“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

domingo, 16 de marzo de 2008

Devorar

Llevaba horas leyendo aquel libro, aunque pronto se dio cuenta que había llegado al final de esa última página sin prestar atención a ni una sola de las palabras que estaba leyendo. Volvió al inicio de la página intentando obligarse a sí misma a concentrarse en lo que decía cada frase, pero cada dos por tres sus ojos se distraían y su atención se disipaba por la habitación. Lo notaba, estaba nerviosa y mucho además. Una de sus piernas comenzó a temblar levemente, como si toda su ansiedad se hubiera concentrado en un solo punto del cuerpo, aunque la agitación no tardó en extenderse a la otra pierna, a las manos hasta conquistar todo su cuerpo e intensificarse se manera alarmante. Necesitaba calmarse, tanto su cuerpo como su mente se lo pedían a gritos y sólo sabía una forma de tal ansiedad se esfumase.

Soltó el libro de repente sin molestarse si quiera en marcar la página en la que iba y saltó rápidamente de la cama para dirigirse de forma apresurada a la cocina. Una vez dentro fue directamente al armario donde guardaban todos aquellos alimentos que no necesitaban mantenerse en la nevera. Se sentó en el suelo, abrió las puertas y sin pensarlo comenzó a sacar toda la comida que encontraba allí dentro. No se molestó en llevarla a la mesa para poder comer cuanto sacaba, no, no quería esperar tanto, no podía esperar tanto, abrió un paquete de galletas y empezó a engullirlas de dos en dos, tragándoselas sin apenas masticar. Aquel primer mordisco hizo que todo su cuerpo se relajase de golpe para disfrutar del sabor que acababa de introducir en su cuerpo, pero la calma no duró mucho, sus manos comenzaron a convulsionar nuevamente, por lo que tuvo que coger más alimentos que llevarse a la boca. Galletas, patatas fritas, chocolate, algún que otro dulce que había para los postres…no podía dejar de ingerirlas a toda prisa. Apenas había empezado a comer una cosa, que ya estaba abriendo el paquete que separaba su calma de su boca.

Pasó cerca de veinte minutos devorando todo cuanto encontró en aquel armario, hasta que finalmente consiguió dejar de temblar. Miró a su alrededor, tanto el suelo como su camiseta estaban llenas de paquetes de plástico y migas que no se había ni molestado en retirar mientras comía. Se levantó despacio sacudiendo sus prendas y pronto se topó con su propio rostro reflejado en el cristal de la puerta del balcón. Aunque se veía algo borroso no pudo soportarlo y tuvo que echar a correr hacia el baño.

Cerró la puerta de madera tras de sí, mientras se apoyaba en ella y dejaba que su espalda se resbalase hacia el suelo por culpa del barniz. En ese momento se dio cuenta que tenía las manos manchadas por la comida, lo que provocó que las convulsiones y el descontrol volvieran a apoderarse de ella. Quería pararlo, dejar de sentirse así, hasta agarró su cabeza para que sus brazos quedasen aprisionados entre ésta y sus piernas para intentar que parasen los temblores, pero aquello era más fuerte que ella. En un último intento de pararlo se levantó, abrió el grifo y metió la cabeza en él como pudo y al parecer el agua fría y todas sus lágrimas decidieron otorgarle una tregua a su malestar.

Secó su cara con la toalla más cercana que encontró. Lentamente alzó su rostro hasta poder contemplarlo en el espejo; ahí seguía, el mismo reflejo que le había devuelto la mirada en el cristal de la puerta del balcón. Le pareció frío, horrible, incluso repugnante. Vio cómo su reflejo movía los labios y la gritaba con odio “¡Das asco!”. No podía más, no lo aguantó, giró sobre sí misma para así poder subir la tapa del retrete y esperó a que las nauseas que le producían su propia imagen le ahorrasen trabajo, pero no fue así. No esperó más, introdujo sus delgados dedos temblorosos por la boca hasta lo más hondo que le fue posible. Al principio no pasó nada, sólo conseguía que toda la saliva que no estaba tragando cayese al agua, pero pronto su garganta y su estómago reaccionaron, de manera que todo lo que había comido antes se dio de bruces con el mismo destino que había tenido su saliva. Aunque expulsó todo lo que había ingerido, no paró ahí, volvió a meter sus dedos, esta vez con más decisión, dispuesta a arrojar incluso sus tripas si hacía falta.

Tras un rato volvió a sentarse en el suelo, con la espalda apoyada en la bañera, estaba demasiado cansada como para moverse de allí. Miró su mano derecha y pudo comprobar que se habían abierto de nuevo las heridas que siempre se hacía al raspar sus dientes con el dorso de la mano, justo a la altura de los nudillos. Le dolía la garganta al tragar y estaba a todo sudar del esfuerzo que había hecho, pero le daba igual, ahora se sentía mucho mejor. Ya estaba tranquila, calmada, al menos hasta que la ansiedad volviera a apoderarse por completo de ella para hacer que perdiese el control.

2 comentarios:

maria varu dijo...

Este post tuyo me ha explicado lo que no sabía, sinceramente desconocía esos síntomas, el detalle de esa ansiedad que provoca la abulimia y he de reconocer que es un mal que azota nuestra sociedad de hoy, ojalá se hallen los medios para solucionar estas situaciones. Como siempre Clair tus escritos aportan conocimiento y ciertas peculiaridades desconocidas para mí.

Un abrazo sincero, Clair.

JUANAN URKIJO dijo...

Tremendo, Clair. estar en la piel de una persona que pasa por ese trance, tiene que ser terrible. Realmente doloroso vivir con ello a cuestas.

Un beso.