“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

sábado, 8 de marzo de 2008

Desconocidos

Cada día nos topamos en nuestro camino con cientos de desconocidos en los que nunca reparamos lo más mínimo. En el tren, en la calle, en la tienda donde vamos a comprar a diario, pero ¿y si alguien se diera cuenta al fin de que muchas veces vemos a los mismos desconocidos en diferentes lugares? Esta historia comienza justo ahí…

Jueves 7:30 de la mañana, algunos rezagados se aferraban a sus sueños como podían mientras que otros ya hacía un par de horas que habían amanecido y se dirigían al metro para así dar comienzo a su larga jornada. Como cada mañana sobre esa hora, el andén estaba completamente abarrotado de gente de todo tipo: varios con maletines, otros con mochilas y apuntes en las manos, unos pocos con bolsas de plástico y el pan recién horneado…Todos esperando al siempre puntual metro que ya se oía a lo lejos cómo iba llegando. Al de pocos segundos se abrieron las puertas permitiendo el paso de la muchedumbre que, poco a poco, iban llenando los asientos.

Comenzó a sonar un pitido intermitente indicando el inminente cierre de las puertas. Justo en ese momento aparecía un joven bajando a toda prisa las escaleras que desembocaban en el andén. Con un ágil movimiento consiguió entrar en el vagón y buscar algo a lo que aferrarse para no perder el equilibrio en el poco espacio que le dejaban los demás.

Al igual que hacía en todos sus viajes, sacó de su mochila los auriculares que conectaban con el reproductor de música que aún seguía en el interior, e intentó que su mente se alejase un poco más de la realidad, al menos en lo que duraba el trayecto.

No tardó mucho en desconectar de las voces que le rodeaban, ni siquiera se inmutaba cada vez que, en una nueva parada, las puertas del vagón se abrían permitiendo el intercambio tanto de personas como de la fría corriente típica de la época. Pero en la siguiente parada algo llamó su atención. Junto con todos los desconocidos entró una chica que le resultaba familiar, aunque realmente no recordaba dónde la había visto. Ella se sentó en un asiento al lado de la puerta que acababa de quedar libre y él aprovechó para poder observarla en silencio sin que ella se percatara lo más mínimo.

No era mucho más joven que él, quizá un año, poco más. Iba lo suficientemente abrigada con un jersey marrón y una falda larga como para no pasar frío incluso con el día de invierno que hacía. Llevaba varias hojas perfectamente resguardadas en lo que seguro era su cuaderno de apuntes. Nada más sentarse sus ojos se perdieron a través del cristal, sin ningún interés en reparar en el resto del vagón.

De pronto le vino el recuerdo a la cabeza, ya sabía dónde la había visto. La recordaba con atuendos diferentes, pero con los mismos ojos grises tan llamativos. Se habían cruzado en el autobús más de una vez, incluso creía habérsela encontrado en la cafetería junto con alguna amiga el día anterior. Y ahora que realmente se fijaba en ella, le parecía que siempre coincidían en el metro, sólo que ella entraba tres paradas después que él.

Le entró la curiosidad de descubrir si ella también se había dado cuenta de esas coincidencias y se dispuso a averiguarlo. Así pues soltó la barra metálica a la que iba sujeto desde hacía unos minutos, dejó que los auriculares colgaran de su mochila y se aproximó a ella.

-Disculpe señorita, ¿me está usted siguiendo?- acompañó la extraña pregunta con una divertida sonrisa, intentando que ella no fuese a tomarle de buenas a primeras por un loco, pero al menos consiguió sacarla de su ensimismamiento y que posara sus bellos ojos en los de él. Al ver que no estaba muy segura de lo que debía responder, él prosiguió- Lo digo porque llevo días encontrándome contigo, primero en el autobús…luego en la cafetería…hoy en el metro…

-Entonces quizá yo también podría preguntarte lo mismo.- su voz sonó jocosa, nada cortante, dando a entender que sentía una gran curiosidad por saber cómo continuaría esa conversación.

-Yo soy Alex.- le tendió la mano.

-Clara- le resultaba divertido que alguien se presentara dándole la mano en vez de los dos besos típicos en las mejillas a modo de saludo. Junto con una discreta sonrisa cerró el apretón de manos y ambos llegaron a comprobar la calidez de la piel del otro.

-¿Y qué es lo que atrae a Clara hasta las profundidades de la Tierra a coger el metro?- se apoyó en el cristal de la puesta dispuesto a no dejar la conversación en un simple saludo.

-Pues obligación y gusto al mismo tiempo. Obligación porque hay días en los que ni me molestaría en levantarme con el día que hace, y gusto porque soy una apasionada de las ciencias y es justo lo que estudio. ¿Y al chico que utiliza la música para alejarse de todo?- él no pudo ocultar un gesto de asombro ante tal comentario, por lo que ella señaló los auriculares que seguían colgando de la mochila y explicó- Quizá no seas el único que se dedica a observar a los demás sin que se enteren.

Soltó esta última frase sin darle ningún tipo de importancia, como quien comenta el tiempo que hace, aunque sabía que tendría reacción en su oyente. Él se asombró aún más y sonrió con admiración, igual que un niño que acaba de entender que su abuelo le ha vuelto a ganar jugando al ajedrez. Sólo pudo musitar un “Vaya, impresionante” y aceptar esa primera derrota. Aunque lejos de avergonzarse porque ella le hubiese descubierto mirándola, se divirtió aún más y quiso seguir con esa especie de juego que había comenzado él, pero en el que claramente ahora jugaban los dos.

- A mí es que me gusta pasarme el día viajando en el metro para encontrar por casualidad a chicas de ojos grises que al parecer me persiguen a todas partes.- ambos intercambiaron una sonrisa de complicidad.- Así que ciencias, ¿eh? Entonces, ¿eres el tipo de persona que busca una explicación para absolutamente todo o eso es sólo un tópico?

-Más o menos.- esta vez fue ella quien se sorprendió de la pregunta.

-¿Crees en la magia?- él se apresuró a seguir preguntando al creer que había creado un cierta molestia en ella. Mientras, sacó una baraja de la mochila.

-¿No sólo te dedicas a viajar en metro sin ninguna razón, si no que también eres mago?- cada vez le resultaba más cómico e interesante aquel tipo con el que hablaba.

-Sólo en mis ratos libres.- comenzó a barajar las cartas de forma muy hábil- Piensa en una carta, da igual cual, la primera que te venga a la mente. ¿Ya?- tras unos instantes ella asintió- Veamos…no, esa carta no me gusta, mejor piensa en otra.- ella soltó una gran carcajada y volvió a asentir una vez elegida su nueva carta.- Bueno…vale…esa ya me gusta un poco más.

Terminó de barajar y con un gesto le indicó que pusiera el cuaderno que aún llevaba en las manos sobre sus piernas para poder utilizarlo como soporte. Acto seguido eligió tres cartas al azar y las colocó boca abajo sobre la mesa recién improvisada.

-Levanta las cartas una a una lo suficiente como para que puedas ver cual es, pero sigue dejándolas boca abajo.

Ella obedeció, lentamente fue mirando las cartas que él había dejado sobre su cuaderno…el siete de copas…el rey de espadas…la sota de oros, y al final, con aire triunfal dijo:

-Vaya…me parece que tendrás que practicar más. No es ninguna de ellas.

-¿Qué? No es posible.- agachó ligeramente la cabeza, decepcionado consigo mismo- ¿Cuál pensaste?

-El As de picas.

-Claro, ¿así como voy a acertar? Yo con una baraja española y tú pensando en una carta francesa…La próxima vez tendré que especificar de qué baraja hay que elegir la carta…- miró un instante por el cristal- Esta es mi parada.

En unos segundos todos los que iban a bajarse en aquella estación se levantaron, preparándose para salir en cuanto se abrieran las puertas.

-Quédate con las tres cartas, así la próxima vez que nos encontremos por casualidad me las podrás devolver.- las puertas del metro se abrieron- Creo que la del medio te interesará más que las otras.

El comentario le sonó muy extraño por lo que cogió rápidamente y miró la carta del medio que aún seguía boca abajo. Le invadieron de pronto sensaciones de emoción, admiración y asombro al ver ante ella ese As de picas en el que había pensado. Aunque tampoco pudo disimular su sorpresa al encontrarse bajo ese As un número de 9 cifras escrito con rotulador negro. Giró la carta para que él pudiese verla, como diciendo “¿Anda, y esto?”. Las puertas estaban a punto de cerrarse, él esbozó una sonrisa y finalmente dijo:

-Por si se dejan de dar estas casualidades.- y con un gesto de mano en forma de despedida salió del vagón para diluirse entre la gente.

Ella permaneció sentada aún con la boca abierta sin saber cómo pudo haber cambiado la carta sin que ella se diera cuenta. Miró sonriente el número de teléfono que seguía en su mano y deseó no tener que utilizarlo porque esas casualidades comenzaban a gustarle y mucho.

1 comentario:

maria varu dijo...

¡Bien Clair!
Que historia tan sencilla y a la vez que cercana. A veces me da la sensación que este tipo de encuentros simpáticos, amables, con buen sabor, ya no existen y tú tan llanamente nos lo has expuesto con esa ternura tan tuya.

Me gusta ese estilo tuyo cotidiano y me parece que tu "cese" temporal te ha sentado simplemente bien.

Un abrazo con todo mi afecto.

María.