“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

miércoles, 27 de febrero de 2008

Vientos del Norte

Hacía poco que los rayos del Sol habían asomado por el horizonte inundando así de luz toda la playa. Gracias a esa calidez algún que otro pájaro madrugador ya se posaba sobre la orilla esperando a que las aguas humedeciesen la arena. No eran los únicos que estaban allí tan temprano. Una joven muchacha de ojos tristes entraba justo en ese momento a la playa con un vestido blanco muy fino, no demasiado adecuado para las fechas que eran y con los zapatos en la mano para poder mantener el equilibrio sobre los montículos de diminutas partículas.

Al poco de su llegada una ligera brisa la envolvió, acariciando así todo su cuerpo y rozando de forma jocosa su delicado rostro, y pudo escuchar una leve voz susurrándole al oído, “¿Bailas?” “¿Qué? No, no sé bailar” “No te creo. Vamos, es muy fácil, incluso divertido. Dame la mano y déjate llevar.” Pasó por debajo de su mano, acariciándola y consiguiendo que ésta se alzase ligeramente, como si realmente alguien la estuviese sujetando. Ella no hacía más que mirar a un lado y al otro para comprobar que nadie más los observaba, no estaba demasiado segura, pero al ver el entusiasmo de su extraño compañero de baile comenzó a mover los pies tímidamente. A penas removía la arena con sus pasos y seguía manteniendo los brazos muy pegados al cuerpo como si eso fuese a hacer que se la viera menos. El viento no pudo evitar soltar una carcajada al darse cuenta de la vergüenza que habitaba en su nueva amiga; la soltó de modo que ella pensara que se había dado por vencido en su intento de hacerla bailar, pero seguido cogió impulso y se deslizó con decisión rodeando su cintura para hacerla girar sobre sí misma. Esto hizo que ella perdiese el equilibrio, por lo que cayó sobre la fina arena, aunque no le produjo ningún tipo de daño, si no todo lo contrario, por alguna extraña razón comenzó a reírse sin poder parar hasta que tuvo que detenerse para coger aire.

Se levantó hábilmente aún con la inmensa sonrisa dibujada en la cara; su mirada buscó rápidamente al viento que seguía danzando por toda la playa. Éste lo entendió a la perfección, esta vez realmente quería bailar, así que no se hizo de rogar. Volvió hasta ella y empezaron a moverse de forma muy alegre. Ella giraba sobre sí misma sin parar, con los brazos extendidos y el rostro orientado hacia el cielo mientras que el viento volaba casi al ras del suelo consiguiendo crear pequeños remolinos de arena. De vez en cuando volvía a cogerla de la mano para que bailasen juntos y otras se movía cerca de ella consiguiendo que su fino vestido blanco cogiese algo de vuelo.

Después se le ocurrió, ¿por qué iban a ser felices sólo ellos dos? ¿por qué no hacer bailar a alguien más? Dejó que ella siguiese bailando y mientras corrió hasta la orilla del mar para hacer que todas las aves se moviesen. Lo consiguió de casi de inmediato; pronto hubo una gran bandada de pájaros revoloteando por toda la extensión de la playa cantando alegremente para animar la fiesta improvisada que se le había antojado al viento.

El mar quiso sumarse a la velada aportando su agua por lo que permitió que el aire llevase un gran número de gotas y las arrojase sobre la pequeña bailarina, de forma que pareciesen diminutos cristales brillando sin cesar e iluminando la figura de la chica, aunque no consiguieron iluminar más que su mirada. Ella se sentía cada vez más feliz, más de lo que se había sentido en muchísimo tiempo. Le parecía que en cualquier momento podría unirse a todas las aves del cielo y volar junto a ellas creando hermosas figuras sobre el fondo azul. Ya le daban igual sus miedos, sus vergüenzas y todo ese tipo de cosas que sólo conseguían que estuviese triste, era tiempo de reír hasta que se le saltaran las lágrimas y parar únicamente para poder respirar. Había llegado el momento de disfrutar de las cosas que hacía, de que no le importase lo que pensaran los demás ni lo que pudiesen decir sobre ella. En ese instante el mundo la había invitado a bailar y ella quería aceptar.

Gente que paseaba cerca de la playa se había parado al ver a esa alocada muchacha que bailaba y reía sola sobre la arena. Pronto ella se dio cuenta de la presencia de los nuevos espectadores, incluso de sus miradas atónitas y alteradas, a las que respondió con una sonrisa aún mayor, una carcajada que sólo podía denotar una infinita felicidad y un aumento de sus movimientos. El viento seguía tan alborotado que no se había percatado que los contemplaban, por eso decidió comunicárselo. “Viento, mira, nos observan.” “Qué más da. Mira a tu alrededor, las aves se divierten bailando a tu ritmo, el mar ha querido que brilles aún más y el Sol está dirigiendo todos sus rayos dorados hacía ti para enfocarte. Hoy la protagonista eres tú y lo que opinen los demás no importa.”

sábado, 23 de febrero de 2008

La dulce Nadie



“Lo bueno de decidir llorar en la ducha es que si alguien entra, nunca podrá saber si las gotas que resbalan por tu rostro son saladas o no.”

Un ruido de llaves, un chirriar de la puerta al abrirse y entró ella en el piso. Durante un instante pensó que alguien saldría a recibirla, pero pronto se dio cuenta de su vana ilusión. ¿Quién demonios esperaba que saliese a su encuentro? ¿El gato que nunca tuvo? ¿El novio que la abandonó hace meses? ¿Quién?

Comenzó a oír los gritos que daban los vecinos, era una familia con críos que siempre estaban discutiendo y como las paredes eran casi de papel, ella tenía que aguantar todas sus voces. Dejó caer las bolsas de la compra en la entrada y posó las llaves en el taquillón con bastante desgana, le daba igual que éstas también acabasen en el suelo. Ni siquiera hizo un amago de ir a guardar la compra en la nevera, estaba demasiado cansada, cansada de todo.

Echó a correr por todo el pasillo directamente rumbo al baño; una vez dentro cerró la puerta a toda prisa. Allí dentro se sentía a salvo del mundo, de ella misma, era su escondite en el que podía pensar tranquilamente sin que nadie la fuera a molestar. Sacó un par de toallas para después, abrió el grifo del agua para que se fuese templando y seguido comenzó a quitarse la ropa, dejando que el espejo pudiese observarla un poco más con cada prenda que soltaba. Se quedó mirando su cuerpo como si fuese la primera vez que lo veía, incluso pensó en explorarlo intensamente para así poder perderse en sí misma y tranquilizarse, pero en cuanto vio su figura emborronada por el vaho que se había ido acumulando en el espejo esa idea se evaporó de su mente. En ese instante se sentía igual que si fuese el reflejo desdibujado que le devolvía la mirada, una mancha prescindible más, una simple sombra, una dulce nadie.

El ruido del agua cayendo le recordó que llevaba varios minutos allí plantada frente al espejo sin moverse. Entró despacio en la ducha, intentando no caer y colocó el chorro de agua en lo más alto para que todas y cada una de las templadas gotas resbalase por sus mechones hasta caer a los hombros y proseguir así su descenso hasta el frío suelo.

Le encantaba meterse en la ducha hasta que podía ver los dedos de sus manos completamente arrugados mientras aspiraba el vapor que salía del grifo. Le ayudaba a pensar, quizá demasiado. En aquella ocasión no fue distinto, en cuanto el calor acarició sus fosas nasales su mente se sumergió en un océano de reflexiones, dudas, nostalgia y lamentos.

Inevitablemente, lo primero en que pensó fue él, ¡quién sino! Tantos años juntos, se habían escapado de golpe por el desagüe con una simple nota escrita con prisa que contenía poco más de una frase. Las pequeñas gotas de agua de la espalda comenzaron a quemarle la piel como si de ácido se trataran, o eso le pareció a ella. Cada vez que se dibujaba la imagen de él en su mente se sentía mal, sin ningún tipo de cobijo abandonada a su suerte, que últimamente siempre era mala. Comenzaron a caer lágrimas por su rostro, que rápidamente se entremezclaron con el agua de la ducha. Sólo quería respuestas que nadie podía darle. Sólo quería poder formular esa pregunta que siempre se atragantaba en sus cuerdas vocales y nunca conseguía decirla en voz alta. Únicamente necesitaba saber por qué. ¿Por qué a ella? ¿Por qué tras tantos años? ¿Por qué la dejó ahí tirada arrancándole lo poco que tenía? Quiso gritar, pero el agua, más sabia que ella, se lo impidió acariciando su rostro suavemente y al mismo tiempo inmovilizando su lengua. Lo que no consiguió fue detener el golpe que su mano asestó a los azulejos del baño, lo que produjo en ella un punzante dolor que intentó aliviar frotando con la otra mano.

Abrió el grifo aún más hasta que la cascada de agua consiguió el mayor volumen posible. Se sentía sucia por haber malgastado tanto tiempo con un tipo así y lo peor es que aún seguía sintiendo todo su veneno dentro de ella, aún escuchaba esa risa que ahora sabía lo falsa que era. Todavía notaba sus caricias que ahora le irritaban la piel al recordarlas. Quería sacar todo eso de ella. Cruzó sus brazos como si fuese a abrazarse a sí misma, pero en vez de eso clavó con fuerza las uñas en sus hombros y rasgó tan fuerte como pudo, casi intentando arrancarse la piel. De los hombros pasó a los brazos y luego a la espalda. En ningún momento consiguió hacerse más que unos simples arañazos, pero casi todo su cuerpo estaba tan enrojecido que ahora sí, verdaderamente el agua empezó a escocerle por toda la piel. Sintió como si las trasparentes gotas fueran cuchillos que le estaban abriendo aún cada una de las invisibles heridas que nunca llegaron a cicatrizar, pero al mismo tiempo esas pequeñas chispas de agua las ayudaban a suturar, arrastrando sus recuerdo hacia el desagüe, para que al menos hasta la próxima ducha no volviesen a aparecer.

Con la cabeza apoyada en la pared cerró el grifo y el agua dejó de besar su cuerpo de golpe. Comenzó a oír las voces lejanas de la familia vecina que se gritaban unos a otros. Sonrió. Todo volvía a ser como siempre, todo estaba en su sitio y ella no era la protagonista de nada, ni siquiera de su propia vida. Una vez más, igual que los últimos años, volvía a ser esa persona en la que nadie repararía al verla por la calle, volvía a ser esa pequeña y dulce Nadie.

martes, 19 de febrero de 2008

A quien abandone a mitad de camino

Recordé que hoy hace un año que volví a escribir, ese es justo el texto que aparece debajo y que creo necesario compartir hoy con los demás. A veces creo que debería hacerle caso a mis propias palabras, quién sabe, dudo que algún día lo consiga. Supongo que encontraréis el estilo bastante diferente a lo que estáis acostumbrados en este blog, no sé, al parecer he evolucionado quizá para bien o quizá no.


A la persona que abandone a mitad de camino la llamaré cobarde. A quien se crea sin fuerzas a un paso de la meta sólo recibirá una palabra de mi parte: ¡Levántate! Porque cuando no vemos la salida todos acabamos pensando que las fuerzas nos han abandonado, que nos han dejado solos, cuando en realidad, es nuestra mente la que abandona a esas fuerzas por creer que no hay escapatoria. Por eso mientras estés perdido dentro de ti mismo sin saber a dónde ir lo único que tendrás que hacer será cerrar los ojos para poder contemplar el mundo más claramente y así poder darte cuenta de que siempre que quede un aliento de vida en ti, la esperanza no huirá de tu corazón ni de tu alma. Y aunque no puedas ver todo eso, sentirás la energía fluyendo por tus venas y apoderándose de tus sentidos, hasta que llegue a un punto en el que no tengas dudas de querer seguir adelante por muchos obstáculos que encuentres en el camino.

Así pues, informo al mundo de que cogeré mi alma impregnada con el aroma de la esperanza y la partiré, elaborando con cada fragmento pequeñas semillas que sembraré en el corazón de cada persona para que en sus almas florezca el rayo de luz que creían haber perdido, luz que brotará como esperanza y que finalmente desembocará en felicidad. Porque no importa cuanto trates de esconderte de la vida, la vida, junto con su felicidad, siempre acabará encontrándote.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Confesiones de una Luna llena

Es muy tarde y hace ya unas horas que estoy cobijada por las sábanas intentando conciliar el sueño que, para no variar, se demora considerablemente. Apenas he oído ruido alguno en el tiempo que llevo así, sólo un par de autos pasando de largo, pero desde hace unos minutos escucho lo que parece ser un pequeño sollozo ahogado que alguien intenta disimular. Miro a mi alrededor para comprobar que no es posible que tal sonido provenga de dentro de la habitación y es entonces cuando veo a través del cristal de la ventana a una pobre Luna plateada haciendo todo lo posible por seguir alumbrando la solitaria calle sin que nadie se de cuenta de sus lamentos. Abro la ventana despacio para que el aire de fuera no entre de forma demasiado enérgica. Ella también se ha fijado en mí, en mi rostro, no de pena, si no de comprensión y acepta en silencio mi invitación de pasar dentro.

Me siento en la cama junto a ella y le ofrezco un pañuelo de tela fina con el que poder secar sus lágrimas. Tras unos instantes apoya su cabeza en mi hombro y yo intento abrigarla entre mis pequeños brazos; sabe que no le preguntaré nada, pero que puede contarme cuanto quiera. Al final consigue calmarse y se decide a hablar.

“Esto resulta demasiado angustioso, nunca pensé que me llegaría arrepentir tanto de tener que cuidar la noche” Me mira y comprueba que no consigo seguir del todo el hilo de su explicación por lo que decide comenzar su historia desde el principio. “Hace milenios que estoy enamorada del Sol, antes incluso de que este planeta existiera. Él también sentía lo mismo por mí y durante mucho tiempo pudimos disfrutar de aquel amor estando juntos, pero al crearse la Tierra nos obligaron a separarnos, puesto que él debía reinar con sus imponentes rayos durante el día y yo tenía que custodiar la noche. Y ahora estoy aquí, condenada a estar sin él, a permanecer en lo alto de la noche hasta que llegue el próximo eclipse para poder verle sólo un segundo. Resulta una espera demasiado tormentosa ya que existen demasiadas cosas sobre este planeta que me recuerdan todo lo que yo he perdido.

Cada noche desde lo alto del cielo puedo oír a través de las ventanas el leve susurro de canciones tristes y lentas, pero ya ni siquiera puedo terminar de escucharlas porque todas me recuerdan a él y acabo sintiéndome tan mal que me veo obligada a dejar de atender a lo que ocurre dentro de esa ventana y enfocar mi atención a otra. ¡Y vaya suerte la mía! Justo coincide que alguien está viendo una película romántica de esas con final feliz y no puedo dejar de imaginarme que los protagonistas somos nosotros viviendo una historia realmente preciosa.

Quizá la imagen de la siguiente ventana es la que más me molesta. Siempre me encuentro con alguna persona enfadada o discutiendo con otra porque esa otra no siente lo mismo. Y es cuando yo pienso ¿enojo? ¿por qué? Puedo comprender que se junten sentimientos de tristeza, desilusión y pena, pero nunca podré entender que alguien se enfade simplemente por no ser correspondido. Si tanto se quiere a esa persona habría que desearle toda la felicidad del mundo, incluso aunque en esa felicidad no entrase uno mismo. Enfadarse es muestra de un deseo de posesión, algo material fuera de los sentimientos más puros. Y eso, que espero ver cómo algún día alguien sobre la Tierra lo comprende, no es amar.

Y yo, sin embargo, aquí sigo pretendiendo expresar con palabras lo inexpresable, pero lo sigo intentado, aún sabiendo que ni todas las palabras que existen me alcanzan. Aunque diga un “te quiero” eso son sólo dos palabras que guardan dentro de sí una montaña enorme de sentimientos hacia él, pero que aún así son indescriptibles. Porque quererle significa echarle de menos a cada segundo que no está a mi lado. Significa desear cuidarle con todo el cariño del mundo incluso estando dormido para que a nadie pueda siquiera molestarle y escribir poemas sobre su espalda mientras duerme usando un pequeño rayo de plata como pluma, poemas que después recitarán todos lo enamorados durante las calurosas noches de verano.

Me entristezco cada vez que me pongo a pensar en todo lo bueno que merece porque sé que nunca recibirá todo eso de mí, yo sólo le daré todo lo que pueda, pero muy a mi pesar, jamás llegará a ser todo lo que merece.

Aunque precisamente el hecho de saber eso es lo que más me impulsa a querer tratarle aún mejor para que, al menos por un breve instante, pueda llegar a saborear aunque sólo sea una pequeña parte de lo que debería poder disfrutar. Y cuando los vientos me dicen que le vieron un poco triste, me dan ganas de cambiar el mundo entero para que esté mejor, para que sonría aunque sólo sea una vez, porque lo único que quiero es que él esté bien, todo lo demás no me importa, sólo él, aunque eso signifique tener que esperar durante muchísimos años para poder verle sólo un instante.

Pero me doy cuenta que cualquier espera merece la pena siempre y cuando al final de esa espera esté él. Porque en cada eclipse, justo en ese momento en el que nuestras siluetas se complementan a la perfección, él decide parar el tiempo y conseguir así que ese fugaz instante parezca que no terminará nunca. Es entonces cuando sobran todas las palabras y él me envuelve con toda su calidez consiguiendo por un momento que ambos seamos el otro y nosotros mismos al mismo tiempo. Una gran conexión en la quedamos atrapados dentro de miles y miles de sentimientos, sensaciones y emociones distintas pero increíblemente intensas y hermosas, todas aquellas que se han ido amontonado durante el tiempo que no hemos estado juntos.

Y ahora vuelvo a esperar ansiosa ese momento para recordar nuevamente ese conjunto de miradas, abrazos, caricias y ternura que nos permite saber lo que el otro piensa y siente en ese instante.

Pero esos mismos sentimientos son los que consiguen atemorizarme. Son los que hacen que tenga un pánico terrible a tener que despedirme algún día de él. Tengo miedo de que la próxima vez que llegue el eclipse sus ojos se vuelvan fríos, aparte la mirada porque no me quiera ni ver y que no desee parar el tiempo sólo por ese pequeño instante.

Y no hago más que repetirme que quizá esto sea una de esas historias imposibles, sólo que yo me empeño en no verlo. Y aunque a veces sí empiece a ver que no son posibles siempre me queda una pequeña esperanza de que en realidad no sea tan imposible como parece y lo paso mal porque soy incapaz de asimilar que siempre hay mil posibilidades que dicen que no volveremos a estar juntos.

Pero aún así, pese a que cada dos por tres piense de esa forma, no puedo evitar imaginar que de un momento a otro irrumpirá en mi oscuridad para reclamar mi compañía. O que la próxima vez que le vea me dirá que ya no hace falta que siga esperando noche tras noche porque ya nos permiten estar juntos. Es por eso que cuando llega la hora de retirarme siempre intento quedarme un poco más para conseguir verle, pero es entonces cuando aparece ante mí el Destino agarrándome de la muñeca y arrastrándome hacia mi cueva de oscuridad para que no pueda saber nada de él. Pero mientras él tira de mí yo sigo mirando al horizonte con la esperanza de ver aunque sólo sean los luminosos rayos que le envuelven para así poder aspirar su calidez y que ésta inunde mi cuerpo. Pero el Destino siempre es más rápido que el amanecer.

Y aunque sepa que debo dejar de cuidar la Tierra e ir a dormir no puedo evitar susurrar su nombre para que, en caso de que esté ahí, me abrace. Pero nunca está y sé que tampoco lo estará.

Al despertar dejo mis ojos cerrados durante un rato y pido, deseo, incluso rezo para que cuando los abra él vaya a estar ahí delante mirándome, sonriendo, dándome toda su calidez. Pero eso tampoco pasará nunca.

Y sigo esperando impaciente la llegada del día en el que pueda decir “te quiero” sin que mis oídos sean los únicos testigos de esa confesión

Daría cualquier cosa por convertirme, aunque fuese únicamente por un instante, en esos rayos de luz que le envuelven y le cuidan siempre. Hay momentos en los que siento tanta envidia de ese aire que no hace más que rozarle y acariciarle, me gustaría tanto poder hacer yo lo mismo.

Y hay noches en los que estoy tan decidida a estar con él que le sueño durante horas y horas para intentar que sea real, para que se materialice junto a mí y que verdaderamente esté aquí conmigo. Pero al parecer lo le sueño con suficiente intensidad como para que eso ocurra.

Otras noches grito ¡basta ya! Y me decido a dejar todo sin importar lo que vaya a pasar e ir a buscarle. Echo a correr lo más rápido posible, pero está a cuatro mil eternidades luz de distancia. Aunque esté al borde del desmayo y ya haga rato que se me nubló la vista, mi cuerpo sigue corriendo guiado por el calor que desprende que, pese a estar tan lejos, es capaz de llegar hasta mí, pero no me llegan las fuerzas, sé que de un momento a otro voy a caer, pero justo antes extiendo mis brazos por si a pesar de no ver, a pesar de caer puedo al menos rozar su piel, pero eso nunca pasa. A la noche siguiente despierto en mi cielo de siempre cubierta con el manto de oscuridad que tanto tengo que proteger, ese por el que tuve que renunciar a verle a diario.

Con esto quiero que comprendas por qué varias noches me ausento y después voy apareciendo poco a poco. Es como si fuese renaciendo despacio, un poco más cada noche hasta llegar a brillar lo máximo que pueda ahí en lo alto del cielo. Esa es mi forma de gritar su nombre, mi manera de decir que le necesito. Y espero a que alguna ráfaga de viento compasiva arrastre mi voz hasta él, pero nunca termino de saber si le llegó o no. Es por eso que las noches siguientes acabo entristeciéndome más y más hasta que vuelvo a decidir salir a buscarle en plena oscuridad.

Vaya, mira que tarde es, no es posible que me haya pasado casi la noche entera hablando y mientras tú aquí escuchándome sin un solo rastro de incomodidad o fastidio en tu cara. Ya es hora de que vuelva a cuidar de mi noche, pues las estrellas habrán comenzado a preocuparse. Sólo un favor, si es que puedo pedirte alguno, guárdame este secreto, que no llegue hasta el Sol la noticia de que lloré por no poder estar a su lado, no me gustaría ser un posible motivo de tristeza para él.”

Acaricia suavemente una de mis mejillas con su pálida mano y yo le devuelvo el gesto con una pequeña sonrisa. Después se levanta, abre la ventana y comienza a separarse lentamente del suelo, como flotando, hasta salir completamente y ascender hacía la noche. Yo también me acerco a la ventana para así poder posar mi mirada en ella y ver cómo se va alejando. Apoyada en el alféizar, permito que el frescor del aire roce mi rostro, mis ojos dejan de observar a la Luna para poder perderse en el horizonte. Es entonces cuando sonrío nuevamente al imaginar que, en uno de esos invisibles puntos de luz engullidos por el horizonte, pero que no consigo llegar a ver, justo ahí, también está mi Sol.

sábado, 9 de febrero de 2008

Suge hozka


Que los verdaderos poetas perdonen mi atrevimiento al considerar esto un poema. (La traducción la tenéis debajo, pero está hecha de forma literal, quiero decir que no tiene ni rima ni métrica, es sólo para que podáis entender la historia.)



Dena atzean utzita, korrika
Ta bere irrifarra bertan,
Zapatilekin batera
Han, botata atari ondoan.

Desagertzeko desioz
Musika ahalik eta altuen.
Arrastaka eta isilpean
Sugeak hasi dira heltzen


Beso ta hanketatik heldu
Oin jada ez du mugitzerik,
Gorroto horzkada sarkorrak,
Nork nahi du bera bizirik?


Heriotzaren hortz pozoitsuz
Haiek zorroztu labana
Eta azkenik lortu dute,
Betiko urratu diote arima


Tantaka-tantaka dario
Eskumuturretik irteten
Bere ilusio hil guztixak
Gorri bizian islatzen


Nork josiko dizkio orain
Trebeziaz bere urradurak?
Nork hartuko ditu jada
Bere malko gazi isuriak?


Ta bere irrifar isila
Zapatilekin, bertantxe
Atari ondoan botata
Oin ja besterik ez ta negarrez


*******

Mordedura de serpiente


Dejando todo atrás, corriendo
Y su sonrisa ahí,
Junto con las zapatillas
Ahí, tirada al lado de la entrada.


Con el deseo de desaparecer
La música lo más alta posible.
A rastras y en silencio
Las serpientes han comenzado a llegar.


Cogida de brazos y piernas
Ahora ya no tiene cómo moverse,
Penetrantes mordeduras de odio,
¿Quién la quiere a ella viva?


Con los dientes envenenados de la muerte
Ellos han afilado la navaja
Y al final lo han conseguido,
Le han rasgado para siempre el alma.


Gota a gota están
Saliendo de su muñeca
Todas sus ilusiones muertas
Reflejándose en el rojo intenso.


¿Quién le va a coser ahora
Con habilidad sus jirones?
¿Quién cogerá ya
Sus lágrimas saladas?


Y su risa silenciosa
Con las zapatillas, ahí
Tirada al lado de la entrada
Ahora ya nada más que llorar.


jueves, 7 de febrero de 2008

Recuerdos Tóxicos

Recuerdos que llevan bajo tierra semanas, meses, incluso años; recuerdos que han empezado a descomponerse y su hedor es capaz de entrar por cualquier resquicio que encuentre. El marco de la ventana, la rendija de debajo de la puerta, los agujeros de los enchufes…buscan todas las vías posibles para encontrarme y por fin lo han conseguido. Entremezclados con el aire se acercan a mí en plena noche, a mis fosas nasales, para que en cuanto me descuide los aspire a ellos también junto con el cálido aire de la madrugada.

En cuanto entran en mí mi cuerpo responde al ataque con una leve convulsión. Quiere que me despierte antes de que me hagan daño, pero no lo consigue. Parte de los recuerdos se han quedado fuera, formando grilletes alrededor de mis muñecas para que no pueda ni moverme, para que no pueda escapar. El veneno que acabo de inhalar inunda cada parte de mis pulmones y pasa a la sangre a una velocidad alarmante.

Han llegado hasta mi cabeza, se empiezan a apoderar de mis pensamientos y sensaciones hasta conseguir que un dulce sueño se torne en la peor pesadilla. Cada vez mi corazón bombea más y más deprisa mientras que mi cuerpo permite que la transpiración aumente; quiere expulsar a toda costa las toxinas.

Una última convulsión aún más enérgica que las anteriores logra despertarme, justo a tiempo para poder distinguir varias sombras saliendo a toda prisa por debajo de la puerta, otras perdiéndose por el enchufe, y unas pocas marchándose a través del resquicio del marco de la ventana. Me incorporo e intento tranquilizar mi respiración mientras siento cómo las palpitaciones van disminuyendo. Instintivamente me palpo la cara. Noto un sudor frío, que consigue que me estremezca, en la frente y gran parte del rostro, pero mis ojos y mejillas están completamente humedecidos de forma cálida, al parecer he estado llorando durante todo el forcejeo del que ahora sólo las sábanas son testigo.

Decidida a descubrir lo que ha sucedido, voy a buscar los recuerdos a cualquier descampado de mi imaginación. Allí están. La tierra está algo revuelta y fijándome más detenidamente veo a unos pequeños gusanos, los mismos que se alimentan de la degradación de mis recuerdos y los que sin querer han hecho que algunos de ellos se pudiesen escapar esta noche. Sin pensarlo dos veces, hecho más tierra encima, tapando así todos los agujeros para que sea imposible que volváis a salir. Os quedaréis ahí pudriéndoos, pudriéndote.

miércoles, 6 de febrero de 2008

De vuelta por mucho tiempo

Justo hoy he terminado los exámenes y ya estoy aquí de vuelta, ¡qué le vamos a hacer! Soy incapaz de dejar de escribir. Estas semanas pasaron algunas cosas tanto buenas como malas, así que no puedo clasificar en “buenos” o “malos” estos días, dejémoslo simplemente en “diferentes”. Pero lo que sí puedo decir es que ahora mismo me siento genial, quizá sea por haber terminado el cuatrimestre o quizá por todo en general, y que estoy en la parte alta de mi pequeña gran montaña rusa. Sé que volveré a bajar, pero también sé con total seguridad que aunque eso pase habrá un momento en el que regrese arriba del todo, a ese instante en el que basta con estirar ligeramente el brazo para poder tocar las esponjosas nubes. Eso sí, tanto si subo como si bajo seguiré escribiendo, al menos hasta que se me agote la imaginación o empiece otra vez con exámenes. No haré esta entrada demasiado larga porque prefiero simplemente que sigáis leyéndome. Sólo me queda decir que bienvenidos una vez más a mi pequeño Claro de Luna y que espero que encontréis estos relatos, mezcla de fantasía con unas gotas de realidad, de vuestro agrado.

P.D: Se me ocurrió poner una lista con los enlaces de los blogs que suelo visitar (en cuanto averigüe cómo se hace), pero antes quería contar con vuestro permiso. Así pues…si me lo concedéis os rogaría dejar un comentario diciendo que estáis de acuerdo. Gracias.