“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

miércoles, 13 de febrero de 2008

Confesiones de una Luna llena

Es muy tarde y hace ya unas horas que estoy cobijada por las sábanas intentando conciliar el sueño que, para no variar, se demora considerablemente. Apenas he oído ruido alguno en el tiempo que llevo así, sólo un par de autos pasando de largo, pero desde hace unos minutos escucho lo que parece ser un pequeño sollozo ahogado que alguien intenta disimular. Miro a mi alrededor para comprobar que no es posible que tal sonido provenga de dentro de la habitación y es entonces cuando veo a través del cristal de la ventana a una pobre Luna plateada haciendo todo lo posible por seguir alumbrando la solitaria calle sin que nadie se de cuenta de sus lamentos. Abro la ventana despacio para que el aire de fuera no entre de forma demasiado enérgica. Ella también se ha fijado en mí, en mi rostro, no de pena, si no de comprensión y acepta en silencio mi invitación de pasar dentro.

Me siento en la cama junto a ella y le ofrezco un pañuelo de tela fina con el que poder secar sus lágrimas. Tras unos instantes apoya su cabeza en mi hombro y yo intento abrigarla entre mis pequeños brazos; sabe que no le preguntaré nada, pero que puede contarme cuanto quiera. Al final consigue calmarse y se decide a hablar.

“Esto resulta demasiado angustioso, nunca pensé que me llegaría arrepentir tanto de tener que cuidar la noche” Me mira y comprueba que no consigo seguir del todo el hilo de su explicación por lo que decide comenzar su historia desde el principio. “Hace milenios que estoy enamorada del Sol, antes incluso de que este planeta existiera. Él también sentía lo mismo por mí y durante mucho tiempo pudimos disfrutar de aquel amor estando juntos, pero al crearse la Tierra nos obligaron a separarnos, puesto que él debía reinar con sus imponentes rayos durante el día y yo tenía que custodiar la noche. Y ahora estoy aquí, condenada a estar sin él, a permanecer en lo alto de la noche hasta que llegue el próximo eclipse para poder verle sólo un segundo. Resulta una espera demasiado tormentosa ya que existen demasiadas cosas sobre este planeta que me recuerdan todo lo que yo he perdido.

Cada noche desde lo alto del cielo puedo oír a través de las ventanas el leve susurro de canciones tristes y lentas, pero ya ni siquiera puedo terminar de escucharlas porque todas me recuerdan a él y acabo sintiéndome tan mal que me veo obligada a dejar de atender a lo que ocurre dentro de esa ventana y enfocar mi atención a otra. ¡Y vaya suerte la mía! Justo coincide que alguien está viendo una película romántica de esas con final feliz y no puedo dejar de imaginarme que los protagonistas somos nosotros viviendo una historia realmente preciosa.

Quizá la imagen de la siguiente ventana es la que más me molesta. Siempre me encuentro con alguna persona enfadada o discutiendo con otra porque esa otra no siente lo mismo. Y es cuando yo pienso ¿enojo? ¿por qué? Puedo comprender que se junten sentimientos de tristeza, desilusión y pena, pero nunca podré entender que alguien se enfade simplemente por no ser correspondido. Si tanto se quiere a esa persona habría que desearle toda la felicidad del mundo, incluso aunque en esa felicidad no entrase uno mismo. Enfadarse es muestra de un deseo de posesión, algo material fuera de los sentimientos más puros. Y eso, que espero ver cómo algún día alguien sobre la Tierra lo comprende, no es amar.

Y yo, sin embargo, aquí sigo pretendiendo expresar con palabras lo inexpresable, pero lo sigo intentado, aún sabiendo que ni todas las palabras que existen me alcanzan. Aunque diga un “te quiero” eso son sólo dos palabras que guardan dentro de sí una montaña enorme de sentimientos hacia él, pero que aún así son indescriptibles. Porque quererle significa echarle de menos a cada segundo que no está a mi lado. Significa desear cuidarle con todo el cariño del mundo incluso estando dormido para que a nadie pueda siquiera molestarle y escribir poemas sobre su espalda mientras duerme usando un pequeño rayo de plata como pluma, poemas que después recitarán todos lo enamorados durante las calurosas noches de verano.

Me entristezco cada vez que me pongo a pensar en todo lo bueno que merece porque sé que nunca recibirá todo eso de mí, yo sólo le daré todo lo que pueda, pero muy a mi pesar, jamás llegará a ser todo lo que merece.

Aunque precisamente el hecho de saber eso es lo que más me impulsa a querer tratarle aún mejor para que, al menos por un breve instante, pueda llegar a saborear aunque sólo sea una pequeña parte de lo que debería poder disfrutar. Y cuando los vientos me dicen que le vieron un poco triste, me dan ganas de cambiar el mundo entero para que esté mejor, para que sonría aunque sólo sea una vez, porque lo único que quiero es que él esté bien, todo lo demás no me importa, sólo él, aunque eso signifique tener que esperar durante muchísimos años para poder verle sólo un instante.

Pero me doy cuenta que cualquier espera merece la pena siempre y cuando al final de esa espera esté él. Porque en cada eclipse, justo en ese momento en el que nuestras siluetas se complementan a la perfección, él decide parar el tiempo y conseguir así que ese fugaz instante parezca que no terminará nunca. Es entonces cuando sobran todas las palabras y él me envuelve con toda su calidez consiguiendo por un momento que ambos seamos el otro y nosotros mismos al mismo tiempo. Una gran conexión en la quedamos atrapados dentro de miles y miles de sentimientos, sensaciones y emociones distintas pero increíblemente intensas y hermosas, todas aquellas que se han ido amontonado durante el tiempo que no hemos estado juntos.

Y ahora vuelvo a esperar ansiosa ese momento para recordar nuevamente ese conjunto de miradas, abrazos, caricias y ternura que nos permite saber lo que el otro piensa y siente en ese instante.

Pero esos mismos sentimientos son los que consiguen atemorizarme. Son los que hacen que tenga un pánico terrible a tener que despedirme algún día de él. Tengo miedo de que la próxima vez que llegue el eclipse sus ojos se vuelvan fríos, aparte la mirada porque no me quiera ni ver y que no desee parar el tiempo sólo por ese pequeño instante.

Y no hago más que repetirme que quizá esto sea una de esas historias imposibles, sólo que yo me empeño en no verlo. Y aunque a veces sí empiece a ver que no son posibles siempre me queda una pequeña esperanza de que en realidad no sea tan imposible como parece y lo paso mal porque soy incapaz de asimilar que siempre hay mil posibilidades que dicen que no volveremos a estar juntos.

Pero aún así, pese a que cada dos por tres piense de esa forma, no puedo evitar imaginar que de un momento a otro irrumpirá en mi oscuridad para reclamar mi compañía. O que la próxima vez que le vea me dirá que ya no hace falta que siga esperando noche tras noche porque ya nos permiten estar juntos. Es por eso que cuando llega la hora de retirarme siempre intento quedarme un poco más para conseguir verle, pero es entonces cuando aparece ante mí el Destino agarrándome de la muñeca y arrastrándome hacia mi cueva de oscuridad para que no pueda saber nada de él. Pero mientras él tira de mí yo sigo mirando al horizonte con la esperanza de ver aunque sólo sean los luminosos rayos que le envuelven para así poder aspirar su calidez y que ésta inunde mi cuerpo. Pero el Destino siempre es más rápido que el amanecer.

Y aunque sepa que debo dejar de cuidar la Tierra e ir a dormir no puedo evitar susurrar su nombre para que, en caso de que esté ahí, me abrace. Pero nunca está y sé que tampoco lo estará.

Al despertar dejo mis ojos cerrados durante un rato y pido, deseo, incluso rezo para que cuando los abra él vaya a estar ahí delante mirándome, sonriendo, dándome toda su calidez. Pero eso tampoco pasará nunca.

Y sigo esperando impaciente la llegada del día en el que pueda decir “te quiero” sin que mis oídos sean los únicos testigos de esa confesión

Daría cualquier cosa por convertirme, aunque fuese únicamente por un instante, en esos rayos de luz que le envuelven y le cuidan siempre. Hay momentos en los que siento tanta envidia de ese aire que no hace más que rozarle y acariciarle, me gustaría tanto poder hacer yo lo mismo.

Y hay noches en los que estoy tan decidida a estar con él que le sueño durante horas y horas para intentar que sea real, para que se materialice junto a mí y que verdaderamente esté aquí conmigo. Pero al parecer lo le sueño con suficiente intensidad como para que eso ocurra.

Otras noches grito ¡basta ya! Y me decido a dejar todo sin importar lo que vaya a pasar e ir a buscarle. Echo a correr lo más rápido posible, pero está a cuatro mil eternidades luz de distancia. Aunque esté al borde del desmayo y ya haga rato que se me nubló la vista, mi cuerpo sigue corriendo guiado por el calor que desprende que, pese a estar tan lejos, es capaz de llegar hasta mí, pero no me llegan las fuerzas, sé que de un momento a otro voy a caer, pero justo antes extiendo mis brazos por si a pesar de no ver, a pesar de caer puedo al menos rozar su piel, pero eso nunca pasa. A la noche siguiente despierto en mi cielo de siempre cubierta con el manto de oscuridad que tanto tengo que proteger, ese por el que tuve que renunciar a verle a diario.

Con esto quiero que comprendas por qué varias noches me ausento y después voy apareciendo poco a poco. Es como si fuese renaciendo despacio, un poco más cada noche hasta llegar a brillar lo máximo que pueda ahí en lo alto del cielo. Esa es mi forma de gritar su nombre, mi manera de decir que le necesito. Y espero a que alguna ráfaga de viento compasiva arrastre mi voz hasta él, pero nunca termino de saber si le llegó o no. Es por eso que las noches siguientes acabo entristeciéndome más y más hasta que vuelvo a decidir salir a buscarle en plena oscuridad.

Vaya, mira que tarde es, no es posible que me haya pasado casi la noche entera hablando y mientras tú aquí escuchándome sin un solo rastro de incomodidad o fastidio en tu cara. Ya es hora de que vuelva a cuidar de mi noche, pues las estrellas habrán comenzado a preocuparse. Sólo un favor, si es que puedo pedirte alguno, guárdame este secreto, que no llegue hasta el Sol la noticia de que lloré por no poder estar a su lado, no me gustaría ser un posible motivo de tristeza para él.”

Acaricia suavemente una de mis mejillas con su pálida mano y yo le devuelvo el gesto con una pequeña sonrisa. Después se levanta, abre la ventana y comienza a separarse lentamente del suelo, como flotando, hasta salir completamente y ascender hacía la noche. Yo también me acerco a la ventana para así poder posar mi mirada en ella y ver cómo se va alejando. Apoyada en el alféizar, permito que el frescor del aire roce mi rostro, mis ojos dejan de observar a la Luna para poder perderse en el horizonte. Es entonces cuando sonrío nuevamente al imaginar que, en uno de esos invisibles puntos de luz engullidos por el horizonte, pero que no consigo llegar a ver, justo ahí, también está mi Sol.

3 comentarios:

JUANAN URKIJO dijo...

Dios santo, Clarodelunix! De la que has regresado, lo has hecho con tus mejores armas: una historia de amor entre el sol y la luna. Una cósmica atracción de luces y reflejos, compleja y magnética, endiabladamente imposible...
Sera eso; que te tomaste un respiro para coger carrerilla.

Besos desde al ladito de tu casa (como quien dice).

maria varu dijo...

Hermosa historia, relatada con todo lujo de detalles, probabilidades, posibilidades y como dijo Dédalus cogiste carrerilla, después de tu intervalo.

Es un reflejo de muchas de las preguntas e interrogantes que nos hacemos o que nos surgen cuando nuestras historias tienen sus inconvenientes. Me gusta tu visión positiva, ese lado amable de las dificultades, ese buscar lo hermoso y peculiar de lo que se vive, de lo que se tiene, de lo que encontramos... creo Clair que has empezado a crecer. Te lo digo con todo cariño y afecto. La vida puede ser hermosa cuando sabemos mirar lo bello, los pequeños rayos de luz que la misma vida lleva en si misma, aunque a veces nos cuesta o tenemos que buscar demasiado, pero siempre hay algo por lo que merece la pena haber vivido lo vivido.

Un abrazo.

María

Campamento dijo...

Hola! Soy Domingo López, autor del blog http://elrinconcitodelmundo.blogspot.com y queria responderle al autor de este blog a un comentario que hizo en el mío.
Decirte que sí,suelo leer a Reverte ya que es paisano mío(Cartagena), aunque no intento imitarlo, fue lo primero que me salió.
Estamos en contacto
Besos