“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

sábado, 27 de octubre de 2007

Fin del tiempo en escala de gris y negro

Salgo a la calle y todo está desierto, sin ruido, ni color, ni vida. A donde voy es un misterio incluso para mí, sólo vago por estas aceras que no sé dónde acaban, aunque tampoco dónde empiezan. Tras un tiempo andando todo se vuelve aún más gris y comienzan a aparecer ríos de gente de detrás de cada rincón. Caminan erguidos y sin apartar la vista del frente, como si lo que hubiese a los lados no existiera. Todos están vestidos de color oscuro, nadie destaca, son sombras con forma humana. Llegan hasta mí, pero nadie se detiene, cada cual sigue un rumbo al parecer ya marcado. Veo sus ojos, diferentes a los que había conocido hasta ahora, sin ningún tipo de brillo, ojos de ciegos. Por eso no me ven, pero tampoco sienten mi presencia, yo no existo para ellos, en realidad, nada de lo que haya más allá de cada uno de ellos existe para el resto, pero ellos no parecen notarlo. Están ahí, a unos pocos metros de mí, creando una especie de burbuja en cuyo centro estoy yo en un completo aislamiento.

Comienza a llover, pero no es agua transparente lo que cae, sino gotas negras y espesas que se estrellan con fuerza contra el suelo. Ninguna de las múltiples figuras mira siquiera al cielo, sólo abren los paraguas que llevaban consigo, todos a la vez, como si alguien les estuviese dirigiendo desde detrás de alguna esquina. Ahora los ríos de sombras negras son mares inmensos en los que no se puede distinguir nada.

Se empiezan a apoderar de mí varios sentimientos de desesperación y angustia. Van subiendo por mi espalda, haciéndose con todo mi cuerpo hasta llegar al mismísimo cerebro. En ese momento siento como si mil clavos se hubiesen incrustado en mi cabeza. Grito. Es lo único de lo que soy capaz ahora mismo, pero mi voz queda ahogada por un trueno. Vuelvo a notar el mismo pinchazo, que una vez más me hace desgarrar mi garganta con horribles alaridos, pero nuevamente un ensordecedor trueno impide que incluso yo pueda oír mi propia voz. Nadie se detiene a ver qué me ocurre, las masas negras siguen su camino sin mirar hacia donde yo estoy.

Un fuerte golpe en la parte trasera de las rodillas hace que caiga sobre éstas. Siento la presencia de algo, puede que de alguien. Lo que me ha tirado al suelo está ahí en algún lugar cerca de mí, pero no puedo verlo, aunque sí sentirlo. Me susurra palabras incomprensibles al oído. Es una voz extraña, muy aguda, pero me resulta extremadamente familiar. No está sola, la acompañan tres voces más que también dicen cosas que no entiendo. “¿No nos reconoces?” Es lo único que llego a comprender. Ya sé quienes son, las conozco desde hace tanto que apenas recordaba cómo sonaban. Intento levantarme, pero la Agonía vuelve a golpearme las rodillas, consiguiendo que caiga nuevamente mientras que la Desesperación y la Angustia, siempre juntas, encadenan mis brazos con los suyos para que no pueda escapar de ellas y para que la Soledad, maldita Soledad, rasgue toda mi espalda con sus garras, haciendo que grite, a pesar de que nadie puede oírme. Noto como empieza a brotar sangre de los desgarros de mi piel. Es cálida, puedo ver pequeños hilos cayendo al suelo, pero no es roja, sino negra y viscosa, al igual que la lluvia. Ambos líquidos se juntan en el asfalto y lo recorren hasta desembocar en alguna alcantarilla que encuentran en medio de su camino. Mi espalda comienza a arder y por lo que puedo observar, en el suelo mojado hierven la lluvia y mi sangre. Está llegando. Ellas lo saben y me apresan más fuerte, yo lo noto y me estremezco sin saber qué pasa realmente, y las masas negras siguen sin percibir absolutamente nada de lo que está ocurriendo.

Está aquí, frente a mí. Su sola presencia impresiona de forma indescriptible. Su mano empieza a jugar alrededor de mi cuello hasta que lo agarra con fuerza, haciéndome sentir como si el más frío de los vientos me hubiese cortado la respiración. Me está arrebatando todo segundo a segundo, las ilusiones, la esperanza, incluso la vida. “Se terminó tu tiempo” es lo único que oigo de él. Su mano acaba de soltarme, pero me quedan tan pocas fuerzas que no puedo aguantar siquiera sobre mis rodillas y mi cuerpo cae estrepitosamente contra el duro suelo. Aún sigo con vida, aunque no durará mucho. Tiene razón, ya no me queda más tiempo pues él me lo ha robado todo, al igual que me lo dio en un principio y está claro que el Tiempo siempre gana.

1 comentario:

maria varu dijo...

La lluvia (déjame interpretarlo así) es signo de renovación, de higiene. Sólo nos agarran nuestros temores y nuestros pensamientos.
Démosles libertad a las ataduras que a todos nos atan y el Tiempo hará el resto.
Saludos de nuevo Clair