“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

jueves, 29 de noviembre de 2007

Camino de Vuelta


Debe de ser aún pronto porque no hay mucha luz entrando por las rendijas de la persiana. Me doy la vuelta intentando encontrarte, pero sólo me tropiezo con un hueco vacío en la cama. Paso mi mano por ese gran hueco que ha dejado tu ausencia, pero sólo me sirve para confirmar lo que ya sabía. No estás, hace mucho tiempo que no vienes a arroparme, ni a darme un beso de buenas noches, ni siquiera a permitirme quedarme dormida entre tus brazos. Ahora hasta las sábanas más suaves arañan mi piel porque tú no estás, porque no pueden aprender de tu dulzura, porque te has ido.

Recuerdo las primeras noches así, en las que en plena madrugada, hallaba el hueco que habías dejado en mi cama, en mi vida, pero sobre todo en mi alma. Aquellas noches en las que rompía a llorar durante horas hasta quedarme dormida de puro cansancio y encontrar la almohada aún húmeda a la mañana siguiente. No ha cambiado mucho todo eso. Ya no me saltan las lágrimas tan a menudo, pero las grandes sensaciones de vacío y soledad se siguen apoderando de mí a altas horas de la noche, cuando todo el mundo duerme y yo solamente puedo pensar en que no estás a mi lado, ni hoy, ni ayer, ni hace tantos y tantos meses. Ya no puedo girarme en plena oscuridad y sentir que estás ahí, aunque sea dormido y descansar sobre tu pecho mientras te oigo respirar con la mayor tranquilidad del mundo.

Me he levantado con desgana. Vaya, el camisón está incluso más arrugado que las sábanas, todo por culpa de estar horas dando vueltas en la cama recordando, recordándote. Subo la persiana y unos nubarrones grises me saludan desde lo lejos; es más de día de lo que había pensado en un principio. Cruzo la habitación, pero muy a mi pesar me encuentro de frente con el espejo que hay en el rincón. Es de los grandes, de esos que muestran toda tu figura y te apuñalan con la más cruel realidad. Entiendo por qué te fuiste de mi lado, no tengo más que mirarme a través del espejo y devolverle la mirada a esa figura que hay dentro de él, esa sombra que dicen que soy yo, sin nada por lo que poder ser querida y llena de mil y un defectos, todos ellos desquiciantes. Te entiendo y no te culpo, me culpo a mí. Esa imagen me da tanta rabia…¿de verdad soy yo? No lo soporto, no me soporto.

Sin pensarlo siquiera cojo el teléfono que hay en la mesita y se lo lanzo con la mayor fuerza que puedo. La misma imagen me sigue devolviendo la mirada, sólo que esta vez en trozos quebrados, algunos aún en pie, otros muchos en el suelo. Me adelanto para arrancar todos los pedazos que quedan colgando del marco del espejo. La planta de mis pies pisa sin darse cuenta los fragmentos afilados del suelo, pronto empiezan a formarse charcos de sangre, pero no me aparto, sigo quitando hasta el último de los trozos para así evitar ver esa figura de ahí dentro.

Tras asegurarme de que no queda ninguno más en pie salgo lentamente de la habitación, posando los pies con cuidado sobre la alfombra, intentando que los fragmentos de espejo no se me incrusten más. Voy hasta el baño y justo antes de cerrar la puerta me fijo en que mis huellas han quedado impresas en el suelo, simulando un camino. “Un camino hacia mí” pienso. Un camino hecho de dolor, de sufrimiento, pero no por el espejo, sino por ti, por tu ausencia, por tu partida, por mi soledad. Quizá si algún día vuelvas y veas esas pisadas, son la senda que te trae de vuelta a mí.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Voces de Depresión

Era uno de los más antiguos de la casa o el que menos se habían molestado en repararlo al menos. Hacía varios años que no servía para nada que no fuese amontonar trastos viejos y polvo en cualquiera de sus rincones, sólo que aquel día ella estaba allí, sentada en el suelo, sujetando las rodillas contra el pecho, intentando refugiarse del resto del mundo, queriendo quedarse en la tranquilidad que le proporcionaba la soledad. Únicamente la pequeña bombilla que colgaba del techo era la encargada de proporcionar un poco de luz a aquella estancia, bombilla sin ningún tipo de tulipa, pues nadie se molestó en poner una nueva cuando ésa se rompió. A ella no le importaba que no hubiese demasiada luz, es más, lo prefería así, necesitaba perderse en sus pensamientos y de haber colores muy intensos perdería su ensimismamiento. La pequeña fuente de luz comenzó a oscilar muy levemente a causa de un viento sin procedencia concreta. Tras varios parpadeos se apagó, bañando toda la estancia de una oscuridad casi total. Fue entonces cuando ella sintió algo, algo que no debía estar allí y levantó la mirada en su busca, pero sólo se tropezó son sombras que danzaban con ritmos diferentes. Intentando escuchar algún tipo de ruido agudizó el oído hasta conseguir captar varios susurros dirigidos a ella.

-Hacía mucho que no hablábamos.

-¿Dónde estás? ¿Quién eres? Nunca he hablado contigo, ni siquiera sé quién eres.

-Claro que lo sabes niña. Escucha atentamente mi voz, ya la conoces, la habías oído antes. Soy la que siempre viene a decirte la verdad.

-¿Y para qué has venido hoy aquí?

-Te he visto muy sola, aquí arriba tan triste. ¿Por qué no vas con el resto?

-Hoy no quiero estar con ellos, me apetece estar sola un buen rato, necesito tranquilidad.

-¿Estás segura de que eso es cierto? Porque yo creo que lo que dices y la realidad no coinciden en absoluto. Me parece más bien que son todos ellos los que no quieren estar contigo, los que quieren que les dejes solos y en la tranquilidad que da el hecho de no estar contigo.

-No sabes lo que dices.

-Claro que lo sé. Estás fuera de sus vidas, no te quieren en ellas, te han dejado completamente sola, no formas parte de nadie y sabes tú mejor que cualquiera que no les importas a ninguno de los que hay ahí afuera.

-Eso no es verdad…Quizá no haya muchos, pero está mi familia que intenta apoyarme siempre que puede, mis amigos que me animan en los malos momentos y casi nunca me fallan, y…

-Y…¿él? Veamos…tu familia…no haces más que causarles problemas y sumergirles en disgustos uno tras otro. No, no te hagas ilusiones en vano, lo único que consigues cada día es que se angustien por lo desastre que eres, seguro que se sentirían más aliviados si tú dejases de meter la pata cada dos por tres, si dejases de molestarlos con todas tus ocurrencias absurdas…Tus amigos…¿realmente existen? Vamos, niña, ya sabes la respuesta. Quizá como mucho puedas llamarles conocidos, pero ¿amigos? Tú no sabes lo que es eso, siempre te alejas de ellos, manteniendo las distancias. Con esa conducta fría nadie va a confiar en ti y sabes que es así, no te engañes. No se quejan de ti a la cara, por supuesto que no, pero cuanto menos tiempo estén contigo mejor para ellos….Y él…por favor, ¿qué puedo decir? Tanto que te importa y te da terror llamarle por teléfono, pero no es por no molestarle ¿a que no? Por mucho que intentes autoconvencerte ambas sabemos que la mayor de las razones es por que sabes que pensará algo así como “¿Para qué demonios me llama?”, pero también sabes que por mucho que lo piense no te lo dirá, pero simplemente por pura educación, nada más.

-¡No, mientes, basta ya! Nada de lo que has dicho es cierto, ¡no pienso escucharte más!

-No necesito que me escuches, dentro de ti sabes que todo lo que estoy diciendo es verdad, es más, es lo que en el fondo piensas, pero nunca te atreverás a admitirlo en voz alta, siempre has preferido dejar ese pequeño margen de duda para sentirte a salvo, para no tener que enfrentarte con toda esa realidad. Por mucho que intentes negarlo siempre pensaste así e incluso hoy sabes que todo esto es cierto. ¿Niña, de qué te sirve negarlo? El simple hecho de estar aquí sentada medio sollozando me da la razón. Absolutamente nadie te ha incluido dentro de su vida, estás sola, sin nadie que suba a hacerte compañía…¿realmente crees que alguien se dará cuenta de que falta ahí abajo? ¿Y aunque se den cuenta…crees que les importará? Mientras estés aquí no puedes hacer daño a nadie, no puedes molestarles, ni amargarles, ni nada de nada. Estarán más contentos mientras tú sigas aquí arriba.

-No sigas, yo ya sé lo que pienso, sé lo que tengo en la cabeza….y hay muchas cosas en las que creo que tienes razón. ¿Pero y si no es así? ¿Y si eres tú quien me está bloqueando, quien me impide pensar con total claridad?

-No te engañes, no vale de nada. Es mejor que lo aceptes cuanto antes. Ya te he demostrado que no sirves para nada, yo te estoy siendo completamente sincera, pues no tengo motivos para mentirte, sólo quiero ayudarte a que comprendas que tu sitio está aquí arriba completamente sola y no ahí abajo, déjales ser felices. Lo que te digo no es para hacerte daño, es para que veas la realidad, pero no te preocupes, yo te haré compañía, puedes quedarte aquí llorando, no molestarás a nadie, nadie se acordará de ti.

Tras unos instantes de silencio la bombilla que colgaba del techo parpadeó hasta volver a encenderse y ella siguió allí acurrucada, perdida en sí misma y con la cabeza ladeada, como si la estuviese apoyando sobre el hombro de alguien.

domingo, 25 de noviembre de 2007

¿Qué es la amistad?

Este texto fue creado el dos de marzo del 2007 pocos días después de mi vuelta al mundo literario tras una pausa de varios años. Hoy, cuando mi vida está llena de traición, comparto estas líneas con vosotros para recordarme a mí misma lo que pensaba hace no muchos meses e intentar que estos temas no me hagan perder la sonrisa. Espero tener fuerzas y argumentos suficientes para poder seguir defendiendo esta opinión.


¿Qué es la amistad? Por muy sencilla que parezca la respuesta quizá tengáis problemas para definir esta palabra. He conocido a varias personas que han intentado dar su versión acerca de la amistad y lo cierto es que podría dividirlas principalmente en dos grupos. En el primero está todo aquel que opina que sólo se tienen amigos para poder pedirles favores, por lo que creen que no es más que un contrato en el que, mientras las dos partes cumplan con lo suyo, esa “amistad” seguirá en pie, pero que en cuanto deje de darse alguna de las cláusulas convenidas, todo se habrá acabado. En el segundo grupo se encuentran los que por culpa de los anteriores han acabado pensando así. Me explico: unos tienen amistades únicamente para poder sacar algún beneficio y los otros creen que no existe más gente que piense de otro modo, es por ello que están sumergidos en el pesimismo, creyendo así que no hay nadie que no vea a los amigos como simples partes de un contrato.

Yo, a mis casi dieciocho años, estoy en disposición de poder anunciar a los dos grupos ya mencionados que ambos se equivocan. Puede que sea parte de una minoría o incluso que sólo yo piense así, quizá por ser demasiado ingenua e inocente y pensar que siempre queda algo bueno en las personas que merezca la pena ser salvado. En mi opinión (que no es más que eso, sólo una opinión entre miles y miles distintas que pueda haber) si se tiene un amigo no es para sacar todo el beneficio posible, no es para poder pedirle cien favores y que esté “obligado” a cumplirlos en nombre de esa amistad. Esas personas son especiales, tienen algo que únicamente ves tú y que por eso decides que valen mil sacrificios intentar pelear por ellos. No hay que esperar a “deberles” un favor para ayudarles o portarse bien con ellos, simplemente es algo que sale de dentro. Les das todo lo que puedes porque te importan, porque es gente que se lo merece (las cosas buenas, por supuesto) y saber que algo les va mal te parte el alma. Por ello aviso a mis amigos que si hace falta les ofrezco hasta mi voz cuando necesiten gritar y no puedan. También les digo que quizá no consiga darles todo lo que necesiten (cosa que no será por no haberlo intentado), pero que todo lo que les de será cuanto tenga. Porque para mí la amistad no es dar esperando recibir, es dar sin esperar nada a cambio, pero que como la otra persona piensa parecido al final ambos salen ganando. Hay que saber que lo importante no es lo que les puedas pedir y que encima al darles todo obtendrás algo que no querrás cambiarlo por nada: la sonrisa que te dedican por haber intentado al menos ayudarles (aunque después no saliese bien) y la alegría que les produce saber que tienen a alguien que intenta cuidarles.


Después de todo este rollo que os he metido, creo que sólo me queda concluir diciendo que si alguien es lo suficientemente especial como para poder considerarlo tu amigo, se merece todo el cariño que puedas darle. Y recordad que el mayor regalo que te pueda hacer un amigo es justo eso, que sea tu amigo.

Cuidad de cada amigo como si fuese el único en el mundo que te comprende, anima y alegra.

martes, 20 de noviembre de 2007

Aunque la eternidad dure un segundo


He abierto los ojos, estoy entre tus brazos y tú observándome con la mirada más dulce que haya visto nunca. Luego sonríes y surgen de tus labios las primeras palabras del día que oigo, un te quiero en un susurro seguido de un cálido beso en la frente. Suena tan bien que cierro los ojos durante unos momentos para que tus palabras rocen mi piel, acaricien mis labios y así poder saborearlas mejor.

Sé que podría pasarme cada día que me queda aquí, abrazada a ti, alumbrada por el increíble brillo de tus ojos, tranquila gracias a la suavidad de tu sonrisa y alimentándome únicamente de tus besos. Mis pensamientos hacen que me ruborice ligeramente, sé que te has dado cuenta, pero finjo que ha sido a causa de los acogedores rayos del sol que nos dan los buenos días a ambos. Respondo con una tímida sonrisa al comprobar que no tienes la más mínima intención de apartar tus ojos de mí durante bastante tiempo. Sabes de sobra que me pone nerviosa que te quedes observándome tan fijamente, pero eso mismo es lo que te divierte. Tras un rato son mis ojos los que quieren encontrarse con los tuyos, ambos sonreímos y terminamos en un baile de miradas, en el que al final se unen las caricias.

Acercas tus labios a mi oído, rozando en el camino mis mejillas y de una forma aún más suave que antes vuelves a susurrarme un dulce te quiero. Esto produce en mí una inimaginable sensación de felicidad, como si esas palabras creasen un escudo protector que me impiden seguir teniendo cualquier tipo de preocupación posible. Te abrazo más fuerte que antes, apoyando mi cabeza sobre tu hombro, pero intentando que mis oídos queden lo más cerca posible de tu boca para así no perder ni una sola de tus palabras.

Tú acaricias mi espalda muy lentamente, lo que me provoca un leve cosquilleo que se extiende por toda mi columna. Me siento como si estuviese acostada sobre capas y capas de algodón con suaves sábanas de seda cubriendo todo mi cuerpo. Sigues dándome pequeños besos en la frente susurrando de vez en cuando alguna que otra frase, haciéndome sentir todavía mejor. Si sigues así conseguirás que me quede dormida por la inmensa tranquilidad que me proporcionas. Pero ahora sólo quiero volver a escuchar esas dos palabras tan exquisitas. Dime que me quieres. Dime que me querrás para siempre, aunque la eternidad dure un segundo y al minuto siguiente te hayas olvidado hasta de mi nombre.

lunes, 19 de noviembre de 2007

A fuego lento

Yo sólo pongo las palabras, cada cual que cree las imágenes en su mente.

Era una noche en pleno invierno, la nieve ocultaba todos los caminos e incluso el solitario coche que permanecía estacionado cerca de la cabaña. Dentro la chimenea estaba encendida y ellos dos tumbados desde hacía rato en el sofá. Todo el mundo daba por deshabitado aquel lugar, nadie hubiese imaginado que ellos estaban allí, por esa razón habían elegido tal sitio. Hacía un par de horas que una manta gris era lo único que protegía sus cuerpos. Él estaba tumbado sobre ella, con la cabeza apoyada en sus senos mientras con las yemas de los dedos los acariciaba lentamente. Ella sostenía en una mano un cigarro a medio terminar, depositando la ceniza en el recipiente que había dejado en el suelo para intentar manchar lo menos posible aquel sitio en el que se suponía que no estaban; con la otra rozaba el fino cabello de su pareja indicándole su aprobación ante aquellas caricias clandestinas.

Entre calada y calada él pasaba su lengua por el labio inferior de ella de la manera más suave que le era posible, hasta que el cigarro se consumió por completo. El pequeño roce con la lengua dio paso a un beso interminable en que apenas se podía apreciar dónde terminaban los labios de uno y comenzaban los de la otra. Tras unos minutos él desvió su boca hacia el cuello y empezó a deslizarla por aquel cuerpo que tenía debajo. Cruzó por sus hombros, bajó hacia sus pechos donde se entretuvo largo rato y continuó dejando un rastro de saliva por todo su vientre hasta llegar ligeramente más abajo del ombligo. Se detuvo y pasó su dedo índice creando una línea horizontal justo a la altura dónde, varias horas antes, había estado el elástico de su ropa interior. Dibujó la misma línea una segunda vez, esta vez con la lengua y mucho más despacio; mientras tanto, levantó la vista para clavarla en los ojos de ella y comprobar que seguramente sólo podría estar pasando una palabra por su mente: deseo. Sabía perfectamente dónde quería ella que acabase su boca, incluso hizo un amago de continuar su ruta, pero su boca saltó directamente hasta los muslos y comenzó a besarlos. Quería provocarla, hacer que lo deseara aún más y desde luego que lo estaba consiguiendo. No la hizo esperar más y volvió a la ruta que había dejado sin terminar, a modo de respuesta recibió un ligero estremecimiento seguido de un gemido que denotaba placer. Mientras se limitaba a sentir, ella cogió la mano de él que seguía cerca de sus muslos y la acompañó hasta sus senos, que hacía varios minutos que se encontraban algo abandonados.

Tras unos intensos minutos, ella se incorporó y volvió juntar una vez más sus labios con los de él, claramente más cálidos. Él adelantó su cuerpo en señal de que quería recostarse sobre ella y seguir besándola, pero ella tenía otros planes. Una vez tumbados ella lo apartó a un lado y después se recostó sobre él, ahora era ella quien quería hacer algo. Al igual que antes, comenzó a trazar una ruta por su pecho, pero ahora con los dedos mientras la boca los seguía varios centímetros por detrás. A mitad de camino sus labios se detuvieron, pero su mano no, ésta llegó a su destino, provocando una sensación de placer que iba incrementando según transcurrían los minutos. Mientras tanto su boca retrocedió en aquel recorrido, volviendo al cuello, al lóbulo de la oreja, incluso a sus labios. Entre algunos besos aprovechaba para mordisquear ligeramente con sus dientes el labio inferior y después pasaba la lengua creando en él un cosquilleo que le encantaba. Luego se deslizó sobre su pecho rozándolo intencionadamente con los suyos y finalmente su boca fue a acompañar a su mano para hacerle sentir más detenidamente el contacto tanto de sus labios como de su lengua. La respiración de él iba aumentando poco a poco gracias a las caricias que le proporcionaba su compañera.

Tiempo después él la atrajo hacia sí, dándole a entender que quería tenerla encima. Ella se sentó sobre él y pronto comenzaron los movimientos incesantes y los jadeos. Ni los besos ni las caricias cesaron en toda la noche mientras ellos ardían en la pasión, más intensamente incluso que aquel fuego encendido que perduraba en la chimenea.



sábado, 17 de noviembre de 2007

Réquiem


Él estaba frente al espejo terminando de arreglarse los cuellos de la camisa que se habían descolocado ligeramente al ponerse la chaqueta. Ya estaba listo, completamente impecable, con los puños bien abrochados y la camisa sin una sola arruga. Se deseó suerte a sí mismo y cruzó todo el pasillo barnizado hasta llegar a unas inmensas puertas de roble con un pomo antiguo de color bronce. Se detuvo un momento ante ellas, respiró hondo y las abrió con decisión.

Estaba en lo alto de las gradas; a sus pies más de cien filas con asientos aterciopelados de color granate esperando a ser ocupados por las miles y miles de personas amantes de aquellos eventos. No era muy habitual que el propio artista entrase por aquellas puertas, pero a él le encantaba ver las caras de su público antes de cada actuación, sentir su calor y su cercanía. Aquella noche aún no había nadie sentado en las numerosas butacas aunque eso a él le daba igual, en su cabeza imaginaba aquel auditorio abarrotado de gente, todos expectantes de su entrada, aplaudiendo mientras bajaba las escaleras hasta llegar al pie del escenario. Nunca cesaba la inmensa ovación hasta que él no ocupaba su sitio en el piano de cola que estaba justo en medio del escenario. Estaba todo preparado, el piano, brillante como de costumbre, ya abierto, invitaba a sus dedos expertos a que lo acariciaran con suavidad, pero al mismo tiempo con firmeza. Las partituras se posaban sobre el instrumento, desplegadas seguramente desde la noche anterior. No pasaba nada si alguien decidía cogerlas porque hacía años que él ya no las necesitaba. Había interpretado aquella obra tantas veces que sus dedos se movías solos por el teclado, no era necesario ver las notas escritas, las tenía en su cabeza.

Todos los aplausos imaginarios cesaron en cuanto el pianista ocupó el taburete preparado para su altura. Silencio, durante unos segundos interminables no se oyó más que silencio. Un gesto pausado sobre el piano dio inicio a la interpretación. Durante los próximos minutos el auditorio se lleno de una explosión de sonidos enlazados entre sí de manera soberbia que hubiesen creado mil sensaciones distintas a cualquier oyente. La impecable matización podía provocar un cambio desde la más absoluta tensión hasta la calma más tranquilizadora en cuestión de segundos y todo eso gracias a los fortes interpretados con energía, pero sin dureza y a los pianissimos dulces y delicados, pero de sonido brillante.

Él seguía absorto en su obra, consiguiendo que sus dedos casi volaran sobre aquella alineación de teclas blancas y negras, y apenas se dio cuenta que alguien había subido al escenario y estaba frente a él desde el otro lado del piano. Minutos después ya sabía que aquel extraño estaba allí, pero no levantó la vista ni detuvo su interpretación; bajo ningún concepto debía dejar una obra sin terminar, eran sus principios como pianista. Además ya sabía para qué había ido aquel hombre allí, sabía lo que iba a hacer y por supuesto, sabía que nada podría evitar que pasase. Había entablado una cierta relación de amistad con la gente equivocada, sobre todo porque no podía devolver los favores que aquellos nuevos “amigos” le habían hecho. El otro hombre extendió el brazo empuñando un revólver antiguo, pero no disparó. Quizá por respeto o consideración decidió esperar a que terminase aquella interpretación, la última de todas. Segundos después de dar la última nota estalló en la mente del pianista una inmensa ovación del público que no tenía, mayor incluso que la primera de cuando había aparecido a lo alto de las gradas. Junto con todos aquellos aplausos se mezcló el inconfundible sonido de un disparo que hizo que el cuerpo del intérprete se desplomase sobre el instrumento que había dominado durante tantísimos años.

No tardaron en llegar los encargados del auditorio y ver manchado de sangre el teclado que aquella noche debía ser protagonista, pues el concierto comenzaba en unos quince minutos. No había cuerpo ni explicación posible al ruido que habían escuchado muchos de los que se encontraban en el edificio. Minutos más tarde las butacas comenzaron a llenarse de gente bien vestida para la ocasión. El piano parecía impoluto, como si lo acabasen de construir y pulir. Comenzó el evento y uno de los pianistas que debía aparecer aquella noche no hizo acto de presencia, pero no importó, el espectáculo debía continuar.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Pesadilla de la madrugada del 3 de noviembre

La poca luz de las farolas que entraba en la habitación engañaba a mi vista haciéndome creer que las paredes eran de un gris azulado oscuro en vez de blancas. Comenzó a oírse un fuerte pitido que provenía al parecer de las baldas de al lado de mi cama. Maldito despertador, seguro que se olvidó apagarlo. A tientas busqué el reloj creyendo que sería fácil apagarlo, pero por más que presionara el botón para que cesase la alarma, ésta no dejaba de sonar. Decidí entonces incorporarme, cogí el despertador y para mi sorpresa, descubrí que no era eso lo que sonaba, aunque en ese momento el pitido paró tan repentinamente como había empezado. Supongo que estaba demasiado agotada como para darme cuenta que lo más probable era que procediese de la habitación de los vecinos que estaba justo en frente de la mía.

Me quedé unos minutos mirando la hora sin saber muy bien en qué pensaba, como ensimismada. Las cuatro de la mañana, demasiado tarde para algunos, muy pronto para otros, y yo ahí, intentando una vez más conseguir dormir antes de que saliera el sol. Seguramente el resto de la casa llevaría durmiendo varias horas, pero pronto pude apartar esta teoría de mi cabeza. La cama contigua a la mía estaba vacía, ni siquiera la habían descubierto. Agudicé el oído para intentar percibir algún ruido que me permitiese saber si había alguien en casa, pero no escuché nada. Aquello resultaba bastante raro ya que normalmente cuando me despertaba de madrugada podía oír la respiración del resto de las personas que había bajo mi mismo techo. Intenté encender la luz de la mesilla sólo para comprobar si mi visión volvía a gastarme otra de sus bromas a las que ya me tenía bastante acostumbrada, pero no ocurrió nada. Quizá estaba suelta la bombilla. ¡Argg! Suelta no, estaba rota, como si hubiese estallado y los fragmentos que aún quedaban en pie se me clavaron en los dedos consiguiendo que soltase un quejido. Pese que no entraba demasiada luz pude ver que mis dedos comenzaban a gotear sangre. Intenté que las sábanas no se mancharan, aunque pronto todo eso dio igual.

Empecé a oír un pequeño crujido que provenía del techo; algo estaba empujando la lámpara haciéndose un hueco para salir de ahí arriba. Un líquido marrón salía a borbotones desde allí, pero no caía al suelo, sino que se extendía desde el centro del techo hasta las esquinas. Marrón….no estaba segura de que ése fuese realmente su color. Entonces con el pulgar palpé mis otros dedos heridos y me fijé en su color. También parecía marrón, del mismo tono de aquel líquido que se propagaba por todo el techo. Un olor a cobre inundó la habitación y todas las dudas se disiparon de mi cabeza, pese a que no tenía forma real de comprobarlo. La sangre se extendía lentamente hacia las esquinas, pero antes de llegar a su destino unas cascadas del mismo líquido comenzaron a precipitarse por las paredes.

Miraba a todos sitios sin saber qué hacer, sin poder moverme siquiera. En una de las paredes aún se podía ver el dibujo que las cortinas creaban sobre su pintura blanca, pero había algo debajo de aquella imagen. En vez de a la pared dirigí mi vista hasta la ventana, no había duda, tras las cortinas se podía ver algo emborronado. Me acerqué despacio porque todos los miedos que estaban creciendo en mí me paralizaban poco a poco. Al apartar la cortina quise gritar, pero también tenía miedo de salir, por lo que al final quedó en un grito ahogado. Unos centímetros por encima de mi cabeza había escrito un mensaje, un mensaje dirigido a mí. Letras marrones aunque yo sabía que realmente eran rojas, escritas sin ninguna prisa, queriendo provocar en mí un sentimiento de terror inconfundible. “I’m gonna kill you…” rezaban aquellas sangrientas letras. Las sensaciones de angustia, desesperación y terror se habían adueñado de mi cuerpo, no me podía mover y aún así era incapaz de apartar la vista de aquellas palabras. En ese momento el último punto comenzó a alargarse. Al igual que si alguien hubiese caminado mientras apoyaba una pinturilla, ese punto se extendió poco a poco, pasando del cristal a la pared y de la pared a fuera de la habitación. Por primera vez aquella noche yo no quería salir corriendo, no quería ir fuera y ver dónde terminaba ese nuevo rastro, pero ya no controlaba mi cuerpo; mis ojos seguían la línea marrón mientras que mis pies daban pasos para no perder el dibujo horizontal. Estaba tan absorta en ello que incluso seguía el rastro con mis dedos heridos, haciendo que la sangre se renovara. Salí de la habitación. La línea continuaba por todo el pasillo hasta llegar al pomo de la próxima habitación y allí terminaba.

Mi cabeza ya sabía lo que iba ver tras aquella puerta o se lo imaginaba al menos, pero no quería comprobarlo, aunque mi mano se adelantó. Giró la manilla y algo chirrió; desgraciadamente pronto me di cuenta que ese sonido no provenía por haber abierto la puerta. Dentro de la habitación como dos fantasmas flotando, se podían distinguir dos cuerpos, pero éstos no flotaban. El chirriar que había oído al entrar era el de las dos cuerdas atadas a las vigas del techo que oscilaban lentamente como si de péndulos se tratara. Un par de metros por debajo de ellos estaba la cama totalmente descubierta y empapada con la sangre que caía desde el abdomen de ambos muertos. No les quería mirar, pero algo me impedía apartar la vista; quizá el querer saber si los conocía, pero tras un par de minutos observándolos en silencio me di cuenta de que no, no los había visto en mi vida. Por inoportuno que parezca, este hecho me proporcionó una pequeña dosis de alivio que pronto desapareció. Una vez más me fijé en la ventana de la habitación, había otro mensaje para mí o la continuación del anterior mejor dicho “…as I killed them”. Algo se movió a mi derecha. Había un cuerpo más apoyado en la esquina, al parecer estaba a punto de caerse. Sí era un cuerpo, pero éste no estaba muerto. Algo brilló cerca de su mano, algo parecido al metal, algo como una hoja.

En aquel momento se despertaron de golpe todos mis sentidos y eché a correr lo más deprisa que podía, primero saliendo de la habitación y después a lo largo del pasillo. Pero tropecé y me di de bruces contra el suelo. El pasillo era demasiado oscuro como para poder ver con exactitud aquello que me había llevado a caer, por eso me acerqué. Era otro cuerpo, el tercer muerto de la noche, pero éste tenía los ojos hundidos como si se los hubiesen metido hacia dentro con los pulgares. Seguía en el suelo y todas las fuerzas que había recuperado hacía un momento ya no estaban, se habían esfumado por completo. Oí unos pasos que se acercaban por el pasillo y de vez en cuando se podía ver el destello que generaba la poca luz al chocar contra el cuchillo. Al cabo de unos segundos aquella figura estaba a mi lado hundiendo su hoja en mí, y yo completamente petrificada, gritando eso sí, pero sin poder defenderme para escapar.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Anoche soñé que no te había olvidado

Anoche soñé que no te había olvidado,
que quería estar contigo,
que te seguía amando.
Pensé que aún vivías en mi corazón
y yo sufría por amor,
amor que no me habías dado.
Anoche desperté de tu sueño,
pero esta vez sin lágrimas,
sin razón para más llantos.
Recordé lo que era quererte,
lo que era sufrir sin motivos
y decidí llamar al Olvido
para que viniera a buscarte.
Anoche soñé que no te había olvidado,
recordé entonces algo aprendido
y es que sueños que se cumplen
realmente no hay ninguno.
Pero al igual que antes
cuando soñaba que me querías,
comprendí que el no olvidarte
ya no existía
porque el Olvido te llevó
hace tiempo de mi lado,
incluso de mis fantasías.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Llamas de recuerdos

Empezaba a caer la tarde y la luz del sol daba a los antiguos vagones de tren un brillo dorado. Hacía mucho que estaban allí aparcados sobre vías por las que en su día habían pasado trenes que se dirigían a la gran ciudad transportando importantes mercancías. Ahora sólo servían como cobijo de algún vagabundo o escondite de parejas jóvenes que buscaban apartarse de la multitud por unas horas.

Aquella tarde tuvieron una visita inesperada aquellos vagones casi oxidados. Una muchacha paseaba sin ningún rumbo exacto siguiendo la línea que las vías dibujaban en el suelo con pasos tímidos y lentos haciendo crujir bajo su calzado la poca hierba que crecía en esa zona. No hacía caso de nada de lo que tenía a su alrededor sólo caminaba, unos tramos intentando mantener el equilibrio sobre el camino de hierro y otros andando a un lado de éste. Tras un rato se detuvo frente a un vagón de mercancías que estaba abierto y apoyando un pie en las ruedas consiguió empujar su cuerpo hacia el interior. Allí se sentó durante un buen rato sin hacer otra cosa que mirar cómo el sol bañaba todo el paisaje con sus rayos.

Tardó un tiempo en salir de su ensimismamiento y finalmente se fijó en una carpeta que llevaba consigo. La miraba con aire dudoso, no estaba segura de si se atrevería a abrirla y repasar una vez más todo lo que había en su interior. Aún teniendo tantas y tantas inseguridades decidió volver a echar un vistazo. Allí encontró antiguas fotos en las que había quedado atrapada la esencia del momento en el que se hicieron, también había cartas escritas a mano con letra cuidada y perfectamente legible. Un par de lágrimas comenzaron a asomar por sus ojos y por mucho que trató de contenerlas, acabaron rodando por sus mejillas hasta caer en una de las fotos que estaba mirando. Pasó el pulgar por encima para quitar la gota, pero su dedo se paseó por el rostro que había en aquella fotografía incluso después de haberla secado. Había pasado varios meses de su vida acariciando esa piel tan suave que ahora sólo podía recordar a través de imágenes. Sé fijo en los ojos tan intensos y expresivos incluso en esos labios sonrientes que tantas veces la habían besado; un torbellino de recuerdos le bloquearon a garganta e hicieron que su labio inferior comenzase a temblar, siendo éste uno de los primeros indicios de que sus sentimiento de tristeza no tardarían en adueñarse de ella.

Había demasiados recuerdos en aquella carpeta y no quería que gobernasen sobre ella. Sacó un mechero del bolsillo del pantalón y prendió una llama, acercándola a esa foto que tantos recuerdos felices guardaba, pero que al mismo tiempo traía sentimientos muy melancólicos y grises. Pronto comenzó a arder desde la esquina propagándose por toda el área. Dejó aquella imagen en el suelo para que terminase de arder y fue añadiendo más fotografías que sacaba de su carpeta. Antes de arrojarlas al fuego se detenía frente a ellas, recordando esos momentos, haciendo un esfuerzo por no estallar en lágrimas. Veía como las llamas iban consumiendo un sentimiento de felicidad que hacía mucho que se había esfumado. Llegó la hora de las cartas. Las releía antes de deshacerse de ellas, algunas frases incluso varias veces. Todas acababan con las mismas dos palabras que tan hermosas habían sido en una época, pero que en aquel momento sólo abrían más heridas de dolor y tristeza. Las echó todas sobre el fuego haciendo que el humo esparciese cada uno de esos “te quiero” por el aire y la abrazasen una última vez antes de desaparecer por completo. Varios minutos más tarde sólo quedaba un montón de cenizas a su lado y ella contemplaba como moría el sol a manos del horizonte, pensando que de igual modo murió tanto amor, sólo que éste último no renacería a la mañana siguiente.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Sueños Rotos

Las pequeñas gotas de agua que se posaban en las hojas de los árboles empezaban a resbalarse hacia suelo ya húmedo por culpa de la tormenta de la mañana. Varias de esas frías gotas caían sobre mis pies mientras andaba sin ninguna prisa por ese sendero decorado a los lados por los robustos y frondosos árboles. Cada paso que daban mis pies descalzos sobre la hierba resonaba a lo largo de todo el camino y de cuando en cuando mis dedos se topaban con ramas muy finas y, al parecer, inofensivas que no me daba tiempo a esquivar por lo que tenía que acabar pisándolas. Creía que me estaban lacerando las plantas de los pies todas esas pequeñas maderas, aunque no me preocupaba mucho. Me desvié del sendero y me vi obligada a aferrarme a los troncos de los árboles para no perder el equilibrio. Sabía donde iba, había estado tantas veces que podría repetir el camino incluso con los ojos cerrados. Unos pocos metros me separaban de mi destino, ése que me provocaba una sensación de entusiasmo que se incrementaba a cada paso que daba para acercarme.

Aparté unas hojas que estaban a la altura de mis ojos para poder ver lo que había más allá. Ahí estaba. Una visión preciosa, realmente difícil de describir en todo su esplendor. La fina hierba daba paso al pie de una cascada de agua totalmente cristalina. Incluso el sonido el agua al caer conseguía crear un ambiente en el que parecía que se respiraba toda la paz y la ilusión del mundo. No pude contenerme y me adentré dentro de las aguas que descendían desde tan alto que se podía pensar que caían directamente del cielo. Su frescura me acogió los brazos abiertos. Tal era la tranquilidad que me invadió en aquel momento que mis ideas, pensamientos y sueños se mezclaron con las aguas dulces, recorriendo toda su extensión e incluso subieron hasta lo más alto para divertirse dejándose caer por la corriente hasta volver donde yo estaba. Pero no todo lo que había salido de mi cabeza había vuelto a mí aún. Los sueños se habían quedado petrificados, indecisos, allá arriba de la cascada. Al cabo de un rato ellos también saltaron, pero la diversión había terminado. Cada sueño caía abrazado a varias gotas de agua, pero en algún punto entre lo alto de aquella cascada y yo esas gotas se estrellaron contra la realidad, rompiéndose en pequeños fragmentos tan afilados como cristales. Para cuando me di cuenta ya era tarde para poder apartarme. Todos aquellos sueños rotos se me echaron encima rasgando mi piel, mis sentidos, devolviéndome a la más dura de las realidades. Las pequeñas pero numerosas heridas comenzaron a sangrar tintando el agua de un rojo intenso. Mi gran cascada de sueños e ilusiones se había convertido en cuestión de segundos en un enorme charco de sangre y yo, al saber que nunca podría volver a ver esas aguas cristalinas llenas de tranquilidad, de vida y de fantasía, me quedé allí, debajo de las gotas rotas y afiladas que seguían hiriéndome, abrazada al recuerdo de lo que había sido la más hermosa visión que había pasado por mis ojos, pero que nunca podría volver a salir mente.