“Sentimientos, sensaciones, instantes…eso es el Claro de Luna, un lugar en el que todo, absolutamente todo, es posible.”

miércoles, 27 de febrero de 2008

Vientos del Norte

Hacía poco que los rayos del Sol habían asomado por el horizonte inundando así de luz toda la playa. Gracias a esa calidez algún que otro pájaro madrugador ya se posaba sobre la orilla esperando a que las aguas humedeciesen la arena. No eran los únicos que estaban allí tan temprano. Una joven muchacha de ojos tristes entraba justo en ese momento a la playa con un vestido blanco muy fino, no demasiado adecuado para las fechas que eran y con los zapatos en la mano para poder mantener el equilibrio sobre los montículos de diminutas partículas.

Al poco de su llegada una ligera brisa la envolvió, acariciando así todo su cuerpo y rozando de forma jocosa su delicado rostro, y pudo escuchar una leve voz susurrándole al oído, “¿Bailas?” “¿Qué? No, no sé bailar” “No te creo. Vamos, es muy fácil, incluso divertido. Dame la mano y déjate llevar.” Pasó por debajo de su mano, acariciándola y consiguiendo que ésta se alzase ligeramente, como si realmente alguien la estuviese sujetando. Ella no hacía más que mirar a un lado y al otro para comprobar que nadie más los observaba, no estaba demasiado segura, pero al ver el entusiasmo de su extraño compañero de baile comenzó a mover los pies tímidamente. A penas removía la arena con sus pasos y seguía manteniendo los brazos muy pegados al cuerpo como si eso fuese a hacer que se la viera menos. El viento no pudo evitar soltar una carcajada al darse cuenta de la vergüenza que habitaba en su nueva amiga; la soltó de modo que ella pensara que se había dado por vencido en su intento de hacerla bailar, pero seguido cogió impulso y se deslizó con decisión rodeando su cintura para hacerla girar sobre sí misma. Esto hizo que ella perdiese el equilibrio, por lo que cayó sobre la fina arena, aunque no le produjo ningún tipo de daño, si no todo lo contrario, por alguna extraña razón comenzó a reírse sin poder parar hasta que tuvo que detenerse para coger aire.

Se levantó hábilmente aún con la inmensa sonrisa dibujada en la cara; su mirada buscó rápidamente al viento que seguía danzando por toda la playa. Éste lo entendió a la perfección, esta vez realmente quería bailar, así que no se hizo de rogar. Volvió hasta ella y empezaron a moverse de forma muy alegre. Ella giraba sobre sí misma sin parar, con los brazos extendidos y el rostro orientado hacia el cielo mientras que el viento volaba casi al ras del suelo consiguiendo crear pequeños remolinos de arena. De vez en cuando volvía a cogerla de la mano para que bailasen juntos y otras se movía cerca de ella consiguiendo que su fino vestido blanco cogiese algo de vuelo.

Después se le ocurrió, ¿por qué iban a ser felices sólo ellos dos? ¿por qué no hacer bailar a alguien más? Dejó que ella siguiese bailando y mientras corrió hasta la orilla del mar para hacer que todas las aves se moviesen. Lo consiguió de casi de inmediato; pronto hubo una gran bandada de pájaros revoloteando por toda la extensión de la playa cantando alegremente para animar la fiesta improvisada que se le había antojado al viento.

El mar quiso sumarse a la velada aportando su agua por lo que permitió que el aire llevase un gran número de gotas y las arrojase sobre la pequeña bailarina, de forma que pareciesen diminutos cristales brillando sin cesar e iluminando la figura de la chica, aunque no consiguieron iluminar más que su mirada. Ella se sentía cada vez más feliz, más de lo que se había sentido en muchísimo tiempo. Le parecía que en cualquier momento podría unirse a todas las aves del cielo y volar junto a ellas creando hermosas figuras sobre el fondo azul. Ya le daban igual sus miedos, sus vergüenzas y todo ese tipo de cosas que sólo conseguían que estuviese triste, era tiempo de reír hasta que se le saltaran las lágrimas y parar únicamente para poder respirar. Había llegado el momento de disfrutar de las cosas que hacía, de que no le importase lo que pensaran los demás ni lo que pudiesen decir sobre ella. En ese instante el mundo la había invitado a bailar y ella quería aceptar.

Gente que paseaba cerca de la playa se había parado al ver a esa alocada muchacha que bailaba y reía sola sobre la arena. Pronto ella se dio cuenta de la presencia de los nuevos espectadores, incluso de sus miradas atónitas y alteradas, a las que respondió con una sonrisa aún mayor, una carcajada que sólo podía denotar una infinita felicidad y un aumento de sus movimientos. El viento seguía tan alborotado que no se había percatado que los contemplaban, por eso decidió comunicárselo. “Viento, mira, nos observan.” “Qué más da. Mira a tu alrededor, las aves se divierten bailando a tu ritmo, el mar ha querido que brilles aún más y el Sol está dirigiendo todos sus rayos dorados hacía ti para enfocarte. Hoy la protagonista eres tú y lo que opinen los demás no importa.”

sábado, 23 de febrero de 2008

La dulce Nadie



“Lo bueno de decidir llorar en la ducha es que si alguien entra, nunca podrá saber si las gotas que resbalan por tu rostro son saladas o no.”

Un ruido de llaves, un chirriar de la puerta al abrirse y entró ella en el piso. Durante un instante pensó que alguien saldría a recibirla, pero pronto se dio cuenta de su vana ilusión. ¿Quién demonios esperaba que saliese a su encuentro? ¿El gato que nunca tuvo? ¿El novio que la abandonó hace meses? ¿Quién?

Comenzó a oír los gritos que daban los vecinos, era una familia con críos que siempre estaban discutiendo y como las paredes eran casi de papel, ella tenía que aguantar todas sus voces. Dejó caer las bolsas de la compra en la entrada y posó las llaves en el taquillón con bastante desgana, le daba igual que éstas también acabasen en el suelo. Ni siquiera hizo un amago de ir a guardar la compra en la nevera, estaba demasiado cansada, cansada de todo.

Echó a correr por todo el pasillo directamente rumbo al baño; una vez dentro cerró la puerta a toda prisa. Allí dentro se sentía a salvo del mundo, de ella misma, era su escondite en el que podía pensar tranquilamente sin que nadie la fuera a molestar. Sacó un par de toallas para después, abrió el grifo del agua para que se fuese templando y seguido comenzó a quitarse la ropa, dejando que el espejo pudiese observarla un poco más con cada prenda que soltaba. Se quedó mirando su cuerpo como si fuese la primera vez que lo veía, incluso pensó en explorarlo intensamente para así poder perderse en sí misma y tranquilizarse, pero en cuanto vio su figura emborronada por el vaho que se había ido acumulando en el espejo esa idea se evaporó de su mente. En ese instante se sentía igual que si fuese el reflejo desdibujado que le devolvía la mirada, una mancha prescindible más, una simple sombra, una dulce nadie.

El ruido del agua cayendo le recordó que llevaba varios minutos allí plantada frente al espejo sin moverse. Entró despacio en la ducha, intentando no caer y colocó el chorro de agua en lo más alto para que todas y cada una de las templadas gotas resbalase por sus mechones hasta caer a los hombros y proseguir así su descenso hasta el frío suelo.

Le encantaba meterse en la ducha hasta que podía ver los dedos de sus manos completamente arrugados mientras aspiraba el vapor que salía del grifo. Le ayudaba a pensar, quizá demasiado. En aquella ocasión no fue distinto, en cuanto el calor acarició sus fosas nasales su mente se sumergió en un océano de reflexiones, dudas, nostalgia y lamentos.

Inevitablemente, lo primero en que pensó fue él, ¡quién sino! Tantos años juntos, se habían escapado de golpe por el desagüe con una simple nota escrita con prisa que contenía poco más de una frase. Las pequeñas gotas de agua de la espalda comenzaron a quemarle la piel como si de ácido se trataran, o eso le pareció a ella. Cada vez que se dibujaba la imagen de él en su mente se sentía mal, sin ningún tipo de cobijo abandonada a su suerte, que últimamente siempre era mala. Comenzaron a caer lágrimas por su rostro, que rápidamente se entremezclaron con el agua de la ducha. Sólo quería respuestas que nadie podía darle. Sólo quería poder formular esa pregunta que siempre se atragantaba en sus cuerdas vocales y nunca conseguía decirla en voz alta. Únicamente necesitaba saber por qué. ¿Por qué a ella? ¿Por qué tras tantos años? ¿Por qué la dejó ahí tirada arrancándole lo poco que tenía? Quiso gritar, pero el agua, más sabia que ella, se lo impidió acariciando su rostro suavemente y al mismo tiempo inmovilizando su lengua. Lo que no consiguió fue detener el golpe que su mano asestó a los azulejos del baño, lo que produjo en ella un punzante dolor que intentó aliviar frotando con la otra mano.

Abrió el grifo aún más hasta que la cascada de agua consiguió el mayor volumen posible. Se sentía sucia por haber malgastado tanto tiempo con un tipo así y lo peor es que aún seguía sintiendo todo su veneno dentro de ella, aún escuchaba esa risa que ahora sabía lo falsa que era. Todavía notaba sus caricias que ahora le irritaban la piel al recordarlas. Quería sacar todo eso de ella. Cruzó sus brazos como si fuese a abrazarse a sí misma, pero en vez de eso clavó con fuerza las uñas en sus hombros y rasgó tan fuerte como pudo, casi intentando arrancarse la piel. De los hombros pasó a los brazos y luego a la espalda. En ningún momento consiguió hacerse más que unos simples arañazos, pero casi todo su cuerpo estaba tan enrojecido que ahora sí, verdaderamente el agua empezó a escocerle por toda la piel. Sintió como si las trasparentes gotas fueran cuchillos que le estaban abriendo aún cada una de las invisibles heridas que nunca llegaron a cicatrizar, pero al mismo tiempo esas pequeñas chispas de agua las ayudaban a suturar, arrastrando sus recuerdo hacia el desagüe, para que al menos hasta la próxima ducha no volviesen a aparecer.

Con la cabeza apoyada en la pared cerró el grifo y el agua dejó de besar su cuerpo de golpe. Comenzó a oír las voces lejanas de la familia vecina que se gritaban unos a otros. Sonrió. Todo volvía a ser como siempre, todo estaba en su sitio y ella no era la protagonista de nada, ni siquiera de su propia vida. Una vez más, igual que los últimos años, volvía a ser esa persona en la que nadie repararía al verla por la calle, volvía a ser esa pequeña y dulce Nadie.

martes, 19 de febrero de 2008

A quien abandone a mitad de camino

Recordé que hoy hace un año que volví a escribir, ese es justo el texto que aparece debajo y que creo necesario compartir hoy con los demás. A veces creo que debería hacerle caso a mis propias palabras, quién sabe, dudo que algún día lo consiga. Supongo que encontraréis el estilo bastante diferente a lo que estáis acostumbrados en este blog, no sé, al parecer he evolucionado quizá para bien o quizá no.


A la persona que abandone a mitad de camino la llamaré cobarde. A quien se crea sin fuerzas a un paso de la meta sólo recibirá una palabra de mi parte: ¡Levántate! Porque cuando no vemos la salida todos acabamos pensando que las fuerzas nos han abandonado, que nos han dejado solos, cuando en realidad, es nuestra mente la que abandona a esas fuerzas por creer que no hay escapatoria. Por eso mientras estés perdido dentro de ti mismo sin saber a dónde ir lo único que tendrás que hacer será cerrar los ojos para poder contemplar el mundo más claramente y así poder darte cuenta de que siempre que quede un aliento de vida en ti, la esperanza no huirá de tu corazón ni de tu alma. Y aunque no puedas ver todo eso, sentirás la energía fluyendo por tus venas y apoderándose de tus sentidos, hasta que llegue a un punto en el que no tengas dudas de querer seguir adelante por muchos obstáculos que encuentres en el camino.

Así pues, informo al mundo de que cogeré mi alma impregnada con el aroma de la esperanza y la partiré, elaborando con cada fragmento pequeñas semillas que sembraré en el corazón de cada persona para que en sus almas florezca el rayo de luz que creían haber perdido, luz que brotará como esperanza y que finalmente desembocará en felicidad. Porque no importa cuanto trates de esconderte de la vida, la vida, junto con su felicidad, siempre acabará encontrándote.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Confesiones de una Luna llena

Es muy tarde y hace ya unas horas que estoy cobijada por las sábanas intentando conciliar el sueño que, para no variar, se demora considerablemente. Apenas he oído ruido alguno en el tiempo que llevo así, sólo un par de autos pasando de largo, pero desde hace unos minutos escucho lo que parece ser un pequeño sollozo ahogado que alguien intenta disimular. Miro a mi alrededor para comprobar que no es posible que tal sonido provenga de dentro de la habitación y es entonces cuando veo a través del cristal de la ventana a una pobre Luna plateada haciendo todo lo posible por seguir alumbrando la solitaria calle sin que nadie se de cuenta de sus lamentos. Abro la ventana despacio para que el aire de fuera no entre de forma demasiado enérgica. Ella también se ha fijado en mí, en mi rostro, no de pena, si no de comprensión y acepta en silencio mi invitación de pasar dentro.

Me siento en la cama junto a ella y le ofrezco un pañuelo de tela fina con el que poder secar sus lágrimas. Tras unos instantes apoya su cabeza en mi hombro y yo intento abrigarla entre mis pequeños brazos; sabe que no le preguntaré nada, pero que puede contarme cuanto quiera. Al final consigue calmarse y se decide a hablar.

“Esto resulta demasiado angustioso, nunca pensé que me llegaría arrepentir tanto de tener que cuidar la noche” Me mira y comprueba que no consigo seguir del todo el hilo de su explicación por lo que decide comenzar su historia desde el principio. “Hace milenios que estoy enamorada del Sol, antes incluso de que este planeta existiera. Él también sentía lo mismo por mí y durante mucho tiempo pudimos disfrutar de aquel amor estando juntos, pero al crearse la Tierra nos obligaron a separarnos, puesto que él debía reinar con sus imponentes rayos durante el día y yo tenía que custodiar la noche. Y ahora estoy aquí, condenada a estar sin él, a permanecer en lo alto de la noche hasta que llegue el próximo eclipse para poder verle sólo un segundo. Resulta una espera demasiado tormentosa ya que existen demasiadas cosas sobre este planeta que me recuerdan todo lo que yo he perdido.

Cada noche desde lo alto del cielo puedo oír a través de las ventanas el leve susurro de canciones tristes y lentas, pero ya ni siquiera puedo terminar de escucharlas porque todas me recuerdan a él y acabo sintiéndome tan mal que me veo obligada a dejar de atender a lo que ocurre dentro de esa ventana y enfocar mi atención a otra. ¡Y vaya suerte la mía! Justo coincide que alguien está viendo una película romántica de esas con final feliz y no puedo dejar de imaginarme que los protagonistas somos nosotros viviendo una historia realmente preciosa.

Quizá la imagen de la siguiente ventana es la que más me molesta. Siempre me encuentro con alguna persona enfadada o discutiendo con otra porque esa otra no siente lo mismo. Y es cuando yo pienso ¿enojo? ¿por qué? Puedo comprender que se junten sentimientos de tristeza, desilusión y pena, pero nunca podré entender que alguien se enfade simplemente por no ser correspondido. Si tanto se quiere a esa persona habría que desearle toda la felicidad del mundo, incluso aunque en esa felicidad no entrase uno mismo. Enfadarse es muestra de un deseo de posesión, algo material fuera de los sentimientos más puros. Y eso, que espero ver cómo algún día alguien sobre la Tierra lo comprende, no es amar.

Y yo, sin embargo, aquí sigo pretendiendo expresar con palabras lo inexpresable, pero lo sigo intentado, aún sabiendo que ni todas las palabras que existen me alcanzan. Aunque diga un “te quiero” eso son sólo dos palabras que guardan dentro de sí una montaña enorme de sentimientos hacia él, pero que aún así son indescriptibles. Porque quererle significa echarle de menos a cada segundo que no está a mi lado. Significa desear cuidarle con todo el cariño del mundo incluso estando dormido para que a nadie pueda siquiera molestarle y escribir poemas sobre su espalda mientras duerme usando un pequeño rayo de plata como pluma, poemas que después recitarán todos lo enamorados durante las calurosas noches de verano.

Me entristezco cada vez que me pongo a pensar en todo lo bueno que merece porque sé que nunca recibirá todo eso de mí, yo sólo le daré todo lo que pueda, pero muy a mi pesar, jamás llegará a ser todo lo que merece.

Aunque precisamente el hecho de saber eso es lo que más me impulsa a querer tratarle aún mejor para que, al menos por un breve instante, pueda llegar a saborear aunque sólo sea una pequeña parte de lo que debería poder disfrutar. Y cuando los vientos me dicen que le vieron un poco triste, me dan ganas de cambiar el mundo entero para que esté mejor, para que sonría aunque sólo sea una vez, porque lo único que quiero es que él esté bien, todo lo demás no me importa, sólo él, aunque eso signifique tener que esperar durante muchísimos años para poder verle sólo un instante.

Pero me doy cuenta que cualquier espera merece la pena siempre y cuando al final de esa espera esté él. Porque en cada eclipse, justo en ese momento en el que nuestras siluetas se complementan a la perfección, él decide parar el tiempo y conseguir así que ese fugaz instante parezca que no terminará nunca. Es entonces cuando sobran todas las palabras y él me envuelve con toda su calidez consiguiendo por un momento que ambos seamos el otro y nosotros mismos al mismo tiempo. Una gran conexión en la quedamos atrapados dentro de miles y miles de sentimientos, sensaciones y emociones distintas pero increíblemente intensas y hermosas, todas aquellas que se han ido amontonado durante el tiempo que no hemos estado juntos.

Y ahora vuelvo a esperar ansiosa ese momento para recordar nuevamente ese conjunto de miradas, abrazos, caricias y ternura que nos permite saber lo que el otro piensa y siente en ese instante.

Pero esos mismos sentimientos son los que consiguen atemorizarme. Son los que hacen que tenga un pánico terrible a tener que despedirme algún día de él. Tengo miedo de que la próxima vez que llegue el eclipse sus ojos se vuelvan fríos, aparte la mirada porque no me quiera ni ver y que no desee parar el tiempo sólo por ese pequeño instante.

Y no hago más que repetirme que quizá esto sea una de esas historias imposibles, sólo que yo me empeño en no verlo. Y aunque a veces sí empiece a ver que no son posibles siempre me queda una pequeña esperanza de que en realidad no sea tan imposible como parece y lo paso mal porque soy incapaz de asimilar que siempre hay mil posibilidades que dicen que no volveremos a estar juntos.

Pero aún así, pese a que cada dos por tres piense de esa forma, no puedo evitar imaginar que de un momento a otro irrumpirá en mi oscuridad para reclamar mi compañía. O que la próxima vez que le vea me dirá que ya no hace falta que siga esperando noche tras noche porque ya nos permiten estar juntos. Es por eso que cuando llega la hora de retirarme siempre intento quedarme un poco más para conseguir verle, pero es entonces cuando aparece ante mí el Destino agarrándome de la muñeca y arrastrándome hacia mi cueva de oscuridad para que no pueda saber nada de él. Pero mientras él tira de mí yo sigo mirando al horizonte con la esperanza de ver aunque sólo sean los luminosos rayos que le envuelven para así poder aspirar su calidez y que ésta inunde mi cuerpo. Pero el Destino siempre es más rápido que el amanecer.

Y aunque sepa que debo dejar de cuidar la Tierra e ir a dormir no puedo evitar susurrar su nombre para que, en caso de que esté ahí, me abrace. Pero nunca está y sé que tampoco lo estará.

Al despertar dejo mis ojos cerrados durante un rato y pido, deseo, incluso rezo para que cuando los abra él vaya a estar ahí delante mirándome, sonriendo, dándome toda su calidez. Pero eso tampoco pasará nunca.

Y sigo esperando impaciente la llegada del día en el que pueda decir “te quiero” sin que mis oídos sean los únicos testigos de esa confesión

Daría cualquier cosa por convertirme, aunque fuese únicamente por un instante, en esos rayos de luz que le envuelven y le cuidan siempre. Hay momentos en los que siento tanta envidia de ese aire que no hace más que rozarle y acariciarle, me gustaría tanto poder hacer yo lo mismo.

Y hay noches en los que estoy tan decidida a estar con él que le sueño durante horas y horas para intentar que sea real, para que se materialice junto a mí y que verdaderamente esté aquí conmigo. Pero al parecer lo le sueño con suficiente intensidad como para que eso ocurra.

Otras noches grito ¡basta ya! Y me decido a dejar todo sin importar lo que vaya a pasar e ir a buscarle. Echo a correr lo más rápido posible, pero está a cuatro mil eternidades luz de distancia. Aunque esté al borde del desmayo y ya haga rato que se me nubló la vista, mi cuerpo sigue corriendo guiado por el calor que desprende que, pese a estar tan lejos, es capaz de llegar hasta mí, pero no me llegan las fuerzas, sé que de un momento a otro voy a caer, pero justo antes extiendo mis brazos por si a pesar de no ver, a pesar de caer puedo al menos rozar su piel, pero eso nunca pasa. A la noche siguiente despierto en mi cielo de siempre cubierta con el manto de oscuridad que tanto tengo que proteger, ese por el que tuve que renunciar a verle a diario.

Con esto quiero que comprendas por qué varias noches me ausento y después voy apareciendo poco a poco. Es como si fuese renaciendo despacio, un poco más cada noche hasta llegar a brillar lo máximo que pueda ahí en lo alto del cielo. Esa es mi forma de gritar su nombre, mi manera de decir que le necesito. Y espero a que alguna ráfaga de viento compasiva arrastre mi voz hasta él, pero nunca termino de saber si le llegó o no. Es por eso que las noches siguientes acabo entristeciéndome más y más hasta que vuelvo a decidir salir a buscarle en plena oscuridad.

Vaya, mira que tarde es, no es posible que me haya pasado casi la noche entera hablando y mientras tú aquí escuchándome sin un solo rastro de incomodidad o fastidio en tu cara. Ya es hora de que vuelva a cuidar de mi noche, pues las estrellas habrán comenzado a preocuparse. Sólo un favor, si es que puedo pedirte alguno, guárdame este secreto, que no llegue hasta el Sol la noticia de que lloré por no poder estar a su lado, no me gustaría ser un posible motivo de tristeza para él.”

Acaricia suavemente una de mis mejillas con su pálida mano y yo le devuelvo el gesto con una pequeña sonrisa. Después se levanta, abre la ventana y comienza a separarse lentamente del suelo, como flotando, hasta salir completamente y ascender hacía la noche. Yo también me acerco a la ventana para así poder posar mi mirada en ella y ver cómo se va alejando. Apoyada en el alféizar, permito que el frescor del aire roce mi rostro, mis ojos dejan de observar a la Luna para poder perderse en el horizonte. Es entonces cuando sonrío nuevamente al imaginar que, en uno de esos invisibles puntos de luz engullidos por el horizonte, pero que no consigo llegar a ver, justo ahí, también está mi Sol.

sábado, 9 de febrero de 2008

Suge hozka


Que los verdaderos poetas perdonen mi atrevimiento al considerar esto un poema. (La traducción la tenéis debajo, pero está hecha de forma literal, quiero decir que no tiene ni rima ni métrica, es sólo para que podáis entender la historia.)



Dena atzean utzita, korrika
Ta bere irrifarra bertan,
Zapatilekin batera
Han, botata atari ondoan.

Desagertzeko desioz
Musika ahalik eta altuen.
Arrastaka eta isilpean
Sugeak hasi dira heltzen


Beso ta hanketatik heldu
Oin jada ez du mugitzerik,
Gorroto horzkada sarkorrak,
Nork nahi du bera bizirik?


Heriotzaren hortz pozoitsuz
Haiek zorroztu labana
Eta azkenik lortu dute,
Betiko urratu diote arima


Tantaka-tantaka dario
Eskumuturretik irteten
Bere ilusio hil guztixak
Gorri bizian islatzen


Nork josiko dizkio orain
Trebeziaz bere urradurak?
Nork hartuko ditu jada
Bere malko gazi isuriak?


Ta bere irrifar isila
Zapatilekin, bertantxe
Atari ondoan botata
Oin ja besterik ez ta negarrez


*******

Mordedura de serpiente


Dejando todo atrás, corriendo
Y su sonrisa ahí,
Junto con las zapatillas
Ahí, tirada al lado de la entrada.


Con el deseo de desaparecer
La música lo más alta posible.
A rastras y en silencio
Las serpientes han comenzado a llegar.


Cogida de brazos y piernas
Ahora ya no tiene cómo moverse,
Penetrantes mordeduras de odio,
¿Quién la quiere a ella viva?


Con los dientes envenenados de la muerte
Ellos han afilado la navaja
Y al final lo han conseguido,
Le han rasgado para siempre el alma.


Gota a gota están
Saliendo de su muñeca
Todas sus ilusiones muertas
Reflejándose en el rojo intenso.


¿Quién le va a coser ahora
Con habilidad sus jirones?
¿Quién cogerá ya
Sus lágrimas saladas?


Y su risa silenciosa
Con las zapatillas, ahí
Tirada al lado de la entrada
Ahora ya nada más que llorar.


jueves, 7 de febrero de 2008

Recuerdos Tóxicos

Recuerdos que llevan bajo tierra semanas, meses, incluso años; recuerdos que han empezado a descomponerse y su hedor es capaz de entrar por cualquier resquicio que encuentre. El marco de la ventana, la rendija de debajo de la puerta, los agujeros de los enchufes…buscan todas las vías posibles para encontrarme y por fin lo han conseguido. Entremezclados con el aire se acercan a mí en plena noche, a mis fosas nasales, para que en cuanto me descuide los aspire a ellos también junto con el cálido aire de la madrugada.

En cuanto entran en mí mi cuerpo responde al ataque con una leve convulsión. Quiere que me despierte antes de que me hagan daño, pero no lo consigue. Parte de los recuerdos se han quedado fuera, formando grilletes alrededor de mis muñecas para que no pueda ni moverme, para que no pueda escapar. El veneno que acabo de inhalar inunda cada parte de mis pulmones y pasa a la sangre a una velocidad alarmante.

Han llegado hasta mi cabeza, se empiezan a apoderar de mis pensamientos y sensaciones hasta conseguir que un dulce sueño se torne en la peor pesadilla. Cada vez mi corazón bombea más y más deprisa mientras que mi cuerpo permite que la transpiración aumente; quiere expulsar a toda costa las toxinas.

Una última convulsión aún más enérgica que las anteriores logra despertarme, justo a tiempo para poder distinguir varias sombras saliendo a toda prisa por debajo de la puerta, otras perdiéndose por el enchufe, y unas pocas marchándose a través del resquicio del marco de la ventana. Me incorporo e intento tranquilizar mi respiración mientras siento cómo las palpitaciones van disminuyendo. Instintivamente me palpo la cara. Noto un sudor frío, que consigue que me estremezca, en la frente y gran parte del rostro, pero mis ojos y mejillas están completamente humedecidos de forma cálida, al parecer he estado llorando durante todo el forcejeo del que ahora sólo las sábanas son testigo.

Decidida a descubrir lo que ha sucedido, voy a buscar los recuerdos a cualquier descampado de mi imaginación. Allí están. La tierra está algo revuelta y fijándome más detenidamente veo a unos pequeños gusanos, los mismos que se alimentan de la degradación de mis recuerdos y los que sin querer han hecho que algunos de ellos se pudiesen escapar esta noche. Sin pensarlo dos veces, hecho más tierra encima, tapando así todos los agujeros para que sea imposible que volváis a salir. Os quedaréis ahí pudriéndoos, pudriéndote.

miércoles, 6 de febrero de 2008

De vuelta por mucho tiempo

Justo hoy he terminado los exámenes y ya estoy aquí de vuelta, ¡qué le vamos a hacer! Soy incapaz de dejar de escribir. Estas semanas pasaron algunas cosas tanto buenas como malas, así que no puedo clasificar en “buenos” o “malos” estos días, dejémoslo simplemente en “diferentes”. Pero lo que sí puedo decir es que ahora mismo me siento genial, quizá sea por haber terminado el cuatrimestre o quizá por todo en general, y que estoy en la parte alta de mi pequeña gran montaña rusa. Sé que volveré a bajar, pero también sé con total seguridad que aunque eso pase habrá un momento en el que regrese arriba del todo, a ese instante en el que basta con estirar ligeramente el brazo para poder tocar las esponjosas nubes. Eso sí, tanto si subo como si bajo seguiré escribiendo, al menos hasta que se me agote la imaginación o empiece otra vez con exámenes. No haré esta entrada demasiado larga porque prefiero simplemente que sigáis leyéndome. Sólo me queda decir que bienvenidos una vez más a mi pequeño Claro de Luna y que espero que encontréis estos relatos, mezcla de fantasía con unas gotas de realidad, de vuestro agrado.

P.D: Se me ocurrió poner una lista con los enlaces de los blogs que suelo visitar (en cuanto averigüe cómo se hace), pero antes quería contar con vuestro permiso. Así pues…si me lo concedéis os rogaría dejar un comentario diciendo que estáis de acuerdo. Gracias.

martes, 29 de enero de 2008

Bufón

Me siento como en una plaza en la que están todos los del pueblo esperando con la cosecha que se les ha podrido y yo, siendo las mofas de todos, en una especie de escenario de madera en medio de todos atada y sin poder moverme. Uno gritando “Jajajaja, mira qué tonta es….toma tomatazo”, otro “Jajajaja, mira qué ingenua….toma huevos podridos”, y “Jajaja”…”Jajaja”…”Jajaja” hasta que todo el escenario se llena de hortalizas y a mí me van llegando golpes por todos sitios. Y al final pierdo toda la noción del tiempo y de los golpes y solamente me llegan las risas como si fuesen dardos venenosos.

Y ahora resulta que tengo una ansiedad de caballo que aún no sé ni cómo frenar.

El otro día fui al balcón porque necesitaba pensar. Recordé que de pequeña siempre quería echar a correr por toda la extensión de hierba que comienza justo en frente de mi casa, pero nunca lo hice. Supongo que ahora el deseo es el mismo, sólo que con ganas de llegar hasta el mismísimo Serantes y seguir corriendo para perderme aún más. Me dio por pensar lo que ocurriría si venciese la valla, supongo que con suerte podría conseguir sujetarme a tiempo al borde y quedar colgando aunque no caer. También pensé en la larga lista de personas que estarían dispuestas a pisarme las manos y ver cómo caería. Luego decidí que tenía que calmarme de una vez, que necesitaba algo que me inundase casi completamente y que me ayudase a no pensar o al menos ha estar más tranquila.

Necesito calmarme, tranquilizarme, perderme en el mar como cuando hacía de pequeña “el muerto” que consistía en tumbarme sobre las olas y simplemente flotar, nada más. Necesito algo así. Algo que me arrastre a ni sé dónde, si tengo que acabar en una isla desierta, pues genial, si resulta que viene un tiburón y termita por arrancarme un brazo de cuajo, pues bueno, qué le vamos a hacer, pero necesito esa tranquilidad. Y quiero que llueva de una vez, que jarree con ganas, que se inunde todo el pueblo. Una tormenta de esas que se pasa días y días lloviendo (pero sin viento, que entonces ya no me gusta) y yo metida en la cama con las mantas y el edredón hasta el cuello para no pasar frío, mientras oigo cómo cae la lluvia fuera, mientras truena tan fuerte que siento como ese sonido son todos los gritos que yo no puedo dar, y mientras caen miles y miles de gotas cada una de ellas llevándose consigo un pensamiento de mi mente hasta que ésta se quede en blanco y yo me tranquilice. Y coger a la mañana siguiente y abrir las ventanas lo máximo posible para que entre todo ese olor a suelo mojado que tanto me gusta. Lo necesito, necesito que estalle esa tormenta o acabaré por estallar yo.

Se suponía que hasta que no acabasen los exámenes yo no iba a escribir más, pero joder, cuánto se echa de menos esto de poder contar lo que me de la gana.

P.D. Probablemente vayáis a encontrar todas las ideas que he contado muy desordenadas, es que lo he escrito según se me pasaba por la cabeza, necesitaba soltar todo esto.

miércoles, 2 de enero de 2008

Echo el cierre


Pues nada, al final voy a hacer lo que tenía que haber hecho hace más de una semana, puede que incluso un mes. Echo el cierre. Se acabó el ordenador, el escribir y todo eso al menos hasta la segunda semana de febrero, si después volveré a abrir o no, es algo que aún no tengo pensado.



Oficialmente lo dejo por los exámenes, pero todo el mundo sabe que las versiones oficiales no siempre son las verdaderas. Así que nada, como no aguanto más con todo esto y necesito dejar de pensar me voy a enfrascar en mis exámenes, tanto en los obligatorios como en los otros, que a veces me parece que están a años luz y otras a la vuelta de la esquina.



Quizá alguno hubiese esperado un texto de esos míos en forma de despedida, pero os dejo sólo con esto. De paso aprovecho para agradeceros haber estado aquí, que es algo que nunca he hecho. Gracias a todos los que me habéis seguido en esta travesía hasta la fecha de hoy como a los que habéis caído en ella accidentalmente y no habéis regresado, gracias tanto a los que habéis dejado vuestros comentarios como a los que han preferido simplemente leerme sin dejar constancia de ello.

Quisiera poder despedirme con un "hasta dentro de varias semanas", pero es algo que no tengo claro, así que prefiero no mentir.


Saludos a todos,


Clair de Lune

martes, 25 de diciembre de 2007

Componiendo la melodía perfecta

Escrito en compás de dulzura por exquisitez, siete emociones diferentes cabalgando por líneas invisibles de la piel. Se agrupan, se separan, danzan y cantan a ritmos vivos, consiguiendo que cada sensación y sentimiento conocido y por conocer quede plasmado en sus elegantes melodías.

Comienzan a crear océanos; océanos llenos de sonoridad que invitan a los sentidos a bucear en la profundidad de sus aguas, vibrando con cada movimiento del oleaje por leve que sea. Desde lo más hondo de la inmensidad del mar, un alma, miles de palpitaciones canalizando un pequeño soplo de aire hasta los labios. Los acaricia al ser expulsado con tanto sentimiento provocando susurros dulcemente melodiosos. Un soplo que se convierte en viento y se desliza de forma suave haciendo que las siete emociones se agiten aún con más pasión contagiando así de su alegría al fuego que ha comenzado a avivarse. Una combinación de muy diversos colores, cada cual más brillante que el anterior, deciden aportar su propio sonido a los que ya se estaban creando desde un principio. Las llamas juegan y se entretienen, invitando de vez en cuando al viento a unirse a ellas, consiguiendo que las sombras reflejadas en la pared brinquen llenas de júbilo.

Y de repente silencios, todo calla y empiezan a cantar tus ojos. Miradas llenas de melodías imperceptibles para los oídos, pero claramente advertidas por la piel. Vuelven las emociones, aún más sonoras que antes, cogen de la mano las miradas, fundiéndose en perfectas espirales de sonidos y silencios que sobrevuelan las cinco líneas invisibles casi sin rozarlas.

Se detienen momentáneamente en cadencias, luego siguen su camino. A veces desaparecen las miradas, pero pronto vuelves a abrir los ojos colgando inquietantes silencios entre tan intensos sonidos. Otras veces son las emociones las que parece que se van apagando lentamente; en seguida resurgen saltando desde dentro de las llamas, como si sólo estuviesen jugando al escondite. Pero tanto miradas como emociones siempre terminan juntándose de nuevo volviendo a cabalgar conjuntamente.

Así continúan todo su viaje, necesitan divertirse, aunque saben que llega el desenlace. Ven que no muy lejos terminan las líneas donde dejar sus sonidos, por eso deciden agruparse aún más. Olas, llamas, viento, emociones y miradas juntas una última vez, volando aún más al ras de la piel para que ésta les responda con su deliciosa voz. Cogen velocidad, saben que está ahí la pared que indica su final, pero no les importa. Chocan lo más fuerte posible contra esa pared provocando una explosión magnifica de sonidos y palpitaciones. Y al final todo queda en silencio, aunque las vibraciones siguen perdurando, muestra de una composición perfecta.

domingo, 23 de diciembre de 2007

Despedida sobre la arena

Disculpad la tardanza, les había dado a mis musas unos días libres para que celebrasen las fiestas y al parecer con tanto champagne se les olvidó el camino de regreso a mi cabeza.



Hoy estoy aquí de nuevo en esta playa en la que siempre veníamos juntos. Hacía tanto que no pasaba por aquí que ya hasta se me había olvidado la belleza de este lugar, aunque por suerte la suavidad de la arena, el olor a sal que se cuela por las fosas nasales y el sonido de las olas que rompen en las rocas de allá a lo lejos me han recibido con los brazos abiertos una vez más, no se habían olvidado de mí. El leve viento que siempre guardaba el secreto de nuestras escapadas ha sido quien me ha saludado justo después. Se ha extrañado de verme aquí, aunque creo que se ha sorprendido más de que haya venido sin ti, aún así no ha preguntado nada, ya sabes cómo es, siempre igual de discreto.

Entonces miles de recuerdos han comenzado a salir del mar queriendo darme la bienvenida, venían tan alegres a saludarme…y sin embargo yo ahí de pie, sin poder ocultar mi tristeza…se han dado cuenta y han pasado de largo, aunque al llevar tal velocidad he caído al suelo cuando han rozado mi espalda. Mis manos se han hundido en la arena; al sacarlas he visto que habían dejado huella en ella, pero que poco a poco los pequeños hoyos que acababa de hacer desaparecían al ser rellenados por el resto del terreno. Es entonces cuando mis palmas han alisado los montículos que hay delante de mí y sin saber realmente por qué, mis dedos han comenzado a dibujar lo que parecían letras, hasta llegar a formar las líneas que ves ahora.

Creo que esto es una despedida, o al menos se le parece mucho. He venido aquí para echar al mar el resto de recuerdos, de imágenes, de sensaciones y que el viento se lleve mis sentimientos de la forma menos dolorosa que pueda. ¿Pero por qué escribir sobre arena? Porque me da miedo que esto permanezca aquí por siempre y arrepentirme de haber escrito estas frases. Mientras venía me he dado cuenta de que algunas de mis huellas se iban borrando lentamente, pero otras permanecían ahí, testigos del camino que he recorrido.

No sé lo que pasará con estas líneas. Puede que el mar se compadezca de mí y mande a sus olas para borrar este mensaje y así, si alguna vez vuelves a esta playa, no puedas ver que hoy me quiero despedir de ti, pero que me cuesta tanto hacerlo. Quizá en ese preciso instante en el que te encuentres aquí plantado con la mirada perdida eches de menos los momentos que vivimos y decidas llamarme, aunque sólo sea para preguntar “¿Cómo estás? Hacía mucho que no hablábamos, echaba de menos oír tu voz”. Aunque también es posible que estas aguas se den cuenta de mi malestar, de todas las lágrimas que terminan disolviendo aún más la sal que contienen y crean necesario que este mensaje perdure, por mucho que vaya a doler no verte más.

Pero sé que al final soy yo quien decide, por mucho que las olas y el viento opinen y quieran ayudarme, por mucho que crean saber qué es lo mejor para mí, al final soy yo quien deja este mensaje y quien puede volver a escribirlo aunque se haya borrado, da igual que las palabras vayan a ser diferentes, de mil formas se puede decir adiós. Claro que también es posible que en cuanto haya dado un par de pasos para alejarme de aquí vuelva corriendo y patee la arena haciendo que todo cuanto he escrito desaparezca en un instante. Todo puede ser, pero por de pronto tengo el suficiente valor como para exponer esto, un torbellino de ideas, un millón de sentimientos y sensaciones, pero una única palabra, un simple y sincero adiós.

domingo, 9 de diciembre de 2007

Aire

Hoy me he convertido en aire, por unos momentos, por un pequeño instante me he entrelazado con los brazos del viento. Estaba tumbada, a punto de quedarme dormida cuando me he separado de mi cuerpo y le he permitido que siguiese yaciendo allí lo que queda de noche. Yo he traspasado el cristal de la ventana, sin chocar, sin que fuese una barrera para seguir adelante. Nunca antes me había sentido tan ligera, tan volátil. Desde aquí se puede ver toda la calle, algún coche solitario sin rumbo fijo, varios adolescentes sentados en el portal de la esquina y muchas farolas alumbrando la nada.

Unas débiles ráfagas que pasan por aquí me cogen suavemente de las muñecas y me piden que las acompañe. Les digo que sí, por supuesto, estoy deseando ver la noche desde esta nueva perspectiva. Consiguen moverme con delicados tirones que me impulsan sin descanso hacia delante. Pasamos por las casas que estaban a los lejos, llenas de diminutos puntitos de luz por la gente que aún estará despierta, después vemos las inmensas campas verdes, ésas que a la mañana brillaban por culpa de las gotas de lluvia. Cuando pasamos por encima de la carretera ambas ráfagas me miran sonrientes con aire divertido, intercambian entre ellas un par de miradas misteriosas y acto seguido incrementan la velocidad de nuestro extraño viaje de una forma extraordinaria. A cada segundo que pasa aceleran un poco más hasta que el paisaje que tenía debajo se torna completamente borroso y las luces de los coches se convierten de repente en gusanos luminosos, algunos rojos y otros blancos.

No sé a dónde me llevan, las miro en busca de respuestas, pero sólo sonríen. No puedo concretar cuánto tiempo llevamos viajando, quizá horas, quizá segundos; el viento acariciando mi rostro incorpóreo, invitándome a seguir en esta travesía, a descubrir el final. Sin previo aviso nos paramos en seco unos metros por encima de una casa en la que una de sus ventanas desprende tenues rayos de luz. Mis compañeras de viaje me animan a acercarme mediante un dulce gesto y yo, haciéndolas caso, me aproximo a la ventana. Está entreabierta, con las cortinas retiradas hacia los lados. Hay alguien dentro de la habitación, quien al parecer no tiene demasiado sueño y sigue despierto a estas horas de la noche. Se da la vuelta, veo su rostro, sé quién es. Sentimientos de alegría, incertidumbre y sorpresa se mezclan en mí; miro atrás buscando a las culpables de que yo esté aquí, pero ya no están, se han marchado, quizá para no interrumpir, quizá para que no les pueda preguntar el camino de vuelta. Sigues ahí dentro sentado frente a una pantalla, con los ojos perdidos en mares de letras, ignorando que alguien te está viendo desde la ventana.

Me decido a entrar de forma suave y silenciosa para no importunar. Por un momento creo que me has visto o al menos has sentido mi entrada, te levantas a cerrar la ventana, quizá sólo sentiste un poco de frío. Te vuelves a sentar en la silla, se te ve cansado con los ojos algo enrojecidos y no tardas en apagar la pantalla. Te vas de la habitación, incluso apagas la luz, al parecer no tienes pensado regresar. Has dejado la puerta abierta y pese a que no sabes que estoy aquí, lo tomo como una invitación para seguir buscándote en la oscuridad del resto de la casa.

No he tardado mucho en encontrarte tumbado en la cama de un cuarto en el que la poca luz que hay proviene de las rendijas de una persiana casi completamente cerrada. Parece que estás dormido o demasiado cansado para tener los ojos abiertos, no lo sé muy bien. Se te ve tan tranquilo que intento no moverme por si cualquiera de mis movimientos pudiese hacer ruido y despertarte. Dan ganas de abrazarte, pero sé que seguramente el frío te despertaría, al fin y al cabo sólo soy aire. No puedo evitarlo, lo siento si te despierto, prometo que sólo será una caricia, simplemente rozar tus mejillas durante un segundo. Me acerco y extiendo lo que hasta hace bien poco había sido mi mano. Unos centímetros me alejan de ti, estiro la mano para lograr mi propósito, estoy a escasos milímetros de tu rostro. En este momento siento frío, ¿por qué? Han vuelto, están ahí tras de mí las mismas ráfagas de viento que me han traído hasta ti. Siguen igual de sonrientes y juguetonas que cuando me han dejado. Me miran. ¡Oh no! Sé lo que pretenden, esperad un poco más por favor, sólo unos milímetros. Se miran. Antes de que pueda acercarme un poco más a ti me agarran firmemente de ambos tobillos y tiran de mí hacia atrás.

Como si de una película a cámara lenta se tratase veo como me alejan de ti, con la mano aún extendida queriendo llegar a tus mejillas sólo por un instante aunque sea, pero no me dejan. A toda velocidad salimos del cuarto, regresamos a la habitación por la que he entrado antes y la atravesamos lo más rápido posible. Volvemos a acelerar una vez nos hemos alejado un poco de tu ventana. Creo que repetimos el mismo camino de antes, pero esta vez muchísimo más veloces, así que no lo puedo asegurar. Traspaso un cristal y súbitamente abro los ojos, estoy en mi habitación de nuevo.

Compruebo que estoy en mi cuerpo porque no estoy segura de que haya sido un sueño. Me levanto y me acerco a la ventana. Se puede ver toda la calle desde aquí, pero me fijo en las luces que hay a lo lejos y después en el reflejo de mi rostro en la ventana. Pienso que quizá alguno de esos puntitos luminosos de allá a lo lejos esté más cerca de ti de lo que estoy yo. Acerco mi mano al cristal como si de repente fuese a aparecer tu figura en él, no puedo evitar sonreír. No sé si ha sido un sueño, pero sé que de alguna forma he estado allí y casi consigo rozarte. Quizá en la próxima visita lo consiga de verdad…quizá en el próximo sueño…quizá.

sábado, 8 de diciembre de 2007

Historia de una gota de agua


Hola, soy sólo una simple y pequeña gota de las miles y miles que hay en el cielo. Dicen que nací de fragmentos de otras como yo, de esas otras que bajaron, pero no regresaron jamás. Aunque son muchas las leyendas que circulan sobre ese infierno, realmente nadie de aquí sabe mucho sobre lo que se puede encontrar allá. La mayoría de la información que tengo yo de ese sitio me la relataron mis padres, de ellos aprendí mucho, pero les llegó la hora de precipitarse como a otros tantos, dejando solos y desamparados a sus familiares. Nadie sabe realmente cuando les tocará la hora de caer, no hay unas pautas marcadas, no son ni siempre los más viejos ni los más jóvenes, simplemente un día te llega el momento y hasta entonces te pasas las horas temiendo que llegue ese día.

Muchos de los ancianos que aún quedan aquí nos cuentan historias casi a diario sobre lo que hay ahí abajo. Algunos dicen que es un paraíso lleno de zonas verdes y que debería ser un completo honor para todos nosotros regar toda esa vegetación y ayudar a que crezca con más brillo. A los que piensan así los llaman locos, no en voz alta por supuesto, pero los miran de mala manera, como esperando ver una sombra de su locura en su rostro.

En el resto de leyendas no surgen tan hermosas imágenes. Dicen que es un paraje frío y desértico, lleno de piedras grises y que en cuanto llegas a él caes en una espiral de desesperanza y desilusión, como si toda esa visión fuese capaz de robar la alegría de una forma tajante y despiadada. Los más optimistas creen que después de haber caído en las fauces de ese mundo algunas gotas logran las suficientes fuerzas como para volver aquí arriba, pero eso son sólo travesías que se cuentan de aquellos que fueron valientes, nunca nadie los ha visto volver de verdad.

Acaba de sonar la alarma. Una fuerte explosión en el cielo hace que empiece a cundir el pánico. Saben lo que se avecina, se ve en sus caras la preocupación y todos corren en busca de sus conocidos. La nube comienza a tornarse más compacta y gris. Alguien grita no muy lejos de aquí y todos se vuelven a ver qué ocurre. Una de las gotas se está hundiendo en la superficie, dentro de poco desaparecerá y caerá al vacío. Ahora sí se puede ver el terror en las caras de cada uno, todo es un caos, corren sin rumbo fijo, atropellándose unos a otros.

Más gotas comienzan a resbalarse por la nube, parecen elegidas al azar, lo mismo una de las que acaban de llegar que algunos de los ancianos que nos cuentan las leyendas. Caen y sus gritos se van perdiendo a medida que descienden. De repente el suelo comienza a tirar de mis pies, como si estuviese entre arenas movedizas. No, no puede ser, ¿por qué yo? Poco a poco la nube gris me engulle para después soltarme bruscamente y dejar que me precipite hacia un lugar del que no sé nada realmente cierto.

Las alarmas siguen sonando, pero estoy demasiado lejos ya y casi no puedo oírlas, pero lo que sí puedo escuchar bien claro son los gritos de mis compañeras, algunas están por debajo de mí, otras cayeron más tarde. A medida que descendemos se va acercando a nosotras ese mundo del que tanto habíamos especulado. Increíble, al parecer todos los ancianos tenían razón. Puedo ver zonas verdes, no muchas, pero sí algunas llenas de exuberante vegetación, aunque también hay muchas piedras grises que absorben la alegría de cualquiera. Creo que no dan a elegir dónde caerá cada una de nosotras, me gustaría poder opinar y ya que es inevitable que caiga, al menos me gustaría poder ser parte del rocío de todas esas plantas. Veo como algunas de mis compañeras van a parar justo ahí, pero al parecer yo no, acaba de tropezarse con muchas de nosotras un viento vigoroso que nos hace cambiar el rumbo. Muchas de las que habían caído antes que yo se estrellan contra ventanales enormes y fríos, es una imagen espantosa, yo no quiero terminar así. Sigo cayendo, no sé dónde acabaré. Finalmente mi cuerpo golpea sobre el duro asfalto, estoy aún aquí, puedo sentir y oír aunque tampoco creo que por mucho tiempo.

Empiezo a resbalar hasta juntarme con las aguas de un charco. Sus gotas vienen hasta mí, pero no son como las que yo conozco, son más oscuras y parece que menos amistosas. Para mi sorpresa me llevan hasta un lugar por debajo de ese asfalto y comienzan a cuidarme. Dicen que en unos meses me habré repuesto del todo y que siguiendo el camino de estas corrientes subterráneas llegaré hasta algo que ello han llamado “mar”. No sé lo que es, pero no parece un futuro tan malo. Creo que después de acabar allí habrá una posibilidad de regresar a mi hogar. Puede que algunas de las leyendas que contaban tuviesen su parte de verdad y que las historias de las gotas que regresan no sean sólo simples relatos.

jueves, 29 de noviembre de 2007

Camino de Vuelta


Debe de ser aún pronto porque no hay mucha luz entrando por las rendijas de la persiana. Me doy la vuelta intentando encontrarte, pero sólo me tropiezo con un hueco vacío en la cama. Paso mi mano por ese gran hueco que ha dejado tu ausencia, pero sólo me sirve para confirmar lo que ya sabía. No estás, hace mucho tiempo que no vienes a arroparme, ni a darme un beso de buenas noches, ni siquiera a permitirme quedarme dormida entre tus brazos. Ahora hasta las sábanas más suaves arañan mi piel porque tú no estás, porque no pueden aprender de tu dulzura, porque te has ido.

Recuerdo las primeras noches así, en las que en plena madrugada, hallaba el hueco que habías dejado en mi cama, en mi vida, pero sobre todo en mi alma. Aquellas noches en las que rompía a llorar durante horas hasta quedarme dormida de puro cansancio y encontrar la almohada aún húmeda a la mañana siguiente. No ha cambiado mucho todo eso. Ya no me saltan las lágrimas tan a menudo, pero las grandes sensaciones de vacío y soledad se siguen apoderando de mí a altas horas de la noche, cuando todo el mundo duerme y yo solamente puedo pensar en que no estás a mi lado, ni hoy, ni ayer, ni hace tantos y tantos meses. Ya no puedo girarme en plena oscuridad y sentir que estás ahí, aunque sea dormido y descansar sobre tu pecho mientras te oigo respirar con la mayor tranquilidad del mundo.

Me he levantado con desgana. Vaya, el camisón está incluso más arrugado que las sábanas, todo por culpa de estar horas dando vueltas en la cama recordando, recordándote. Subo la persiana y unos nubarrones grises me saludan desde lo lejos; es más de día de lo que había pensado en un principio. Cruzo la habitación, pero muy a mi pesar me encuentro de frente con el espejo que hay en el rincón. Es de los grandes, de esos que muestran toda tu figura y te apuñalan con la más cruel realidad. Entiendo por qué te fuiste de mi lado, no tengo más que mirarme a través del espejo y devolverle la mirada a esa figura que hay dentro de él, esa sombra que dicen que soy yo, sin nada por lo que poder ser querida y llena de mil y un defectos, todos ellos desquiciantes. Te entiendo y no te culpo, me culpo a mí. Esa imagen me da tanta rabia…¿de verdad soy yo? No lo soporto, no me soporto.

Sin pensarlo siquiera cojo el teléfono que hay en la mesita y se lo lanzo con la mayor fuerza que puedo. La misma imagen me sigue devolviendo la mirada, sólo que esta vez en trozos quebrados, algunos aún en pie, otros muchos en el suelo. Me adelanto para arrancar todos los pedazos que quedan colgando del marco del espejo. La planta de mis pies pisa sin darse cuenta los fragmentos afilados del suelo, pronto empiezan a formarse charcos de sangre, pero no me aparto, sigo quitando hasta el último de los trozos para así evitar ver esa figura de ahí dentro.

Tras asegurarme de que no queda ninguno más en pie salgo lentamente de la habitación, posando los pies con cuidado sobre la alfombra, intentando que los fragmentos de espejo no se me incrusten más. Voy hasta el baño y justo antes de cerrar la puerta me fijo en que mis huellas han quedado impresas en el suelo, simulando un camino. “Un camino hacia mí” pienso. Un camino hecho de dolor, de sufrimiento, pero no por el espejo, sino por ti, por tu ausencia, por tu partida, por mi soledad. Quizá si algún día vuelvas y veas esas pisadas, son la senda que te trae de vuelta a mí.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Voces de Depresión

Era uno de los más antiguos de la casa o el que menos se habían molestado en repararlo al menos. Hacía varios años que no servía para nada que no fuese amontonar trastos viejos y polvo en cualquiera de sus rincones, sólo que aquel día ella estaba allí, sentada en el suelo, sujetando las rodillas contra el pecho, intentando refugiarse del resto del mundo, queriendo quedarse en la tranquilidad que le proporcionaba la soledad. Únicamente la pequeña bombilla que colgaba del techo era la encargada de proporcionar un poco de luz a aquella estancia, bombilla sin ningún tipo de tulipa, pues nadie se molestó en poner una nueva cuando ésa se rompió. A ella no le importaba que no hubiese demasiada luz, es más, lo prefería así, necesitaba perderse en sus pensamientos y de haber colores muy intensos perdería su ensimismamiento. La pequeña fuente de luz comenzó a oscilar muy levemente a causa de un viento sin procedencia concreta. Tras varios parpadeos se apagó, bañando toda la estancia de una oscuridad casi total. Fue entonces cuando ella sintió algo, algo que no debía estar allí y levantó la mirada en su busca, pero sólo se tropezó son sombras que danzaban con ritmos diferentes. Intentando escuchar algún tipo de ruido agudizó el oído hasta conseguir captar varios susurros dirigidos a ella.

-Hacía mucho que no hablábamos.

-¿Dónde estás? ¿Quién eres? Nunca he hablado contigo, ni siquiera sé quién eres.

-Claro que lo sabes niña. Escucha atentamente mi voz, ya la conoces, la habías oído antes. Soy la que siempre viene a decirte la verdad.

-¿Y para qué has venido hoy aquí?

-Te he visto muy sola, aquí arriba tan triste. ¿Por qué no vas con el resto?

-Hoy no quiero estar con ellos, me apetece estar sola un buen rato, necesito tranquilidad.

-¿Estás segura de que eso es cierto? Porque yo creo que lo que dices y la realidad no coinciden en absoluto. Me parece más bien que son todos ellos los que no quieren estar contigo, los que quieren que les dejes solos y en la tranquilidad que da el hecho de no estar contigo.

-No sabes lo que dices.

-Claro que lo sé. Estás fuera de sus vidas, no te quieren en ellas, te han dejado completamente sola, no formas parte de nadie y sabes tú mejor que cualquiera que no les importas a ninguno de los que hay ahí afuera.

-Eso no es verdad…Quizá no haya muchos, pero está mi familia que intenta apoyarme siempre que puede, mis amigos que me animan en los malos momentos y casi nunca me fallan, y…

-Y…¿él? Veamos…tu familia…no haces más que causarles problemas y sumergirles en disgustos uno tras otro. No, no te hagas ilusiones en vano, lo único que consigues cada día es que se angustien por lo desastre que eres, seguro que se sentirían más aliviados si tú dejases de meter la pata cada dos por tres, si dejases de molestarlos con todas tus ocurrencias absurdas…Tus amigos…¿realmente existen? Vamos, niña, ya sabes la respuesta. Quizá como mucho puedas llamarles conocidos, pero ¿amigos? Tú no sabes lo que es eso, siempre te alejas de ellos, manteniendo las distancias. Con esa conducta fría nadie va a confiar en ti y sabes que es así, no te engañes. No se quejan de ti a la cara, por supuesto que no, pero cuanto menos tiempo estén contigo mejor para ellos….Y él…por favor, ¿qué puedo decir? Tanto que te importa y te da terror llamarle por teléfono, pero no es por no molestarle ¿a que no? Por mucho que intentes autoconvencerte ambas sabemos que la mayor de las razones es por que sabes que pensará algo así como “¿Para qué demonios me llama?”, pero también sabes que por mucho que lo piense no te lo dirá, pero simplemente por pura educación, nada más.

-¡No, mientes, basta ya! Nada de lo que has dicho es cierto, ¡no pienso escucharte más!

-No necesito que me escuches, dentro de ti sabes que todo lo que estoy diciendo es verdad, es más, es lo que en el fondo piensas, pero nunca te atreverás a admitirlo en voz alta, siempre has preferido dejar ese pequeño margen de duda para sentirte a salvo, para no tener que enfrentarte con toda esa realidad. Por mucho que intentes negarlo siempre pensaste así e incluso hoy sabes que todo esto es cierto. ¿Niña, de qué te sirve negarlo? El simple hecho de estar aquí sentada medio sollozando me da la razón. Absolutamente nadie te ha incluido dentro de su vida, estás sola, sin nadie que suba a hacerte compañía…¿realmente crees que alguien se dará cuenta de que falta ahí abajo? ¿Y aunque se den cuenta…crees que les importará? Mientras estés aquí no puedes hacer daño a nadie, no puedes molestarles, ni amargarles, ni nada de nada. Estarán más contentos mientras tú sigas aquí arriba.

-No sigas, yo ya sé lo que pienso, sé lo que tengo en la cabeza….y hay muchas cosas en las que creo que tienes razón. ¿Pero y si no es así? ¿Y si eres tú quien me está bloqueando, quien me impide pensar con total claridad?

-No te engañes, no vale de nada. Es mejor que lo aceptes cuanto antes. Ya te he demostrado que no sirves para nada, yo te estoy siendo completamente sincera, pues no tengo motivos para mentirte, sólo quiero ayudarte a que comprendas que tu sitio está aquí arriba completamente sola y no ahí abajo, déjales ser felices. Lo que te digo no es para hacerte daño, es para que veas la realidad, pero no te preocupes, yo te haré compañía, puedes quedarte aquí llorando, no molestarás a nadie, nadie se acordará de ti.

Tras unos instantes de silencio la bombilla que colgaba del techo parpadeó hasta volver a encenderse y ella siguió allí acurrucada, perdida en sí misma y con la cabeza ladeada, como si la estuviese apoyando sobre el hombro de alguien.

domingo, 25 de noviembre de 2007

¿Qué es la amistad?

Este texto fue creado el dos de marzo del 2007 pocos días después de mi vuelta al mundo literario tras una pausa de varios años. Hoy, cuando mi vida está llena de traición, comparto estas líneas con vosotros para recordarme a mí misma lo que pensaba hace no muchos meses e intentar que estos temas no me hagan perder la sonrisa. Espero tener fuerzas y argumentos suficientes para poder seguir defendiendo esta opinión.


¿Qué es la amistad? Por muy sencilla que parezca la respuesta quizá tengáis problemas para definir esta palabra. He conocido a varias personas que han intentado dar su versión acerca de la amistad y lo cierto es que podría dividirlas principalmente en dos grupos. En el primero está todo aquel que opina que sólo se tienen amigos para poder pedirles favores, por lo que creen que no es más que un contrato en el que, mientras las dos partes cumplan con lo suyo, esa “amistad” seguirá en pie, pero que en cuanto deje de darse alguna de las cláusulas convenidas, todo se habrá acabado. En el segundo grupo se encuentran los que por culpa de los anteriores han acabado pensando así. Me explico: unos tienen amistades únicamente para poder sacar algún beneficio y los otros creen que no existe más gente que piense de otro modo, es por ello que están sumergidos en el pesimismo, creyendo así que no hay nadie que no vea a los amigos como simples partes de un contrato.

Yo, a mis casi dieciocho años, estoy en disposición de poder anunciar a los dos grupos ya mencionados que ambos se equivocan. Puede que sea parte de una minoría o incluso que sólo yo piense así, quizá por ser demasiado ingenua e inocente y pensar que siempre queda algo bueno en las personas que merezca la pena ser salvado. En mi opinión (que no es más que eso, sólo una opinión entre miles y miles distintas que pueda haber) si se tiene un amigo no es para sacar todo el beneficio posible, no es para poder pedirle cien favores y que esté “obligado” a cumplirlos en nombre de esa amistad. Esas personas son especiales, tienen algo que únicamente ves tú y que por eso decides que valen mil sacrificios intentar pelear por ellos. No hay que esperar a “deberles” un favor para ayudarles o portarse bien con ellos, simplemente es algo que sale de dentro. Les das todo lo que puedes porque te importan, porque es gente que se lo merece (las cosas buenas, por supuesto) y saber que algo les va mal te parte el alma. Por ello aviso a mis amigos que si hace falta les ofrezco hasta mi voz cuando necesiten gritar y no puedan. También les digo que quizá no consiga darles todo lo que necesiten (cosa que no será por no haberlo intentado), pero que todo lo que les de será cuanto tenga. Porque para mí la amistad no es dar esperando recibir, es dar sin esperar nada a cambio, pero que como la otra persona piensa parecido al final ambos salen ganando. Hay que saber que lo importante no es lo que les puedas pedir y que encima al darles todo obtendrás algo que no querrás cambiarlo por nada: la sonrisa que te dedican por haber intentado al menos ayudarles (aunque después no saliese bien) y la alegría que les produce saber que tienen a alguien que intenta cuidarles.


Después de todo este rollo que os he metido, creo que sólo me queda concluir diciendo que si alguien es lo suficientemente especial como para poder considerarlo tu amigo, se merece todo el cariño que puedas darle. Y recordad que el mayor regalo que te pueda hacer un amigo es justo eso, que sea tu amigo.

Cuidad de cada amigo como si fuese el único en el mundo que te comprende, anima y alegra.

martes, 20 de noviembre de 2007

Aunque la eternidad dure un segundo


He abierto los ojos, estoy entre tus brazos y tú observándome con la mirada más dulce que haya visto nunca. Luego sonríes y surgen de tus labios las primeras palabras del día que oigo, un te quiero en un susurro seguido de un cálido beso en la frente. Suena tan bien que cierro los ojos durante unos momentos para que tus palabras rocen mi piel, acaricien mis labios y así poder saborearlas mejor.

Sé que podría pasarme cada día que me queda aquí, abrazada a ti, alumbrada por el increíble brillo de tus ojos, tranquila gracias a la suavidad de tu sonrisa y alimentándome únicamente de tus besos. Mis pensamientos hacen que me ruborice ligeramente, sé que te has dado cuenta, pero finjo que ha sido a causa de los acogedores rayos del sol que nos dan los buenos días a ambos. Respondo con una tímida sonrisa al comprobar que no tienes la más mínima intención de apartar tus ojos de mí durante bastante tiempo. Sabes de sobra que me pone nerviosa que te quedes observándome tan fijamente, pero eso mismo es lo que te divierte. Tras un rato son mis ojos los que quieren encontrarse con los tuyos, ambos sonreímos y terminamos en un baile de miradas, en el que al final se unen las caricias.

Acercas tus labios a mi oído, rozando en el camino mis mejillas y de una forma aún más suave que antes vuelves a susurrarme un dulce te quiero. Esto produce en mí una inimaginable sensación de felicidad, como si esas palabras creasen un escudo protector que me impiden seguir teniendo cualquier tipo de preocupación posible. Te abrazo más fuerte que antes, apoyando mi cabeza sobre tu hombro, pero intentando que mis oídos queden lo más cerca posible de tu boca para así no perder ni una sola de tus palabras.

Tú acaricias mi espalda muy lentamente, lo que me provoca un leve cosquilleo que se extiende por toda mi columna. Me siento como si estuviese acostada sobre capas y capas de algodón con suaves sábanas de seda cubriendo todo mi cuerpo. Sigues dándome pequeños besos en la frente susurrando de vez en cuando alguna que otra frase, haciéndome sentir todavía mejor. Si sigues así conseguirás que me quede dormida por la inmensa tranquilidad que me proporcionas. Pero ahora sólo quiero volver a escuchar esas dos palabras tan exquisitas. Dime que me quieres. Dime que me querrás para siempre, aunque la eternidad dure un segundo y al minuto siguiente te hayas olvidado hasta de mi nombre.

lunes, 19 de noviembre de 2007

A fuego lento

Yo sólo pongo las palabras, cada cual que cree las imágenes en su mente.

Era una noche en pleno invierno, la nieve ocultaba todos los caminos e incluso el solitario coche que permanecía estacionado cerca de la cabaña. Dentro la chimenea estaba encendida y ellos dos tumbados desde hacía rato en el sofá. Todo el mundo daba por deshabitado aquel lugar, nadie hubiese imaginado que ellos estaban allí, por esa razón habían elegido tal sitio. Hacía un par de horas que una manta gris era lo único que protegía sus cuerpos. Él estaba tumbado sobre ella, con la cabeza apoyada en sus senos mientras con las yemas de los dedos los acariciaba lentamente. Ella sostenía en una mano un cigarro a medio terminar, depositando la ceniza en el recipiente que había dejado en el suelo para intentar manchar lo menos posible aquel sitio en el que se suponía que no estaban; con la otra rozaba el fino cabello de su pareja indicándole su aprobación ante aquellas caricias clandestinas.

Entre calada y calada él pasaba su lengua por el labio inferior de ella de la manera más suave que le era posible, hasta que el cigarro se consumió por completo. El pequeño roce con la lengua dio paso a un beso interminable en que apenas se podía apreciar dónde terminaban los labios de uno y comenzaban los de la otra. Tras unos minutos él desvió su boca hacia el cuello y empezó a deslizarla por aquel cuerpo que tenía debajo. Cruzó por sus hombros, bajó hacia sus pechos donde se entretuvo largo rato y continuó dejando un rastro de saliva por todo su vientre hasta llegar ligeramente más abajo del ombligo. Se detuvo y pasó su dedo índice creando una línea horizontal justo a la altura dónde, varias horas antes, había estado el elástico de su ropa interior. Dibujó la misma línea una segunda vez, esta vez con la lengua y mucho más despacio; mientras tanto, levantó la vista para clavarla en los ojos de ella y comprobar que seguramente sólo podría estar pasando una palabra por su mente: deseo. Sabía perfectamente dónde quería ella que acabase su boca, incluso hizo un amago de continuar su ruta, pero su boca saltó directamente hasta los muslos y comenzó a besarlos. Quería provocarla, hacer que lo deseara aún más y desde luego que lo estaba consiguiendo. No la hizo esperar más y volvió a la ruta que había dejado sin terminar, a modo de respuesta recibió un ligero estremecimiento seguido de un gemido que denotaba placer. Mientras se limitaba a sentir, ella cogió la mano de él que seguía cerca de sus muslos y la acompañó hasta sus senos, que hacía varios minutos que se encontraban algo abandonados.

Tras unos intensos minutos, ella se incorporó y volvió juntar una vez más sus labios con los de él, claramente más cálidos. Él adelantó su cuerpo en señal de que quería recostarse sobre ella y seguir besándola, pero ella tenía otros planes. Una vez tumbados ella lo apartó a un lado y después se recostó sobre él, ahora era ella quien quería hacer algo. Al igual que antes, comenzó a trazar una ruta por su pecho, pero ahora con los dedos mientras la boca los seguía varios centímetros por detrás. A mitad de camino sus labios se detuvieron, pero su mano no, ésta llegó a su destino, provocando una sensación de placer que iba incrementando según transcurrían los minutos. Mientras tanto su boca retrocedió en aquel recorrido, volviendo al cuello, al lóbulo de la oreja, incluso a sus labios. Entre algunos besos aprovechaba para mordisquear ligeramente con sus dientes el labio inferior y después pasaba la lengua creando en él un cosquilleo que le encantaba. Luego se deslizó sobre su pecho rozándolo intencionadamente con los suyos y finalmente su boca fue a acompañar a su mano para hacerle sentir más detenidamente el contacto tanto de sus labios como de su lengua. La respiración de él iba aumentando poco a poco gracias a las caricias que le proporcionaba su compañera.

Tiempo después él la atrajo hacia sí, dándole a entender que quería tenerla encima. Ella se sentó sobre él y pronto comenzaron los movimientos incesantes y los jadeos. Ni los besos ni las caricias cesaron en toda la noche mientras ellos ardían en la pasión, más intensamente incluso que aquel fuego encendido que perduraba en la chimenea.



sábado, 17 de noviembre de 2007

Réquiem


Él estaba frente al espejo terminando de arreglarse los cuellos de la camisa que se habían descolocado ligeramente al ponerse la chaqueta. Ya estaba listo, completamente impecable, con los puños bien abrochados y la camisa sin una sola arruga. Se deseó suerte a sí mismo y cruzó todo el pasillo barnizado hasta llegar a unas inmensas puertas de roble con un pomo antiguo de color bronce. Se detuvo un momento ante ellas, respiró hondo y las abrió con decisión.

Estaba en lo alto de las gradas; a sus pies más de cien filas con asientos aterciopelados de color granate esperando a ser ocupados por las miles y miles de personas amantes de aquellos eventos. No era muy habitual que el propio artista entrase por aquellas puertas, pero a él le encantaba ver las caras de su público antes de cada actuación, sentir su calor y su cercanía. Aquella noche aún no había nadie sentado en las numerosas butacas aunque eso a él le daba igual, en su cabeza imaginaba aquel auditorio abarrotado de gente, todos expectantes de su entrada, aplaudiendo mientras bajaba las escaleras hasta llegar al pie del escenario. Nunca cesaba la inmensa ovación hasta que él no ocupaba su sitio en el piano de cola que estaba justo en medio del escenario. Estaba todo preparado, el piano, brillante como de costumbre, ya abierto, invitaba a sus dedos expertos a que lo acariciaran con suavidad, pero al mismo tiempo con firmeza. Las partituras se posaban sobre el instrumento, desplegadas seguramente desde la noche anterior. No pasaba nada si alguien decidía cogerlas porque hacía años que él ya no las necesitaba. Había interpretado aquella obra tantas veces que sus dedos se movías solos por el teclado, no era necesario ver las notas escritas, las tenía en su cabeza.

Todos los aplausos imaginarios cesaron en cuanto el pianista ocupó el taburete preparado para su altura. Silencio, durante unos segundos interminables no se oyó más que silencio. Un gesto pausado sobre el piano dio inicio a la interpretación. Durante los próximos minutos el auditorio se lleno de una explosión de sonidos enlazados entre sí de manera soberbia que hubiesen creado mil sensaciones distintas a cualquier oyente. La impecable matización podía provocar un cambio desde la más absoluta tensión hasta la calma más tranquilizadora en cuestión de segundos y todo eso gracias a los fortes interpretados con energía, pero sin dureza y a los pianissimos dulces y delicados, pero de sonido brillante.

Él seguía absorto en su obra, consiguiendo que sus dedos casi volaran sobre aquella alineación de teclas blancas y negras, y apenas se dio cuenta que alguien había subido al escenario y estaba frente a él desde el otro lado del piano. Minutos después ya sabía que aquel extraño estaba allí, pero no levantó la vista ni detuvo su interpretación; bajo ningún concepto debía dejar una obra sin terminar, eran sus principios como pianista. Además ya sabía para qué había ido aquel hombre allí, sabía lo que iba a hacer y por supuesto, sabía que nada podría evitar que pasase. Había entablado una cierta relación de amistad con la gente equivocada, sobre todo porque no podía devolver los favores que aquellos nuevos “amigos” le habían hecho. El otro hombre extendió el brazo empuñando un revólver antiguo, pero no disparó. Quizá por respeto o consideración decidió esperar a que terminase aquella interpretación, la última de todas. Segundos después de dar la última nota estalló en la mente del pianista una inmensa ovación del público que no tenía, mayor incluso que la primera de cuando había aparecido a lo alto de las gradas. Junto con todos aquellos aplausos se mezcló el inconfundible sonido de un disparo que hizo que el cuerpo del intérprete se desplomase sobre el instrumento que había dominado durante tantísimos años.

No tardaron en llegar los encargados del auditorio y ver manchado de sangre el teclado que aquella noche debía ser protagonista, pues el concierto comenzaba en unos quince minutos. No había cuerpo ni explicación posible al ruido que habían escuchado muchos de los que se encontraban en el edificio. Minutos más tarde las butacas comenzaron a llenarse de gente bien vestida para la ocasión. El piano parecía impoluto, como si lo acabasen de construir y pulir. Comenzó el evento y uno de los pianistas que debía aparecer aquella noche no hizo acto de presencia, pero no importó, el espectáculo debía continuar.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Pesadilla de la madrugada del 3 de noviembre

La poca luz de las farolas que entraba en la habitación engañaba a mi vista haciéndome creer que las paredes eran de un gris azulado oscuro en vez de blancas. Comenzó a oírse un fuerte pitido que provenía al parecer de las baldas de al lado de mi cama. Maldito despertador, seguro que se olvidó apagarlo. A tientas busqué el reloj creyendo que sería fácil apagarlo, pero por más que presionara el botón para que cesase la alarma, ésta no dejaba de sonar. Decidí entonces incorporarme, cogí el despertador y para mi sorpresa, descubrí que no era eso lo que sonaba, aunque en ese momento el pitido paró tan repentinamente como había empezado. Supongo que estaba demasiado agotada como para darme cuenta que lo más probable era que procediese de la habitación de los vecinos que estaba justo en frente de la mía.

Me quedé unos minutos mirando la hora sin saber muy bien en qué pensaba, como ensimismada. Las cuatro de la mañana, demasiado tarde para algunos, muy pronto para otros, y yo ahí, intentando una vez más conseguir dormir antes de que saliera el sol. Seguramente el resto de la casa llevaría durmiendo varias horas, pero pronto pude apartar esta teoría de mi cabeza. La cama contigua a la mía estaba vacía, ni siquiera la habían descubierto. Agudicé el oído para intentar percibir algún ruido que me permitiese saber si había alguien en casa, pero no escuché nada. Aquello resultaba bastante raro ya que normalmente cuando me despertaba de madrugada podía oír la respiración del resto de las personas que había bajo mi mismo techo. Intenté encender la luz de la mesilla sólo para comprobar si mi visión volvía a gastarme otra de sus bromas a las que ya me tenía bastante acostumbrada, pero no ocurrió nada. Quizá estaba suelta la bombilla. ¡Argg! Suelta no, estaba rota, como si hubiese estallado y los fragmentos que aún quedaban en pie se me clavaron en los dedos consiguiendo que soltase un quejido. Pese que no entraba demasiada luz pude ver que mis dedos comenzaban a gotear sangre. Intenté que las sábanas no se mancharan, aunque pronto todo eso dio igual.

Empecé a oír un pequeño crujido que provenía del techo; algo estaba empujando la lámpara haciéndose un hueco para salir de ahí arriba. Un líquido marrón salía a borbotones desde allí, pero no caía al suelo, sino que se extendía desde el centro del techo hasta las esquinas. Marrón….no estaba segura de que ése fuese realmente su color. Entonces con el pulgar palpé mis otros dedos heridos y me fijé en su color. También parecía marrón, del mismo tono de aquel líquido que se propagaba por todo el techo. Un olor a cobre inundó la habitación y todas las dudas se disiparon de mi cabeza, pese a que no tenía forma real de comprobarlo. La sangre se extendía lentamente hacia las esquinas, pero antes de llegar a su destino unas cascadas del mismo líquido comenzaron a precipitarse por las paredes.

Miraba a todos sitios sin saber qué hacer, sin poder moverme siquiera. En una de las paredes aún se podía ver el dibujo que las cortinas creaban sobre su pintura blanca, pero había algo debajo de aquella imagen. En vez de a la pared dirigí mi vista hasta la ventana, no había duda, tras las cortinas se podía ver algo emborronado. Me acerqué despacio porque todos los miedos que estaban creciendo en mí me paralizaban poco a poco. Al apartar la cortina quise gritar, pero también tenía miedo de salir, por lo que al final quedó en un grito ahogado. Unos centímetros por encima de mi cabeza había escrito un mensaje, un mensaje dirigido a mí. Letras marrones aunque yo sabía que realmente eran rojas, escritas sin ninguna prisa, queriendo provocar en mí un sentimiento de terror inconfundible. “I’m gonna kill you…” rezaban aquellas sangrientas letras. Las sensaciones de angustia, desesperación y terror se habían adueñado de mi cuerpo, no me podía mover y aún así era incapaz de apartar la vista de aquellas palabras. En ese momento el último punto comenzó a alargarse. Al igual que si alguien hubiese caminado mientras apoyaba una pinturilla, ese punto se extendió poco a poco, pasando del cristal a la pared y de la pared a fuera de la habitación. Por primera vez aquella noche yo no quería salir corriendo, no quería ir fuera y ver dónde terminaba ese nuevo rastro, pero ya no controlaba mi cuerpo; mis ojos seguían la línea marrón mientras que mis pies daban pasos para no perder el dibujo horizontal. Estaba tan absorta en ello que incluso seguía el rastro con mis dedos heridos, haciendo que la sangre se renovara. Salí de la habitación. La línea continuaba por todo el pasillo hasta llegar al pomo de la próxima habitación y allí terminaba.

Mi cabeza ya sabía lo que iba ver tras aquella puerta o se lo imaginaba al menos, pero no quería comprobarlo, aunque mi mano se adelantó. Giró la manilla y algo chirrió; desgraciadamente pronto me di cuenta que ese sonido no provenía por haber abierto la puerta. Dentro de la habitación como dos fantasmas flotando, se podían distinguir dos cuerpos, pero éstos no flotaban. El chirriar que había oído al entrar era el de las dos cuerdas atadas a las vigas del techo que oscilaban lentamente como si de péndulos se tratara. Un par de metros por debajo de ellos estaba la cama totalmente descubierta y empapada con la sangre que caía desde el abdomen de ambos muertos. No les quería mirar, pero algo me impedía apartar la vista; quizá el querer saber si los conocía, pero tras un par de minutos observándolos en silencio me di cuenta de que no, no los había visto en mi vida. Por inoportuno que parezca, este hecho me proporcionó una pequeña dosis de alivio que pronto desapareció. Una vez más me fijé en la ventana de la habitación, había otro mensaje para mí o la continuación del anterior mejor dicho “…as I killed them”. Algo se movió a mi derecha. Había un cuerpo más apoyado en la esquina, al parecer estaba a punto de caerse. Sí era un cuerpo, pero éste no estaba muerto. Algo brilló cerca de su mano, algo parecido al metal, algo como una hoja.

En aquel momento se despertaron de golpe todos mis sentidos y eché a correr lo más deprisa que podía, primero saliendo de la habitación y después a lo largo del pasillo. Pero tropecé y me di de bruces contra el suelo. El pasillo era demasiado oscuro como para poder ver con exactitud aquello que me había llevado a caer, por eso me acerqué. Era otro cuerpo, el tercer muerto de la noche, pero éste tenía los ojos hundidos como si se los hubiesen metido hacia dentro con los pulgares. Seguía en el suelo y todas las fuerzas que había recuperado hacía un momento ya no estaban, se habían esfumado por completo. Oí unos pasos que se acercaban por el pasillo y de vez en cuando se podía ver el destello que generaba la poca luz al chocar contra el cuchillo. Al cabo de unos segundos aquella figura estaba a mi lado hundiendo su hoja en mí, y yo completamente petrificada, gritando eso sí, pero sin poder defenderme para escapar.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Anoche soñé que no te había olvidado

Anoche soñé que no te había olvidado,
que quería estar contigo,
que te seguía amando.
Pensé que aún vivías en mi corazón
y yo sufría por amor,
amor que no me habías dado.
Anoche desperté de tu sueño,
pero esta vez sin lágrimas,
sin razón para más llantos.
Recordé lo que era quererte,
lo que era sufrir sin motivos
y decidí llamar al Olvido
para que viniera a buscarte.
Anoche soñé que no te había olvidado,
recordé entonces algo aprendido
y es que sueños que se cumplen
realmente no hay ninguno.
Pero al igual que antes
cuando soñaba que me querías,
comprendí que el no olvidarte
ya no existía
porque el Olvido te llevó
hace tiempo de mi lado,
incluso de mis fantasías.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Llamas de recuerdos

Empezaba a caer la tarde y la luz del sol daba a los antiguos vagones de tren un brillo dorado. Hacía mucho que estaban allí aparcados sobre vías por las que en su día habían pasado trenes que se dirigían a la gran ciudad transportando importantes mercancías. Ahora sólo servían como cobijo de algún vagabundo o escondite de parejas jóvenes que buscaban apartarse de la multitud por unas horas.

Aquella tarde tuvieron una visita inesperada aquellos vagones casi oxidados. Una muchacha paseaba sin ningún rumbo exacto siguiendo la línea que las vías dibujaban en el suelo con pasos tímidos y lentos haciendo crujir bajo su calzado la poca hierba que crecía en esa zona. No hacía caso de nada de lo que tenía a su alrededor sólo caminaba, unos tramos intentando mantener el equilibrio sobre el camino de hierro y otros andando a un lado de éste. Tras un rato se detuvo frente a un vagón de mercancías que estaba abierto y apoyando un pie en las ruedas consiguió empujar su cuerpo hacia el interior. Allí se sentó durante un buen rato sin hacer otra cosa que mirar cómo el sol bañaba todo el paisaje con sus rayos.

Tardó un tiempo en salir de su ensimismamiento y finalmente se fijó en una carpeta que llevaba consigo. La miraba con aire dudoso, no estaba segura de si se atrevería a abrirla y repasar una vez más todo lo que había en su interior. Aún teniendo tantas y tantas inseguridades decidió volver a echar un vistazo. Allí encontró antiguas fotos en las que había quedado atrapada la esencia del momento en el que se hicieron, también había cartas escritas a mano con letra cuidada y perfectamente legible. Un par de lágrimas comenzaron a asomar por sus ojos y por mucho que trató de contenerlas, acabaron rodando por sus mejillas hasta caer en una de las fotos que estaba mirando. Pasó el pulgar por encima para quitar la gota, pero su dedo se paseó por el rostro que había en aquella fotografía incluso después de haberla secado. Había pasado varios meses de su vida acariciando esa piel tan suave que ahora sólo podía recordar a través de imágenes. Sé fijo en los ojos tan intensos y expresivos incluso en esos labios sonrientes que tantas veces la habían besado; un torbellino de recuerdos le bloquearon a garganta e hicieron que su labio inferior comenzase a temblar, siendo éste uno de los primeros indicios de que sus sentimiento de tristeza no tardarían en adueñarse de ella.

Había demasiados recuerdos en aquella carpeta y no quería que gobernasen sobre ella. Sacó un mechero del bolsillo del pantalón y prendió una llama, acercándola a esa foto que tantos recuerdos felices guardaba, pero que al mismo tiempo traía sentimientos muy melancólicos y grises. Pronto comenzó a arder desde la esquina propagándose por toda el área. Dejó aquella imagen en el suelo para que terminase de arder y fue añadiendo más fotografías que sacaba de su carpeta. Antes de arrojarlas al fuego se detenía frente a ellas, recordando esos momentos, haciendo un esfuerzo por no estallar en lágrimas. Veía como las llamas iban consumiendo un sentimiento de felicidad que hacía mucho que se había esfumado. Llegó la hora de las cartas. Las releía antes de deshacerse de ellas, algunas frases incluso varias veces. Todas acababan con las mismas dos palabras que tan hermosas habían sido en una época, pero que en aquel momento sólo abrían más heridas de dolor y tristeza. Las echó todas sobre el fuego haciendo que el humo esparciese cada uno de esos “te quiero” por el aire y la abrazasen una última vez antes de desaparecer por completo. Varios minutos más tarde sólo quedaba un montón de cenizas a su lado y ella contemplaba como moría el sol a manos del horizonte, pensando que de igual modo murió tanto amor, sólo que éste último no renacería a la mañana siguiente.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Sueños Rotos

Las pequeñas gotas de agua que se posaban en las hojas de los árboles empezaban a resbalarse hacia suelo ya húmedo por culpa de la tormenta de la mañana. Varias de esas frías gotas caían sobre mis pies mientras andaba sin ninguna prisa por ese sendero decorado a los lados por los robustos y frondosos árboles. Cada paso que daban mis pies descalzos sobre la hierba resonaba a lo largo de todo el camino y de cuando en cuando mis dedos se topaban con ramas muy finas y, al parecer, inofensivas que no me daba tiempo a esquivar por lo que tenía que acabar pisándolas. Creía que me estaban lacerando las plantas de los pies todas esas pequeñas maderas, aunque no me preocupaba mucho. Me desvié del sendero y me vi obligada a aferrarme a los troncos de los árboles para no perder el equilibrio. Sabía donde iba, había estado tantas veces que podría repetir el camino incluso con los ojos cerrados. Unos pocos metros me separaban de mi destino, ése que me provocaba una sensación de entusiasmo que se incrementaba a cada paso que daba para acercarme.

Aparté unas hojas que estaban a la altura de mis ojos para poder ver lo que había más allá. Ahí estaba. Una visión preciosa, realmente difícil de describir en todo su esplendor. La fina hierba daba paso al pie de una cascada de agua totalmente cristalina. Incluso el sonido el agua al caer conseguía crear un ambiente en el que parecía que se respiraba toda la paz y la ilusión del mundo. No pude contenerme y me adentré dentro de las aguas que descendían desde tan alto que se podía pensar que caían directamente del cielo. Su frescura me acogió los brazos abiertos. Tal era la tranquilidad que me invadió en aquel momento que mis ideas, pensamientos y sueños se mezclaron con las aguas dulces, recorriendo toda su extensión e incluso subieron hasta lo más alto para divertirse dejándose caer por la corriente hasta volver donde yo estaba. Pero no todo lo que había salido de mi cabeza había vuelto a mí aún. Los sueños se habían quedado petrificados, indecisos, allá arriba de la cascada. Al cabo de un rato ellos también saltaron, pero la diversión había terminado. Cada sueño caía abrazado a varias gotas de agua, pero en algún punto entre lo alto de aquella cascada y yo esas gotas se estrellaron contra la realidad, rompiéndose en pequeños fragmentos tan afilados como cristales. Para cuando me di cuenta ya era tarde para poder apartarme. Todos aquellos sueños rotos se me echaron encima rasgando mi piel, mis sentidos, devolviéndome a la más dura de las realidades. Las pequeñas pero numerosas heridas comenzaron a sangrar tintando el agua de un rojo intenso. Mi gran cascada de sueños e ilusiones se había convertido en cuestión de segundos en un enorme charco de sangre y yo, al saber que nunca podría volver a ver esas aguas cristalinas llenas de tranquilidad, de vida y de fantasía, me quedé allí, debajo de las gotas rotas y afiladas que seguían hiriéndome, abrazada al recuerdo de lo que había sido la más hermosa visión que había pasado por mis ojos, pero que nunca podría volver a salir mente.

sábado, 27 de octubre de 2007

Fin del tiempo en escala de gris y negro

Salgo a la calle y todo está desierto, sin ruido, ni color, ni vida. A donde voy es un misterio incluso para mí, sólo vago por estas aceras que no sé dónde acaban, aunque tampoco dónde empiezan. Tras un tiempo andando todo se vuelve aún más gris y comienzan a aparecer ríos de gente de detrás de cada rincón. Caminan erguidos y sin apartar la vista del frente, como si lo que hubiese a los lados no existiera. Todos están vestidos de color oscuro, nadie destaca, son sombras con forma humana. Llegan hasta mí, pero nadie se detiene, cada cual sigue un rumbo al parecer ya marcado. Veo sus ojos, diferentes a los que había conocido hasta ahora, sin ningún tipo de brillo, ojos de ciegos. Por eso no me ven, pero tampoco sienten mi presencia, yo no existo para ellos, en realidad, nada de lo que haya más allá de cada uno de ellos existe para el resto, pero ellos no parecen notarlo. Están ahí, a unos pocos metros de mí, creando una especie de burbuja en cuyo centro estoy yo en un completo aislamiento.

Comienza a llover, pero no es agua transparente lo que cae, sino gotas negras y espesas que se estrellan con fuerza contra el suelo. Ninguna de las múltiples figuras mira siquiera al cielo, sólo abren los paraguas que llevaban consigo, todos a la vez, como si alguien les estuviese dirigiendo desde detrás de alguna esquina. Ahora los ríos de sombras negras son mares inmensos en los que no se puede distinguir nada.

Se empiezan a apoderar de mí varios sentimientos de desesperación y angustia. Van subiendo por mi espalda, haciéndose con todo mi cuerpo hasta llegar al mismísimo cerebro. En ese momento siento como si mil clavos se hubiesen incrustado en mi cabeza. Grito. Es lo único de lo que soy capaz ahora mismo, pero mi voz queda ahogada por un trueno. Vuelvo a notar el mismo pinchazo, que una vez más me hace desgarrar mi garganta con horribles alaridos, pero nuevamente un ensordecedor trueno impide que incluso yo pueda oír mi propia voz. Nadie se detiene a ver qué me ocurre, las masas negras siguen su camino sin mirar hacia donde yo estoy.

Un fuerte golpe en la parte trasera de las rodillas hace que caiga sobre éstas. Siento la presencia de algo, puede que de alguien. Lo que me ha tirado al suelo está ahí en algún lugar cerca de mí, pero no puedo verlo, aunque sí sentirlo. Me susurra palabras incomprensibles al oído. Es una voz extraña, muy aguda, pero me resulta extremadamente familiar. No está sola, la acompañan tres voces más que también dicen cosas que no entiendo. “¿No nos reconoces?” Es lo único que llego a comprender. Ya sé quienes son, las conozco desde hace tanto que apenas recordaba cómo sonaban. Intento levantarme, pero la Agonía vuelve a golpearme las rodillas, consiguiendo que caiga nuevamente mientras que la Desesperación y la Angustia, siempre juntas, encadenan mis brazos con los suyos para que no pueda escapar de ellas y para que la Soledad, maldita Soledad, rasgue toda mi espalda con sus garras, haciendo que grite, a pesar de que nadie puede oírme. Noto como empieza a brotar sangre de los desgarros de mi piel. Es cálida, puedo ver pequeños hilos cayendo al suelo, pero no es roja, sino negra y viscosa, al igual que la lluvia. Ambos líquidos se juntan en el asfalto y lo recorren hasta desembocar en alguna alcantarilla que encuentran en medio de su camino. Mi espalda comienza a arder y por lo que puedo observar, en el suelo mojado hierven la lluvia y mi sangre. Está llegando. Ellas lo saben y me apresan más fuerte, yo lo noto y me estremezco sin saber qué pasa realmente, y las masas negras siguen sin percibir absolutamente nada de lo que está ocurriendo.

Está aquí, frente a mí. Su sola presencia impresiona de forma indescriptible. Su mano empieza a jugar alrededor de mi cuello hasta que lo agarra con fuerza, haciéndome sentir como si el más frío de los vientos me hubiese cortado la respiración. Me está arrebatando todo segundo a segundo, las ilusiones, la esperanza, incluso la vida. “Se terminó tu tiempo” es lo único que oigo de él. Su mano acaba de soltarme, pero me quedan tan pocas fuerzas que no puedo aguantar siquiera sobre mis rodillas y mi cuerpo cae estrepitosamente contra el duro suelo. Aún sigo con vida, aunque no durará mucho. Tiene razón, ya no me queda más tiempo pues él me lo ha robado todo, al igual que me lo dio en un principio y está claro que el Tiempo siempre gana.