“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

domingo, 7 de octubre de 2007

As de Picas

Los lectores de este texto han de saber que cuatro son las damas que custodian la baraja francesa: la del Amor, la de la Suerte, la del Dinero y La dama de la Muerte.


Viernes de madrugada, un bar cualquiera y él próximo a la barra apurando su copa. Nadie reparaba en él en aquel lugar, era un tipo normal, uno más de los que acababa allí metido cada noche. “Póngame algo fuerte” habían sido sus únicas palabras dirigidas al camarero con voz grave y fría. Llevaba en el local cerca de hora y media con una sola consumición y sin hacer demasiado caso a todas las conversaciones que se podían oír a su alrededor. No le interesaban en absoluto. En realidad, nada de lo que pudiese ocurrir allí le importaba lo más mínimo. El vaso continuaba en su mano pese a que hacía rato que estaba vacío. Lo posó cuidadosamente sobre la madera barnizada de la barra, sacó un billete que dejó con desgana al lado del vaso de cristal y sin esperar el cambio salió de aquel antro con su gabardina marrón y su sombrero. Empezó a caminar por las calles desiertas de la ciudad. Todo estaba en silencio, todo era tranquilidad. Las farolas apenas iluminaban la calle, aunque tampoco había mucho que ver. Al de cierto rato se le acercó una señorita, de ésas que ofrecen su compañía a cambio de una cartera llena. Posiblemente cualquier otra noche hubiese gastado sus billetes en ella, pero aquella noche no. Aquella noche sólo tendría la compañía de una dama, no tenía prisa por llegar a su encuentro, pero tampoco se podía demorar mucho, a fin de cuentas no está bien visto hacer esperar a una dama. Continuó andando hacía su destino, pero se dio cuenta de que aún le faltaba un buen trecho para llegar, por eso palpó sus bolsillos. Intentaba encontrar un paquete de cigarrillos para poder llevarse uno a la boca, pero no estaba allí el paquete. Pensó que lo más probable es que se lo hubiese olvidado en el bar. Pero halló otra cosa, algo más...interesante: una baraja francesa, de haber jugado un par de partidas al póquer la noche anterior. Comenzó a pasar las cartas, cada vez con más ansia, hasta que allí la encontró. La única carta que le interesaba. El As de Picas: su dama. Dejó caer el resto de la baraja sin hacer mucho caso de dónde caía cada una de las cartas que la componían. Pero el As permaneció en su mano, más imponente que nunca. Guardó la carta en el bolsillo de la camisa y se apresuró para llegar por fin a tan esperado encuentro. Sus últimos pasos fueron casi corriendo, hasta que se paró en seco y sonrió. Tenía ante él un puente que pasaba por el río más largo de la ciudad. Reposó los antebrazos en la baranda mirando primero al agua y después al cielo. Estaba allí por una razón: encontrarse con lo único que le ayudaría a vencer en su guerra. Sacó la carta del bolsillo, subió a la baranda y extendió los brazos intentando mantener el equilibrio. En ese momento sintió la presencia de su dama, su espera había acabado. Cerró los ojos, sonrió al cielo con aire triunfal y dio un paso al frente. Su cuerpo se precipitó hacia el agua y durante la caída su sombrero se desprendió de su cabeza. Pero no le importó porque su enemigo era el Tiempo y su aliada la Muerte.

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