“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

lunes, 19 de noviembre de 2007

A fuego lento

Yo sólo pongo las palabras, cada cual que cree las imágenes en su mente.

Era una noche en pleno invierno, la nieve ocultaba todos los caminos e incluso el solitario coche que permanecía estacionado cerca de la cabaña. Dentro la chimenea estaba encendida y ellos dos tumbados desde hacía rato en el sofá. Todo el mundo daba por deshabitado aquel lugar, nadie hubiese imaginado que ellos estaban allí, por esa razón habían elegido tal sitio. Hacía un par de horas que una manta gris era lo único que protegía sus cuerpos. Él estaba tumbado sobre ella, con la cabeza apoyada en sus senos mientras con las yemas de los dedos los acariciaba lentamente. Ella sostenía en una mano un cigarro a medio terminar, depositando la ceniza en el recipiente que había dejado en el suelo para intentar manchar lo menos posible aquel sitio en el que se suponía que no estaban; con la otra rozaba el fino cabello de su pareja indicándole su aprobación ante aquellas caricias clandestinas.

Entre calada y calada él pasaba su lengua por el labio inferior de ella de la manera más suave que le era posible, hasta que el cigarro se consumió por completo. El pequeño roce con la lengua dio paso a un beso interminable en que apenas se podía apreciar dónde terminaban los labios de uno y comenzaban los de la otra. Tras unos minutos él desvió su boca hacia el cuello y empezó a deslizarla por aquel cuerpo que tenía debajo. Cruzó por sus hombros, bajó hacia sus pechos donde se entretuvo largo rato y continuó dejando un rastro de saliva por todo su vientre hasta llegar ligeramente más abajo del ombligo. Se detuvo y pasó su dedo índice creando una línea horizontal justo a la altura dónde, varias horas antes, había estado el elástico de su ropa interior. Dibujó la misma línea una segunda vez, esta vez con la lengua y mucho más despacio; mientras tanto, levantó la vista para clavarla en los ojos de ella y comprobar que seguramente sólo podría estar pasando una palabra por su mente: deseo. Sabía perfectamente dónde quería ella que acabase su boca, incluso hizo un amago de continuar su ruta, pero su boca saltó directamente hasta los muslos y comenzó a besarlos. Quería provocarla, hacer que lo deseara aún más y desde luego que lo estaba consiguiendo. No la hizo esperar más y volvió a la ruta que había dejado sin terminar, a modo de respuesta recibió un ligero estremecimiento seguido de un gemido que denotaba placer. Mientras se limitaba a sentir, ella cogió la mano de él que seguía cerca de sus muslos y la acompañó hasta sus senos, que hacía varios minutos que se encontraban algo abandonados.

Tras unos intensos minutos, ella se incorporó y volvió juntar una vez más sus labios con los de él, claramente más cálidos. Él adelantó su cuerpo en señal de que quería recostarse sobre ella y seguir besándola, pero ella tenía otros planes. Una vez tumbados ella lo apartó a un lado y después se recostó sobre él, ahora era ella quien quería hacer algo. Al igual que antes, comenzó a trazar una ruta por su pecho, pero ahora con los dedos mientras la boca los seguía varios centímetros por detrás. A mitad de camino sus labios se detuvieron, pero su mano no, ésta llegó a su destino, provocando una sensación de placer que iba incrementando según transcurrían los minutos. Mientras tanto su boca retrocedió en aquel recorrido, volviendo al cuello, al lóbulo de la oreja, incluso a sus labios. Entre algunos besos aprovechaba para mordisquear ligeramente con sus dientes el labio inferior y después pasaba la lengua creando en él un cosquilleo que le encantaba. Luego se deslizó sobre su pecho rozándolo intencionadamente con los suyos y finalmente su boca fue a acompañar a su mano para hacerle sentir más detenidamente el contacto tanto de sus labios como de su lengua. La respiración de él iba aumentando poco a poco gracias a las caricias que le proporcionaba su compañera.

Tiempo después él la atrajo hacia sí, dándole a entender que quería tenerla encima. Ella se sentó sobre él y pronto comenzaron los movimientos incesantes y los jadeos. Ni los besos ni las caricias cesaron en toda la noche mientras ellos ardían en la pasión, más intensamente incluso que aquel fuego encendido que perduraba en la chimenea.



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