“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

viernes, 11 de septiembre de 2009

La fiesta de las maravillas (Parte Final)

Me gustaba el sonido, era alegre y entusiasta, aunque no me convencía del todo, quizá para mi gusto resultaba demasiado ruidosa, quería algo alegre sí, pero un poco más suave. Mi mente imaginó la armonía, decidí que la melodía la tenía que llevar un instrumento que resultase muy ligero y que a él se le unirían poco a poco el resto. Apenas me dio tiempo a terminar la composición en mi mente cuando el piano de la banda ya empezaba a tocar la pequeña introducción que había diseñado para la pieza y seguido sonó la melodía, interpretada por una flauta. No recordaba haber visto ninguna sobre el escenario y es más, por más que la buscaba no conseguía encontrarla, hasta que de detrás del tablado apareció alguien con una flauta entre las manos. Cuando el foco le iluminó a él también, mi cabeza ni se molestó en sorprenderse, ya había visto tantas y tantas cosas, que sabía perfectamente que allí podía pasar de todo. No era humano, eso seguro, estaba hecho más bien de madera o eso parecía desde mi posición y la flauta que era del mismo material, la tenía pegada a la cara, más concretamente a donde debería estar su nariz. Esa especie de primo-hermano de Pinocho había convertido su larga nariz en una flauta, que emitía mejor sonido que cualquiera que hubiese escuchado hasta entonces. Nadie aparentaba extrañarse lo más mínimo, era como si todo aquello sucediese tan a menudo que ya estaban completamente acostumbrados.

En cuanto concluyó mi composición cambiaron de forma radical el estilo. Pasaron de la tranquilidad y la dulzura a algo más agresivo y oscuro, tanto que me recordó a una tormenta llena de lluvia, relámpagos y truenos. Noté algo frío y húmedo que caía sobre mi cabeza, lo que hizo que levantara la vista para observar el techo. Seguía forrado de espejo al igual que el resto de la habitación, pero el fondo exhibía un cielo negro y enfadado, lleno de nubes que dejaban caer, cada vez de manera más copiosa, las pequeñas gotas de lluvia que me salpicaban. Los truenos y relámpagos de aquel reflejo siempre coincidían con el choque de platillos de la banda, como si fuesen un adorno visual de la música. Poco a poco el suelo se fue inundando, pero era como si sólo yo me diese cuenta de que cada vez el agua estaba un poco más por encima de mis tobillos.

De repente el suelo sólido de debajo de mis pies desapareció y caí dentro del agua. Sabía nadar, así que al principio no me asusté demasiado, pero pronto sentí que no importaba cuánto agitase las piernas para flotar, no servía de nada y continuaba hundiéndome. A medida que me tragaba el agua, veía como me miraban desde la superficie los camareros, el gamusino, el primo-hermano de Pinocho e incluso el gato persa que no sé dónde se había escondido hasta el momento, pero en sus ojos no había ninguna señal de que me fueran a tender una mano, simplemente sonreían y se despedían con la mano.

Según iba naufragando sus figuras se fueron haciendo cada vez más y más pequeñas hasta que dejé de verlas por completo. Había empezado a pensar que aquella masa de agua no tenía fondo, pero entonces noté que mis pies dejaban de estar en contacto con líquido y pasaban a algo gaseoso. Pronto todo mi cuerpo salió del agua y cayó rápido pero con suavidad, hasta detenerse envuelto por una masa azul de gas. Estaba como flotando, resultaba todo muy curioso, así que miré hacia todas las direcciones posibles para hacerme una idea de dónde estaba. Supongo que la forma más fácil de describirlo sería diciendo que el mar era el cielo y el cielo era el mar, ya que sobre mi cabeza podía observar el volumen de agua desde el que había resbalado, y bajo mis pies y a todos los lados sólo había aire con el fondo azul celeste.

Traté de desplazarme a nado (si se le puede llamar así), pero el movimiento resultaba muy lento y además tampoco sabía hacia dónde dirigirme puesto que todo lo que me rodeaba era del mismo color. En algún punto añil del horizonte invertido atisbé una pequeña mota de luz al mismo tiempo que mis oídos captaba un silbido lejano. Poco a poco la partícula de luz se convirtió en un farolillo que guiaba a su góndola para no perderse en el ancho cielo y al parecer, el silbido provenía del gobernante que la dirigía. En cuanto la embarcación estuvo lo suficientemente próxima a mí, me percaté que el gondolero era idéntico a los camareros que había en la fiesta, pero en vez de camisa y chaleco, vestía con una camiseta de rayas blancas y negras. Me tendió su mano etérea, aunque al agarrarla parecía casi tan sólida como la mía, y me impulsó hacia dentro de la góndola. No habló, simplemente sonrió con esa sonrisa brillante que ya conocía, y continuamos el viaje hacia ninguna parte mientras él seguía silbando. Me sonaba la melodía, así que no tardé demasiado en descubrir que se trataba del Bolero de Ravel, y ya que la conocía, y no esperaba que mi compañero conversase demasiado, me uní a sus silbidos.

Empezaba a refrescar considerablemente, además el hecho de tener el pelo y la ropa aún húmedos no ayudaba demasiado. Proseguimos el viaje, que pese a ser agradable y tranquilo, comenzaba a eternizarse, hasta que llegamos a un pozo de piedra construido sobre el aire. No alcanzaba a ver del todo su interior, pero imaginaba que sería muy muy negro y nada acogedor. Vi que el gondolero con su incansable sonrisa y un gesto de la mano, me invitaba a que me levantara y echase un vistazo a las oscuras profundidades. Lo hice, mis piernas tambalearon un poco al ponerse en pie y asome la cabeza todo lo que pude para ver mejor. Entonces mi compañero de viaje se acercó a mí e inesperadamente me empujó al interior, donde caí y caí sin ver nada más que oscuridad.

Para cuando volví a parpadear, todo lo que estaba a mi alrededor había cambiado, ahora ya estaba en un lugar que conocía, mi casa, mi habitación. Seguía teniendo el teléfono pegado a la oreja y fue cuando sonó el cuarto tono, el último antes de saltar el contestador. “En este momento no puedo atenderte, deja mensaje después de la señal, piiii”. Tardé unos segundos en reaccionar, estaba acariciando las puntas de mi pelo aún húmedo y vi que mi prenda se había tornado de nuevo en mi camisón blanco. Sonreí y no pude decir otra cosa más que “¿Cuándo repetimos?”.

3 comentarios:

maria varu dijo...

Clair, eso es como un cóctel de los clásicos cuentos... sinceramente nada que añadir, has hecho un bonito relato enzarzado con gran habilidad... felicidades Clair

Un abrazo

Alguien dijo...

Supongo que mi escritura se ha vuelto ligera en los últimos tiempos por mi propio devenir vital. Me gustaría escribir cosas más largas pero, de momento, me es imposible. Me alegro mucho de que te guste lo que escribo y de que tengas tiempo para pasarte por mi rincón de vez en cuando, lo cual también te agradezco mucho :)

Alguien dijo...

Por cierto, me ha gustado muchísimo este texto (y la imagen). Reúne elementos que me encantan: la música, el sueño y (indirectamente) Venecia. Además, mi sueño más habitual es el de nadar en el aire :)