“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

jueves, 14 de mayo de 2009

Carta a un efímero amor eterno

Querido fugaz amor eterno,

Si estás leyendo esto significa que ya apareciste en mi vida. Puede incluso que ya te fueras y que Saturno decidiese diluir tus recuerdos en el café de la mañana.

Confieso que siento curiosidad por conocer tu rostro y ansío delinear cada facción con la yema de los dedos. A cada segundo cierro mis ojos y veo los tuyos, brillantes, alegres. No hago más que soñar que me pierdo en ellos, a veces creo bucear en la inmensidad del océano Pacífico, pero de repente el agua cambia a un frondoso bosque, sólo por si la naturaleza fuese tan caprichosa de darte ojos verdes; incluso hay momentos en los que toco esos árboles y éstos se desmenuzan en granos de arena, hasta convertirse en dunas de cobre.

No necesito saber la forma o color de tus ojos para estar segura de que cada vez que los mire, me proporcionarán toda la calma que necesito. Llegaré a un equilibrio que apenas se puede soñar siquiera, sólo al observarte, sólo al ver que tus ojos me dedican la mayor de las sonrisas sin ninguna necesidad de curvar los labios.

Y tu voz, la oigo dormida, despierta, tanto si es muy grave como si no. Es un dulce canto de sirena llamándome desde algún lugar en el Tiempo, decidido a encandilar todos mis sentidos hasta que naufrago en tus labios de ficción.

Cualquiera pensará que no te conozco, que cómo puedo amar a alguien a quien nunca he visto, oído o tocado; pero todos ellos se equivocan. Te he tenido y te tengo siempre presente, cada día, porque el aire te ha traído atravesando el Tiempo y la distancia, permitiéndome que respire tu alma, tu esencia, tu calidez y seas parte de mí. Y ahora que tu presencia se ha incrustado en todo mi ser, mi corazón late al escuchar tus susurros y con cada palpitación puede acariciarte, sintiendo casi tanto como si realmente estuviese rozando tu piel.

Tengo tantas ganas de que por fin te traslades desde mi futuro a mi presente, de prendarme de tus ojos y escribir nuestra historia juntos utilizando las caricias como pluma y los besos como tinta. Deseo que llegue el momento en que pasemos las horas conversando sin necesidad de decir palabra alguna y terminar la noche envuelta en ti

En ese fugaz instante en el que cruces la puerta de mi vida, no llames, no hará falta, porque será una fracción de segundo en la que mis ojos se cruzarán con los tuyos y mi alma quedará atrapada, acomodada entre tus brazos de sentimientos que le dan la bienvenida.

Llegarás a tener mil rostros, mil nombres, existen tantas y tantas combinaciones posibles, pero sólo tú serás quien consiga hacerme vibrar de emoción mientras dure nuestra efímera eternidad.

martes, 5 de mayo de 2009

Hakkuna Matata

Hakkuna Matata

Vive y deja vivir

Hakkuna Matata

Vive y sé feliz

Ningun problema

Debe hacerte sufrir

Lo mas fácil es

Saber decir

Hakkuna matata.


¿Piensas pasarte ahí el día sin sonreír?

domingo, 19 de abril de 2009

Escudo

Sensación del 27/3/09


El ruido de la puerta del copiloto al cerrarse ha conseguido mitigar el crujido de mi escudo que finalmente se ha quebrado tras tu última piedra verbal. Aún no entras, gesto que agradezco, ya que me permite intentar tranquilizarme en el interior del automóvil. Aquí dentro todo parece más tranquilo, es como si la carrocería hubiese tomado relevo en el cometido que hasta hace pocos segundos poseía mi burbuja invisible.

Poco a poco noto que los pequeños fragmento se van fusionando uno a uno, mi escudo se está reconstruyendo. Es la primera vez que se quiebra y nunca había hecho la prueba para saber qué pasaría después, pero algo me decía que no se quedaría en simples añicos, al fin y al cabo tantos años perfeccionándolo tenían que dar sus frutos, y aquí están, la burbuja se repara en poco tiempo, sólo necesita tranquilidad.

Te miro por la ventanilla; estás de espaldas al coche, terminando el cigarrillo que has encendido antes de que yo entrara en vehículo. Te está durando más que de costumbre así que supongo que lo haces para darme algo de tiempo, o puede que para dártelo a ti. En el fondo me alegro de que estés de espaldas porque, aunque me encantaría que te girases y sonrieses a modo de que todo está bien, sé que ahora mismo en tu rostro no se dibuja esa sonrisa que tanto querría ver. Tras un par de minutos dejo de ver el humo marchándose sigilosamente por encima de tu cabeza, tiras la colilla y me echas un vistazo rápido justo antes de entrar.

Agacho la cabeza, necesito pensar ya que eso me calma y es precisamente lo que necesito para que mi escudo termine de repararse, pero no me concedes el tiempo que requiere la reconstrucción. Nada más abrir la puerta del conductor empiezas a hablar, o a disparar más bien, palabras que en cuanto salen de tu boca, mi ayer las convierte en dardos venenosos. Los lanzas uno tras otro, sin haberme mirado aún, mientras te acomodas en el asiento, y cada uno de ellos se incrusta con fuerza en las paredes incompletas de mi burbuja, haciendo que se disuelvan.

Ya no me queda refugio, pero las piedras siguen cayendo, rozándome la piel, la cabeza, la mente. Nunca me había enfrentado sin protección alguna a palabras y resulta tan insoportable que el dolor y el sufrimiento comienzan a aflorar en mis ojos. Por fin me miras y te das cuenta que me has empujado hasta el borde de mi propio precipicio, abismo del que mi escudo me mantenía a salvo hasta ahora. Dejas de hablar y me ofreces tus brazos, pero por mucho que me aferre a ellos mis ojos ya están completamente desbordados puesto que nada me puede brindar la perfecta protección que me obsequiaba mi refugio.

Parece que verme así ha hecho que tu irritación amaine y decides concederme otra oportunidad lanzando de nuevo una pregunta a la que estás empeñado que responda, pero ya no te escucho. Estoy demasiado ocupada desviando toda la energía que hay en mí a recrear el escudo, lo necesito, no puedo estar más tiempo aquí sin él. Tengo que hacer algo mientras se repara, así que como último recurso convierto mi cuerpo en un caparazón completamente inquebrantable, pero que me deja paralizada para cualquiera del exterior, tú incluido. Lanzas tu pregunta un par de veces más, no obtendrás repuesta, lo que hace que estés más nervioso con más que evidentes matices de enfado. Comienzas a hablar de nuevo, esta vez con un discurso algo diferente, ahora intercalas anécdotas relacionadas contigo con algún que otro dardo. Supongo que ambos creemos que si me das algo de tiempo seré capaz de descongelarme y reaccionar, pero nos equivocamos; aunque sean en menor cantidad, las piedras vuelven a rozarme y logran que mis ojos derramen pequeñas gotas saladas que intentas detener con tus dedos, mientras el resto de mi cuerpo permanece totalmente inerte.

De vez en cuando llega desde el otro lado de mi caparazón el sonido de tu voz preguntándome si te estoy atendiendo, lo cierto es que no lo sé, oigo pero no asimilo, mis fuerzas siguen centradas en la reparación. Tengo ganas de gritar, de gritarte para que te calles, para que dejes de decirme cosas que no quiero oír porque ya sé que tienes razón, y quiero que dejes de presionarme para que te cuente cosas que no te puedo contar porque significan recuerdos y dolor, y precisamente para eso estaba mi escudo, para ser un refugio en el que no hay nada de eso. Lo intento, trato de producir voz en mis cuerdas vocales, no sé si para gritarte o para decirte por fin lo que quieres saber, pero no ocurre nada. Clavo los ojos en el espejo retrovisor, veo un cuerpo inmóvil de ojos rojos, pero completamente inexpresivo, impenetrable; ni siquiera parece que esté haciendo el esfuerzo de hablar o aunque sea de abrir la boca.

Estás enfadado, irritado, se nota a la legua incluso desde el interior de mi coraza. Giras la llave para poner el motor en marcha y comienzas a conducir de camino a casa. En un par de ocasiones me veo tentada a pedirte que enciendas la radio para que espante al silencio que se ha creado entre nosotros desde que has arrancado el coche, pero no lo hago, no me atrevo a mirarte y tener que comprobar que realmente te has enojado conmigo. Así que me sumo en el silencio, convirtiéndome en su amiga durante el trayecto, hace que me tranquilice un poco. Cada vez me gusta más la idea de llegar a casa, saber que le podré dar a mi escudo todo el tiempo que necesite para terminar de repararse por completo. Me gusta esa idea. Lo necesito.

martes, 7 de abril de 2009

Miedo


Miedo de que llegue la noche.
Miedo de que amanezca.

Miedo de que haya demasiada gente.
Miedo de que no haya nadie.

Miedo de abrir los ojos y no ver más que oscuridad.
Miedo de abrir los ojos y ver todo demasiado claro.

Miedo de que las cosas cambien.
Miedo de que todo siga igual.

Miedo de sentir.
Miedo de ser incapaz de sentir.

Miedo de no saber lo que pasará.
Miedo de saberlo.

Miedo de recordarte para siempre.
Miedo de olvidarte.

Miedo de que no vuelvas nunca más.
Miedo de que algún día vuelvas.

Miedo…


… de tener miedo.

viernes, 27 de marzo de 2009

La vida sigue igual


Todos los años, al llegar el 27 de marzo, mi contador vital garabatea una nueva cifra sobre la anterior, pero esta vez es diferente ya que varían ambos números.

Podría comenzar a enumerar la cantidad de cosas que han cambiado hasta ahora y no acabaría nunca, aunque si echo otro vistazo hacia atrás, resulta que en realidad, a rasgos generales todo permanece en el mismo lugar. ¿Cambiar para seguir igual? No sé, es sólo que no lo entiendo.

El mundo no se parará hoy por mucho que para mí sea un día especial (¿realmente lo es?), pero eso ya lo sabía, al fin y al cabo, la vida sigue igual.

viernes, 13 de marzo de 2009

Alas de libertad

“Algunas cárceles tienen paredes de papel pintado.”


Era como si la presión dentro de la casa se hiciese cada vez más y más grande. El fondo del pasillo comenzó a distorsionarse hasta el punto de parecer un enorme agujero negro. Aquella boca estaba decidida a engullir todo el pasillo para llegar hasta ella. Las paredes más próximas a ella comenzaron a temblar, cada vez de forma más compulsiva y la alfombra que cubría toda la madera del pasillo se levantó para dar inicio a un terrorífico baile que la hacía parecer la hambrienta lengua de aquel agujero distorsionado. Aquella serpiente de movimientos iba acercándose a ella sin remedio.

Tardó varios segundos en asimilar y reaccionar. Consiguió que sus pies la obedecieran a tiempo para no ser ella misma el postre de aquel festín. Recorrió lo poco que quedaba de pasillo, entró en la cocina y cerró la puerta de un golpe. Esperaba que eso bastara para cesar el hambre de la casa, pero no fue así, pronto la puerta y los azulejos de alrededor formaron parte de la boca engullidora.

Caminaba hacia atrás, sin poder dejar de mirar el agujero negro que iba creciendo. Notó algo sólido y frío tras de sí. La manilla del balcón. La agarró con fuerza y en un rápido movimiento tiró de ella para abrirla y se encerró en el balcón Tras respirar varias veces con fuerza, abrió los ojos.

Mirando a través del cristal todo estaba tranquilo en el interior de la casa. O había nada que se estuviese moviendo o desapareciendo, la puerta permanecía perfectamente cerrada, tal y como ella la había dejado y ningún ruido daba a entender que la casa fuese a ser engullida.

Siempre le pasaba. El aire fresco la hacía volver en sí, al mundo real, conseguía que la fuerza negativa producida por esas cuatro paredes no le afectase. Se sentó en el suelo, arrimando la cara lo máximo posible a las rejas, para poder ver mejor el paisaje. Todo verde, absolutamente todo. Algún que otro color de las flores se infiltraba de vez en cuando entre la hierba, pero por lo demás era un mar verde. A lo lejos, se conseguía divisar un muro que limitaba la llanura; estaba allí desde que era capaz de recordar, al igual que el pequeño boquete que tenía en el medio. Nunca había sabido si aquel agujero era realmente pequeño o si era la visión que obtenía de él desde su balcón, aunque no le importaba gran cosa, pues tanto si era grande como pequeño, a ella siempre le servía de puerta hacia el mundo de la irrealidad.

Era increíblemente fácil respirar sueños desde allí, cerrar los ojos y al volver a abrirlos toparse con la hermosura del aire contoneándose frente a ella, invitándola a volar. Cuántas veces había imaginado que, justo en el mismo instante en el que el viento le tendía la mano, en su espalda crecían delicadas alas que la hacían levitar hasta llegar a la altura de la barandilla y posarse suavemente sobre ésta. Después, como si no pesase ni un solo gramo, se dejaba caer, pero no existía la velocidad, sino en contoneo de una pluma; y antes de llegar al suelo, abría por completo sus alas para cambiar de dirección y dirigirse a aquella hermosa campa que la llamaba sin cesar.

Bailar con los pájaros sin apenas posarse sobre una brizna de hierba resultaba tan relajante; al igual que saludar al sol y que éste le devolviera el saludo acariciándola con sus cálidos rayos. Tras pasar un rato recorriendo el campo, al final la encontraba, allí cada vez más próxima a ella, la única brecha que existía en su prisión, el único punto por el que su cárcel se hacía vulnerable. Y lo atravesaba. Tan pronto como pasaba al otro lado, el aire volvía a cambiar de aroma hasta que todo su ser saboreaba la libertad, el ancho mundo por descubrir, la inmensidad.

Arrugó la nariz, la brisa ya no era fresca, sino que se había tornado turbia y pesante. Le resultó imposible mantenerse en su fantasía y finalmente tuvo que abrir los ojos, para contemplar muy a su pesar, que su cuerpo no se había movido ni un ápice, seguía sentada en su balcón, observando desde los barrotes cómo la llamaba la libertar. ¿Pero por qué tenía que quedarse allí en el suelo como había hecho siempre?

Miró atrás, al interior de la casa que parecía amenazarla con cada azulejo, puerta y armario; seguido se giró hacia el ancho mar verde que la esperaba. No había nada más que pensar. Con menos gracia que la que le daban sus sueños se subió al balcón e hizo lo que siempre soñaba hacer, dejarse caer, sólo que en aquella ocasión, sus alas no se abrieron.

jueves, 5 de marzo de 2009

La noche que la Luna salió tarde

El título se debe a la canción que escuchaba mientras el texto surgió en mi mente.


La medida del tiempo siempre se diluía con la corriente del riachuelo, sólo para ellos, cada vez que pasaban en aquel claro varias horas. Allí, con un majestuoso roble ofreciéndoles su tronco y sus raíces como hamaca, les resultaba imposible saber si estaba a punto de amanecer o si, por el contrario, hacía poco que la luna visitaba el cielo.

La noche transcurría entre sonrisas y miradas que permitían que la eternidad ocupara cada segundo y la conversación había rozado tantos y tantos temas que apenas podían recordarlos. En una pequeña pausa en la que las sonrisas se instalaron en el instante, ella aprovechó para preguntar:

- ¿Me quieres?

Él, con su rostro más cálido y perfecto, clavó sus ojos en los de ella, sonrió y volvió a dirigir su mirada hacía el oscuro cielo.

- ¿Alguna vez has escuchado cómo el mar canta a la Luna? ¿O cómo el viento acaricia la tierra?- la rodeó entre sus brazos esperando una respuesta que ya conocía.

- No.- agudizó sus oídos; sabía perfectamente que de aquellas preguntas acabaría aprendiendo algo interesante.

Se giró hacia ella, colocó con suavidad los dedos sobre su frente y los deslizó con cuidado hasta cerrarle los párpados.

- Cierra los ojos y escucha.

Se zambulló en el silencio y la paz que le proporcionaba la oscuridad; comenzó a escuchar. Pronto el silencio dio paso a numerosos sonidos que necesitó desmenuzar para llegar a discernirlos en su totalidad.

Lo primero que llegó a sus oídos fue el murmullo fresco y alegre del riachuelo al golpear con suavidad las piedras que encontraba a su camino. El silbido de la brisa no era lo suficientemente fuerte como para eclipsar el susurro que creaban los grillos al rozar sus patas. Hubo un instante en el que incluso le pareció percibir el crujido de la hierba que crecía poco a poco o incluso el rumor de los insectos el deslizarse por la tierra. Pero ante todo, le escuchaba a él, su respiración pausada y no tardo en reparar en sus latidos; sístole y diástole, casi tan precisos como un reloj. Sus propias palpitaciones también se unieron a esa melodía nocturna tan especial que había logrado advertir.

Pero en aquel momento todos los demás sonidos se convirtieron en poco más que sombras, frente al claro golpeteo de su corazón y por primera vez aquella noche sus latidos formularon la misma pregunta que ella minutos atrás, “¿Me quieres?”, a lo que el corazón de su compañero respondió “Te quiero”.

jueves, 26 de febrero de 2009

Isla de Tiempo

Aunque la Luna intentaba ser discreta, aquella noche no podía evitar echar un vistazo de vez en cuando al interior de la ventana y seguir el rastro de ropa tirado en el suelo que iba desde la puerta hasta la cama.

Ella mantenía la cara oculta entre su hombro y su barbilla para que el calor que desprendía su cuello templara sus mejillas. Llevaba rato sin hablar, con los ojos cerrados, buceando tranquilamente en su océano de pensamientos, pero sin dejar de disfrutar ni un solo minuto de aquel instante.

El estado de él no distaba mucho del de su compañera. Tenía los ojos abiertos aunque inmóviles, sin ganas de contemplar el exterior y pestañeaba únicamente cuando se le empezaban a resecar. Su mano danzaba de forma casi automática por una superficie sedosa; su melena, siempre tan lisa y delicada que cada terminación nerviosa de las yemas le confirmaban que estaba acariciando una extensión excepcional. Por fortuna, la postura que había adoptado ella sobre su hombro le permitía consentir que sus labios estuvieran rozando su suave frente de forma permanente.

Sintió un leve cosquilleo en el cuello. Al parecer ella se había decidido por fin a volver al mundo físico y sus pestañas provocaron las ligeras cosquillas durante el tiempo que sus ojos tardaron en adaptarse a la luminosidad.

- ¿En qué piensas?

Él deslizó los labios cerca de su oído para acaparar su atención y formuló la pregunta con la mayor dulzura en la voz. Ella se movió, aún algo aturdida, para que su piel abarcara la máxima superficie del cuerpo de su acompañante.

- En islas.- la respuesta provocó una sonrisa en su interlocutor, sabía que él esperaba que continuase sin necesidad de preguntárselo, por lo que prosiguió- Pensaba un poco en el tipo de gente que se toma unas vacaciones y van a una isla a descansar. Creo que se asemejan a nosotros.

- ¿Quieres que nos vayamos a una isla a descansar?- su tono resultó jocoso, sabía perfectamente que no era eso lo que ella quería decir, pero siempre le gustaba hacerla sonreír.

- Ya estoy en mi propia isla. Me refería a que se marchan a lugares en los que su vida no existe para poder sentirse libres y desconectar, aunque saben que siempre acabarán volviendo a sus vidas. Nosotros somos algo parecido, ninguno de los dos pertenece al mundo del otro; mi vida no encaja en tu puzzle, ni la tuya en el mío, pero ambos necesitamos unas horas en las que el exterior no exista. Somos algo así como dos personajes de novelas completamente diferentes, que durante un rato necesitan salir de su historia, pero que al llegar el día tienen que volver cada uno a su libro.

- Somos islas de tiempo.

Ambos se miraron sonriendo. Ella se alegraba de que lo hubiese entendido a la perfección y él siempre disfrutaba de sus intercambios de ideas por muy abstractas o extrañas que fueran. Se sumergieron en un nuevo silencio cálido, cada cual pensando por su cuenta en la pequeña conversación y fue él quien, tras un rato de cavilaciones, lo rompió con voz apesadumbrada.

- Algún día esto se acabará.- ella asintió en un susurro casi inaudible.

No era una pregunta, ambos sabían perfectamente que aquellos encuentros tenían los días contados, que cada vez que se veían se precipitaban de forma estrepitosa al final de aquella historia paralela al mundo real. Él perfiló sus tiernos labios con los dedos, sopesando todo lo que dejaría de poseer dentro de un tiempo incierto.

- Lo echaré de menos.

- Yo también.

Pronto emergieron también en ella las mismas sensaciones y se aferró a él como si eso pudiese impedir que algún día el mundo real les arrebatase aquellos instantes. Tras percibir su turbación, él la envolvió con su cuerpo en un eficaz intento por intentar devolverla a la burbuja que habían creado aquella noche sólo para ellos.

Allí afuera, la Luna seguía haciendo de centinela, evitando a toda costa que la realidad irrumpiese demasiado pronto en aquella habitación. Aún les quedaban unas pocas horas antes de que el amanecer terminara por consumir su isla de tiempo.




domingo, 22 de febrero de 2009

Querido Corazón

Todas las calles yacían oscuras y silenciosas, hacía ya varias horas que nadie las perturbaba, hasta que unos débiles pasos se escucharon rumbo a la plaza. La figura difuminada por la noche no tardó más de cinco minutos en alcanzar un enorme edificio de piedra, en el que se paró y se arrodilló en las escaleras que lo presidían. Hasta ese momento las calles no se habían dado cuenta que la mujer sujetaba entre sus brazos un bulto, que acunaba sin cesar, pero que en cuanto llegó a las escaleras, lo dejó con mucho cuidado sobre estas. Rápidamente se inclinó sobre él e intentó decir algunas palabras que le resultaron completamente imposibles de pronunciar, ya que los sollozos le provocaban continuos estragos en la garganta. Se levantó aún mirando por última vez el fardo que dejaba allí y comenzó a andar por la misma calle que había aparecido, hasta que no pudo contenerse más y echó a correr, para que su tentación por volver a la plaza se esfumase junto con el ruido de sus zapatos.

Dentro del pequeño fardo comenzó a despertarse un pequeño corazón que no tardó en revolverse asustado. Sus ojitos fluctuaron por todo el paisaje que sus pupilas eran capaces de percibir, hasta que allí, al lado de la manta que le envolvía, encontró una carta, con letra muy cuidada, dirigida a él.


"Querido corazón,

Sé que en cuanto abras el sobre que contiene estas frases y descubras que lo he escrito yo, mirarás a un lado y al otro de forma frenética con la esperanza de encontrarme, y que pueda sacarte de la confusión, pero lo siento, para cuando leas esto yo ya estaré muy lejos de aquí.

No puedes ni imaginarme lo difícil que ha sido tomar esta decisión, aceptar que lo mejor para ambos es que estemos distanciados, pero al final lo he hecho. No puedo seguir vagando por el mundo mientras seas el cajón en el que se atrincheran todos los sentimientos porque resulta terriblemente complicado sacarlos de ahí, y duele. Duele cada vez que bombeas, junto con la sangre, una nueva dosis de enrevesados sentimientos; sobre todo cuando son esas sensaciones que alguna vez fueron reflejo de mi felicidad, pero que tú te sigues empeñando en enseñarme. Crees que esas imágenes y voces darán inicio a una cascada de sonrisas y una euforia incontrolada, pero te equivocas, no te das cuenta que cada vez que intentas alegrarme así consigues que duela aún más. Y entonces tú recibes y guardas esa tortura y, obedeciendo a tu deber, haces que cada parte de mi ser se de cuenta de lo que estoy sintiendo.

No me tomes por cruel, querido corazón, sabes mejor que nadie los buenos momentos que gracias a ti he podido conservar durante tanto tiempo, pero es que me dueles, me acuchillas, me matas, sé que no es tu intención, aunque igualmente atormenta.

Es irónico, lo sé, la vida en todos sus sentidos es completamente ilógica sin un corazón y sin embargo me siento incapaz de seguir mi camino contigo a cuestas. Por eso hoy, aquí, se separan nuestros caminos. Espero que logres encontrar otro dueño, alguien que sólo tenga buenos sentimientos y jamás te lastimes, que te conviertas en un precioso cajón de alegrías y que palpites con toda la energía del mundo. Yo, en cambio, seguiré mi rumbo indefinido, sin sentido ni sentimientos, puesto que te los dejo todos a ti, yo no los quiero y tampoco podría guardarlos.

Quizá hubiese sido menos doloroso explicarte esta misma carta en persona, pero de haberlo hecho, sé que hubiese sido incapaz de alejarme de ti.

Ya es hora de irme, pequeño corazón. Ahora duele, pero a medida que mis pasos se distancien de ti, se irá rompiendo el vínculo que une a todo cuerpo con su corazón, hasta que sólo me quede la fría lógica.

Espero que algún día puedas perdonarme."


jueves, 19 de febrero de 2009

Polvo de estrella

Hoy se cumplen dos años desde que comencé a escribir de nuevo y estoy segura de algo, el Claro de Luna no ha muerto.



Una noche cálida de verano, perfecta para observar las estrellas, aunque las casas de piedra gris con sus tejas a lo alto hacían que el pueblo no fuese el lugar más idóneo para este pasatiempo. Pero desde allí en la campa, a escasos kilómetros de la aldea, resultaba fascinante mirar al cielo, incluso parecía que las nubes habían pactado dejar la vista totalmente despejada.

Un joven muchacho había encontrado la comodidad necesaria en una roca para poder usarla de almohada mientras observaba con fascinación el cielo. Cada noche se pasaba allí horas maravillado por cada reluciente estrella y realizando conjeturas sobre su creación. Las repasaba con la mirada una y otra vez hasta lograr reconocer cada constelación que aparecía en los antiguos libros de astronomía que tenía en casa.

No tardó en hallar algo diferente aquella noche. Una de las estrellas brillaba con mayor intensidad que de costumbre, lo que hizo que el joven se levantara curioso de su improvisada cama, con la vana esperanza de ver algo mejor. Creía haber visto cómo el pequeño punto luminoso se agitaba sobre el manto oscuro de la noche. ¿Sería su imaginación? Se agitó otra vez. Antes de que el muchacho pudiese siquiera pestañear la estrella se iluminó aún más y comenzó rápidamente un descenso en picado sin frenos, hasta que sólo la tierra pudo pararla. La colisión provocó tal estruendo que todos los habitantes del pueblo se asomaron horrorizados a sus ventanas para observar cómo el astro había acuchillado su preciada tierra hasta crear un cráter lo suficientemente hondo como para no poder ver su final.

El joven continuaba en el campo, estupefacto y sin habla, observando el orificio que se había producido a apenas unos kilómetros de él. Debía haber alguna explicación para aquello, pero sabía que probablemente en el pueblo nadie sabría contestar, así que sólo le quedaba acudir a la única que sin duda conocería la respuesta. Echó a correr tan rápido como pudo, mientras gritaba al cielo hasta quedarse casi sin voz

-¡Luna! ¡Luna! ¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué están cayendo las estrellas?

La aludida, que hasta ese momento había permanecido en completo silencio, contestó al chico con su voz sonora, para que incluso los del pueblo la pudieran escuchar.

- Una estrella sólo puede caer del cielo cuando se apaga y muere.

- ¿Las estrellas se están muriendo?

- Así es.

- ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?

Se tomó su tiempo en responder y al hacerlo, su voz sonaba aún más triste y ancestral que nunca.

- Cada estrella se alimentan de esperanza para poder brillar con todas sus fuerzas, pero aquí, en la tierra, ya no queda nada de ilusión, los humanos la habéis consumido toda y ya no sois capaces de soñar para poder renovar esa esperanza. Y cuando a un lucero no le quedan energías para resplandecer, se debilita hasta que muere y cae estrepitosamente contra la tierra.

Comenzaron a oírse ruidos y pasos rápidos procedentes de la aldea, al parecer todos habían decidido en los últimos minutos que lo mejor era abandonar aquel lugar y buscar otro en el que poder asentarse. Pero el muchacho persistió:

- ¿Entonces no hay nada que hacer? Tiene que haber algo.

La Luna lo miró como si acabara de percatarse de su presencia. ¿Quizá…? No, imposible…aunque, ¿podría resultar? Tras una meditación que pareció eterna, extendió su mano hacía él y dijo:

- Tal vez haya una manera, pero debes confiar en mí.

No entendía a qué se refería, pero tampoco se lo pensó dos veces y también alargo su brazo. La fría mano de la Luna agarró la suya con firmeza y tiró de él. Sin haberlo esperado si quiera, sus pies se despegaron del suelo casi al instante, y el fuerte empujón lo catapultó como si de un cohete se tratara, hacia el cada vez más oscuro cielo.

Pronto, la pálida esfera lo soltó, sin avisos ni explicaciones, únicamente una sonrisa deslumbrante y segura dibujada en su rostro. Tras unos escasos segundos desde su despegue, el joven abrió lo ojos por fin, en una mezcla de curiosidad e impaciencia, pero el pánico se apoderó de todo su ser en cuanto sus ojos comenzaron a captar las primeras imágenes. Parecía que el cuerpo del muchacho no pesaba nada, puesto que seguía elevándose con más y más velocidad, sin ningún cambio en la trayectoria.

Aquello no podía ser bueno, cuanto más ascendiese, más velocidad tendría al caer…La caída…no se había parado a pensar en ello. ¿Cuánto tardaría en alcanzar la altura máxima y precipitarse contra el suelo? Iba a convertir sus huesos en pura papilla, y ¿todo eso para qué? ¿Qué conseguiría con eso? El plan de la Luna, si es que verdaderamente tenía uno, resultaba absurdo meditado desde aquella altura, con la tierra amenazando con acogerle entre sus brazos de la forma más estrepitosa posible y con la sangre golpeándole la cabeza a martillazos incesantes. En un momento sólo quedó espacio en su mente para la ansiedad y la incertidumbre de no saber de cuánto tiempo disponía antes de que ocurriera el desastre.

Caer…y no volver a ver a nadie más…caer…y no poder disfrutar nunca más de la compañía de quienes le querían…caer…y jamás volver a escuchar la risa inocente de su hermano pequeño cada vez que se ilusionaba con cualquier cosa, por simple que fuera…y caer…¿por qué? ¿Quién o qué lo ordenaba? ¿Y si no ocurría? Improbable, pero no imposible. ¿Y si todas las leyes físicas del mundo se equivocaran esta vez? Más improbable aún, pero tampoco imposible. Alguien debería protagonizar la excepción, ¿no? ¿Y por qué no iba a ser él?

Cerró los ojos, cogió aire lentamente hasta llenar sus pulmones por completo e intentó poner en claro sus últimas ideas en voz alta, puede que así tuviesen más sentido. Pero no pudo, su voz no pronunció tales conjeturas si no la frase más ilógica que cabría esperar en ese momento:

- Aún tengo esperanza. – y sonrió.

En ese instante toda su piel palideció hasta volverse de un blanco brillante, como si una luz le estuviese iluminando desde el interior. La sensación de que su cuerpo iba a caer se hacía más pequeña a medida que ascendía y una cálida esperanza tomaba el relevo al pesimismo con gran rapidez.

Ya no se precipitaría al vacío. No sabía por qué, ni cómo explicarlo, simplemente lo sabía.

No abrió los ojos, no lo necesitaba para saber lo que le empezaba a ocurrir a su cuerpo. Comenzando desde la punta de los pies, cada partícula de su anatomía comenzó a soltarse de su cuerpo, iluminándose aún más a medida que se alejaba. Pronto, una estela dorada delataba el rastro del muchacho, ya prácticamente desmembrado.

Polvo de estrella, el origen de toda la materia de los planetas y de los astros más jóvenes. Cada partícula de esperanza, ilusión, sueños…todas ellas sirvieron para alimentar a las estrellas moribundas que amenazaban con caer, lo que llevó a que se disipara el pánico que se había creado en el pueblo. Todos estaban atónitos, era algo imposible, ya lo decían los ancianos, una vez que cae una estrella todas las demás la siguen. ¿Cómo se podía explicar algo imposible? Nadie tenía la más mínima oportunidad de sobrevivir al desastre, pero al final lo consiguieron y todo porque uno de ellos no había renunciado a la esperanza.

miércoles, 28 de enero de 2009

Amanecer

"El dolor era desconcertante.
Exactamente eso, me sentía desconcertada. No podía entender, no le encontraba sentido a lo que estaba ocurriendo.
Mi cuerpo intentaba rechazar el suplicio, y me absorbía una y otra vez una oscuridad que me evitaba segundos o incluso minutos enteros de agonía, haciendo que fuera aún más difícil mantenerse en contacto con la realidad.
Intenté hacer que se separaran, el dolor y la realidad.
La irrealidad era negra y en ella no me dolía tanto.
La realidad era roja y me hacía sentir como si me aserraran por la mitad, me atropellara un autobús, me golpeara un boxeador, me pisotearan unos toros y me sumergieran en ácido, todo a la vez.
La realidad era sentir que mi cuerpo se retorcía y enloquecía aunque yo no podía moverme, posiblemente debido al mismo dolor.
La realidad era saber que había algo mucho más importante que toda esta tortura, pero ser incapaz de recordar qué era.
La realidad había llegado demasiado rápido."
Stephenie Meyer, Amanecer, pág. 406

martes, 20 de enero de 2009

Bekaturako bidean

Nonbaiten ezkutaturik,
mundua han kanpoan utzita,
biak puzzle piezak dira
bikain osatzen direnak.

Labankadak sartzeko prest
zaude, barnetik erauziz
ahots txuriko inuzentea.
Ilargiak zain dezala bere arima
zuk bekatuari gorputza
eskaintzen diozun bitartean.

Zer egin duzu zuk,
ihesbako harrapakin,
bihar emakume esnatzekotan,
eman diozu zure hesiak
igarotzeko baimena,
ta orain hemen zaude
plazerra eta minaren
arteko linea arakatzen.

Erritmoak bizkortzen, eta
arnasestu kantutan, hasi
dira biak dantzatan.
sinfoniaren amaiera
maindireko kolofoi isurkin.

Bekaturako bidean
topatuko duzue elkar
ilargi zurbil betea
galtzen den hurrengo gauean.




En el camino hacia el pecado


Escondidos en algún lugar,
dejando el mundo allá fuera,
ambos son como piezas de puzzle
que se complementan a la perfección.

Estás dispuesta a apuñalar
extirpando de tu interior
a la inocente de voz blanca.
Que la luna cuide de su alma
mientras tú le ofreces
al pecado tu cuerpo.

Qué has hecho tú,
presa sin escapatoria,
con intención de levantarte mañana mujer,
le has dado el permiso
para cruzar tus barreras.
Y ahora aquí estás
escudriñando la línea
entre el placer y el dolor.

Acelerando los ritmos y
cantando en jadeos
han comenzado los dos a bailar.
El final de la sinfonía,
el colofón sobre las sábanas.


En el camino hacia el pecado
os encontraréis
la próxima noche
que se pierda la pálida luna llena.

martes, 23 de diciembre de 2008

Addio viaggiatore

A menudo un viajero se enamora de la ciudad que visita, pero ¿cuántas veces se enamora una ciudad de su viajero?


Siempre a esta hora te asomas para deleitarte con el gran festín del horizonte, devorar al sol y como si de un ritual se tratara, posas tu mirada en cada farola, las velas que acompañarán tan suculento banquete. Las altas farolas…buen lugar sobre el que reflejar mis ojos y así poder observarte, igual que cada noche, detrás de tu ventana. Pero tú nunca me ves, lo sé, porque siempre fluctúo de una luz a otra, cuando te fijas en una yo ya me he escondido en la siguiente. Si me descubrieses, ¿cómo podría explicarte los motivos por los que tu propia ciudad te espía cuando cae la noche?

Hoy pareces inquieto, algo te come por dentro y no sé lo que es. Normalmente permites al humo que sale de tus pulmones llevar consigo información sobre las cosas que te preocupan, tus ideas, pensamientos…recoger ese humo, junto con tus conversaciones con el mar, han sido siempre la manera más eficaz que he tenido para poder saber qué te pasaba y tratar así, mi querido viajero, de hacer cuanto estuviese en manos de esta vieja ciudad para que te sintieses mejor. Pero no, hoy no me has dado ni una sola pista de tus dudas.

Ya ha muerto el día, ni siquiera le has prestado atención a uno de tus espectáculos favoritos, y has dejado que se consuma gran parte del cigarro que has apoyado sobre el alféizar, sin apenas haberlo probado. Miras el reloj, parece que ya es la hora, pero ¿la hora de qué? Te giras y desapareces de la ventana, veo cómo la luz de la habitación se apaga. ¿Será que te fuiste a dormir? Si es así, sabes que acomodaré la noche para que nadie perturbe tus sueños. No estoy segura de dónde estás y lo reconozco, eso me inquieta.

No han pasado ni cinco minutos, que una figura sale de tu portal cargado con varios bultos a su espalda; el hecho de que no le pueda ver la cara por la oscuridad y que esté pendiente de si vuelves o no a la habitación, consiguen que realmente no preste demasiada atención a esa persona. Pero la luna, dichosa luna, siempre tan amiga y sincera, alumbra su cara… y un rostro conocido aparece…¿tú?...sí, tú intentando arreglártelas como puedes para cargar con una mochila y una maleta llena de objetos. Una vez que has conseguido colocar el equipaje de forma que lo puedas llevar relativamente cómodo comienzas a caminar con decisión, echando una mirada rápida primero a tu ventana y después a la luna.

Esto me ha pillado tan de sorpresa que para cuando he podido reaccionar ya te habías alejado varios metros. Me muevo de farola en farola lo más veloz posible, intentando atajar por algún camino, pero sin conseguir adelantarme a tus movimientos. Te detienes delante de la estación de trenes…me quedo expectante, pensando…tomarás el tren al centro de la ciudad, ¿cómo no se me pasó antes por la cabeza? Tendría que haberlo sabido, es uno de los mejores métodos para salir de aquí.

Me desvanezco de la farola para reflejarme sobre el cristal del tren, quiero comprobar que has subido a él, aunque eso conlleve el riesgo de que me veas. Vuelvo a desaparecer del vagón una vez que ha comenzado a andar. Sé que no tengo mucho tiempo, quizá una hora escasa para poder detenerte; me odiarás por esto, lo sé y lo siento, pero viajero, no te puedo dejar marchar. Siento cómo lo raíles vibran sobre mi suelo, oigo el ruido, noto la velocidad…¿cómo pararte sin hacerte daño? El viento, sí, al menos tengo que intentarlo. Es un gran amigo, me ayudará si se lo pido. Comienzan a crearse pequeños remolinos en las calles y en menos de un minuto las ráfagas son espeluznantes, pero nadie sabe que justo en el túnel que ahora mismo engulle a tu vagón el viento es aún más fuerte, es casi como un titán con las manos apoyadas en la parte frontal del tren, intentando que frene.

Maldita sea, no ha conseguido más que retrasarte unos minutos, lo suficiente para que pierdas tu próximo transporte, pero algo me dice que ni eso te retendrá esta noche, estás decidido a llegar a tu destino, sea cual sea. Rápidamente sales de la estación, intentando aún mantener en equilibrio todo tu equipaje. Es mi última oportunidad, después de esto no sé ni cómo podré volver a mirarte a los ojos, pero el miedo de no volver a verlos es mucho más fuerte. Afilo mis uñas, invisibles para ti y el resto de mis habitantes, y las clavo en una comisura de tu mochila para que cuando sigas caminando ésta se rasgue. No te das cuenta de que la tela se ha roto hasta que la colisión de un par de objetos contra el suelo te ha alertado. Los recoges mientras compruebas que no están rotos y, visiblemente malhumorado, comienzas a hacer malabares con la mochila y la maleta para poder continuar tu camino sin más incidentes.

Estás furioso, ¿conmigo quizá? No estoy segura. Pero aún así sigues caminando. Dios, ¿por qué? ¿Qué demonios es eso tan importante que te aguarda? Tanta decisión sólo puede significar una cosa, que pase lo que pasa, da igual lo que se me ocurra hacer, tú seguirás andando. Resulta desesperante, ¿qué hacer? Si ni siquiera sé por que o quién me abandonas; si no me puedo hacer a la idea de que otra ciudad te acoja, te cuide y se refleje en tus ojos cuando llegan tus momentos más felices. Supongo que lloraría si mis ojos reales, pero no lo son; soy sólo un mar con su paseo, unas calles mal asfaltadas, que la mayoría del tiempo acaban empapadas por culpa del temporal. ¿Cómo vas a preferir tú, mi estimado viajero, a esta ciudad antes que a cualquier otra en la que luzca el sol siempre en lo alto?

Parece que las nubes han visto mi llanto invisible y han decidido llorar por mí. Poco a poco finas gotas de agua comienzan a calar el asfalto, mis habitantes y a ti. Echas a correr como puedes, supongo que con la esperanza de que no resbalar y terminar con todo el equipaje por el suelo. Ya no sé si he dejado de observarte y sólo pienso o si he dejado de pensar y sólo te observo, pero a medida que te alejas por la calle principal recuerdo tantas cosas que a partir de mañana ya no pasarán.

Yo te he obsequiado cada día con los mejores bancos de todo el paseo para que pasaras allí las tardes con tu viejo cuaderno de notas, varios cigarrillos y poco más. Cuántas horas has invertido observando al mar, permitiendo que la sal y el humo invadiesen tus pulmones y así poder captar imágenes y sonidos que diesen forma a las frases que escribías sobre papel. Pero de lo que nunca te diste cuenta es que cada vez que agachabas la mirada para posarla sobre el cuaderno, yo me valía del mar para reflejar mis ojos y observarte, mi querido viajero.

Ya no disfrutaré de tu compañía cada noche cuando salías a correr de madrugada y me inquietaré al no saber si tu nueva ciudad también hace brillar las farolas para que, cada vez que atajes por el bosque, sepas siempre dónde está la carretera principal que te llevará de vuelta a casa.

Te detienes, exhausto y completamente empapado, frente a la gran estación de autobuses que permitirán que te alejes de mí para siempre. Pese a la hora que es hay bastante gente, personas que se van y familiares que los despiden. Y a ti viajero ¿quién te despide? La pequeña gran ciudad que ha intentado cuidarte todo este tiempo y ni siquiera lo sabes. Buscas entre todos los autobuses el que te llevará a tu destino, hasta que finalmente lo encuentras allí agazapado en una esquina, con el maletero abierto invitándote generosamente a que por fin tus hombros dejen todo el peso que llevan y descansen.

Subes al autobús, sigues el pasillo hasta encontrar un asiento que sea más o menos de tu agrado hacia el final del vehículo y te acomodas en el asiento del lado de la ventanilla, mirando a través de ésta. No estoy muy segura de si me miras a mí en forma de despedida o si simplemente tienes la mirada perdida y la mente puesta ya fuera de aquí. Y lo único que me queda claro es que cuando la última de esas lágrimas se haya evaporado, ya no quedarán restos de mi alma en ti.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Duerme ciudad, duerme




Duerme ciudad, duerme,
tú que ayer viste mis primeros pasos,
hoy soy yo quien te arropa.

El autobús no espera a nadie,
ya lo sabes bien,
y mientras avanza chirrían
las ruedas de goma gastada.

Tantas veces ha hecho el viaje…
y la primera vez que lo hago yo.

El miedo galopa hasta mí,
pero yo no quiero hacerle caso
y llegan a mí los recuerdos,
las imágenes de cómo tú,
en tus tierras cultivaste
mis dos primeras sonrisas:
una por escuchar las caricias
entre tierra, mar y puerto
y otra al saber que,
fuese donde fuese,
cuidarías de mí a través del viento.

Hoy duerme ciudad, duerme
que mis sueños descansarán
sobre tus farolas mientras
no termine esta noche.

Sal al ancho mar, ese que
te arropa cada día, pues
las olas te esperan ya
para cuidar de tus marineros.

Y una vez allí, no mandes
gaviotas a buscarme
porque allá donde voy,
sus voces no llegan
y no podrán encontrarme.

Siempre sabré que has sido
la más bella ciudad
que nadie pueda conocer,
la única a quien perteneceré
y a quien dejo esparcida
la ilusión que nace al crecer
para que la custodies
y nunca pueda morir.

Pero si algún día Saturno
te traiciona y arrebata
esa hermosa silueta
de mar, puertos y montañas,
no desesperes que yo
la retendré en mi mente
sin importar donde vaya.

Durante esta apacible noche,
duerme ciudad, duerme
que mañana cuando amanezca
te oraré con otro nombre.





domingo, 26 de octubre de 2008

Los muertos no tiemblan en días fríos

Hoy quiero inaugurar una pequeña sección que titularé “Teorías”. Éste escrito que os presento realmente no es el primero que debería aparecer en este apartado, pero es el último que he escrito y por ello lo expongo aquí. Lo cierto es que hasta ahora había suprimido este tipo de textos por ser muy diferentes a la temática central de este blog, pero he pensado que esto también es parte de mí, por lo que perfectamente puedo incluirlo en mi pequeño espacio virtual. Sólo decir que es una sección que encontraréis mucho más caótica y menos elaborada que el resto de escritos, pero eso sólo es porque, en este caso, le doy más importancia a las propias ideas que a la manera de contarlas.


Ayer rescaté varios cuadernos antiguos, entre ellos uno que me servía de diario en esos tiempos en que los problemas no eran problemas y yo no era más que una pequeña inocente, ingenua y feliz.

Recuerdo que cada vez que de pequeña leía una historia me imaginaba que yo era la narradora de una historia que se iba haciendo realidad en algún mundo desconocido a medida que las frases del libro tomaban forma frente a mis ojos.

A veces incluso llevaba esa fantasía un poco más allá e imaginaba que la vida de cada uno era la trama de un cuento leído por un niño; y nosotros y las personas que nos rodean, los protagonistas. Ninguno de los dos mundos se mezclaba, la única conexión que había entre ambos era esa voz interior que cada uno de cada cual escucha cuando leemos para nosotros mismos, sólo que esta vez era la de ese niño desconocido que se hallaba en algún rincón en el que jamás sería encontrado en este mundo.

A lo que iba, que me desvío del tema. Comencé a ojear esa especie de diario, reconozco que al principio sin demasiado interés, sólo una pequeña curiosidad de a ver qué tipo que chorradas me daba por escribir hace años. Y lo cierto es que sí, la mayoría de las cosas (por no decir todas) eran temas sin ningún tipo de importancia, pero el caso es que mientras las leía veía nombres, nombres de gente de la que ya ni siquiera me acordaba es más, algunos me costó un gran trabajo traerlos de vuelta a mi memoria aunque fuese sólo por unos minutos. Había de todo, personas que se cambiaron de colegio y de la que no volví a saber más; gente que a día de hoy aún son buenos amigos; otros que por aquel entonces no lo eran pero que ahora sí; incluso gente que hizo su gran viaje demasiado pronto.

Por un instante hasta me pareció que era otra vez esa niña pequeña que creía que las cosas que leía estaban sucediendo en algún otro lugar. Y llegué a algo así como la versión ampliada de lo anterior: ésta vez cuando yo leía en el presente el diario, a cada frase se estaba creando el pasado en otro mundo; y mi presente era el pasado leído en un tiempo futuro.

Entonces es cuando se me ocurrió el poder que podría tener una simple goma de borrar; lo que podría llegar suponer eliminar incluso la más insignificante de las frases o el punto peor puesto. En ese momento muchas de las cosas que siguiese a esa pequeña oración desaparecerían ante mis propios ojos. Incluso podría llegar más lejos aún y no conformarme sólo con haberla borrado, sino coger un lápiz y reinventar la frase y ver así cómo los próximos sucesos cambian sin necesidad de que yo los escriba.

¿Pero qué es lo que nos diferencia a nosotros, los de este presente que leemos cosas pasadas; de nosotros, ese pasado leído en un presente que aún es futuro? ¿O qué me diferencia a mí de todos esos fantasmas que aparecen en las frases escritas a lápiz, fantasmas que aparecen y desaparecen a su antojo a lo largo de capítulos enteros?

Lo cierto es que hasta esta mañana no he encontrado una respuesta viable a todo eso. Al parecer la temporada de heladas que comienza estos días no sirve sólo para hacer tiritar hasta el último músculo de mi cuerpo, sino también para activar mi cerebro y hacer que piense más y más deprisa, aunque sea en teorías absurdas de estas.

Pero incluso después de haber tenido la oportunidad de reflexionar tanto, creo que el hecho de haberme pasado un buen rato mirando por la ventana cuando ni siquiera había amanecido aún, es lo que más ha aportado para que piense que probablemente, la única diferencia que haya entre ellos y nosotros, es que los muertos no tiemblan en días fríos.

domingo, 5 de octubre de 2008

El mundo a través de una canica


Recién llegado el otoño, resulta una maravilla poder contemplar desde un banco de madera cómo comienza el sol a dorar las finas hojas de los árboles. Poco falta para que el transcurso de los días vaya consumiendo más y más al astro rey hasta que llegue un momento en el que apenas quiera salir a visitarnos.

Al parecer, los dos pequeños muchachos de apenas seis años de edad que juegan en medio del parque se han percatado de que pronto perderán a ese amigo brillante que tanto les ha acompañado durante el verano, y por ello, intentan aprovechar al máximo el tiempo que les queda a su lado, divirtiéndose con pequeñas y relucientes canicas que el sol hace resplandecer aún más. Desde mi banco puedo ver sus caras inocentes llenas de emoción cada vez que una de las canicas golpea suavemente a otra y sigue girando en una nueva dirección.

Una de esas pequeñas esferas de cristal rueda sin detenerse hasta chocar con mi zapato. Sin saber muy bien por qué, atrae mi atención más de lo que cabría esperar y, al observarla, su brillo atrapa mi mirada, invitándome así a cogerla suavemente entre mis dedos. Es extremadamente ligera y su tacto agradable se acentúa cada vez que la deslizo de manera casi imperceptible por las yemas.

Su sutil calidez logra que mis curiosos ojos se cierren con el único fin de que mi tacto se agudice lo suficiente para deleitarme aún más con el extraño objeto. Pero al volver a abrirlos ya nada es igual.

Toda la explanada que se extiende ante mí comienza a derretirse hasta formar un fluido de tono turbio y verdoso a causa de la mezcla de tierra y vegetación. A medida que se liquida, su espesor se diluye y adquiere un intenso matiz azul. Justo en el lugar en el que se encuentran los jóvenes muchachos se perfora el recién formado océano con un remolino descomunal cuyo fondo parece ser un abismo infinito. Ambos niños intentan de forma enérgica nadar a contracorriente para que el vacío que hay tras ellos no consiga devorarlos, pero uno de ellos, el más rezagado pierde sus fuerzas y se ve arrastrado al interior del desagüe oceánico. El pánico es fácilmente perceptible en la cara de su compañero que aún lucha con todas las fuerzas que le quedan contra el mar, aunque no son suficientes. Poco a poco siente como el vacío comienza a extenderse bajo sus pies; pronto todo su cuerpo se precipitará.

En ese instante en que lo cree todo perdido algo lo aferra de la muñeca; algo casi como una mano, pero más fría, más áspera y más firme. En un acto reflejo, el muchacho se apresura a sacar la otra mano del agua para sujetarse mejor a esa rama que lo acaba de atrapar como si no fuese más que un pececillo indefenso. Ésta lo impulsa fuera del agua con tal vigor que la propia velocidad del aire consigue que las ropas del chico estén completamente secas antes de aterrizar en la copa de un árbol. El robusto tronco es la única tierra firme que se consigue atisbar en el ancho océano, aunque parece completamente imposible que sus raíces estén unidas a algo.

El aire se agita cada vez con más intensidad hasta llegar a convertirse en viento y es entonces cuando el joven decide que ya es hora de abandonar su improvisado islote. Se aproxima lo máximo posible a la punta de una rama donde aún las ráfagas no han conseguido arrancar todas las hojas y se monta con mucho cuidado en una de ellas, dejando que la ventisca haga el resto. Por fin su plataforma verde se desprende del árbol para comenzar a planear hacia el horizonte, donde las aguas han recuperado su tranquilidad.

Mientras viaja hacia ninguna parte, no puede evitar mirar atrás para fijarse en la boca del océano que prácticamente lo devora y que ahora se rellena de agua desde su interior. Pero no es únicamente agua lo que regurgita el océano; del centro del agujero casi cerrado emerge una figura que se mantiene firme sobre su extraño soporte. Desde su hoja el joven muchacho no puede contener una sonrisa de asombro y felicidad al comprobar que no es otro que su compañero a lomos de una balsa gigante de tortugas. Pronto el capitán del navío acorta distancias hasta alcanzar a su amigo y ambos continúan el viaje dirigido por el viento.


No pasa demasiado tiempo hasta que en el horizonte aparece una pequeña mota que va aumentando de tamaño conforme se acercan a ella. Una playa de la más fina arena les da la bienvenida a la isla llena de exuberante vegetación que impide ver lo que hay más allá de los primeros árboles. Allí, al comienzo del bosque, les esperan un par de aves de picos dorados; éstas se inclinan ligeramente con gesto elegante, invitando a los dos aventureros a subirse a su espalda. Una vez arriba, cada muchacho se aferra firmemente a las plumas del cuello de sus improvisados medios de transporte y antes de poder mirarse si quiera una vez, ambos pájaros echan a volar de forma vertiginosa a través del bosque. El paisaje se convierte en poco más que un borrón debido a la creciente velocidad hasta que de repente y sin previo aviso se paran en seco en una explanada justo en el corazón de la espesura.

En el medio del insignificante claro se apilan unos cuantos pedruscos grises, dando forma a una pequeña y fría morada. No tiene puerta, sólo una manta colgada que evita que se vea el interior. Uno de los jóvenes la desplaza con cuidado para poder entrar seguido por su compañero.

En una esquina crepita suavemente un fuego azul y cálido que se encarga de iluminar la estancia; a su lado, una figura lo alimenta con pequeñas ramas secas, pero se gira hacia la entrada al oír a sus inesperados invitados. Las tres figuras se aproximan y dos de ellas extienden las manos; una para dar algo, y la otra para recibir ese objeto, pero en ese momento en el que la pequeña pieza se suelta de su amo el fuego centellea con más energía y el objeto, aún en el aire, expulsa todo el brillo reflejado de las llamas, consiguiendo cegar por unos instantes a todos los presentes.

Pestañeo un par de veces y me sorprende darme cuenta de que tengo a uno de los niños justo delante de mí, a menos de dos metros, sonriéndome pero a la vez con una mirada un tanto perpleja al no entender por qué tardo tanto en devolverle su preciado tesoro.
La diminuta esfera continúa brillando con la misma intensidad que antes, quizá esperando a una nueva persona a la que poder abrirle las puertas de la fantasía.

Cierro los ojos un instante y al abrirlos me quedo observando cómo el joven muchacho vuelve alegremente al encuentro de su compañero de juego para poder vivir mil nuevas aventuras más.

Sonrío permitiendo a los escasos rayos de hoy que bañen mi cara y dejo que mi mente siga volando hacia algún lugar desconocido. Al fin y al cabo, puede que el mundo que realmente esté del derecho sea ese que vemos a través de una pequeña canica.

sábado, 27 de septiembre de 2008

Otoño


Supongo que cada año siempre hay una época que nos hace reflexionar más y zambullirnos en nuestros propios recuerdos. Al parecer la llegada del otoño es un momento más que perfecto para ese fin, así pues de mi propia inmersión pude rescatar esto, escrito hace poco más de un año.



Un año más el otoño llega con sus humildes marejadas
para empezar a deleitarnos una vez más con su canción.
Se le unen mil vientos y lluvias
para entonar flamantes melodías que sólo escucharán lo sabios

Un año más un hombre se sienta en el columpio del parque
donde hacía unas horas reían niños.
Mira al cielo de frente porque ya no le tiene miedo.

Y el otoño descarga toda su belleza
con gotas de lluvia cristalina
que mojan suelos, hojas y nuestras vidas.

Su alma quebrada en dos, uno lo que ha sido siempre,
y otro lo que nunca volverá a ser.
La lluvia cae sobre él,
llevándose consigo todo lo que ya fue
y empapa el suelo de recuerdos
que ni el otoño le hará olvidar.

Pero poco le importa porque
todo tiene principio y final;
ahora busca algo nuevo que consiga hacerle vibrar.

Ya no le queda nada que hacer en ese lugar.
Todo terminó y ahora debe volver a empezar.
Se levanta para iniciar de cero una vida ya comenzada.

Y el otoño descarga toda su belleza
con gotas de lluvia cristalina
que mojan suelos, hojas y nuestras vidas.

sábado, 9 de agosto de 2008

Varios inconvenientes

Buenas tardes,

Sé que últimamente apenas estoy escribiendo nada, es porque tengo muchos problemas con la conexión y tampoco ando muy servida de ideas que digamos. Reconozco que he dejado el blog un poco descuidado, ruego me disculpéis, sé que no es forma de llevar una web. Espero que pronto pueda poner en orden y por escrito el torbellino de ideas que tengo en la cabeza y espero también que los problemas de conexión se solucionen lo más rápido posible, aunque algo me dice que tardaré un tiempo en poder volver a postear con asiduidad.

Muchas gracias por vuestra paciencia, sobre todo a aquellos que siguen esta aventura desde sus comienzos.

Clair de Lune

martes, 5 de agosto de 2008

Camino hacia el túnel


Escrito durante el curso 2003-2004. Posteriormente hice la versión en euskera de este texto que, a mi juicio, quedó mejor, pero creo que no hay mucha gente leyendo este blog que entienda el idioma.


¡Bum!

Me encuentro tirado en el suelo. Estoy en el frío y duro asfalto de la calle, según me indica el escalofrío que recorre todo mi cuerpo. No sé cómo ni por qué he llegado hasta aquí. No recuerdo nada. Percibo una abundante cantidad de ruidos. Son todos diferentes, pero reconozco la gran mayoría. Los motores en marcha de lo que probablemente sean coches y motos, me resultan más fáciles de oír que los demás, aunque estén bastante lejos. Lo más cercano que tengo son las numerosas voces y murmullos que se van apilando junto a mí construyendo así una especie de manto que me aísla de lo que haya detrás de él.

De pronto una luz muy brillante surca el cielo obligándonos a todos los presentes a cerrar un instante los ojos, pero yo ya no los abro. Estoy demasiado cansado para hacerlo. Un momento después de ver la cegadora luz. Un ruido ensordecedor taladra mi mente, aunque estoy casi seguro de que no ha sonado sólo en mi cabeza, sino también en el cielo.

Unas gotas de agua comienzan a caer lentamente sobre mi cara. Pero en un segundo el agua empieza a abundar y choca con el suelo. Nunca antes había oído la lluvia caer sen tener otras ocupaciones, así que esta vez me limito a escuchar. El sonido que provocan las gotas de agua el estamparse contra el duro asfalto se asemeja bastante al de un alfiler al caer. Así que, en cierto modo estoy percibiendo una lluvia de pequeños alfileres tintineantes. Y su tacto es extraño respecto al sonido, ya que a pesar de frías, son como los pétalos de una rosa, suaves y delicados.

De pronto el ruido de una sirena me saca de mis pensamientos. El círculo que me rodeaba se abre y deja pasar a tres personas con unos maletines. Uno de ellos toca mi cuello con sus largos y fríos dedos y le dice algo a sus compañeros, algo que no llego a entender. Pero de repente noto que mi corazón se para en seco y mi cabeza comienza a crean un sinfín de imágenes, algunas más borrosas que otras. Una de ellas es la de un muchacho pequeño que está soplando las velas de una tarta. Soy yo en mi séptimo cumpleaños. En otra hay una familia al lado de un lago pescando, sonriendo y pasándoselo en grande: mi mujer, mi hijo Alex, mi hija Sonia y yo intentando pescar un gran pez para la cena. La imagen cambia dejando observar dos chicos de unos veinte años de edad jugando al fútbol en un patio. El de la derecha es mi amigo Tom y el otro soy yo, que acabábamos de entran en la universidad. Otra serie de imágenes aparecen ante mí como si de una película se tratara. Es algo que ha sucedido recientemente porque voy vestido con traje y corbata. Estoy pasando por un cruce y de pronto unos faros encendidos, que esconden un gran coche, se abalanzan sobre mí y caigo al suelo. No recuerdo que nada de eso haya ocurrido, pero me pongo a pensar: estoy tirado en el asfalto sin saber por qué. Sólo puede haber una explicación: ese accidente es el motivo por el que estoy aquí.

Siento que colocan en mi pecho dos tipos de planchas y de ellas surge una fuerza que sacude todo mi cuerpo. Mientras vuelvo a percibir ese impulso al menos tres veces más, mi vista se va nublando y se empieza a convertir todo en negro. Hasta que al final no veo nada y mi cuerpo ha dejado de sacudirse. Tampoco siento nada. Simplemente estoy yo y el vacío. Comienzo a andar. Tal vez sea verdad que hay una luz al final del túnel.

domingo, 20 de julio de 2008

Cazador de Sueños


“Los indios americanos utilizaban los cazadores de sueños como trampa para las pesadillas, que quedaban atrapadas en él y no podían afectar a los que dormían.”

Demasiado calor para poder dormir, siempre pasa lo mismo en verano. Aunque la persiana esté bajada, a los pequeños rayos de luna aún se les permite la entrada a esta habitación, ya que siempre son los causantes de todas las siluetas que se perfilan sobre la blanca pintura de la pared. Ésta vez, sobre ella se dibuja una sombra que gira despacio, como si bailase una danza de cortejo para alguien.

Busco al culpable de esa figura y pronto lo encuentro colgado de la lámpara del techo por una fina cuerda y oscilando levemente a causa del aire que se cuela por las persianas. El aro grueso delimita una red creada a partir de un hilo muy fino, como una tela de araña. Es un cazador de sueños, yo misma lo até ahí en un intento de que desaparecieran mis pesadillas; desde entonces ni siquiera he vuelto a soñar.

Me gusta observar el movimiento de tan curioso objeto, resulta algo relajante ir perfilando con la mirada cada hilo que se entrecruza, pero que aún así, dejan un pequeño agujero justo en el centro de la red por el que se alejan las pesadillas de la persona que duerme.

Creo que hay algo enganchado en uno de los hilos más centrales; es pequeño, alargado y parece que intenta aletear para poder liberarse de su trampa. Me acerco más y sujeto el cazador de forma suave con las yemas para así dirigirlo a algún haz de luz que entre por la ventana.

Tiene la misma forma que una… boca. Sí, estoy segura, son unos finos labios que han quedado atrapados en la red por accidente. Pero tienen algo extraño que aún no logro identificar, diría que son las comisuras, son diferentes a las que he visto hasta ahora, están curvadas hacia arriba creando así una expresión de alegría.

¿Sonrisa? Sí, puede ser, sonrisa creo que así lo llaman…Vaya, hacía tanto que no veía una. No sé qué hace esta pequeña aquí, desde luego no es su lugar, pero ¿significa que he soñado con ella? No lo recuerdo. Hace mucho que mis sueños no dejan imágenes, sonidos ni sensaciones en mi memoria, quizá así sea mejor, pero algo tendré que hacer con mi inesperada visita de hoy.

Al acomodar entre mis dedos a los pequeños labios, éstos comienzan a batir sus comisuras de forma enérgica. Me recuerdan a una mariposa justo antes de echar a volar, sólo que aún no dejo que se eleve. En vez de soltar a la delicada sonrisa para que pueda revolotear libremente por mi habitación, me acerco a la ventana, subo la persiana y dejo que se pose de forma suave sobre el alféizar.

Los cálidos labios se han quedado inmóviles, parece como si ya no quisieran alzar su vuelo. Los observo nuevamente y por un momento me horrorizo. Dudo que sea mi imaginación. Las comisuras ya no están tan curvadas como antes, por lo que su expresión de alegría ha comenzado a remitir. Siento que necesito ayudarla a volver a ser como antes, así que de manera casi instintiva soplo débilmente a la cada vez menos feliz boca, a lo que ésta responde con un ligero temblor. Comienza a resbalarse del alféizar, está a punto de caer, pero antes de que yo la sujete, curva repentinamente sus comisuras y las agita con toda su energía hasta que logra elevarse por fin.

Veo como se aleja feliz sin ningún rumbo concreto. No intento retenerla, prefiero dejar que se marche en la oscuridad hasta que encuentre a otra persona que la sueñe. Me pregunto si volverá a quedarse atrapada en un cazador de sueños de alguien que luego no recordará ni haber soñado con ella, pero que en el fondo sabrá que lo ha hecho. Pese a que hace unos segundos que ya ha desaparecido por completo de mi campo de visión, me quedo un rato más mirando por la ventana y al final…¿sonrío? Sí, y al final sonrío.

lunes, 14 de julio de 2008

Cada Puñalada

Día soleado de verano, perfecto para salir a dar una vuelta y dejar que mi alegría vuele junto a esa dulce brisa de la costa. Parece que todo el paseo huele a felicidad, o quizá sea la sal que despierta en mí unas ganas repentinas de dedicar a todo el mundo una sonrisa, tanto si los conozco como si no. Pese a que hace un buen rato que pasaron de ser las ocho de la tarde, el sol continúa allí arriba, con esa fuerza infinita que consigue no cansarle nunca de alumbrarnos. Por un momento se torna tan brillante que me veo forzada a entrecerrar los ojos, de tal manera que no puedo distinguir los rostros de todas aquellas personas que pasan por mi lado. Alguien de los que acaban de pasar agarra mi muñeca de manera suave pero al mismo tiempo contundente, lo que hace que mi cuerpo rote levemente sobré sí para averiguar de quién se trata.

Saludas con simpatía, sonríes y rápidamente te quitas las gafas de sol para que pueda apreciar tus ojos. Intento decir hola, hasta muevo los labios, pero ni siquiera yo lo he llegado a oír. Sigues hablando, pero yo ya no escucho. ¿Quién eres? Me recuerdas tanto a alguien, pero no puede ser….¿o quizá sí? Tienes sus mismos ojos, el mismo timbre de voz y unos labios iguales a los que recuerdo. Hacía demasiado que no sabía de ti, y sin embargo ahora te tengo delante, sonriendo, hablando, como si el tiempo hubiese retrocedido varios años.

Poco a poco, el sol comienza a esconderse y permite que mis ojos permanezcan abiertos. No hago más que observarte, parece que el tiempo no ha hecho mella en ti o eso parece al menos. Vuelvo al hilo de tu discurso sin que te hayas dado cuenta si quiera de que estaba totalmente ausente, e intento escuchar tus palabras, pero es que éstas ya no saben a nada.

Te delatas.

No eres más que una simple imitación de aquel a quien amé de una forma tan incondicional, de alguien a quien le entregué todo mi ser sin importarme lo que pudiera pasar. Tendrás sus ojos, sí, pero ya no miran con esa dulzura que conseguía traer la mayor tranquilidad a mi mente. También te has hecho con su voz, aunque está claro que no la sabes utilizar igual que él, ya que tu tono suena frío y distante, y él jamás habló así. Y qué decir de tus labios, esos que intentan en vano crear una sonrisa cómplice, ahora se congelan en una pequeña mueca que te delata como traidor.


Sé que aquella persona a la que tanto amé murió hace años, ya no existe más que en mi memoria, pero no por ello dejaré de quererla de la misma manera que cuando estaba a mi lado. Seguiré recordándole con toda la dulzura que le caracterizaba, con aquella paciencia infinita que siempre tenía conmigo y cada vez que vuelva a aparecer en mi mente podré sonreír, porque sé que conocí a una persona maravillosa que por un tiempo hizo que me sintiera completamente feliz y sé que soy afortunada por ello. Y ahora te observo a ti, que no sé quién eres, nada más que un desconocido cualquiera que pretende ser quien ya no puede y que nunca se dio cuenta que todas las puñaladas que me clavabas a mí, te mataron a ti.

domingo, 25 de mayo de 2008

Cosa de exámenes

Puede que alguien a estas alturas ya se haya dado cuenta de que últimamente apenas posteo nada y de hacerlo es muy de vez en cuando. No estoy pensando en dejar el blog ni nada por el estilo, así que nadie se asuste, es sólo que tengo los exámenes a la vuelta de la esquina y quiero que vayan bien. Quizá de vez en cuando en algún descanso me de tiempo a escribir algo por eso no he puesto nada diciendo que hasta tal fecha no volveré, aunque en caso de que no tenga oportunidad de escribir hasta que se acaben los exámenes…para final del mes que viene ya estaré por aquí.

Hasta pronto

sábado, 17 de mayo de 2008

Lluvia

Acabo de despertar en medio de un hermoso prado rebosante de hierba y pequeñas flores que parecen correr tan lejos como pueden para llegar a alcanzar el horizonte. Miro a mi alrededor y veo que todo el manto verde se extiende incluso por encima de las lejanas montañas, acariciándolas con la suavidad del roce de cada hebra verde que intenta desesperadamente alzarse para observar el sol. Es una vista magnífica en la únicamente se puede respirar tranquilidad. Me descalzo y comienzo a andar, quiero disfrutar lo máximo posible de la textura de la hierba que se escurre entre mis dedos y trata de hacerme cosquillas.

Por mucho que avance es como si siempre estuviese en el mismo sitio, tan verde, tan perfecto; aunque las montañas que difumina el cielo son las únicas que cambian de posición de forma casi imperceptible. Una ligera brisa empieza a pasear a sus anchas por todo prado, no sé bien de dónde bien, pero parece que tiene ganas de jugar conmigo, con las flores, incluso con las nubes, ya que ha ido a buscarlas muy lejos para traerlas hasta aquí.

Pronto el cielo se llena de nubes que van juntándose y obteniendo un tono cada vez más oscuro. Miro en todas direcciones intentando encontrar algún sitio donde resguardarme de la inminente lluvia, pero no sólo no encuentro cobijo, si no que lo que hallo me deja completamente de piedra. Justo detrás de mí descubro un camino creado por hierba quemada que, al aproximarme un poco, compruebo que son mis propias huellas las que han abrasado un paisaje tan perfecto. Levanto ligeramente mis pies y veo horrorizada que están quemando toda la hierba que hay debajo de ellos. Pienso en echar a correr muy lejos para no seguir dañando tan hermosa vista, pero rápidamente cambio de opinión, ya que un solo movimiento seguirá destruyéndolo todo.

Pequeñas gotas de lluvia caen desde el cielo y consiguen que me estremezca bajo su frialdad. Me alegro de que llueva porque pienso que así ayudará a que el prado se mantenga en todo su esplendor, pero no tardo en descubrir que me equivoco. Cada gota que cae sobre alguna planta la agujerea de inmediato como si de ácido se tratara, aunque sobre mi piel no tiene efecto; parece que ya no pueden corroerme más.

En pocos minutos soy testigo de la devastación de todo ese prado que al principio me había cogido con tanta paz. Veo como todas las plantas sin excepción van incinerándose lentamente sin que pueda hacer nada por evitarlo. No encuentro ningún lugar en el que quede algo de vida por más que mire a mi alrededor; todo ha quedado completamente destruido. Ya no importa que me mueva, no queda nada por quemar, así que camino hasta unas rocas que hay cerca para poder sentarme. Apenas puedo creer nada de lo que ha pasado, de un segundo a otro se ha desvanecido toda la hermosura del paisaje para dar paso a un desierto habitado únicamente por la muerte.

Dejo que mi mirada se pierda entre los resquicios que dejar las rocas hasta que, para mi sorpresa, atisbo una pequeña flor escondida allí intentando sobrevivir. La quiero ayudar, sé que mi presencia ha hecho mucho mal a este prado y no quiero que quede totalmente destruido, por eso la protejo bajo mi cuerpo, para que la lluvia no llegue a alcanzarla y acabe teniendo el mismo final que el resto del manto verde. Espero mientras todas las gotas ácidas caen sobre mi espalda sin hacerme una sola abrasión y me quedo allí intentando acoger a esa pequeña durante horas, hasta que finalmente la lluvia cesa por completo.

Ahí está esa insignificante flor que ha sobrevivido al desastre; me quedo contemplándola con una mezcla de admiración y pena al mismo tiempo, ya que ahora tendrá que quedarse completamente sola hasta que el tiempo repare todos los daños, pero mientras me gustaría poder cuidarla. La acaricio despacio intentando darle ánimos para que siga creciendo, pero en cuanto mis dedos entran en contacto con sus pétalos, el delgado tallo se estremece y los pétalos se vuelven negros hasta deshacerse en mi mano. Acabo de causar la muerte de lo único que quedaba de aquel frondoso prado, ha sido mi culpa y ahora ya sólo podrá existir en el recuerdo. ¿Pero quién creerá que no lo hice a propósito? ¿Quién?

viernes, 9 de mayo de 2008

Reflejos

“Lo más probable es que la culpa de este texto a tenga el señor Gray”

No ha habido un solo minuto en lo que lleva de noche en el que haya conseguido que el sueño me visite, por eso hace un rato que me he levantado para dar vueltas por la casa he terminado llegando a la cocina. Abro la nevera, pero me doy cuenta de que la luz no se ha encendido. Miro a mi alrededor y compruebo que la pequeña bombilla roja del televisor también está apagada. Ha debido de saltarse la luz. Intento encontrar una linterna en uno de los cajones de la cocina, pero sólo doy con una antigua vela y, por suerte, con una caja de cerillas con la que poder prenderla.

La llama pronto comienza a brillar y en un principio tengo que cerrar los ojos hasta acostumbrarme a su intensidad.

Me parece oír unos ruidos que provienen del final del pasillo e intento encontrar algún aparato que haga un sonido parecido, pero no se me ocurre ninguno. Cruzo el pasillo aún con la vela en la mano, de forma que creo una burbuja de luz que recorre las paredes.

Finalmente llego hasta la puerta que vigila la habitación más lejana, y me decido a abrirla despacio, como si no quisiera despertar a la casa. Entro y encuentro frente a mí un espejo que decora ambas puertas del armario. No reparo demasiado en él ya que está al fondo de la habitación y prefiero buscar la fuente de esos ruidos que he escuchado antes. Bajo la vela hasta la altura de mi cintura para así poder observar bien el suelo; no encuentro nada.

No me había percatado, pero al parecer hace unos segundos que ya no se oye nada. Serían imaginaciones mías. Doy media vuelta dispuesta a marcharme y volver a intentar conciliar el sueño, pero justo cuando alcanzo el pomo de la puerta, unos ruidos extraños se empiezan a oír tras de mí. Me giro de inmediato, pero una vez más sólo alcanzo a ver el espejo del armario en el que apenas se refleja siquiera la luz de la vela.

Por alguna extraña razón, siento que esa imagen me está invitando a acercarme, y yo acepto. A medida que avanzo veo como una pequeña sombra también se acerca a mí en el espejo, pero a mi reflejo aún no le llega luz suficiente como para que pueda ser algo más que una simple sombra. Cada paso que doy recibe como respuesta un paso del reflejo. No puedo dejar de avanzar, hay algo que me lo impide, una extraña curiosidad quizá. Cuando faltan poco más de diez pasos para que pueda i ncluso tocar el espejo, los ruidos se aceleran; me recuerdan a una respiración lenta pero intranquila al mismo tiempo.

Me detengo en seco. No es posible que a la distancia en la que estoy aún no pueda ver más que mi emborronada silueta sujetando una débil luz. Entorno ligeramente los ojos para ver si puedo distinguir mejor la imagen que tengo delante de mí, pero justo entonces mi vela se apaga dejando todo sumergido en la oscuridad. O casi todo. Mi vela se ha apagado, sí, pero la del espejo continúa prendida, como si no hubiese pasado nada. Vuelvo a emprender mi camino hacia el espejo, y compruebo extrañada que sigue haciendo los mismos movimientos que yo, con la pequeña diferencia de que yo sigo en la penumbra y en el reflejo esa vela encendida sigue alumbrando débilmente su entorno.

Cuanto más me acerco más se acelera esa misteriosa respiración. Llego hasta el espejo, lo tengo justo a un palmo y aún soy incapaz de ver gran cosa. Ambas velas están a la altura de mi cintura, lo que consigue que pueda ver con mayor nitidez el cuerpo de mi reflejo, aunque el rostro continúa muy borroso, como si hubiese una gran cantidad de vaho.

De pronto me acuerdo de que el espejo sigue haciendo los mismos movimientos que yo. Alzo la vela muy despacio mientras noto que una respiración se acelera de forma incontrolada, pero no sé si es la mía o la suya. Poco a poco la luz de la vela comienza a reptar por su cuerpo, haciendo que todo se vuelva más nítido. Falta poco para que el rostro quede alumbrado y ambas nos acercamos aún más.

El rostro termina de iluminarse, pero lejos de reflejar mi cara de pánico, me recibe con una mueca que consigue petrificarme casi por completo. Tengo ante mí un rostro que no había visto nunca, con las cuencas de los ojos completamente negras, arrastrándome al vacío; y una piel aún más blanca que la propia vela Aunque jamás haya visto a alguien así, sus facciones me resultan extraordinariamente familiares. Algo me impulsa a intentar tocar ese reflejo; adelanto la mano mientras ella se queda expectante de mis movimientos. En cuanto mis dedos entran en contacto con el frío espejo, sus ojos chispean durante un brevísimo instante y su expresión se torna aún más despiadada. La mano que contactaba con la mía me agarra de la muñeca para que no pueda escapar, mientras que la otra acaba directamente dentro de mi pecho, rodeando el corazón con sus helados dedos. Tira de mí, consiguiendo que me aproxime más a ella. Durante un segundo la escena se congela, pero su recién formada risa me dice exactamente lo que pasará a continuación. Sus dedos comienzan a cerrarse sin pausa mientras que noto cómo mi alma va pasando a través de su brazo al espejo.

Me suelta sin previo aviso y caigo al suelo con un ruido sordo. Desde el suelo puedo ver un perfecto reflejo de mí cogiendo la vela aún prendida del suelo y alejándose hasta perderse en la penumbra del espejo.

domingo, 27 de abril de 2008

Velas hacia el Olvido

Durante toda la noche la Luna estuvo acariciando suavemente los pequeños granos de arena que completaban esa playa, pero ya no era la única que los abrazaba. Unos pálidos pies acababan de saltar el muro que separaba la playa del paseo, y avanzaban descalzos por toda la arena sin tener ninguna prisa. Al poco rato se detuvieron para que su dueña pudiese posar su cuerpo tranquilamente no muy lejos de la orilla.

Levaba consigo una caja de cartón en la que no había demasiadas cosas, pero aún así parecía que le costaba cargar con ella, el pasado siempre pesa mucho. Una vez en el suelo sacó de ella de uno en uno todos los objetos que llevaba. Lo primero fue una pequeña pieza cuadrada de mimbre hecha por ella misma, con los bordes ligeramente levantados como si fuese un plato. Justo en el medio colocó una larga y delgada vela blanca, que consiguió dejar en equilibrio gracias a que la cera de ésta se había quedado ligeramente adherida al mimbre. Siguió buscando en aquella caja de cartón hasta que se topó con un libro por el que sobresalía una antigua foto que mostraba de frente a dos personas abrazadas que sonreían a la cámara. Durante unos momentos se quedó mirando esos ojos que le devolvían la mirada desde la imagen y recordó que hacía mucho que ya no la miraban acompañados de esa alegre sonrisa. Situó aquella foto cerca de la vela para que ésta pudiese sujetarla.

Volvió a fijarse en el libro del que había sacado la foto. Estaba en el suelo, abierto por la misma página que ella lo había dejado y con un poco de arena sobre ella, aunque también encontró dentro una pequeña margarita ya seca, que casi ni se acordaba que estuviese allí. Seguía teniendo el mismo tacto suave del día en que se la regaló. Fue el primer día que se habían conocido, él la había cogido para dársela junto con un una sonrisa radiante para hacerla sonreír a ella también, aunque nunca le confesó que había guardado aquella planta de la que ahora intentaba encontrar en vano el olor de su piel. También la colocó junto a la vela para que ésta la cuidase con su suavidad, aunque tuvo que esperar unos instantes a que le dejaran de temblar tanto las manos.

Miró sus temblorosas palmas y no pudo evitar fijarse en el único adorno que tenían sus dedos, un pequeño anillo de plata que, pese a tener ya unos años, aún conservaba su brillo. Se lo quitó para poder examinarlo mejor. En la parte interior se seguían viendo unas finas letras, al parecer el tiempo no había querido borrarlas. Las veces que había mirado esa inscripción siempre había sentido lo mismo, no entendía por qué se regalaban cosas así, no comprendía por qué se regalaban mentiras ni por qué todo el mundo se empeñaba en poner frases que sonasen bien, de esas que en dos días dejaban de ser verdad. Hacía tiempo que su mente cambió esas palabras y ahora sólo leía la realidad. “Cuando repares en esta inscripción será porque ya no te quiero”, pero aquella era una frase demasiado larga, así que quien le regaló la sortija lo acortó el un simple “Te quiero”. Dejó el anillo junto al resto de objetos de la pequeña balsa de mimbre y rebuscó en sus bolsillos hasta encontrar un mechero casi gastado. Prendió con mucho cuidado la vela blanca, ayudándose de su otra mano para que el prácticamente imperceptible viento no la pudiese apagar. La llama fue creciendo hasta conseguir bañar con su luz tanto los objetos como los ojos de la chica, que cada vez brillaban más.

Con suma delicadeza para que nada se pudiese caer, tomó la balsa en sus manos y se acercó al mar y así poder obsequiarle con ella. Se adentró hasta que las aguas acariciaron sus rodillas y, con el mismo pesar de quien comprende que un ser querido tiene que marchar, le entregó la pequeña embarcación llena del pasado. Las olas comenzaron a llevarse todos aquellos recuerdos, pero la vela seguía encendida, quizá como un faro para que ella los pudiese ir a recuperar si quería, aunque pronto pensó que no era así, sino que era su forma de poder guiar su pasado hacia lo más lejano del mar, y poder quedarse sólo con los buenos momentos, con los que merecía la pena recordar con una pequeña sonrisa por el simple hecho de que ocurrieron, mientras que los malos se quedarían allí, entre el horizonte y el Olvido.

domingo, 20 de abril de 2008

A mi querida amiga

Ayer volvió a quedarse en casa a dormir, lleva ya un tiempo haciéndolo. Hace bastante que nos conocimos y, pese a que ella es mucho mayor, no tardamos en caernos bien. Desde entonces se queda en mi casa casi siempre

Por las noches prefiere dormir conmigo, a mi lado y me rodea con sus brazos hasta que amanece. Ella dice que me abraza para protegerme, para que nadie pueda pensar siquiera en hacerme daño. Y por las mañanas siempre está ahí con los ojos ya abiertos, no sé si se despierta antes que yo o si es que no duerme. Pero yo me levanto antes que ella para preparar el desayuno, siempre para dos porque sé que ella llegará de un momento a otro para compartirlo conmigo, igual que compartimos todo.

Desde que la conozco es la única que nunca se ha separado de mí. Estamos juntas en todas partes desde que me levanto hasta que vuelvo a dormir, cada día y sin excepción. No está mal tener siempre a alguien cerca a quien poder contarle lo que me pasa, que me escucha en silencio y espera a que termine antes de dar alguna opinión. Opiniones que siempre son sinceras y objetivas, además con ellas consigue desempañar todos los cristales en los que siempre veo buenos reflejos, ella se encarga de que vea todo tal y como es en realidad y sin ningún tipo de adorno o mentira. Es ella la que, cuando estoy de espaldas, bebe de mi vaso para que al darme la vuelta lo vea medio vacío.

No se puede negar que es demasiado buena conmigo, es difícil encontrar a alguien así. A veces se ausenta unos minutos, puede que incluso días, pero ambas sabemos que acabará volviendo, siempre lo hace. Dice que me quiere demasiado como para abandonarme y yo sé que eso es cierto porque no hace más que demostrármelo día tras día.

Esta noche saldremos seguramente. Habrá dos asientos ocupados en el tren, uno por mí y otro por ella. En cualquier bar habrá que pedir dos copas, una para mí, otra para ella. Y al ir a cenar habrá que reservar una mesa para dos, una en la que quepamos mi soledad y yo.

miércoles, 16 de abril de 2008

El círculo de fuego

Resulta extraño, no recuerdo que hiciese tanto calor al acostarme ni que mi cama fuese tan dura. Aún no he abierto los ojos y mi cabeza ya ha comenzado a dar vueltas, aunque no recuerdo que los somníferos tuviesen este efecto secundario. Dudo que si trato de incorporarme sea capaz de mantener el equilibrio, así que prefiero observar primero lo que hay a mi alrededor. Como si me acabasen de tirar un cubo de agua helada, mi mente parece que se despeja al menos durante unos breves segundos; algo no va bien. A escasos pasos de mí puedo ver la fuente de calor, unas llamas han brotado desde el mismísimo suelo y se elevan hasta una altura de más de dos metros. Sigo el recorrido del fuego con los ojos para intentar saber de dónde viene y cuánto alcanza, pero pronto me doy cuenta que mi mirada acaba de dar una vuelta de 360º y que las llamas no han desaparecido en ningún momento; dibujan un círculo y justo yo soy el centro.

Es hora de levantarse, pero acabo de comprobar que no estoy sobre ninguna cama, es el duro suelo quien me deja reposar el cuerpo. Intento encontrar algo a mi al rededor; nada, no hay absolutamente nada a parte de la bien pulida superficie que me devuelve una imagen borrosa que asemeja a su débil intento por reflejar mi figura. Tampoco consigo ver nada más allá de las llamas, todo es completamente negro a excepción de ese círculo naranja que arde cada vez con mayor intensidad.

Aún puedo percibir los efectos de los somníferos, por eso creo ver doble a veces y soy incapaz de levantarme del todo, así que me siento sobre mis rodillas a esperar que mi cabeza vaya recuperando. El suelo no hace más que centellear a causa de las brillantes llamas, que son las mismas que dan a mi piel un color tostado y que se clavan en mis ojos, obligándome a cerrarlos cada vez que intento visualizar si hay algo tras el círculo.

Una ligera humareda comienza a reptar desde el fondo de las llamas hasta el aire y poco a poco, veo cómo se va condensando de manera atípica. Todo el humo se ha arrejuntado frente a mí creando una especie de capullo que lentamente se va moldeando hasta convertirse en una figura blanca, casi transparente, de rostro difuminado. Pese a estar bastante desdibujada, su cara me resulta vagamente familiar, aunque no sé por qué dentro de mí acaba de crearse una pequeña chispa de ilusión. Una vez formada esta figura, se han formado más capullos que han ido cogiendo diferentes formas, creo que también los conozco.

Siento la necesidad de acercarme a ellos, es como si supiera que me van a proteger y que me darán las esperanzas que me faltan. Doy pequeños pasos, no quiero ahuyentarlos. Extiendo el brazo para poder alcanzar con los dedos la mano de la primera figura, que sigue siendo la más cercana a mí, pero apenas he rozado el humo y todas las siluetas se han desvanecido de inmediato y han traspasado las llamas para volver a formarse en el otro lado. ¿Por qué os vais? ¿Por qué me abandonáis aquí si llevo esperando vuestra llegada tanto tiempo? Echo a correr hasta tener justo en frente la pared de fuego, pero en ese momento las llamas crecen aún más, dejando claro que no me dejarán pasar. Las figuras siguen allí, esperándome pacientes detrás de esta cortina de luz ardiente que me impide llegar hasta ellas. Busco algo cerca para poder apagar el fuego, pero al igual que en el anterior intento, no encuentro absolutamente nada. Pero sigue ahí, a dos pasos de mí, quieren que vaya con ellos, ¿por qué no puedo?

Me retiro ligeramente del círculo casi arrastrando los pies. Necesito encontrarme con ellos. No pienso más, cierro los ojos y echo a correr completamente a ciegas hacia delante, confiando que habrá alguna señal que me indique cuándo he de parar. No tarda en llegar. Mi cuerpo rompe de lleno en la muralla de llamas. Parece una eternidad en la que miles de garras afiladas e incandescentes se incrustan en mi piel destrozándola por completo. Caigo al suelo por culpa del dolor y de haber estado con los ojos cerrados; antes de abrirlos noto que he arrastrado conmigo varias llamas sobre mi espalda que, antes de apagarse, se encargan de abrasar mi piel. Sin levantarme siquiera del suelo, abro los ojos y trato de distinguir cualquier cosa aunque vea todo un poco borroso. Las figuras de humo se ven aún más difuminadas que antes, como si hubiese un velo entre nosotras que evita que las observe con total claridad. Puedo ver frente a mí el pie de la primera silueta y levanto la cabeza para verle el rostro mejor, pero antes de que mi mirada pueda rozarle se desvanece junto con todas las demás. La pequeña chispa de ilusión que creía haber percibido antes se ha diluido por completo dentro de mí. ¿Por qué os vais de nuevo? ¿Por qué no os quedáis conmigo? ¿Por qué me abandonáis? ¿Por qué?