“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

domingo, 7 de octubre de 2007

Cuaderno de Bitácoras

Soy el capitán de una pequeña embarcación de madera que navega sin rumbo por el mar del olvido. La brújula dejó de señalar el norte, el camino correcto…pero a fin de cuentas, ¿qué es lo correcto? Hace varios años que es sol ya no sale, quiere impedir que sea capaz de encontrar mi ubicación y que pueda divisar algún continente, viejo o nuevo ¿qué más da?, en el que poder labrar algo que algún día llamaré presente. Pero ahora aquí estoy recostado en mi bote con un cuaderno al que, en principio, debería de contarle todos los movimientos de mi travesía, pero que como ni siquiera sé dónde estoy, a dónde llegaré o qué rumbo tomar, prefiero contarle mis horas muertas en las que nunca es de día ni de noche porque no hay ni sol ni luna, sólo oscuridad. Sé que al terminar cada página la arrojaré al mar para que su tinta se pierda en las profundidades y forme parte del pasado.

Las aguas han empezado a agitarse. Algo, seguramente alguien, tendrá la culpa de desatar tal tormenta. Se oyen truenos y noto lo que podría ser lluvia, aunque no estoy seguro de si son gotas de lluvia o si el mar entero está cayendo sobre mí. Las olas son cada vez más grandes, ya no se conforman sólo con conseguir que mi embarcación esté más perdida de lo que ya estaba, no, ahora prefieren golpearla violentamente. Tanto es así, que el bote de madera acaba volcando y yo comienzo mi propio viaje hacia el fondo del mar.

No puedo respirar, pero siento que tampoco me estoy ahogando. Simplemente mi cuerpo se va alejando de la superficie y yo casi ni soy consciente de ello. Ahí está mi cuaderno, metros más arriba que yo. Baja despacio y sin ninguna prisa mientras cada palabra que en él había escrita va desapareciendo. La tinta ni siquiera ha dejado una pequeña huella en el mar, nada, es como si las palabras nunca hubiesen sido escritas y por lo tanto, no podrán ser recordadas. Y yo aquí sigo hundiéndome en aguas llenas de imágenes antiguas y sonidos confusos, sabiendo que me espera el mismo destino que a mi compañero de papel.

Quizá hubiese preferido vivir estos últimos tiempos en el continente, aunque sé que los que mueren allí, en el presente, no lo hacen sobre un lecho de rosas tal y como lo solemos imaginar, sino que esas rosas cuenta a su vez con millones de espinas. Y cuando llega tu hora te ves allí tumbado sobre rosas rojas mientras que sus espinas te rasgan la piel con cada pequeño movimiento que hagas. Así, gracias a esa sangre, las rosas ganan brillo y tú pierdes la vida. No los envidio, no es una muerte dulce morir en ese continente. El mar es más suave, te arrastra con más tacto hacia las profundidades del olvido. Ves imágenes y sonidos que incluso tú no recordabas y te das cuenta que acabarás igual, que a medida y bajas el recuerdo que había sobre tu persona en otros va disminuyendo, hasta que alcanzas el fondo y desapareces por completo del presente.

Yo sigo cayendo, aunque ahora tengo compañía. Antiguos fantasmas que pasaron por mi vida, ahora están aquí a mi lado en forma de sombras. Quieren que vaya con ellos, que siga el camino hacia el fondo, que no pueda regresar nunca a mi embarcación. Me han cogido del brazo, de las piernas y me arrastran con ellos. No opongo resistencia, al fin y al cabo, esto es mi muerte, acabar en el olvido.

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