuenta de que el extraño camarero volvía a sonreír, sabía que me iba a gustar, vaya que si lo sabía. Era chocolate de beber, caliente pero sin llegar a quemar, dulce pero no empalagoso y después de cada trago no me entraba sed. Me lo tomé con tranquilidad mientras le contemplaba trabajar, por más que bebía parecía no terminarse nunca y después de todo lo que había pasado desde que llegué allí, era más que probable que fuese eso, que realmente no se acabase nunca por mucho que bebiera.

1 comentario:

maria varu dijo...

... es como un viaje a la Casita de chocolate...

... sigo Clair