“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

domingo, 7 de octubre de 2007

Cárcel de Sal

Todos los personajes y hechos de esta historia son puramente ficticios, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia......¿o no?

Tú, que desgarraste mi corazón de arriba abajo con una daga y vertiste la sangre en una copa de cristal, alzaste esa copa hacia el cielo para brindar, convirtiéndote en mi dueño y señor. Los restos de mi corazón quedaron abandonados en el frío suelo, pero no contento con eso, lo recogiste y lo encerraste en un tarro de sal para que fuese imposible que las heridas cicatrizasen. Así pues, pasaron cien días con sus cien noches mientras mi pequeño corazón seguía preso en tu cárcel de sal, lo que significaba que yo misma estaba también atada a ti. Pero un día, harta del dolor y del sufrimiento que me causaba esa situación opté por secuestrar a mi propio corazón de tus garras para poder cuidarlo y sanar sus heridas. Para ello tuve que entrar a tu castillo de oscuridad y esquivar a todas las ideas diabólicas que hacían de centinela. Y al final, allí estaba, en carne viva, en medio de una sala enorme y sin apenas poder latir, pensando que todas sus fuerzas lo habían abandonado y que lo único que le quedaba esperar era una muerte lenta al igual que dolorosa. Pero yo rompí el tarro, llena de ira, odio y lágrimas al ver mi corazón en ese estado. Lo envolví en las mantas de mi cariño y dejé que descansara en una cajita de cerámica durante varios siglos. Cada noche podía oír a mi corazón profiriendo gritos de dolor y sufrimiento por todas las cosas que había pasado. Resultó que mi pequeño corazón lloro durante mil inviernos sin parar, pero esas lágrimas no fueron en vano. Cada una de ellas desgastaba el nombre que tenía grabado a fuego desde hacía tanto, tu nombre, hasta que al final, no quedó rastro de él sobre mi piel, lo que indicaba que todos y cada uno de los grilletes que me encadenaban ya no existían. En ese momento juré que no volverían a existir jamás. Así que pasados los inviernos sólo podían venir las nuevas primaveras que alegrarían a un pequeño corazón malherido como el mío, que ahora vuelve con suficientes fuerzas como para querer seguir navegando por el ancho océano, guiado por las ganas de encontrar un norte nunca antes hallado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encantó, como todo lo que escribes.