“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

sábado, 23 de febrero de 2008

La dulce Nadie



“Lo bueno de decidir llorar en la ducha es que si alguien entra, nunca podrá saber si las gotas que resbalan por tu rostro son saladas o no.”

Un ruido de llaves, un chirriar de la puerta al abrirse y entró ella en el piso. Durante un instante pensó que alguien saldría a recibirla, pero pronto se dio cuenta de su vana ilusión. ¿Quién demonios esperaba que saliese a su encuentro? ¿El gato que nunca tuvo? ¿El novio que la abandonó hace meses? ¿Quién?

Comenzó a oír los gritos que daban los vecinos, era una familia con críos que siempre estaban discutiendo y como las paredes eran casi de papel, ella tenía que aguantar todas sus voces. Dejó caer las bolsas de la compra en la entrada y posó las llaves en el taquillón con bastante desgana, le daba igual que éstas también acabasen en el suelo. Ni siquiera hizo un amago de ir a guardar la compra en la nevera, estaba demasiado cansada, cansada de todo.

Echó a correr por todo el pasillo directamente rumbo al baño; una vez dentro cerró la puerta a toda prisa. Allí dentro se sentía a salvo del mundo, de ella misma, era su escondite en el que podía pensar tranquilamente sin que nadie la fuera a molestar. Sacó un par de toallas para después, abrió el grifo del agua para que se fuese templando y seguido comenzó a quitarse la ropa, dejando que el espejo pudiese observarla un poco más con cada prenda que soltaba. Se quedó mirando su cuerpo como si fuese la primera vez que lo veía, incluso pensó en explorarlo intensamente para así poder perderse en sí misma y tranquilizarse, pero en cuanto vio su figura emborronada por el vaho que se había ido acumulando en el espejo esa idea se evaporó de su mente. En ese instante se sentía igual que si fuese el reflejo desdibujado que le devolvía la mirada, una mancha prescindible más, una simple sombra, una dulce nadie.

El ruido del agua cayendo le recordó que llevaba varios minutos allí plantada frente al espejo sin moverse. Entró despacio en la ducha, intentando no caer y colocó el chorro de agua en lo más alto para que todas y cada una de las templadas gotas resbalase por sus mechones hasta caer a los hombros y proseguir así su descenso hasta el frío suelo.

Le encantaba meterse en la ducha hasta que podía ver los dedos de sus manos completamente arrugados mientras aspiraba el vapor que salía del grifo. Le ayudaba a pensar, quizá demasiado. En aquella ocasión no fue distinto, en cuanto el calor acarició sus fosas nasales su mente se sumergió en un océano de reflexiones, dudas, nostalgia y lamentos.

Inevitablemente, lo primero en que pensó fue él, ¡quién sino! Tantos años juntos, se habían escapado de golpe por el desagüe con una simple nota escrita con prisa que contenía poco más de una frase. Las pequeñas gotas de agua de la espalda comenzaron a quemarle la piel como si de ácido se trataran, o eso le pareció a ella. Cada vez que se dibujaba la imagen de él en su mente se sentía mal, sin ningún tipo de cobijo abandonada a su suerte, que últimamente siempre era mala. Comenzaron a caer lágrimas por su rostro, que rápidamente se entremezclaron con el agua de la ducha. Sólo quería respuestas que nadie podía darle. Sólo quería poder formular esa pregunta que siempre se atragantaba en sus cuerdas vocales y nunca conseguía decirla en voz alta. Únicamente necesitaba saber por qué. ¿Por qué a ella? ¿Por qué tras tantos años? ¿Por qué la dejó ahí tirada arrancándole lo poco que tenía? Quiso gritar, pero el agua, más sabia que ella, se lo impidió acariciando su rostro suavemente y al mismo tiempo inmovilizando su lengua. Lo que no consiguió fue detener el golpe que su mano asestó a los azulejos del baño, lo que produjo en ella un punzante dolor que intentó aliviar frotando con la otra mano.

Abrió el grifo aún más hasta que la cascada de agua consiguió el mayor volumen posible. Se sentía sucia por haber malgastado tanto tiempo con un tipo así y lo peor es que aún seguía sintiendo todo su veneno dentro de ella, aún escuchaba esa risa que ahora sabía lo falsa que era. Todavía notaba sus caricias que ahora le irritaban la piel al recordarlas. Quería sacar todo eso de ella. Cruzó sus brazos como si fuese a abrazarse a sí misma, pero en vez de eso clavó con fuerza las uñas en sus hombros y rasgó tan fuerte como pudo, casi intentando arrancarse la piel. De los hombros pasó a los brazos y luego a la espalda. En ningún momento consiguió hacerse más que unos simples arañazos, pero casi todo su cuerpo estaba tan enrojecido que ahora sí, verdaderamente el agua empezó a escocerle por toda la piel. Sintió como si las trasparentes gotas fueran cuchillos que le estaban abriendo aún cada una de las invisibles heridas que nunca llegaron a cicatrizar, pero al mismo tiempo esas pequeñas chispas de agua las ayudaban a suturar, arrastrando sus recuerdo hacia el desagüe, para que al menos hasta la próxima ducha no volviesen a aparecer.

Con la cabeza apoyada en la pared cerró el grifo y el agua dejó de besar su cuerpo de golpe. Comenzó a oír las voces lejanas de la familia vecina que se gritaban unos a otros. Sonrió. Todo volvía a ser como siempre, todo estaba en su sitio y ella no era la protagonista de nada, ni siquiera de su propia vida. Una vez más, igual que los últimos años, volvía a ser esa persona en la que nadie repararía al verla por la calle, volvía a ser esa pequeña y dulce Nadie.

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