“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Pesadilla de la madrugada del 3 de noviembre

La poca luz de las farolas que entraba en la habitación engañaba a mi vista haciéndome creer que las paredes eran de un gris azulado oscuro en vez de blancas. Comenzó a oírse un fuerte pitido que provenía al parecer de las baldas de al lado de mi cama. Maldito despertador, seguro que se olvidó apagarlo. A tientas busqué el reloj creyendo que sería fácil apagarlo, pero por más que presionara el botón para que cesase la alarma, ésta no dejaba de sonar. Decidí entonces incorporarme, cogí el despertador y para mi sorpresa, descubrí que no era eso lo que sonaba, aunque en ese momento el pitido paró tan repentinamente como había empezado. Supongo que estaba demasiado agotada como para darme cuenta que lo más probable era que procediese de la habitación de los vecinos que estaba justo en frente de la mía.

Me quedé unos minutos mirando la hora sin saber muy bien en qué pensaba, como ensimismada. Las cuatro de la mañana, demasiado tarde para algunos, muy pronto para otros, y yo ahí, intentando una vez más conseguir dormir antes de que saliera el sol. Seguramente el resto de la casa llevaría durmiendo varias horas, pero pronto pude apartar esta teoría de mi cabeza. La cama contigua a la mía estaba vacía, ni siquiera la habían descubierto. Agudicé el oído para intentar percibir algún ruido que me permitiese saber si había alguien en casa, pero no escuché nada. Aquello resultaba bastante raro ya que normalmente cuando me despertaba de madrugada podía oír la respiración del resto de las personas que había bajo mi mismo techo. Intenté encender la luz de la mesilla sólo para comprobar si mi visión volvía a gastarme otra de sus bromas a las que ya me tenía bastante acostumbrada, pero no ocurrió nada. Quizá estaba suelta la bombilla. ¡Argg! Suelta no, estaba rota, como si hubiese estallado y los fragmentos que aún quedaban en pie se me clavaron en los dedos consiguiendo que soltase un quejido. Pese que no entraba demasiada luz pude ver que mis dedos comenzaban a gotear sangre. Intenté que las sábanas no se mancharan, aunque pronto todo eso dio igual.

Empecé a oír un pequeño crujido que provenía del techo; algo estaba empujando la lámpara haciéndose un hueco para salir de ahí arriba. Un líquido marrón salía a borbotones desde allí, pero no caía al suelo, sino que se extendía desde el centro del techo hasta las esquinas. Marrón….no estaba segura de que ése fuese realmente su color. Entonces con el pulgar palpé mis otros dedos heridos y me fijé en su color. También parecía marrón, del mismo tono de aquel líquido que se propagaba por todo el techo. Un olor a cobre inundó la habitación y todas las dudas se disiparon de mi cabeza, pese a que no tenía forma real de comprobarlo. La sangre se extendía lentamente hacia las esquinas, pero antes de llegar a su destino unas cascadas del mismo líquido comenzaron a precipitarse por las paredes.

Miraba a todos sitios sin saber qué hacer, sin poder moverme siquiera. En una de las paredes aún se podía ver el dibujo que las cortinas creaban sobre su pintura blanca, pero había algo debajo de aquella imagen. En vez de a la pared dirigí mi vista hasta la ventana, no había duda, tras las cortinas se podía ver algo emborronado. Me acerqué despacio porque todos los miedos que estaban creciendo en mí me paralizaban poco a poco. Al apartar la cortina quise gritar, pero también tenía miedo de salir, por lo que al final quedó en un grito ahogado. Unos centímetros por encima de mi cabeza había escrito un mensaje, un mensaje dirigido a mí. Letras marrones aunque yo sabía que realmente eran rojas, escritas sin ninguna prisa, queriendo provocar en mí un sentimiento de terror inconfundible. “I’m gonna kill you…” rezaban aquellas sangrientas letras. Las sensaciones de angustia, desesperación y terror se habían adueñado de mi cuerpo, no me podía mover y aún así era incapaz de apartar la vista de aquellas palabras. En ese momento el último punto comenzó a alargarse. Al igual que si alguien hubiese caminado mientras apoyaba una pinturilla, ese punto se extendió poco a poco, pasando del cristal a la pared y de la pared a fuera de la habitación. Por primera vez aquella noche yo no quería salir corriendo, no quería ir fuera y ver dónde terminaba ese nuevo rastro, pero ya no controlaba mi cuerpo; mis ojos seguían la línea marrón mientras que mis pies daban pasos para no perder el dibujo horizontal. Estaba tan absorta en ello que incluso seguía el rastro con mis dedos heridos, haciendo que la sangre se renovara. Salí de la habitación. La línea continuaba por todo el pasillo hasta llegar al pomo de la próxima habitación y allí terminaba.

Mi cabeza ya sabía lo que iba ver tras aquella puerta o se lo imaginaba al menos, pero no quería comprobarlo, aunque mi mano se adelantó. Giró la manilla y algo chirrió; desgraciadamente pronto me di cuenta que ese sonido no provenía por haber abierto la puerta. Dentro de la habitación como dos fantasmas flotando, se podían distinguir dos cuerpos, pero éstos no flotaban. El chirriar que había oído al entrar era el de las dos cuerdas atadas a las vigas del techo que oscilaban lentamente como si de péndulos se tratara. Un par de metros por debajo de ellos estaba la cama totalmente descubierta y empapada con la sangre que caía desde el abdomen de ambos muertos. No les quería mirar, pero algo me impedía apartar la vista; quizá el querer saber si los conocía, pero tras un par de minutos observándolos en silencio me di cuenta de que no, no los había visto en mi vida. Por inoportuno que parezca, este hecho me proporcionó una pequeña dosis de alivio que pronto desapareció. Una vez más me fijé en la ventana de la habitación, había otro mensaje para mí o la continuación del anterior mejor dicho “…as I killed them”. Algo se movió a mi derecha. Había un cuerpo más apoyado en la esquina, al parecer estaba a punto de caerse. Sí era un cuerpo, pero éste no estaba muerto. Algo brilló cerca de su mano, algo parecido al metal, algo como una hoja.

En aquel momento se despertaron de golpe todos mis sentidos y eché a correr lo más deprisa que podía, primero saliendo de la habitación y después a lo largo del pasillo. Pero tropecé y me di de bruces contra el suelo. El pasillo era demasiado oscuro como para poder ver con exactitud aquello que me había llevado a caer, por eso me acerqué. Era otro cuerpo, el tercer muerto de la noche, pero éste tenía los ojos hundidos como si se los hubiesen metido hacia dentro con los pulgares. Seguía en el suelo y todas las fuerzas que había recuperado hacía un momento ya no estaban, se habían esfumado por completo. Oí unos pasos que se acercaban por el pasillo y de vez en cuando se podía ver el destello que generaba la poca luz al chocar contra el cuchillo. Al cabo de unos segundos aquella figura estaba a mi lado hundiendo su hoja en mí, y yo completamente petrificada, gritando eso sí, pero sin poder defenderme para escapar.

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